Se busca plasmar la conexión entre el béisbol y la vida, como cada regla del juego resulta una escuela de reflexión hasta para los seguidores más remotos cuando los sucesos del mundo indican que ciertas veces las normas de justicia son violadas; el transcurso de las sentencias de bolas y strikes reflejan la pertinencia y compromiso de cada pelotero en respetar la presencia del árbitro.Cada jugador deja lo mejor de sí sobre el campo de juego a pesar de lo complicado que pueda ser su vida.
lunes, 3 de febrero de 2025
A la manera de mi padre.
Cuando rompió la marca de Lou Gehrig de juegos consecutivos, Cal Ripken hijo, sabía a quien se lo debía.
Cal Ripken hijo y Mike Bryan. Selecciones. Reader´s Digest. Octubre 1997.
Cuando ingresé en las ligas mayores con los Orioles de Baltimore en 1981, me quedé en la banca por primera vez en mi vida. No era eso lo que yo había planeado. Así que mientras mascaba más semillas de girasol en dos meses que en tres años y medio de jugar en las ligas menores, me preguntaba: ¿Qué puedo hacer para que me incluyan en la alineación y, si lo hacen, quedarme ahí?
Se me ocurrieron dos respuestas: jugar bien y jugar todos los días. Si me daban la oportunidad de jugar, no se la daría a nadie más. No quería que los Orioles tuvieran mejor opción que yo. Quizás esto suene muy frío, pero es la manera antigua de hacer las cosas.
Algunas personas nunca entendieron mi forma de actuar, pero no importa. Mientras no se demuestre que hay una manera mejor de hacer las cosas, yo seguiré haciéndolas del mismo modo. Hasta la fecha, no conozco otro camino que el de la vieja escuela de los Orioles. Y quien más me enseñó sobre él, y sobre la vida es el ex entrenador y ex manager del equipo, mi padre, Cal Ripken.
Mi padre comenzó su carrera como promesa del beisbol. No me atribuyo ningún mérito, pero 1960 (cuando nací) fue su mejor año como bateador. Jugaba en la liga Triple I en Appleton, Wisconsin, como receptor. Tenía un respetable porcentaje de bateo, pero ese año obtuvo su mejor marca: .281, con nueve jonrones, y 74 carreras impulsadas.
Al año siguiente, en el entrenamiento de primavera, se lastimó el hombro del brazo con el que lanzaba. Para seguir en el beisbol, con el sentido práctico que lo caracteriza pasó de jugador a entrenador y manager en la organización de los Orioles. Logró abrirse paso en las ligas menores y finalmente llegó a las grandes ligas.
Años después fui testigo presencial de la manera en que mi padre enfrentó un fuerte revés. El día en que se inauguró la temporada de 1988, yo estaba como parador en corto en la alineación inicial de los Orioles, mi hermano Billy jugaba en la segunda base y mi padre era el manager. Por primera vez en la historia del beisbol, un padre dirigía a dos hijos suyos en un equipo.
Apenas una semana después, el 12 de abril, mientras me dirigía al Estadio Memorial, escuché en el radio que acababan de despedir a mi padre cuando solo se habían jugado seis partidos de la temporada regular. ¡Seis partidos!
Cuando llegué al club, mi padre ya se había marchado. Yo lo sentí mucho por él. No podía imaginar siquiera lo doloroso que esto debió haber sido para él, después de haberle sido tan leal a la franquicia durante 31 años. Seguramente estaba enojado y herido hasta lo indecible; sin embargo, se comportó con mucha dignidad. Lo más duro que llegó a decir en público fue: “No me gustó lo que pasó”.
Al año siguiente, aceptó volver al equipo como coach de tercera base para el nuevo manager, Frank Robinson. Por única explicación, dijo con su habitual parquedad: “Supongo que ustedes saben que soy Oriol”.
