sábado, 22 de marzo de 2025

Nueve innings con Dámaso Blanco.

Ahí estaba. El tipo de quien había escuchado todos aquellos juegos de la Liga Venezolana de Beisbol Profesional, miraba el juego desde el palco de la prensa en el estadio de la Universidad Central de Venezuela. Lo conocía a través de aquellas barajitas de beisbol, revistas deportivas o periódicos. Trabajaba como comentarista en el circuito radiofónico de los Navegantes del Magallanes. La próxima vez que regresé a ese estadio le pedí el favor de autografiarme una copia de un periódico viejo, encontrado en la hemeroteca nacional con la reseña y el box score de un juego de ligas menores, categoría AA. Dámaso fue muy receptivo, sin importar que observara el juego y tomara anotaciones para su trabajo en la radio. Apenas empezaba a apreciar el beisbol, sabía que la tercera base era de las posiciones más difíciles por la contundencia de los batazos que salían por allí, por algo en el beisbol la bautizaron la esquina caliente, también por la rapidez mental que se debía disponer a la hora de que tocaran la pelota, había que bajar cual rayo hasta la inmediaciones del plato. Aquellos juegos de pelota profesional empezaban a las ocho de la noche, escuchaba las alineaciones y mis hermanos se persignaban y alegraban cuando Carlitos González anunciaba a Dámaso Blanco como defensor de la esquina caliente, tal vez mi estado de alerta duraba hasta el cuarto o quinto inning, luego mis ojos de siete años parpadeaban y me alejaba en sueños, aunque seguía oyendo muy de lejos el rumor de la transmisión radiofónica. Esa noche me levanté a orinar justo cuando Delio Amado León alcanzaba sus octavas más altas de tenor para dibujar una jugada donde Dámaso jugando algo adelantado había tenido los reflejos suficientes para lanzarse hacia atrás y tomar un roletazo invisible sobre la raya de cal, detrás de la base y lanzar desde sus rodillas para sacar un out espeluznante que congeló al corredor en el salto. “Que tremendísima jugada ha ejecutado Dámaso Blanco, por eso lo llaman el guante mágico, jamás hubiera pensado que podía atrapar esa pelota y mucho menos meter ese balín para primera base. Esta jugada más que pagar la entrada, pagó toda la afición que se pueda sentir por el beisbol”. Tuve que preguntarles a mis hermanos si de verdad eso estaba ocurriendo o si yo estaba soñando.
En medio de sus aventuras beisboleras juveniles, Dámaso salía a vender las arepas de su tía Panchita y en varias ocasiones regresaba antes de tiempo a pedir permiso para ir a jugar pelota en un solar baldío de Petare. La señora Panchita lo miraba fijo a los ojos y revisaba el platón, si quedaban arepas, no habría beisbol hasta que vendiera la última. Dámaso trataba de argumentar, de negociar, de prometer que después del juego vendería el resto de las arepas, la mirada de la tía Panchita abarcaba toda la sala y el silencio reverberaba hasta que Dámaso regresaba su guante y su pelota hasta debajo de su cama y salía cabizbajo. Entonces Panchita lo volvía a llamar y le decía con firmeza y algo de ánimo que no quería verlo triste, que si iba con ese ánimo a vender nadie le iba a comprar nada así fuesen las arepas más sabrosas de todas Caracas. Dámaso la veía entre resentido y esperanzado, un asomo de sonrisa en los labios de Panchita lo hizo salir corriendo muy duro con ritmo de cien metros olímpicos. En los Juegos Panamericanos de Chicago en 1959, el equipo llegó a la ciudad de los vientos sin bates suficientes, y la primera noche, en los dormitorios de la delegación venezolana recibieron una agradable sorpresa. Luis Aparicio el campo corto estrella de los Medias Blancas de Chicago se presentó ante los integrantes del equipo con media docena de bates de todos los calibres y les deseó la mejor de las fortunas en el torneo, Dámaso tomó la palabra por los integrantes de la selección venezolana para agradecer y pedirle un autógrafo, además de preguntarle por las características del cuadro interior de Comiskey Park. En medio del fragor de aquella batalla diaria por acceder a los primeros lugares, el día previo al juego por la medalla de oro, los integrantes del equipo salieron a pasear por la ciudad en el tren metropolitano, en una de las estaciones el locutor interno voceó: “Forty seventh street”. Al poco rato varios de los integrantes del equipo dijeron al unísono: “Curiepe street” Y Dámaso volteó con los ojos enarcados sorprendido y algo descompuesto, luego sonrió y todo fueron carcajadas. En medio de la entrega de la medalla de oro, los organizadores notificaron que no tenían grabación del himno venezolano, entonces Dámaso empezó a entonar el “Gloria al bravo pueblo…” y sus compañeros lo siguieron.
