viernes, 30 de mayo de 2025

Ese momento difuso

La esquina occidental del cielo, justo en el instante cuando las penumbras acechan y cierta brisa remueve los gradientes más cinéticos de naranja sobre algunas nubes que mutan a morado y bermejo cuando las cigarras agudizan su sinfonía en una asíntota que estira los chispazos postreros del día. Es la hora cuando corrías con toda la ligereza de tus pies tras una mancha marrón con ciertos reflejo rojizos de puntadas desgastadas, que describía una elipse o quizás parábola sobre tus hombros hasta precipitar solo a unos metros más allá de tus zancadas luego de impactar la punta de tu guante de jardinero central. Aborrecías cuando llegaba esa hora, significaba el inning final y el juego seguía empatado. Escuchas en la lejanía el rumor de una canción de cierto cuarteto de Liverpool: “When I get older… many years from now…” Respirabas un poco la clorofila reseca en la punta de tus dedos y saboreabas el sudor en los labios.
Intentas caminar en la acera erosionada de las cercanía de El Monumento, la mirada se te extravían entre las partículas de agua despedidas por las olas que rompen sobre las piedras de una playa convertida en relleno sanitario además sin ningún tipo de mantenimiento o tratamiento de aguas negras. En aquellos primeros años de tu vida corrías a toda velocidad y escapabas a la mano persecutoria de tu abuelo. Había manglares cada trescientos metros, veías a los pelícanos lanzarse en tirabuzón sobre el golfo de Cariaco, mirabas como los alcatraces anidaban en las ramas o en los tallos de los mangles, te maravillabas con los caballitos de mar que podías ver en la transparencia de las aguas.
Aquella tarde luego del estruendo de muchas voces alteradas y alegres escuchabas felicitaciones y una especie de voz en el fondo, el médico se acercaba cada quince minutos a un radio de bulbos suspendido en una repisa en la pared del pasillo de la sala de urgencias, la voz del narrador era en inglés y hablaba de un tal Roger Maris y de un tal Mickey Mantle. Diez años después preguntaba donde quedaba el hospital en 1961, y te llegabas hasta la esquina de un edificio vetusto propio de comienzos del siglo veinte, era de una sola planta y con muchos robles y ceibas en el estacionamiento. Entre el ajetreo y la desesperación de la Calle Larga, intentabas recordar, aquellas seis de la tarde cuando sentiste ese latigazo cortante de oxígeno indican la llegada a un planeta de vértigo, a un mundo traicionero donde hay que proveerse de mucha paciencia y buenas intenciones para poder avanzar entre las espinas de la codicia y regresar a la esperanza de esas gradaciones crepusculares al final de cada jornada estrujante, destripante, hay que hurgar en aquella voz radiofónica del fondo del pasillo para buscar un poco del oxígeno de aquel atardecer volátil, vaporoso, enceguecedor.
Alfonso L. Tusa C. Mayo 17, 2025. ©

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