Se busca plasmar la conexión entre el béisbol y la vida, como cada regla del juego resulta una escuela de reflexión hasta para los seguidores más remotos cuando los sucesos del mundo indican que ciertas veces las normas de justicia son violadas; el transcurso de las sentencias de bolas y strikes reflejan la pertinencia y compromiso de cada pelotero en respetar la presencia del árbitro.Cada jugador deja lo mejor de sí sobre el campo de juego a pesar de lo complicado que pueda ser su vida.
sábado, 19 de julio de 2025
Amargo y dulce. Escarlata y bermejo. Futbol y beisbol.
En las cuadras cercanas al estadio de Milano, si ese que a veces se denomina Giussepe Meazza y otras veces San Siro, en aquel verano (finales de julio, inicios de agosto) de 1968, varias veces le reclamaste a tu padre que te comprase una botellita de aquel rojo bermejo (Bitter Anardini, aperitivo de sabor amargo) que te recordaba al escarlata burbujeante de la Kolita Sifón. De inmediato te ibas a la calle de Cumaná que pasa junto al Parque Ayacucho, siempre le pedías a tu papá que detuviera el carro una cuadra más allá, para ver el proceso de lavado, y embotellado de aquellas botellas pequeñas de etiqueta rojo brillante. Tu papá te decía a la carrera que no había tiempo para comprar una de aquellas botellitas bermejas, que no iban a conseguir entradas para el juego Milan versus Inter, que si no quería ver a Sandro Mazzola enfrentar a Gianni Rivera. Ahora, dos meses después, le dices a tu papá que no vas a salir a pasear por la vía del pueblo de Arenas y llegar hasta el puente de Rio Arenas a comprar posicles (anglicismo del término estadounidense PopCycle para los helados de agua con sabor a frutas u otras opciones artificiales) de Kolita Sifón con leche. Ante la sorpresa de tu padre explicaste que ibas a escuchar el juego Caracas – Magallanes en el radio del comedor.
Lo que no le contaste a tu padre fue que tus hermanos te habían enviado a comprar tres botellas de Kolita Sifón en la bodega de María La Catira, justo en la parte de la calle Mohedano donde el término Palotal suena más estridente. Habían vaciado las tres botellas en una jarra grande de aluminio que escondieron al fondo del congelador. Esa era su champaña para celebrar el triunfo del Magallanes. Me atreví a preguntar que iban a hacer con esa kolita si el equipo perdía. Su mirada fue tan brillante que tuve que huir a zancadas de galope. Ese era el sabor que rememorabas, esa era la impresión óptica que relumbraba en tus retinas cuando en el verano de 1968 le decías a tu papá que deseabas tomar de esas botellas pequeñas color bermejo, casi ladrillo oscuro, que vendían en casi todas las fuentes de soda de Roma, Génova, Torino o Milano. Él se las ingeniaba y dejaba pasar el tiempo, hablaba de las monedas de la Fontana di Trevi, de lo despejado del cielo, de las barquillas de pistacho al panna.
Varias veces Felipe hubo de quitar la tapa posterior de cartón piedra del radio del comedor para ajustar un bulbo que estaba fallando y generaba interferencias eléctricas. La voz de Delio Amado León transmitía mucho suspenso y tensión a medida que avanzaban los innings. Aquel atardecer del sábado 7 de diciembre de 1968 todo iba muy bien. Durante los primeros siete innings Magallanes ganaba 2-0 a Leones del Caracas. Cada dos innings ibas a la nevera a ver como cristalizaba el litro de Kolita Sifón que habíamos guardado en el fondo del refrigerador. Siempre te preguntabas que ingrediente secreto podía tener la fórmula de esa Kolita Sifón para ser más sabrosa que la Frescolita, la Cola Dumbo y todas las otras que había en el mercado. ¿Se trataba de un compuesto químico? ¿Alguna especia tipo nuez moscada, clavos, canela o vainilla? ¿Algún procedimiento físico-químico involucrado en el proceso de producción? Hubieras querido consultar con Sherlock Holmes sobre como investigar eso.