En la temporada de 1963 en la California League Clase A. Con los Giants de Fresno, Dámaso participó en 140 juegos. En 566 turnos al bate su promedio fue .330, con 187 imparables, 21 dobles, 6 triples, 5 jonrones (si, 5 jonrones, no es error de tipeo), 127 carreras anotadas, 52 empujadas, 37 bases robadas. Como campo corto 111 outs, 201 asistencias, 31 errores. En medio de un efervescente duelo de pitcheo realizado el 02 de diciembre de 1962 en el estadio de la UCV, entre Marcelino López por Tiburones de La Guaira y Marcelino Sánchez por Valencia Industriales, que llegó igualado a una carrera por lado al cierre del inning 15 cuando se apareció Dámaso con imparable al jardín derecho bueno para empujar a Jesús Mora con la carrera de dejar en el terreno al Valencia. El 29 de diciembre de 1970 Dámaso bateó de 6-5 en un juego ante los Tigres de Aragua en el estadio José Pérez Colmenares, los imparables ocurrieron en los últimos cinco turnos al bate. Al días siguiente conectó tres imparables más en los primeros tres turnos para igualar la marca de LVBP de más imparables seguidos en ese momento. “Jugar cuadro adentro, es esencial en la defensiva de un equipo. Si no se tienen los reflejos ni el arrojo o el coraje de asumir los riesgos ante situaciones extremas donde puede estar la decisión del juego, difícilmente se podrá avanzar”. Vivía una Venezuela donde había parquímetros y teléfonos públicos de monedas, y salvo contadas excepciones, las personas respetaban y cuidaban sus bienes públicos. La calle era territorio de todos, nunca el lugar de nadie. Se podía discutir de los temas más álgidos y controversiales, al final siempre había una sonrisa y un apretón de manos. Hay que estar en la jugada todo el tiempo, tanto para bajar a tomar un toque de pelota frente al plato como para saltar hasta detrás de la almohadilla y decapitar un lineazo sobre la raya de cal. Nunca hay ningún ajuste que desestimar, por tarde que parezca, esa puede ser la diferencia entre alcanzar la meta o saborear la amargura de la derrota. Por eso es muy importante observar y escuchar todo el tiempo.
En aquella apertura del noveno inning en el estadio de la UCV, los Leones de Ponce tenían hombres en tercera y primera con la pizarra igualada a dos carreras. Los Navegantes del Magallanes en representación de Venezuela dominaban la Serie del Caribe de 1970 y de ganar ese juego serían campeones. Jorge Roque corría en tercera base y yo jugaba un poco adelantado, a esa altura del juego sabía que había posibilidad de alguna jugada sorpresiva, pero a la vez tenía que estar pendiente de algún cambio de seña y aplicaran la bicicleta. Noté la seña de Ray Fosse para que me adelantara más, pero solo lo hice hasta mitad de camino. Aurelio Monteagudo miraba hacia tercera base y con el rabillo de ojo veía al corredor de primera. Miré hacia primera base e Hiraldo Ruiz jugaba un poco adelantado y se tocó la visera de la gorra, eso me hizo dar un paso más hacia adelante. Justo cuando Monteagudo soltó la pelota leí las intenciones de Santos Alomar y empecé a correr hacia el plato. A continuación se desarrolló la carrera de 20 metros más intensa que recuerde, por momentos Roque se adelantaba por milímetros, de inmediato yo remataba con la pelota apretada en mi mano derecha. Cuando estábamos a tres metros del plato le pasé la pelota a Fosse y este se fajó como los buenos para resistir el empuje de Alomar en el más intenso bloqueo del plato. El asunto de la supuesta debilidad ofensiva, el bate de cartón, no pasa de ser un mito, una echadera de broma, o análisis superficial de la carrera de Dámaso. Hay peloteros cuya faceta más importante es la defensiva como Ozzie Smith, Dick Green o Billy Cox, no por eso eran un out automático, en más de una ocasión decidieron juegos con habilidad ofensiva. Existen innumerables ocasiones donde Dámaso resultó invalorable para su equipo con el madero. En la serie final de la temporada 1963-64 entre los Leones del Caracas y Valencia Industriales, Dámaso lideró los departamentos de carreras anotadas igualado con Dave Roberts (6) y de imparables (11), ante pitchers tan renombrados como Luis Tiant, Luis Peñalver, Danny Neville, Jim Owens, Ken Sanders. Fue campeón con el Caracas dos veces (1963-64 y 1966-67) y con Magallanes (1969-70) por partida doble porque también ganaron la Serie del Caribe de 1970. También fue dos veces sub-campeón con Magallanes.
