Se busca plasmar la conexión entre el béisbol y la vida, como cada regla del juego resulta una escuela de reflexión hasta para los seguidores más remotos cuando los sucesos del mundo indican que ciertas veces las normas de justicia son violadas; el transcurso de las sentencias de bolas y strikes reflejan la pertinencia y compromiso de cada pelotero en respetar la presencia del árbitro.Cada jugador deja lo mejor de sí sobre el campo de juego a pesar de lo complicado que pueda ser su vida.
jueves, 10 de julio de 2025
Benito Malavé, un Pitcher de logros intermitentes.
Desde finales de 1978 había frecuentado el estadio municipal de Cumaná para presenciar los juegos del campeonato distrital juvenil. Me maravillaba con el potente brazo del jardinero derecho del equipo de la UDO un mozalbete llamado Héctor Rivas, me sorprendía con las atrapadas fantasmales de un center fielder de nombre Carlos Rodríguez, seguía al milímetro cada intervención del tercera base Chuo Gómez, pero el atractivo principal de esas visitas al estadio se concentraba en los días cuando estaba anunciado para abrir por el equipo de General Motors, un muchacho desgarbado, de cierta altura, el rostro con algunas marcas de acné y una expresión aguerrida. Benito Malavé convocaba más de tres mil asistentes por apertura, la tribuna central se llenaba como si fuese un campeonato nacional. Por lo general lanzaba más de siete innings, varias veces completaba los juegos y tenía potencia en la recta, siempre recetaba unos diez ponches y ganaba o perdía juegos muy cerrados, 1-0, 2-1, 3-2.
Resultaba interesante apreciar desde la tribuna como el manager, los coaches y el cátcher rodeaban a Malavé en el dugout cada vez que terminaba un inning, en principio la comunicación era cordial pero luego de dos minutos Malavé rompía el círculo y se iba a sentar al extremo del banco y daba la espalda a todo el que intentara acercarse, como diciendo que lo dejasen en paz. Cuando salían de nuevo al campo, si los contrarios iniciaban embasando el primer bateador, todos los compañeros del cuadro interior empezaban un código de silbatinas en clave de alguna salsa de El Gran Combo de Puerto Rico o de la Dimensión Latina. Malavé se retiraba unos pasos detrás del montículo y de inmediato borraba cualquier asomo de sonrisa y cuando notaba que Chuo Gómez o el segunda base amagaban para ir a conversar con él subía al montículo y empezaba a escarbar delante de la caja de lanzar, tras lo cual se inclinaba buscando las señas del cátcher y empezaba a levantar la pierna izquierda.
Luego de terminado el campeonato distrital hubo una especie de preselección para el campeonato nacional juvenil, ese año no hubo campeonato estadal, la preselección era mayoritariamente de jugadores de Cumaná y alrededores o pueblos cercanos. Solo al final agregaron algunos jugadores de Carúpano y Güiria. Ese equipo tuvo una preparación que se limitó a prácticas y juegos interescuadras además de algunos enfrentamientos contra equipos circunstanciales armados para ese momento. A pesar de todo, el equipo tenía mística y química, aunque muchas veces el manager debía intervenir para evitar porque las discusiones se volvían muy agrias entre Chuo Gómez y Rafael Tremaria, en su afán por quedarse con la titularidad de la tercera base, o cuando Malavé levantaba la voz para reclamarle a los coaches: “No sé si soy tan bueno como Armando Bastardo, o Rafael Velásquez, o Freddy Mata, solo les garantizo que si me dan la pelota en el juego bonito, voy a dejar el alma en el terreno”.
Había mucha expectativa con las posibilidades de aquel equipo del estado Sucre en el campeonato juvenil. Una mañana sabatina mientras se desarrollaba un juego de preparación, escuché una tertulia, el tono y la animación me hizo sospechar que no se trataba de cualquier conversación informal. Había un tipo con todas las características físicas de Pedro Padrón Panza, dueño de los Tiburones de La Guaira en la liga profesional; abdomen pronunciado, estatura elevado, cabello de copete hacia atrás. Me acerqué desde las gradas de tercera base. En efecto, justo en la entrada de la tribuna central, detrás del home plate, el directivo hablaba casi con la misma velocidad de los lugareños. Pronosticaba que la novena sucrense pintaba para grandes logros en el campeonato, lamentaba que no hubiese mayor apoyo para el beisbol amateur. Elogió las habilidades beisbolísticas de varios peloteros, y aunque no firmó a Benito Malavé, al menos llevó al profesional a Chúo Gómez y Héctor Rivas.
Durante el campeonato juvenil le equipo sucrense volvió a tropezar en el playoff final con la representación del estado Anzoategui como nueve años antes en el mismo escenario. Luego vino la oferta para firmar al profesional mediante el scout dominicano Epy Guerrero con quien firmó Benito Malavé y también su hermano Omar para jugar con Cardenales de Lara en la Liga Venezolana de Beisbol Profesional y con la organización Azulejos de Toronto en el beisbol organizado. Tanto cardenales como Azulejos tenían cifradas grandes esperanzas en el potencial que tenía Benito Malavé como lanzador. Debutó con Cardenales en la temporada 1980-81, solo lanzó 5.1 innings, sin decisión, y su efectividad fue de 3.31. Su desarrollo fue lento. En las próximas tres temporadas solo lanzó 42 innings, perdió cinco juegos, tenía tendencia al descontrol. Logró su primer triunfo en la temporada 1984-85, cuando tuvo marca de 2-2 con un juego salvado, pero su efectividad fue de 4.17, y aunque mejoró su control seguía concediendo muchos boletos. La temporada de 1986-87 podría considerarse la mejor de Malavé en su etapa como relevista largo y abridor ocasional, ese año tuvo marca de 4-4 y 2 salvados, en 79.1 innings con una reluciente efectividad de 1.79 y por primera vez su total de ponches superó al de boletos.
Cuando todo indicaba que la carrera de Malavé estaba en peligro debido a dos temporadas difíciles, apareció el cambio hacia los Navegantes del Magallanes durante la gerencia de Rubén Mijares en el equipo náutico. En la temporada 1989-90 tuvo marca de 3-1 y asumió el cargo de cerrador para alcanzar hasta 11 salvamentos en 32.1 innings, con efectividad de 3.34. La temporada siguiente no fue tan buena. Entonces llegó la que puede ser considerada su mejor campaña en LVBP, en 1991-92, lideró la liga en juegos lanzados y relevados con 35, y en salvados con 14; tuvo efectividad de 1.40 en 38.2 innings. Luego de esa temporada se volvió a apagar hasta su retiro,
Jugó cinco semifinales con Magallanes y tres con Cardenales. Y estuvo en una serie final con Lara y otra con Magallanes. Siempre guardamos la esperanza de que en algún momento Malavé tuviera una temporada de 10 triunfos con efectividad por debajo de 2.00, tenía el potencial para hacerlo, lo sabía desde sus días en el amateur.
Tal vez no alcanza los números para ingresar al salón de la fama de los Navegantes del Magallanes, aunque haya jugado durante cinco temporadas con ellos y al menos en tres de ellas tuvo balance positivo de juegos ganados y perdidos. Lo que si es imborrable en su trayectoria es que permanece entre los diez relevistas con más juegos salvados durante una temporada (14) y permanece como cuarto relevista con más juegos salvados de por vida con el equipo (30), detrás de Hassan Pena, Oscar Henriquez y Manuel Sarmiento.
Alfonso L. Tusa C © 10 de julio de 2020.
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