Se busca plasmar la conexión entre el béisbol y la vida, como cada regla del juego resulta una escuela de reflexión hasta para los seguidores más remotos cuando los sucesos del mundo indican que ciertas veces las normas de justicia son violadas; el transcurso de las sentencias de bolas y strikes reflejan la pertinencia y compromiso de cada pelotero en respetar la presencia del árbitro.Cada jugador deja lo mejor de sí sobre el campo de juego a pesar de lo complicado que pueda ser su vida.
domingo, 7 de septiembre de 2025
El Nombre de un Estadio. (Texto de ficción con ciertos elementos reales).
Muy pocas veces ibas al estadio de Cumanacoa, preferías jugar en los terrenos baldíos de La Rinconada, en medio de la calle Las Flores, desde la esquina de Clemente hasta la casa de Cheíto Castro, o en el solar de asfalto frente al Centro de Salud. Tal vez te asustaba la formalidad del terreno marcado con líneas de cal, las exigencias de los entrenadores, o el miedo a dejar caer un flaicito a las manos. La primera vez que fuiste escuchaste a ciertos personajes murmurar que no entendían porque un estadio tenía que llevar el nombre de alguien que no practicaba el beisbol. Mientras leías la placa de la fachada que recitaba: “Estadio Dr. Carlos Ortíz Deffit” (no estoy seguro de la precisión de mi memoria, por lo que presento mis excusas en caso de un error con el segundo apellido). Muchas imágenes, conversaciones, anécdotas zigzaguearon, centellearon en mis retinas, en mi cráneo de inmediato. El Doctor Ortíz era muy aficionado a los gallos, en su casa había un espacio apreciable donde atesoraba sus mejores gallos de pelea, también había otro espacio dedicado a las orquídeas en ese patio. Sorprendía la facilidad con la que pasaba de la intensidad de los gallos a la relajación de las orquídeas.
Estuviste tentado a explicar, a replicar, a reclamar aquellos comentarios sobre lo inapropiado del epónimo del estadio. Solo que tu memoria fue más vehemente, más contundente, más determinante. Por las noches el Doctor podía acompañar a su esposa a ver una película al cine, o asistir a una reunión social. Pero al subir al Mercedes negro siempre activaba el radio y se escuchaba la voz de Delio Amado León describir algún pasaje del juego de esa noche. Podía discutir animadamente con sus rivales magallaneros en los gallos o en el dominó. En medio de su pasión más profunda por los Leones del Caracas, siempre tomaba el estetoscopio y el maletín cuando había necesidad de un servicio médico, el beisbol podía esperar, la vida humana es muy frágil y fugaz.
Una de las pocas veces que fuiste a ese estadio, se inauguraba un campeonato distrital de beisbol infantil, Refulgían los uniformes con la geografía de Montes: Aricagua, San Lorenzo, Arenas, Rio Arenas, San Salvador, Los Dos Ríos, Cedeño, Cocollar, Quebrada Seca, El Palenque. Había muchas personas en el terreno de juego. En las afueras del estadio, el Doctor sacaba varias cajas de pelotas y algunas cajas con bebidas lácteas, dio instrucciones a personas de su confianza para que trasladasen esos paquetes a la oficina de coordinación del estadio. En medio del acto de inauguración el moderador hizo señas a la tribuna y solo a la cuarta insistencia el Doctor Ortíz bajó para dirigirse a los jóvenes peloteros. Justo antes de subir al montículo para ejecutar el lanzamiento inaugural, alguien le habló al oído y el Doctor le entregó la pelota al moderador y salió casi corriendo del terreno.
A la distancia, con toda la ligereza que te permitían tus piernas seguiste el Mercedes negro hasta la calle La Florida y desde allí hasta el Centro de Salud. De lejos lo viste saltar los escalones de la recepción y entrar al hospital mientras se enfundaba en su bata blanca. Había mucho desespero y tristeza en los rostros de los paramédicos y otros empleados del hospital. Un silbido gradual descargaba toda la agilidad, toda la diligencia de sus movimientos. En menos de cinco minutos había logrado direccionar la posición del bebé y destrabar el cordón umbilical que lo estrangulaba, solo con algo de anestesia y muchos masajes precisos, apropiados y vigorosos en el vientre de la parturienta. Cuando finalmente aplicó la nalgada que hizo llorar al bebé, la madre agradeció en voz alta con voz de soprano. Ese día el Doctor recorrió al menos diez o doce hogares de cualquier estrato social, en todos se abalanzaba sobre la dolencia, la anomalía, le enfermedad y remataba con buenas dosis de su mejor humor, de sus ocurrencias sorprendentes, de su afición por el beisbol.
Al regresar a casa pasadas las siete de la noche, luego de la ducha habitual y la natural comunicación familiar, el Doctor tomaba el periódico y el radio portátil y sintonizaba Radio Sucre, la voz de Delio Amado León surcaba los primero innings del juego de Leones del Caracas. Y aunque sus chanzas con sus amigos magallaneros resultaban vehementes y muy intensas siempre terminaban con apretones de manos y sonrisas respetuosas.
No sabes donde estará aquella placa identificativa del estadio de Cumanacoa. Aquel día del comentario interrogativo, resuena al desear incluir en tu itinerario al pueblo, si regresas alguna vez, el muro de ese estadio y leer en voz alta, hasta la ronquera: Estadio Doctor Carlos Ortiz, promotor insigne del beisbol en todo el Distrito Montes.
Alfonso L. Tusa C. Mayo 13, 2025. ©
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