Se busca plasmar la conexión entre el béisbol y la vida, como cada regla del juego resulta una escuela de reflexión hasta para los seguidores más remotos cuando los sucesos del mundo indican que ciertas veces las normas de justicia son violadas; el transcurso de las sentencias de bolas y strikes reflejan la pertinencia y compromiso de cada pelotero en respetar la presencia del árbitro.Cada jugador deja lo mejor de sí sobre el campo de juego a pesar de lo complicado que pueda ser su vida.
jueves, 17 de octubre de 2024
Willie Mays al cierre del décimo sexto inning.
Podía deleitarse con las historias de ese estadio donde aquella noche Juan Marichal por los Gigantes de San Francisco y Warren Spahn por los Bravos de Milwaukee saldrían a soltar sus mejores serpentinas, Willie Mays disfrutaba los cuentos del pájaro “candlestick” que abundó en una época en los parajes y árboles del parque nacional que adoptó su denominativo y acogió las instalaciones del nuevo estadio que se construyó para los Gigantes quienes habían jugado sus tres primeras temporadas en el Seals Stadium de San Francisco, pero nunca perdía la oportunidad para detallar las incomodidades del frío arrastrado hacia los confines de ese escenario por los constantes vientos que soplaban desde la bahía. “Jugar en Candlestick Park me costó al menos 10 o 12 jonrones al año, lo cual me quitó la oportunidad de batir la marca de Babe Ruth”. Sin embargo Mays asumía su realidad y cada vez que jugaba allí saltaba y volaba con tanta gracia y alegría como uno de esos “candlestick” antes de extinguirse.
Marichal y Spahn se enzarzaron en la más encarnizada, prolongada y profunda disputa de innings en blanco que se recuerde en los últimos sesenta y dos años. Si el dandy dominicano retiraba en orden a Henry Aaron, Norman Larker y Eddie Matthews; Spahn respondía anestesiando a Mays, Willie McCovey y Orlando Cepeda. El zurdo de los Bravos parecía en la plenitud de sus condiciones y en ese momento rondaba el ocaso de su carrera monticular, esa noche del 2 de julio de 1963 en Candlestick Park, Spahn acribillaba al más puro estilo del frente de guerra de su pelotón de la segunda guerra mundial y cada out magistral que realizaba parecía una recreación de sus momentos más épicos y resilientes ante la metralla que pasaba a sus costados en medio de la trinchera. Mays había intentado ajustarse a las serpentinas enrevesadas y le había costado encontrar la sincronía exacta para soltar una conexión profunda que burlara el alcance de los siete hombres dispersos tras Spahn.
En la acera de enfrente Marichal se fajaba con la misma intensidad de sus días en el equipo de la aviación dominicana cuando llevó a su equipo a resonantes victorias con el portento de su brazo derecho. Desde las caminatas alrededor de la caja de lanzar, el derecho quisqueyano observa la posición de su jardinero central, de pronto lo mira en las proximidades de la grama limítrofe con la arcilla posterior a la segunda base y hace como una señal con el guante para que Mays regrese un poco, luego recapacita y recuerda los embalajes vertiginosos que ha visto ejecutar a Mays desde ese lugar hasta la propia zona de seguridad del parque de los pájaros en peligro de extinción, si esos que llaman “candlestick” y dicen algunos que creen haberlos visto en lo que otros aseguran que no son más que visiones fantasmales como las que hace Mays tras los batazos más dantescos hasta alcanzarlos en medio de la volatilidad, de la efervescencia disparada de sus pies multiplicándose hasta levantar vuelo sobre la grama recortada.
A medida que el juego atraviesa los innings y la tensión carboniza la escala del termómetro con respiraciones asfixiadas y voces enronquecidas que recargan de pólvora la voluntad incansable de cada novena, Mays imagina, anticipa los batazos más bestiales hacia las coordenadas del jardín central y se carga hacia la derecha o corre hacia atrás sin dejar de ver los movimientos de Marichal sobre el montículo, en busca de la mínima seña que indique en cual dirección y con cual intensidad podría salir una conexión atrasada o adelantada, rítmica o descolocada por haberse fraguado en la punta del bate o en el inicio del mango. Entonces se queda a medio camino, erguido de lado, listo para arrancar hacia adelante o atrás, solo espera la clave del impacto del madero sobre el cuero de caballo ajustado por las 108 costuras bermejas, en medio de del silencio fugaz justo antes de que Marichal suelte la pelota, que parece suspenderse, flotar, oscilar mientras Mays voltea por instantes hacia el jardín a sus espaldas.
La electricidad en su anticipación hace que Mays salga disparado hacia detrás de la primera base cuando sale un roletazo al fondo del abanico, ha visto al cátcher correr a efectuar la asistencia pero Mays quiere estar ahí en caso de que al hombre de la armadura medieval se le escapara la pelota. A veces se presentan jugadas inesperadas cuando Mays se aproxima raudo a la segunda almohadilla cuando está montada la jugada de sorprender al corredor pero como el pitcher pareciera lanzar al plato tanto el camarero como el campo corto permanecen en sus posiciones y cuando el pitcher se voltea y suelta la pelota todo parece indicar que el corredor seguirá rumbo a tercera base, entonces entra Willie Mays y toma la pelota que deja petrificado al corredor con un reguero de pólvora que arranca aplausos y gritos ahogados en medio de la atmósfera de manos crispadas y frentes sudorosas de los innings postreros de un juego tan empatado que las costuras de la rivalidad son imperceptibles.
El juego traspasa el noveno inning y Spahn pareciera apretar más el brazo con cada inning, el manager Alvin Dark sale al montículo en pleno extrainning cuando Marichal concede algún boleto o aparece algún imparable resonante. El dominicano se retira del montículo y mientras frota la bolsa de la pez rubia mira fijo a los ojos, sin pestañear. Permanece cruzado de brazos a un costado del montículo y masculla varias palabras en castellano que luego traduce de inmediato al inglés. “Para sacarme de este juego van a tener que traer mil grúas, este juego es mío, nadie me lo va a quitar, y menos mientras esté lanzando ese viejo, si Spahn puede seguir lanzando yo también, si el puede seguir pitcheando un blanqueo, yo con más razón”. Dark ladeó la cabeza y dio dos palmadas en el hombro derecho de Marichal, hubo de reconocer que los niveles de competitividad en las palabras, en la actitud, en la manera como apretaba la pelota, eran los mejores que podía tener un pitcher en un juego como ese.
En el inning décimo quinto o al terminar la parte alta del décimo sexto Willie Mays alcanzó a Marichal en su caminata hacia el montículo y le comentó casi en susurros que él iba a decidir ese juego, que iba a inclinar la balanza hacia el quisqueyano. Marichal lo miró entre sonreído y solícito mientras se tocaba la visera de la gorra. Cuando Mays salió a tomar turno en el cierre de ese episodio 16, las tribunas estaban a más del setenta y cinco por ciento, algunas personas se había marchado porque hacia rato el reloj había pasado de la medianoche. Entonces Willie Mays esperó su envío y con aquel swing magistral estrelló impacto que todavía resuena en todo el parque nacional Candlestick mezclado con los graznidos de los pájaros que dieron nombre también al estadio. La pelota salió impulsada en parábola infinita hasta que se degradó en la oscuridad de aquella noche inolvidable para Juan Marichal, fantástica para los periodistas, maravillosa para la fanaticada, especial para Willie Mays.
Alfonso L. Tusa C. 29 junio 2024. ©
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