Se busca plasmar la conexión entre el béisbol y la vida, como cada regla del juego resulta una escuela de reflexión hasta para los seguidores más remotos cuando los sucesos del mundo indican que ciertas veces las normas de justicia son violadas; el transcurso de las sentencias de bolas y strikes reflejan la pertinencia y compromiso de cada pelotero en respetar la presencia del árbitro.Cada jugador deja lo mejor de sí sobre el campo de juego a pesar de lo complicado que pueda ser su vida.
miércoles, 14 de mayo de 2025
Reencuentro fragmentario
Hace unos días te petrificó por enésima vez, una señora tal vez una generación por encima de la tuya comentaba emocionada los preparativos de su reencuentro con sus compañeros de bachillerato, hablaba de pasapalos, algo de licor, anécdotas, remembranzas; toda una pléyade de memorias que de pronto se agolparon en los archivos de tu cráneo. Siempre te apasionó la idea de reunirte con tus compañeros de clases del Liceo Luis Beltrán Sanabria. Por más que insististe y trataste de forzar a que tu memoria te diese una imagen aunque fuese noventa por ciento espúrea no aparece nada parecido a que hayas asistido a una celebración de ese estilo. Si te has encontrado con algunos de ellos, en la calle, o en las redes. Tal vez la pena de traer asuntos de muy lejos en el tiempo, o el lamento de nunca haber participado en algo parecido te hizo tragar alguna pregunta al respecto. Aún así el reflujo de aquella carpeta con la lista de estudiantes de aquel quinto año de 1978 seguía burbujeando.
La señora se expresaba emocionada de algunos de sus compañeros, de las travesuras que cometían y de cómo iban a estudiar juntos bajo un poste de alumbrado público con sus respectivas sillas de extensión. Fue inevitable empezar a deletrear los nombres, aunque algunos eran ilegibles, le exiges a tu memoria que se disculpe por esas omisiones, aunque sabes que eso no es suficiente, quieres agarrarte a epítetos y pleonasmos con tu memoria, hasta que logras calmarte, “¿reconoces que con eso no se logra nada?” A veces cumplir el papel de semanero era una tarea refrescante porque permitía salir un momento del aula, sobre todo en aquellos tenebrosos días de exámenes trimestrales o sospecha de algún interrogatorio sorpresa. Entonces le decías a la secretaria de la seccional que había varios apellidos con errores de tipeo y ella respondía: “ya está bien de excusas y llévale la carpeta al profesor”. La carpeta casi resbalaba de tus manos al asomarte en la puerta.
El profesor se frotaba las manos en una mezcla de dejar claro quienes habían estudiado y quienes habían manguareado. Tenías ganas de romper la carpeta, pero igual buscaría otra lista y a ti te amonestaría y te pondrían la nota mínima. Tratabas de calmarte leyendo la lista sobre el vértigo de tus pasos al acercarte al escritorio. “Luz Marina…María Teresa… Luis Salvador…Olivia…Zaira…Leotardo…José Ángel…Ramón…Dodannis…Elena…María…Mercedes…Carolina…Yolis…YeseMiriam…José (Pepito)…Amanda…Lilia…Silvia Marisela…Héctor…Bartolo…Iris…Lourdes… Romualdo… Guatarato… La memoria no te da más datos, sientes que debes muchas disculpas porque sabes que faltan unos cuantos de tus compañeros de clases. Todas la reuniones que pudieron haber tenido años después como reencuentros las tuvieron en pleno transcurso de aquel año escolar, para estudiar, ir a prácticas de campo, planificar aquellas fiestas en la calle con grupos musicales en vivo a fin de recaudar fondos para la fiesta de graduación, te sorprendías mucho al ver como a pesar de las marcadas diferencias individuales que había en el grupo pudiesen avanzar en los objetivos comunes.
Apenas en la segunda o tercera semana el profesor de Física ordenó un trabajo en equipo que nos dio la primera gran lección de ese año. Todos aprobamos pero el profesor escribió unas líneas contundentes en la portada del trabajo, había señales de que uno de los grupos había copiado al otro. El profesor mostró una actitud calmada pero con un disgusto subterráneo que duro varias semanas. Mientras analizabas como pudo haber ocurrido aquel incidente, recordaste que habías dejado el trabajo que habían elaborado en el primer tramo del closet, y como siempre salíste del cuarto, la puerta permanecía abierta, el closet también. Sabías que allí en esa atmósfera de semi penumbra de aquella habitación flotaba el acertijo de aquel misterio. Solo tres o cuatro meses después tropezaste con Olivia saliendo del cuarto con una hoja de papel arrugada en su mano izquierda. Ella quiso disculparse y lo único que decías era “¿qué te cuesta hablar? No tengo ningún problema en explicarte y resolver problemas de química, biología o inglés contigo”. A partir de allí pasaste varios días sin hablarle hasta que una noche tocó tu ventana para que le abrieses la puerta de la calle y cuando le abriste sin anestesia te disculpaste y le dijiste que habías sido muy brusco con ella.
