Se busca plasmar la conexión entre el béisbol y la vida, como cada regla del juego resulta una escuela de reflexión hasta para los seguidores más remotos cuando los sucesos del mundo indican que ciertas veces las normas de justicia son violadas; el transcurso de las sentencias de bolas y strikes reflejan la pertinencia y compromiso de cada pelotero en respetar la presencia del árbitro.Cada jugador deja lo mejor de sí sobre el campo de juego a pesar de lo complicado que pueda ser su vida.
jueves, 29 de mayo de 2025
Santiago: Caminatas y Recreos.
A partir de la esquina del Doctor Ortíz, apretábamos el paso. Santiago tomaba dos pasos y una zancada casi rozando la baranda de los jardines. Tu replicabas con un tropel de pisadas sobre el tumulto de hojas secas de apamate, en un túnel de silencio atracado de cigarras, atosigado de líneas luminosas que trasegaban por las ramas hasta develar la cercanía del gradiente de naranjas y cerezas en el horizonte. Siempre apostabas con Santiago quien llegaba más rápido desde el jardín del Doctor hasta la esquina de la heladería “Tropical”, frente a la plaza Montes. Este miércoles 28 de mayo de 2025, me pareció sentir el remate, como de carrera de ochocientos metros planos, que empezábamos desde la casa de Cabo Senior. Veías el rostro de Santiago sudoroso, sonriente. Preferías enfocarte en esa imagen y olvidar la noticia de que tu amigo, tu compañero inseparable de lunes a viernes y muchas veces también sábado y domingo en aquel lapso entre septiembre de 1971 y julio de 1972, había fallecido.
Conocías a Santiago desde cuarto grado, entonces solo lo saludabas y lo veías jugar con sus amigos, algunas veces te invitaban a jugar con ellos pero cada quien tenía su círculo de amistades. También coincidías con él en las caimaneras de beisbol. Tenía una brújula especial para rastrear las pelotas que se perdían en los monterales aledaños al solar de asfalto. A veces le pedías prestado el guante de jardinero que él usaba para jugar tercera base y siempre te enredabas para sacar la pelota, y Santiago se desternillaba de la risa cuando te desesperabas y terminabas devolviéndole su guante. Desde la morada de la maestra Delmira Núñez hasta la esquina de Teté Barrios, si Santiago apretaba el paso, tú casi pasabas a zancadas y él recordaba que eso no se valía. Al llegar a la esquina, la cinética era tal que casi flotaban hasta aterrizar en el puente de la acequia antes de la casa de los Pietrini. Mirabas hacia el antiguo parque de juegos lateral a la escuela José Luis Ramos y preguntabas si jugarían allí el sábado siguiente.
Santiago apenas respiraba mientras murmuraba que no lo ibas a sacar de concentración. Su velocidad disparaba los zapatos de goma en un vértigo de montaña rusa. No sabías explicarte como hacías para mantener aquel ritmo de mil caballos de fuerza. No tenías tiempo para sentir las contracciones musculares ni las percusiones de las rodillas. El primer día de aquel quinto grado la maestra ideó que para generar más integración entre los alumnos los iba a poner a trabajar en parejas y se encargó de juntar a quienes ella pensaba que menos se conocían. A Santiago y a ti les puso por tarea investigar el origen de los nombres de las capitales de los estados venezolanos. Estuvimos registrando los libracos de tu papá en su oficina y hallamos algo de Cumaná, Barquisimeto y Maturín. Luego fuimos a la farmacia y el papá de Santiago le habló de Maracay, San Fernando y Ciudad Bolívar. A mitad de aquella cuadra te lanzabas a la cuneta para buscar incrementar la intensidad de tus pasos.
En las funciones vespertinas del Royal, Santiago se las ingeniaba para que la dama de la taquilla, Bélgica, le pasara los tickets a través de la reja, aún en medio del barullo más espeso de alguna película de Santo el enmascarado de plata o de Viruta y Capulina. Cuando iban al Gardel siempre era un reto superar la prueba del Señor Julián cuando aparecía justo antes de apagar las luces para pasar a los muchachos menores hacia los bancos delanteros. Cuando ibas con tus hermanos, ellos te escondían debajo de los bancos. Cuando ibas con Santiago inventaban movimientos inimaginables. Una de esas noches, Santiago se dio cuenta que toda la orilla próxima a la pared estaba desocupada al menos en los lugares cercanos a la pared. En cuanto el señor Julián regresó hacia la frontera con la preferencia seguiste las señas de Santiago y gatearon desde el segundo banco hasta uno ubicado más arriba de la mitad de la galería. Cuando el señor Julián regresaba a revisar, Santiago te daba un codazo y se escondían debajo del banco.
Cuando iban a jugar al parque lateral a la escuela, siempre los dejaban en la banca. Santiago te decía que dejaras la pendejada de estar triste, tenías que estar listo para entrar a la primera oportunidad que se presentara. En un juego que llegó igualado a una carrera al cierre del séptimo inning, uno de los regulares tuvo que irse porque su mamá lo mando a buscar. Santiago entró a batear y largó un linietazo por encima de un seto de matas de cayena que había lateral a la tercera base, la pelota fue a tener al declive que llevaba hasta la acequia, mientras Santiago corría como velocista de cien metros hasta alcanzar el home. Luego él hizo que el manager te pusiera a jugar por él y en el inning final se te cayó un flaicito y cuando casi empiezas a llorar, Santiago te gritó que tomases la pelota y lanzaras al plato, el juego terminó con ese out en el plato. No sabías como habías reunido el valor para agarrar la pelota y lanzársela al cátcher, luego le preguntaste a Santiago porque había dejado que lo sustituyeras.
Cuando más encarnizado y rabioso era el remate de los últimos cincuenta metros, cuando veías la baranda de la ventana de la heladería y sentías el olor a vainilla y chocolate, por momentos adelantabas medio paso, por momentos quedabas atrás por dos pasos. Regresabas a aquel atardecer alucinante cuando iban retrasados a una película de Cantinflas en el Royal. Se fueron por la calle Bolívar y al llegar a la acequia subieron al pretil del embaulamiento, que se levantaba a unos dos metros del suelo, en una carrera fantástica corrieron a todo tren, sin tropezar, sin fallar el riel de menos de cuarenta centímetros; llegaron al final de la calle Miranda en menos de un minuto y desde allí recalaron en el Royal en otro minuto. Alcanzaron a la esquina de la heladería cual hermanos siameses, ni siquiera el dependiente de la heladería pudo determinar un ganador. Por esa vez compartieron las barquillas de ron pasas. Estuvieron a punto de repetir la carrera, pero luego acordaron repetirla el día siguiente.
Alfonso L. Tusa C. Mayo 28, 2025 ©
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