Con mi padre. Toda la vida mi padre ha sido un hombre muy trabajador. Cuando yo era pequeño, durante el verano se presentaba en el parque de beisbol en las primeras horas de la tarde (los fines de semana también, por supuesto), y no regresaba a casa hasta bien entrada la noche. La mitad del tiempo andaba de gira con su equipo.
En el invierno trabajaba casi tan duro como en el verano. Aún ahora no hay mucho dinero en las ligas menores de beisbol, y cuando nosotros éramos pequeños había menos. Mi padre administró una farmacia, condujo un camión de reparto y trabajó en una ferretería y en una maderería. Salía de casa casi al amanecer, y casi todas las noches se quedaba dormido en el sofá, exhausto, después de cenar.
Yo no pienso trabajar como manager después de retirarme, porque soy inflexible en lo que respecta a compartir mi tiempo con mi esposa, Kelly, y nuestros dos hijos. Una de las razones de ello es que yo no conviví mucho con mi padre. Lo echaba de menos cuando se iba, aunque siempre estuvo presente de maneras importantes.
Algunos de mis mejores recuerdos de mi padre datan de 1969 y los años 70 cuando vivíamos en Rochester, Nueva York, donde él era el manager de los Red Wings. Los sábados por la mañana solía entrar en mi recámara y despertarme para ver si quería asistir a una práctica de beisbol con algunos de sus jugadores.
Por lo regular lo acompañaba, pero no lo hacía por el beisbol, sino porque durante el trayecto de la casa al parque, y de regreso podía estar con él, y yo sabía que él disfrutaba de mi compañía. Yo tenía ala sazón nueve años.
Cuando cumplí diez, viajé por primera vez en avión para reunirme con mi padre en una gira que estaba haciendo con su equipo para enfrentarse a los Tidewater Tides y los Richmond Braves; me sentí como si ya fuera un hombre hecho y derecho. Estuve todo el tiempo con él, vestido con el uniforme del equipo. Para mí, esta fue la gira de trabajo más importante de todas.
Sus enseñanzas. Mi padre no perdía ocasión de enseñarme algo. Un día que estaba nevando, quiso auxiliar a los vecinos removiendo la nieve de las calles aledañas, dado que los trabajadores municipales tardaban mucho en llegar. Nos llevó a mí y a mi hermano Fred, por el tractor.
Nos indicó la manera correcta de arrancar el motor con la manivela, y luego nos advirtió que era muy arriesgado hacerlo mal __girando la manivela 360 grados__, porque si el motor petardeaba, la manivela podría salir disparada. Mientras hablaba, yo me preguntaba: ¿Cuándo en la vida voy a tener que darle manivela a un tractor? Probablemente hasta que hice un comentario sarcástico.
Después de tratar infructuosamente de arrancar el motor de la manera correcta, nos dijo:
__ Nunca hagan esto; voy a darle una vuelta completa a la manivela.
Como era de esperarse, el motor petardeó y lanzó con fuerza la dichosa manivela, que golpeó a mi padre en la frente. La sangre le salía a choros mientras él buscaba un trapo. Pensé que tendríamos que ir al hospital, pero papá condujo hasta la casa, se puso una venda y regresó a quitar la nieve de las calles.
Mi padre tenía muchos dichos y refranes. Solía decir a sus jugadores: “Esto es como un banco, no pueden sacar más de lo que meten”.
Otra de sus máximas favoritas:
__ Haz bien dos millones de cosas pequeñas; y las cosas grandes se harán por sí solas” __ es la esencia de los Orioles, cuidar lo básico.