Siempre que había una clase de química o física que no entendías Ramón se quedaba también resolviendo los ejercicios que indicaba el profesor para la clase siguiente. Te preguntaba que no entendías y luego, con sus palabras, su visión adaptada al mundo de los jóvenes, de los adolescentes, de quienes miran la vida desde la perspectiva de la dinámica disparada en continuidad y potencia, desplegaba una serie de dibujos e imágenes que me hacían descifrar todos los puntos difusos de la disertación del profesor. Podríamos haber seguido en esa aula otros treinta minutos en medio de ilustraciones de la fórmula semi estructural del benceno de Kekulé, el método de Ruffini para resolver divisiones de polinomios, o la secuencia de del report speech. Entonces llegaba el bedel y nos sacaba casi a empujones preguntando si nos pensábamos convertir en fantasmas del liceo. Aún a tropezones en el patio de cemento y ladrillos del liceo, seguíamos discutiendo de reacciones químicas y machacando el inglés.
Me sorprendió cuando indicó que ella podía conseguir dos o tres gaveras de guarapo de caña con el señor Rafael López. Luz Marina daba la impresión de permanecer al margen de nuestras deliberaciones, de las discusiones para hacer valer nuestros puntos d vista ante los profesores, la seccional, el director, o quien fuera. La práctica me hizo ver que ella conocía con muchos más detalles las circunstancias que nos afectaban, solo había que esperar el momento preciso, el punto de ebullición y ella descarga sus pareceres en su voz firme y cortante. Ese guarapo de caña lo recordamos siempre porque en medio de una sesión de estudio un mediodía de canícula y reverberación, ella se apareció con una carrucha y las tres gaveras de guarapo refulgían con la vestidura de escarcha recubriendo el vidrio de las botellas y el corcho de sus tapas.
La primera vez que Bartolo nos retó a jugar un partido de beisbol en los alrededores de la manga de coleo, pensábamos que era otra de sus frecuentes bromas. Entonces nos recalcó que ellos tenían un equipo de beisbol en la vecindad de la manga de coleo y se mantenían invictos ante cualquier equipo que fuera a intentar ganarles. Cuando nos decidimos a presentarnos en la manga de coleo para aquel juego quienes pensaban que íbamos al matadero, que nos iban a dar una paliza, empezaron a mostrar miradas de “te lo dije”, cuando Bartolo anunció que como el equipo de La Manga de Coleo no estaba completo él iba a ser pitcher para los dos equipos. Ramón dijo que mejor cogíamos nuestros macundales y regresábamos a Cumanacoa, Pepito alzó la voz para mostrar su molestia, Héctor encaró a Bartolo y le dijo que estaban haciendo una componenda rara. Bartolo, con voz entrecortada y los ojos enrojecidos explicó que si queríamos suspendía el juego, que él jamás intentaría hacer trampa para ganar.
El mediodía cuando salimos al patio con el profesor Elio para hacer una práctica de Ciencias de La Tierra relacionada con la posición del sol en ese momento del día, todos salimos apurados y emocionados para participar en el experimento. Cuando nos percatamos que habíamos dejado los cuadernos en el aula, nos encontramos que había empezado otra clase y temimos haber perdido los cuadernos o igual no podríamos usarlos hasta que terminara esa hora. Entonces cuando nos resignábamos a tomar apuntes visuales y mentales ante el inicio inminente de la práctica, Silvia Marisela con su voz ronca y firme señaló hacia la pared de bloques en cuadricula de la, a plena canícula meridiana corrimos a recuperar los cuadernos, y el profesor fue el primero en agradecer a Silvia su gesto de llevar los cuadernos a la zona externa de aquel paredón, luego cada uno de nosotros se acercó y le dio un abrazo de agradecimiento.
El cabello tipo afro se agitaba en los vidrios de la puerta del aula, varias veces le indicamos al profesor que Pepito quería entrar a la clase, pero el profesor decía que había pasado el tiempo reglamentario y no debía dejarlo entrar. María Teresa logró modular su mejor voz para decirle al profesor que le parecía que Pepito tenía algo importante que decir, que tenía la cara embadurnada de manchas negras. Pepito escribió “Auxilio!” en un papel y lo pego al vidrio de la puerta. Cuando el profesor abrió la puerta, la voz casi apagada, casi susurrante decía que encontró a unos tipos de la calle intentando forzar el seguro de la bicicleta anaranjada de Guatarato y además empezaban a hurgar en un bolso de bluyín que había quedado sobre el asiento de la bicicleta. Guatarato corrió a zancada de siete metros y gritaba ¿Dónde están esos ladrones? Varios pasos atrás Yolis agradecía a Pepito por recuperar su bolso. Todavía las manchas negras refulgían en su rostro.
