sábado, 30 de agosto de 2025

Sosa y lejía.

Cada vez que te preguntabas y te interrogaban ¿por qué química?, ¿porque escogiste esa carrera para estudiar? Te internabas en un laberinto reflexivo y vertiginoso. Mucho más allá de la curiosidad momentánea de observar un tubo de ensayos burbujear bajo la llama de un mechero de kerosene. De los trabalenguas semánticos de las palabras vulgares para denominar tal o cual sustancia. De estudiar algo relacionado con el petróleo ese recurso mineral punzante que puede disparar o enterrar la vida de un país de acuerdo a lo que haya en la mente de quienes dirijan. Tenías otras explicaciones que preferías dilucidar, discutir a solas, en las madrugadas, los atardeceres, cada vez que cometía errores garrafales. A ratos veías imágenes de médicos forenses revisando cuerpos magullados. Por momentos revisabas conexiones y como la química influye en la biología del cuerpo humano. A veces rememorabas aquel proyecto fabuloso de electroquímica pergeñado junto a un compañero de bachillerato. A veces veías pelotas de beisbol con el cuero arrugado y las costuras rojas desteñidas de tanto jugar bajo la lluvia. El hidróxido de sodio implicaba reacción exotérmica, corrosión, ojos desorbitados, alerta desmedida. Las virutas blancas empiezan a cargarse de humedad si te descuidabas. A veces, sobre la marcha, tenía que ir a buscar los guantes de nitrilo y la mascarilla de vapores inorgánicos. Sabías que aquella distracción se debía al juego de softbol que tenían luego del laboratorio de química inorgánica. Aún luego de varios puntos menos y las reprimendas más amargas del profesor, nunca tuviste una represalia, un alejamiento, un resquemor con el beisbol. Cada vez que alguien le decía lejía al hipoclorito de sodio el profesor reclamaba que prefería que utilizaran el nombre químico de la sustancia, estaban estudiando química. Alguien preguntó si un químico podía trabajar en un laboratorio de medicina forense. El profesor se alejaba del mesón, de los montajes de las reacciones. Sabías que no era tan sencillo conseguir trabajo como químico puro en medicatura forense.
Ese atardecer mientras te enfundabas en la franela del equipo de segundo año de Química Aplicada, notaste tres manchas, tres vesículas tan o más dolorosas que una quemadura por fuego. Tres virutas de sosa habían caído en la región anterior de tu pulgar izquierdo. Intentaste olvidar, ignorar el dolor en la piel, pusiste algún ungüento de alcanfor y caléndula, pero el dolor seguía ardiendo bajo la curita. En medio de la premura por empezar la práctica habías olvidaste los guantes. Cada vez que intentabas razonar con muchas de las personas que pretenden manipular sustancias tóxicas como el cloro o la sosa (NaOH) recordabas las laceraciones, las punzadas del cloro atacando la epidermis o la sosa cauterizando regiones más profundas de la piel. También veías imágenes oscuras de películas de terror donde el asesino quemaba con lejía la cara de las victimas o amenazaba con sumergirles las manos en solución burbujeante de sosa. Querías saber más de la reactividad de ambas sustancias. Te preguntabas e indagabas con los profesores sobre las particularidades de la lejía, como podía convertirse en una sustancia tan complicada, como evitar su peligrosidad. Así ibas también conectando con las incidencias forénsicas, las consecuencias de su uso perverso para agredir víctimas. En aquel juego cada disparo que hacían a primera base, apuñalaba tu pulgar izquierdo. Querías lanzar el mascotín y salir corriendo hacia un baño para meter la mano bajo el chorro de agua. Regresabas por instantes al laboratorio y mirabas el envase de hidróxido de sodio abierto, las virutas cargándose de humedad, una pelota amorfa blancuzca que ya no serviría como reactante en los experimentos. Al terminar el inning corriste al edificio de plantas piloto y por casualidad encontraste la puerta del laboratorio abierta, el envase de sosa seguía allí semi abierto. Escuchaste un carraspeo desde la oficina que conectaba con el otro laboratorio. El auxiliar te reclamó por haber dejado abierto el recipiente de la sosa.
Muchísimos años después, cuando estás hasta pensionado en una caricatura del país que una vez fue, donde desfalleces y hasta observas muy de cerca la calavera de la dama de la guadaña, descifras varias señales cruciales, esenciales, diversos códigos fundamentales entre la química y la medicina forense, entre los mecanismos de reacción y la explicación del inicio del deceso, entre la reflexión y el desespero. Corres de vuelta al campo de juego, tu equipo pierde por tres carreras y sin saber como, bateas un elevadito inesperado que precipita detrás de primera base y muy lejos de las zancadas del jardinero derecho. Corres y aceleras sin aflojar ni una milésima de segundo, cuando notas que el tiro del jardinero izquierdo sobra el estirón del primera base aprietas aún más tu carrera y aún con un incendio en tus pulmones consigues deslizarte a salvo en segunda base, ahora representas la carrera del empate con dos outs en el último inning. Como nunca te tragaste el disgusto de que pusieran a in emergente a correr por ti. El beisbol, como la química, la familia, la vida, es un trabajo de equipo. Varios artículos de la página de sucesos, muchos papeles de revistas científicas, ingentes páginas de libros de reacciones químicas y seguridad en el laboratorio, muchas películas de bomberos o con ciertos trazos de química, empezaron a delinear un lienzo que demarcaba con mucha más precisión y nitidez porqué jamás te arrepentirías de haber escogido química como la especialidad de tus estudios. Develar y comprender como la toxicidad de la lejía podía atacar la piel y órganos vitales hasta segar vidas o descubrir como la corrosividad de la sosa podía quemar toda la existencia de una familia te hizo redactar, armar una reseña, un ensayo, un cuento fabuloso de cómo la química puede desmontar o desnudar las emboscadas más arteras de la perversidad. Siempre en medio de las investigaciones más complicadas de asesinatos, crímenes o canalladas, hay un espacio donde la química es simplemente ineludible aunque la voz cantante la lleve un médico forense, una bioquímico o el manager de un equipo de beisbol.
Alfonso L. Tusa C. Junio 06, 2026. ©

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