viernes, 18 de octubre de 2024

¿Qué es un Caracas – Magallanes?

Más allá del enfrentamiento más esperado de la liga venezolana del beisbol profesional venezolano hay una historia de conexiones familiares, allende las chanzas y las bromas pesadas existe una bitácora de episodios de consecuencia entre amigos. Existe una atmósfera de referencias entrañables, ligadas a otras épocas que sigue vigente en la actualidad, un vaho de sobresalto, una electricidad espontanea única que ha hecho que muchas personas que saben de otras rivalidades en otros deportes concluyan que lo de Caracas versus Magallanes es una experiencia que trasciende el deporte hasta internarse en los confines de la idiosincrasia, en las profundidades de la consciencia en simultaneo con la fluidez de los sueños. Se trata de una experiencia que puede ir desde la intimidad de la relación padre-hijo, hasta la intensidad de los nexos fraternales, pasando por episodios hilarantes de cómo puede cambiar la actitud del dueño de una heladería o el propietario de un bar si su equipo pierde el juego. Hay quien puede remontarse en investigaciones hemerográficas para puntualizar el momento cuando se intuye que empezó la rivalidad. Otros van un poco más cerca, por ejemplo a la temporada 1968-69. Y remarcan un fin de semana de diciembre cuando Clarence Gaston en menos de 24 horas no solo cazó leones sino que también pescó tiburones. Bromas de hermanos mayores que inciden en la incipiencia de quien apenas conocía el juego y la atmósfera emocional de aquel jonrón de cierre de décimo tercer inning para dejar en el terreno a los eternos rivales caraquistas, hace inclinar las simpatías del niño de siete años hacia las velas y el astrolabio ante una jornada heroica que Gaston extendió hasta el juego diurno del domingo siguiente cuando también sentenció a Tiburones de La Guaira. Remolino pasional cargado de vértigo. Hay imágenes que ahora son solo referencias históricas, páginas de museo, reliquias prehistóricas, pero siguen definiendo la esencia de una rivalidad.
Siempre que había un Caracas-Magallanes fuese lunes o sábado, se escuchaba el tumulto de voces en esquinas opuestas, de un lado los caraquistas subían el volumen de Delio Amado León, en el otro frente los magallaneros se frotaban las manos cuando anunciaban que Ramón Monzant había ponchado a los tres bateadores del inning. La atmósfera de bromas subidas de tono matizaba las jugadas fenomenales y los batazos laberínticos. Cuando había duelo de lanzadores muchos seguían gritando que en el cierre del noveno los dejamos en el terreno. Si algún pitcher lanzaba sin permitir anotaciones, las alusiones a las arepas eran tan gráficas que casi siempre terminaban materializándose. Los amigos de toda la vida, los compañeros de escuela, los cófrades de travesuras, amanecían en casa de la señora de las arepas piladas y compraban nueve arepas si el blanqueo había sido en un juego normal y 10, 12 o catorce si la victoria del Caracas o el Magallanes había ocurrido en entradas adicionales. Entonces tocaban la puerta de la casa y lanzaban la bolsa de arepas por la ventana de la sala. Algunos sonreían ladeando el rostro, otros mascullaban gruñidos mientras la esposa les masajeaba el cuello y los hombros. Desde el fervor más profundo que separaba a la mayoría de los caraquistas hacia la tribuna de la tercera base y a los magallaneros en los bancos de primera base, hay silbatinas y palabras destempladas para las parejas románticas y de amigos con gorras de uno y otro equipo. Los aludidos tratan de pasar por alto la afrenta, la burla, y ocupan sus asientos hasta que en medio de la intensidad del juego alguien celebra los logros de su equipo y la mayoría del equipo contrario le abuchea con sorna. La sirena truena entre vítores de viento en popa, la corneta de Lezama atormenta en la selva aterida de cánticos de reticencia campeonil. Entonces en medio de la perplejidad de sus correligionarios salta un magallanero para defender a su amigo caraquista por momentos el silencio serpentea la multitud. Los ortodoxos reclaman con vehemencia, recargan la atmósfera de epítetos absurdos que flotan ante la inminencia de un extrainning saturado de competitividad.
Terminaba la función vespertina del cine y el sonido de los radios transistores lanzaba la voz de Delio Amado León hasta que se mezclaba con la emotividad de Felo Ramírez. Así trasponían el umbral de la heladería los seguidores de un juego que parecía interminable. Si había paridad en el marcador, si el forcejeo era de frecuencia imperceptible en la aguja del sismógrafo de emociones contenidas, el dueño de la heladería mantenía una sonrisa nerviosa que sorprendía a los clientes asiduos porque la mayor parte del juego su rostro reflejaba las líneas más tortuosas del poema más profundo de José Antonio Ramos Sucre. Entonces los escalofríos escalaban las voces de los narradores radiofónicos con figuras de blanco y negro punteados en papel de fotografía, con trazos temblorosos de Modigliani encajándose en un lienzo de cierre de inning décimo tercero, con un sonido seco en parábola hacia el jardín central. “Me hacen el favor y salen ya de la heladería”, el dueño apagó el radio cuando Delio Amado ilustraba con voz emocionada como aquel jonrón de Clarence Gaston dejaba en el terreno a sus eternos rivales. Muchos seguidores de otros equipos de LVBP se quejan de una supuesta preferencia que hay por los Caracas-Magallanes, que siempre los medios les dan más cobertura a aquellos. En todo caso ese pequeño margen de atención se lo han ganado a pulso, a competitividad pura, con zapatero caraquista, ventaja magallanera en finales, paridad en juegos sin hits ni carreras aunque los caraquistas dicen que la ventaja es de ellos porque el no hitter de Mel Nelson fue con Orientales, luego sigue el forcejeo de la serie particular histórica y las series por temporada. La atmósfera que se respira en un estadio donde jueguen Caracas y Magallanes es única, asfixiante, eufórica desde la compra de los boletos hasta el clímax de un noveno inning con la pizarra igualada y la carrera del triunfo en tercera base con dos outs. No se ve hacia otro lado que no sea el montículo y si hay ganas de orinar se le ordena al cerebro contención indefinida. La abstracción sigue varias horas luego del último out, es como si se bajara de una gran nave espacial.