Los juegos de los torneos inter cursos siempre se extendía hasta las siete de la noche, Héctor había jugado muy bien, pero hacia el final del juego cayó mal luego de un salto bajo el tablero y debió salir a descansar, Romualdo levantó la voz en medio de lo compañeros que aupábamos al equipo, hacía falta una pomada analgésica para trata la torcedura. De pronto en medio de la desesperación YeseMiriam se abrió paso, le dijo a Héctor que extendiera la pierna en el banco y aplicó con firmeza el ungüento. En medio de los quejidos, ella ajustó con intensidad un rollo de venda que sacó del bolsillo de su pantalón. Él le agradeció con la cara impregnada se sudor y le dijo al profesor Miguel que estaba listo para regresar a jugar.
Lilia había tomado por equivocación el cuaderno de apuntes de laboratorio de Amanda y ya se alejaba más allá de la cuadra de la bodega de la Señora Santos. El rostro de Amanda mostraba bermejos de preocupación, porque la práctica de Química estaba por comenzar, entonces Luis Salvador salió al portón del liceo y gritó con un vozarrón más fuerte que Caruso y Sadel juntos: “Lilia regresa, que te llevaste el cuaderno equivocado”. Había una especie de química imperceptible, una comunicación invisible, como cuando empezábamos a lanzarnos el balón de voleibol antes de la clase de Educación Física, María podía resultar impredecible para casi sorprender con movimientos inesperados que solo reflejos superlativos podían evitar el impacto de la pelota de, así como sorprendía con lanzamientos riesgosos, también de la nada sacaba la mano para desviar el balón a última hora, Mercedes aún con los ojos más grandes que un dos de oro apenas si articulaba un silencioso: “Gracias!”
A veces, en medio del receso largo de las nueve de la mañana, nos íbamos a jugar truco los varones por detrás de la cancha de baloncesto. Perdíamos la noción del tiempo y en medio de la tensión de una “reservada” o el candelero de un “valenueve” escuchábamos la voz cantarina de Dodannis que entre risueña y amenazante anunciaba que mejor recogíamos esas barajas porque el profesor Tito estaba por empezar la clase de inglés. Cuando pretendíamos continuar como si nada, Iris ponía su mirada más brillante para soltar que el profesor estaba colocando hojas de exámenes multigrafiados en cada pupitre. Entonces si corríamos y no sabíamos si agradecer u odiarlas.
Mientras revisaba los neumáticos de su bicicleta de cuadro gris y horquillas anaranjadas, Leotardo casi dejaba de respirar cuando Silvia y Zaira se acercaron. Querían que les explicara unos problemas de mallas, de Física Eléctrica. Él estuvo apunto de arrancar diciendo que tenía cosas urgentes que hacer. Sin embargo al mirar de reojo los semblantes de miedo y desesperación de las muchachas, Leotardo regresó y les propuso que les iba a explicar pero ahí, en medio de las penumbras de las seis y media de la tarde, sobre los bancos aún calientes del patio del liceo.
Caminar siete cuadras en la calle Las Flores a toda máquina bajo el vaporón de las dos de la tarde, te hacía resoplar y añorar el momento en que entrases al menos al espacio bajo techo del aula. Una de esas tardes Carolina estaba sentada bajo la alambrada del liceo al final de la calle Las Flores. Me hizo señas y dudé en acercarme, la clase estaba por comenzar. Nunca antes te habías sentido tan calmado, y en control de cualquier miedo adyacente, la voz de carolina de pronto había coloreado todas las zonas desgastadas de tu lienzo y esa fue una de las mejores tardes que recuerdes. Aún mejor que cuando fuiste con Lourdes y José Ángel a pedir una revisión de examen con el profesor de Biología, teníamos miedo porque su fama era que si reconocía algún error de corrección, recurría a otros “errores” que el había dejado pasar y terminabas con menos puntos. Por eso ni siquiera suspiramos cuando nos pidió que le ayudásemos con la limpieza y el orden del laboratorio, más allá de eso también revisamos las conexiones de los mecheros y revisamos la condición de los bancos. Al final reconoció que nos debía tres cuartos de punto a cada uno, nuestra sonrisa prolongada obedecía a que no hubo represalia.
Alfonso L. Tusa C. Abril 27, 2025 ©.
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