A veces la franqueza de mi padre enojaba a mi madre. Cuando yo cursaba la enseñanza media y él le comentó a la prensa que me veía como “solo un candidato más”, mi madre se molestó. Después, cuando admitió la posibilidad de que me seleccionaran, ella respondió con sarcasmo:
__ Me alegra que te hayas dado cuenta.
Cuando me llamaron de las ligas mayores, los reporteros le preguntaron a mi padre si su sueño se había hecho realidad. Yo sabía lo que iba a decir, y no me equivoqué:
__ Yo no sueño. La gente dice que uno debe tener sueños, pero, ¿qué objeto tiene soñar si no puedes hacer el trabajo?
En las grandes ligas no cuenta la relación entre padre e hijo, como pude constatarlo de manera dolorosa. Un día unos compañeros me oyeron decirle “papá” a mi padre, y a partir de entonces, cada vez que nos veían juntos repetían burlonamente: “¡Ay, papá! ¡Ay, papi!”
Me molestaron y ridiculizaron sin piedad, y después de ese incidente mi padre pasó a ser mi “Senior” o “Número 47”.
Mi padre es un ejemplo clásico del tipo duro por fuera pero blando por dentro. Es uno de esos hombres que se empeñan en ocultar sus sentimientos. Por ello mi sorpresa fue mayúscula cuando por fin manifestó su emoción el día en que los Orioles se aseguraron el título de la división contra Milwaukee, en 1983. Papá, que en ese momento era el coach de tercera base, me vació una botella de cerveza en la cabeza. “Creo que por fin salió el padre que llevo dentro”, les dijo a los reporteros.
Los muchachos Ripken tenemos incluso la teoría de que nuestro padre se ha ablandado en los últimos años. En otros tiempos, cuando le preguntaban cual había sido la experiencia más grata de su vida, invariablemente contestaba que aún no le había ocurrido. Después del 6 de septiembre, cuando rompí la marca de Lou Gehrig al jugar 2131 partidos en forma consecutiva, dijo que quizás esa fuera su mejor experiencia.
Siguiendo su ejemplo. Quizás mi padre habría sido un excelente receptor en las ligas mayores si no se hubiera lastimado el hombro. Nunca lo sabremos. En mi paso por las ligas menores escuché muchas anécdotas acerca de padres frustrados que obligaron a sus hijos a realizar algo que ellos nunca hicieron. Pero Senior nunca fue así, Estaba firmemente convencido de que en la vida uno debe hacer lo que le gusta.
La presión que si ejerció sobre sus hijos fue en el sentido de que, cualquier cosa que hiciéramos, teníamos que hacerla bien, y poner en ella todo nuestro empeño. Mi padre detesta todo lo que refleje chapucería o indolencia. Mi hermano Billy dice que rompí la marca de Lou Gehrig porque tenía la capacidad para hacerlo. Yo agregaría, en nombre de mi padre, que, puesto que tenía esa capacidad, debía hacerlo.
Los Orioles admitieron a mi padre en su Salón de la Fama durante la temporada de 1996. En el banquete, él hizo comentarios graciosos, directos y francos. Para concluir, dijo que aceptaba ese honor en nombre de todos los hombres igualmente dedicados con los que había colaborado en las ligas menores durante tantos años.
Luego me tocó a mí hablar. Fue difícil. No estaba seguro de poder expresar lo que deseaba sobre mi padre y lo que él significa para mí. Así que conté una breve anécdota acerca de mis hijos, Rachel y Ryan, a la sazón de seis y tres años de edad. Habían estado lanzándose pullas durante varias semanas, y un día oi que Rachel le decía a Ryan para molestarlo:
__ Solo estás tratando de ser como papá.
Después de pensarlo un momento, le pregunté a Rachel:
__ ¿Qué tiene de malo tratar de ser como papá?
Al terminar mi relato, miré a mi padre y añadí:
__ Eso es lo que yo siempre he tratado de hacer.
Transcripción: Alfonso L. Tusa C. 03 de junio de 2023.
Nota del transcriptor: Cierta vez leí en el periódico que en algún momento de su seguidilla de juegos efectuados, Cal Ripken Junior recibió un bolazo en la cara que le fracturó el tabique nasal. Al regresar al dugout, el mismo se llevó las manos al rostro y enderezó su nariz. Al terminar ese inning al bate, Ripken tomó su guante y salió de nuevo a jugar en el campocorto.
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