Tu padre mostraba la más brillante de sus miradas cada vez que insistías en comprar aquel elixir bermejo que tal vez te parecía o rememoraba la Kolita Sifón por el tamaño pequeño de la botella. Sin importar que estuvieran en los pasillos de aquel inmenso estadio de futbol, a pocos momentos del clásico de la Madonnina entre Milan e Inter, tu padre apretaba el paso y tu mano izquierda con su disgusto creciente. De pronto te veías en aquella calle frente al parque Ayacucho, viendo las botellas transparentes, con etiquetas coloradas avanzar distanciadas unos cincuenta centímetros en la banda transportadora, atrás quedaba el tratamiento con soda cáustica, el enjuague con agua hirviente, el lavado con detergente de una espuma azulosa, los pistoletazos de agua difuminada en aerosol hasta desplegar los pedazos más brillantes y prístinos de la superficie vítrea. Siempre terminabas trepando hasta mitad de la media baranda con todo el cuello estirado para ver cuando empezaba la dosificación de la fórmula de aquel elixir burbujeante, cargado de una efervescencia en la que sospechabas todas las esencias que excitaban las papilas hasta imaginar que cada trago duraba una eternidad.
Estuviste a punto de preguntarle a Jesús Mario que iban a hacer con la jarra de Kolita Sifón si Magallanes no ganaba aquel juego. Nada más ver como Felipe mutó su sonrisa por unas mandíbulas de ángulos rectos cuando Victor Davalillo y César Tovar iniciaron la apertura del octavo inning con sencillos seguidos ante Bo Belinsky, y Jesús Marió empuñó ambas manos cuando Musulungo Herrera conectó imparable impulsor ante el relevista Salvatore Campisi para empatar el juego, se te desintegró la pregunta en el cráneo. Desde que regresaste a Cumaná hace algunos ocho meses has respirado muy profundo y hasta sentido humedades en las mejillas al topar con las estructuras derrumbadas o tan inclinadas que parecen versiones mejoradas de la torre de Pisa en los alrededores del liceo Antonio José de Sucre, también casi a punto de ruina arqueológica hasta que empezaron ciertos trabajos de refacción al menos en la apariencia externa luego de años y décadas en el más mudo abandono, cercanías de la otrora fuente ornamental 19 de abril, alrededores de Plaza Miranda, el antíguo edificio de la Gobernación del Estado incendiado por la violencia ordenada por el totalitarismo, al igual que los restos del edificio de la Biblioteca de la Universidad de Oriente, incendiada por manos violentas, las mismas que destrozaron y desmantelaron muchos edificios de aulas y laboratorios de la citada universidad. Algunos de tus amigos bajan la mirada y tragan grueso cuando intentas hablar del tema. El silencio es ensordecedor.
Has intentado recordar el nombre de aquella bebida bermeja que hizo que tu padre mezclara un asomo de sonrisa con su expresión más comprensiva cuando estrujaste los labios y casi escupes lo que sentías como mil pinchazos abrasivos en las papilas. Hasta ahora ni tu memoria ha recobrado siquiera un nombre ficticio, y temes que al iniciar una investigación en internet te decidas por el nombre equivocado. En medio de la efervescencia y la alegría de tu padre luego de comprar los boletos luego de una buena seguidilla de empujones, manotazos y expresiones poco agradables, tu papá accedió a comprar la botellita de elixir bermejo. Leones del Caracas estuvo a punto de irse adelante en la apertura del inning décimo tercero. Chico Ruiz empezó el inning con sencillo y Gonzalo Márquez negoció boleto ante Roberto Muñoz quien había relevado a Bill Butler, este a su vez había rescatado a Campisi cuando este solo pudo hacer un out en la apertura de aquel octavo inning de zapatazos y manotazos de tus hermanos.
