jueves, 10 de julio de 2025

Paso Peatonal.

El hombre tomó al niño de la mano y avanzó detrás del carro. Roberto miró al conductor con ojos punzantes, “¿No se da cuenta de que este es un paso peatonal?” El tipo gordo y barbudo, se templó el nudo de la corbata en el cuello blanco de la camisa y largó una tonelada de palabras sucias. Miguelín apretó la mano de Roberto y trató de llevárselo lejos. “Vamos papá, se hace tarde para la escuela. ¡No vas a arreglar nada discutiendo con ese tipo!” Aquel era el tercer día seguido en que Roberto había encontrado un carro estacionado o moviéndose a alta velocidad sobre un paso peatonal. Él sabía que no tenía sentido denunciar la violación en ninguna oficina de tránsito, a ellos no les importaban las violaciones de las leyes. Estaba muy molesto y no sabía que hacer. La única manera como pudo relajarse por un momento fue silbando una canción típica venezolana. El día siguiente cuando un carro casi golpea su pierna derecha al cruzar en el paso peatonal, Roberto respiró profundo. Miguelín templó la mano de Roberto para seguir avanzando. En vez de discutir con el chofer, Roberto empezó a silbar de nuevo la canción. Pero no podía recordar el nombre de esta. Sabía que la había escuchado alguna vez mientras manejaba se carro a las cinco de la mañana en ruta a su trabajo, Se trataba de un programa radiofónico moderado por Luis Julio Toro, el flautista de Ensemble Gurrufío, un grupo de música venezolana. Esa mañana Toro había colocado la canción, pero Roberto no podía recordar el nombre de esta. Mientras Roberto se despedía de Miguelín a la entrada de la escuela, algo empezaba a gestarse en el fondo de su cráneo. Cuando él era niño, sus padres solían viajar desde Cumanacoa hasta Cumaná (Sucre. Venezuela) para visitar a sus abuelos maternos. Lo primero que Roberto oía cuando entraba a la casa era la música de los Antaños del Stadium, otro grupo musical venezolano. Antes de ir a la playa el padre de Roberto y sus cuñados jugaban una partida de dominó, los perdedores debían comprar la comida y cocinarla. Uno de los tíos de Roberto siempre se levantaba de la mesa cuando aquella canción estaba a punto de sonar, y subía el volumen del tocadiscos.
Habían reproducido tanto la segunda canción del lado B, que el disco sonaba con un trasfondo de chisporroteo de agua en aceite caliente. Ante el ambiente de solemnidad de aquellas partidas de dominó, Roberto se mantenía alejado de la mesa. Él esperaba a que su abuelo terminase de cargar su camión con los enseres que necesitarían aquel día de playa. Cuando el abuelo halaba la mecedora y se sentaba bajo las matas de cambur del pasillo posterior a la sala donde jugaban dominó, Roberto se agachaba a su lado. “¿Por qué pone tanto esa canción, abuelo? ¿Es que no se cansa de ella? El abuelo metió sus manos en los bolsillos de su guayabera añil y se recostó hasta que la mecedora se inclinó totalmente hacia atrás. “Él dice que estuvo en el Stadium Cerveza Caracas del barrio San Agustín en Caracas y vio a Carrasquelito jugar ahí con el equipo Cervecería Caracas, después de su primera temporada con los Medias Blancas de Chicago. Él habla con tal convicción y seriedad que llegas a creer que eso es verdad, que él estuvo allí y hasta habló con Carrasquelito como él dice”. A través del sonido delas piezas de dominó contra la mesa, Roberto se sentó en el brazo de la mecedora. “¿Entonces la verdad es que él nunca conoció a Carrasquelito? El abuelo abrió totalmente sus ojos y estiró la barbilla hacia la mesa mientras se pasaba el dedo índice por los labios. “¡Qué iba a conocer él a Carrasquelito para nada! Todo viene de sus conversaciones con el vecino que vive al frente. Ricardo le dijo que fue a ver un juego entre Cervecería y Magallanes en el estadio San Agustín. Es posible que haya exagerado lo que en verdad ocurrió, le metió un montón de historias en la cabeza a tu tío Fernando, y cada vez que él escucha esa canción, dice que estaba en el estadio cuando el Chico regresó después de su primera temporada con los Medias Blancas. Que le firmó una pelota y habló con él en el dugout después del juego”.
Roberto siguió dando un paso atrás para silbar aquella canción como recurso para relajarse y conseguir la actitud apropiada para confrontar a los tipos que todos los días ignoras el paso peatonal y sus normas. Miguelín estaba sorprendido al mirar como Roberto hablaba con los choferes de manera decente y calmada mientras ellos contestaban con ladridos. Todo cambió desde que él había viajado a casa de su madre hacía un mes. Le preguntó donde guardaba sus discos viejos. Se quedó como hora y media mirando los forros de cartón y finalmente ahí estaba la pintura del estadio Cerveza Caracas en San Agustín. Los colores estaban desgastados por el polvo y las telarañas. Entonces miró la contraportada e imaginó a Fernando llevando la aguja al segundo surco del lado B. Mi visual se tornó nublada en las manchas blancas de la contraportada, mientras leía el título de la segunda canción del lado B: San José. Entonces tomé el disco y leí dentro del paréntesis el nombre del compositor (Leonel Velazco). Cada mañana, desde tres cuadras antes de llegar al paso peatonal, Roberto desacelera sus pasos, masajea su barbilla hasta casi dislocarla, y cierra sus ojos por un instante. Miguelín hace algunas preguntas sobre un examen que va a presentar a primera hora en la escuela. Un ruido de cornetas y gritos truena en la distancia. Cuando llegan a la esquina una tranca de tránsito burbujea en la calle. Como el cruce está colapsado de carros, Roberto se detiene por un momento. El timbre escolar invade la atmósfera y Miguelín tiempla la mano de su padre. “¡Vamos papá. Voy a llegar tarde!” Entonces Roberto decide cruzar la calle a mitad de cuadra, en medio del mar de carros. Los choferes se quejan de que los peatones se atraviesan en su vía, Roberto está muy lejos escuchando los acordes de San José.
Alfonso L. Tusa C. Marzo 04, 2020. ©

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