En los playoffs semifinales de la temporada 1972-73, Pedro Padrón Panza sorprendió a Dámaso al tomarlo como refuerzo de los Tiburones de La Guaira para enfrentar a Leones del Caracas. “Nunca habría imaginado que Padrón iba a hacer ese movimiento contando con un pelotero tan competitivo como Robert Marcano quien aunque todavía estaba en formación, ya mostraba gran solvencia con el madero y también en la defensa de la esquina caliente”. El caso es que Dámaso asumió la tercera base de los Tiburones en esa serie y en el noveno inning del juego donde se decidió todo, con La Guaira ganando 1-0 y Jim Rooker en el montículo, vino Victor Davalillo a abrir el noveno inning. “Cada vez que Vitico iba a tocar la pelota tenía un tic que yo lo tenía precisado. En cuanto hizo el movimiento con su mano derecha, cuando Rooker soltó la pelota corrí con todas mis fuerzas hasta las proximidades del plato y tome la pelota luego del primer rebote y de inmediato lancé a primera para completar el out cuando Davalillo saltaba sobre la almohadilla”. Aunque el Caracas luego bateó a Rooker para ganar el juego, en los comentarios finales Carlitos González no dejó de valorar la excelencia de la jugada de Dámaso. Antes del primer juego de la Serie Mundial de 1993 entre Azulejos de Toronto y Filis de Filadelfia, se reunió el equipo de transmisión de MLB International para discutir y delegar responsabilidades de lo que iban a preparar como antesala del juego. Decidieron entrevistar a los managers, lo de conseguir la comunicación con Jim Fregosi era relativamente fácil. Lograr tener acceso a Clarence Cito Gaston era más complicado, Gaston era poco amigo de las entrevistas. Entonces Dámaso preguntó en que hotel estaban alojados los Azulejos y llamó a la habitación de Gaston, una señora le respondió que estaba en el estadio pero regresaría pronto. Momentos después Dámaso volvió a llamar y habló con Gaston, luego de los saludos de rigor, Dámaso le planteó lo de la entrevistas y Cito respondió que solo podía atenderlo el mediodía antes del juego. Le dijo que hablara con el vigilante del clubhouse de los Azulejos, que iba de parte de Gaston. Dámaso preguntó si podía llevar un camarógrafo y Gaston asintió. El mediodía siguiente los compañeros del equipo de transmisión de Dámaso se burlaban de él cuando pasaron más de diez minutos después que este se anunciase con el vigilante. Varios de ellos asomaron la posibilidad de regresarse, Dámaso permaneció allí estoico, como si no hubiera escuchado la observación. Finalmente apareció el propio Gaston y los invitó a pasar “¿Qué es lo que vamos a hacer?” Dámaso sorprendió aún más a sus compañeros al hacer preguntas muy atrevidas y audaces que Gaston contestó sin dudar. Ignoraban que ellos habían sido rivales en las ligas menores del beisbol organizado y luego compañeros de equipo con Magallanes en la liga venezolana.
Compartir con Dámaso en el proceso de escribir su biografía “Pensando en Ti Venezuela” fue una experiencia muy enriquecedora donde aprendí mucho de la profundidad humanitaria de Dámaso y por tanto crecí como persona y como escritor. Esperar en la redoma de Los Teques a que apareciera el Corolla vino tinto, me hacia revivir aquella escena de la película El Campo de los Sueños donde el personaje del doctor Moonlight Graham (Burt Lancaster)es recogido en la camioneta Van que maneja Ray Kinsella (Kevin Costner) acompañado de Terrence Mann (Earl Jones) en medio de una carretera rumbo a la hacienda de maíz de Kinsella. La emoción de formar parte de un equipo, de un acontecimiento apasionante hace que la vida parezca un soplido fugaz en un trayecto inmenso. Desde compartir una arepa de reina pepeada en la gasolinera de Los Colorados, detenernos en el trayecto de la carretera de Tejerías a comprar cachapas, que Dámaso terminaba pagando luego de una larga discusión porque la señora había escuchado todos sus juegos en el beisbol profesional, o soltar la carcajada cuando el tipo de la estación de peaje del autopista regional del centro le preguntara si él era aquel tercera base que no bateaba, hizo de aquel proceso de edición una de mis experiencias más enriquecedoras de vida.
Alfonso L. Tusa C. 20 de julio de 2023. ©

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