Otra de las visiones tétricas de esta Cumaná de 2025, fantasma desgarrado con muchos vendajes de momia egipcia, es el revoltijo de bahareque, caña brava, tejas y madera en esa zona frontal al Parque Ayacucho donde hace mucho tiempo ya existiera la planta embotelladora de Kolita Sifón. El panorama de escombros abotonados en cerros y montículos retuerce muchas de tus fibras de niño en correrías de fuga que llegaba desde casa de sus abuelos para seguir buscando el momento cuando las máquinas agregaban el ingrediente secreto que aportaba aquel sabor incomparable del elixir escarlata propiedad de los Hermanos Berrizbeitia. Miraste aquella botella, aunque el matiz del rojo no era parecido al escarlata de la Kolita Sifón, la forma de la botella si tenía mucho del estilo y los contornos del envase de esta. Sentiste el ardor del frío en la palma de tus manos y tan pronto inclinaste la botellita en tus labios todas tus papilas hirvieron a punto de sublimación, nada que ver, completamente distinto ese elixir a la Kolita Sifón.
Mientras Delio Amado León ilustraba con modulaciones sincopadas la gravedad de la situación que enfrentaba Roberto Muñoz en aquella apertura del inning décimo tercero, te fuiste hasta el refrigerador y te preguntaste que podría pasar con aquella jarra de Kolita Sifón si aquella amenaza caraquista cristalizaba. Todo siguió tomando las gradaciones más anestesiantes del peligro inminente, Teodoro Obregón luego de hacer el ademán de toque, hizo la bicicleta y largó un lineazo imparable que llenó las bases. Seguías con la mirada clavada en los escombros de la antigua embotelladora, y a la vez estirabas tu cuello de diez años encaramado en la baranda de la puerta lateral para apreciar el momento cuando la maquinaria agregaba lo que pensabas era ese ingrediente que aportaba el sabor especial de la Kolita Sifón. Esa es la imagen que te invade cuando pasas en la camioneta y ves ese revoltijo de escombros frente al Parque Ayacucho, insistes en seguir viendo la cinta transportadora y cada botella sellada con su chapa.
En medio del vértigo de aquel juego donde Sandro Mazzola jugó tan bien o mejor que su padre Valentino y Gianni Rivera atravesó y burló medio sistema defensivo del Inter, tu papá varias veces largaba la carcajada y te preguntaba si querías otra botellita de elixir bermejo, preferiste regresar hasta aquel Caracas-Magallanes donde Roberto Muñoz terminó por sacar un cero de leyenda en la apertura del décimo tercer inning que empezó cuando sacaron out a Gonzalo Márquez en segunda base luego del imparable de Obregón, entonces Muñoz ponchó al pitcher Bob Lee y dominó a Alberto Cambero. Entonces vino Clarence Gaston para dejar al eterno rival en el terreno con un vuelacercas que se fue a incrustar en la mitad de las gradas del jardín central. La alegría de Felipe y Jesús Mario era tan inmensa que hasta pasaron por alto la desaparición de dos dedos de Kolita Sifón en la jarra. Solo dijeron, “hasta el ratoncito de dos patas vino a celebrar por adelantado el jonrón de Gaston”.
Aunque recuerdas perfectamente la potencia amarga de aquel elixir bermejo italiano y la expresión severa y sonriente de tu papá cuando escupiste el líquido y casi lanzas al piso la botellita, esa amargura siempre sale derrotada ante ese otro elixir escarlata de la etiqueta roja de los Hermanos Berrizbeitita, ese que a veces sueñas que en tu casa hay un closet secreto donde está guardada una gavera que siempre ves de regreso del baño luego de orinar a las tres de la madrugada, y solo vuelves a verla cuando vuelves a pasar en la camioneta frente al Parque Ayacucho y sientes toda la amargura de los escombros de bahareque y caña brava, solo la imagen de esa gavera trae de vuelta aquel ingrediente secreto que te hacia parecer espantapájaros en la baranda de la embotelladora.
Alfonso L. Tusa C. Abril 18 2025. ©
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