Tal vez uno de los episodios más hilarantes y absurdos de la rivalidad se remonta a un bar administrado por un magallanero tan obstinado que hasta sus mismos correligionarios le gastaban bromas. Mediados de los 1970s era una época donde prevalecían muchos elementos que hicieron florecer y agudizar los chispazos de la rivalidad. Este dueño del bar era un tipo muy disciplinado con los asuntos comerciales, pero su pasión por el beisbol podía hacerlo cometer errores. En medio de aquella temporada donde los Navegantes contaban con Dave Parker, Don Baylor, Dámaso Blanco, Gustavo Gil, Wayne Garland y Larry Demery entre otros y los Leones afrontaban la transición de Tovar y Davalillo hacia Marcano Trillo, Antonio Armas y Baudilio Díaz. Cada juego de los eternos rivales parecía más encarnizado que el anterior. Para los innings finales los Leones zurraban al Magallanes por ventaja de más de siete carreras, entonces el dueño del bar se paró frente a un patio de más de doscientas mesas, llenas todas de clientes y les dijo que se retirasen que él iba a cerrar el bar. Cuando sus amigos magallaneros le preguntaron si sabía lo que estaba haciendo, este respondió: “Si, si Magallanes no gana, no me interesa ningún tipo de ganancia”. La rivalidad puede emerger en cualquier día de abril, cuando pareciera más lejana y apagada. En cierta ocasión un simpatizante de Delio Amado León lo encontró en un centro comercial y luego de intercambiar saludos le preguntó esto: “¿Por qué a veces usted le da cierta entonación a unas jugadas y a otras aparentemente iguales no les da tanta emoción? El interlocutor resultó ser magallanero y reconoció ante Delio Amado que prefería su narración de los Caracas-Magallanes. El tipo refirió que sus amigos caraquistas se quejaban de que él narraba los jonrones de Davalillo, Tovar o Tartabull con cierta frialdad: “…batazo largo de Davalillo la bola se va, se va jonrón”. Y que luego cuando Clarence Gaston la sacaba por Magallanes, Delio Amado casi cantaba: “Allá va un batazo inmenso de Gaston, la bola se va, se va, se va, se va…jooooooooooooooooonrooooooooooon de Clarence Gaston. Que manera de terminar un juego de pelota”.
Delio Amado sonreía y reconocía que había algo de verdad en el reclamo de los caraquistas, pero que debían recordar que aunque él trabajaba en el circuito del Caracas sentía un compromiso de ética profesional al recordar que había seguidores de otros equipos que escuchaban su narración. Y sí, muchas veces subía de tono la descripción de los jonrones magallaneros con toda intención para azuzar la vehemencia de los caraquistas. “Es mi manera de engancharlos para seguir sintonizados hasta el próximo jonrón de Joe Ferguson o Tom Grieve. Y allí vuelvo a ponerle toda la intensidad a la narración”. Delio Amado León casi ahoga la carcajada cuando el interlocutor le refiere como los caraquistas rechistan . “Ese condenado Delio Amado ahora si narró el jonrón como tiene que hacerlo pero vamos a ver como va a describir el próximo, apuesto a que lo hace con un chorrito de voz”. “Esa es la idea, enganchar a los radioescuchas para que tengas motivos de escuchar nuestras transmisiones”. Algunas personas valoran mucho la rivalidad porque está conectada con momentos especiales de la atmósfera familiar. Un señor de cierta edad contaba que en cierta ocasión su padre lo llamó para que lo ayudara a cambiar un neumático pinchado en medio de un juego muy cerrado entre Caracas-Magallanes. Fue casi a regañadientes, más cuando en el sitio donde se había accidentado el carro no había buena recepción de la transmisión radiofónica, estuvo a punto de reclamarle a su padre y casi se regresa a la casa. Cada vez que alguien le pide un favor difícil cuando él está en un momento agradable de su vida recuerda aquel llamado de su padre, y como se sintió al regresar a casa dos horas después (hubo que llevar a reparar el neumático para que su padre no se quedase sin repuesto) cuando el juego había terminado y ni siquiera pudo escuchar los comentarios finales. De regreso escuchó varios comentarios difusos acerca de las incidencias del juego, intuyó que habían ganado los Leones, porque varias de las personas que encontró, hablaban de un gran juego, que tuvieron que fajarse con todo. Como nunca decidió esperar con su padre a que transmitieran El Observador, cuando por lo general a las diez de la noche ya iba por el quinto sueño. Casi se encimó sobre la pantalla cuando el comentarista deportivo abundó los detalles de un juego donde Armando Ortíz hizo tres asistencias en el plato y además bateó doble y jonrón para conducir al Magallanes a una victoria 2-1 sobre el Caracas y de pasó arrebatarle el invicto a Diego Seguí que tenía marca de 8-0. La respiración de su padre le sorprendió a un costado.
Alfonso L. Tusa C. 12 de junio de 2024. ©

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Preguntas y respuestas con Jane Leavy, Parte II.

David Laurila. Baseball Prospectus. 23-11-2010. David Laurila: Los Yanquis firmaron a Mantle en 1949. ¿Cómo fue descubierto? Jane L...