viernes, 22 de agosto de 2025

Las huellas de un pionero.

Hace unos días (lunes 18 de agosto, 2025) los medios de comunicación reseñaron la Clase 2025 de inmortales del Salón de la Fama y Museo del Béisbol Venezolano conformada por Félix Hernández, Magglio Ordóñez, Alex Ramírez, Humberto Oropeza y José Ettedgui. Los tres primeros peloteros, los otros dos hombres de béisbol 25 horas al día. Hay muchas referencias de la calidad y profesionalismo como traumatólogo del Dr. José Ettedgui, todas positivas, reveladoras de profunda calidad humana. José Alberto Ettedgui nació en Caracas un dos de junio de 1924 y feneció un 19 de septiembre de 2003. Cuando se habla de hombres de béisbol muchos asocian con la imagen de distancia del presidente, director, gerente, siempre abstraido en las transacciones, contratos, acuerdos, con mucho tiempo para los fríos números y muy poco espacio para relaciones humanas. El caso con José Ettedgui implica escapadas a la tribuna central justo al inicio de la práctica general, llevaba una lista de los puntos débiles y fuertes de cada pelotero. En las noches miraba el juego desde el palco de la prensa y complementa su lista. Había garabatos, jeroglíficos con muchas notas laterales o a pie de página con detalles de cómo Dámaso Blanco bajaba imperceptiblemente desde las cercanías de tercera base hasta escasos tres metros del plato cuando nadie sospechaba que había detectado la sorpresa del toque. De cómo Gustavo Gil se acercaba al montículo para casi silbar o murmurar señales que había captado en los ademanes del corredor de primera base. De cómo Jesús Aristimuño arrancaba con zancadas largas justo en el momento que el bateador conectaba un roletazo dormido y reventaba al corredor justo en el salto. De cómo Hiraldo Chico Ruíz avanzaba cual locomotora descarriada para tomar el toque de pelota casi del lado de la raya de tercera base y soltaba un cañonazo para completar el out en el guante de Gustavo Gil. Todo eso lo anotaba Ettedgui mientras otros compañeros de la oficina le comentaban sobre asuntos financieros o logísticos, a un costado de las notas de sus conversaciones fugaces con Patato Pascual al final de la práctica de bateo. Siempre iba a las páginas finales de la libreta para escribir de los pitchers y los jardineros.
Le llamaba mucho la atención la parsimonia de Orlando Peña, su capacidad de alargar la pausa entre lanzamientos hasta que llegara el cátcher Ray Fosse. Sonreía al ver como Jay Ritchie lanzaba la bolsa de la pezrubia casi hasta el límite de la grama interior con la arcilla cercana a segunda base. Siempre se preguntaba cómo se las ingeniaba Dick Baney para lanzar esas pelotas que parecían bombitas que hacían irse de boca al bateador. Cuando Gustavo Gil despachó aquel triple en la semifinal contra los Tigres, Ettedgui casi corrió alrededor del palco de la prensa hasta que Gregorio Machado anotó la carrera de la ventaja. Cada vez que bateaban un elevado profundo Ettedgui se levantaba, respiraba profundo y estrujaba la página cuando Clarence Gaston atrapaba la pelota luego de tropezar con la cerca. Casi lamentaba cuando una bala fría casi precipitaba, entonces Ettedgui suspiraba profundo y recordaba todas las filigranas de Jim Holt justo cuando tomaba la pelota de cordón de zapato. Siempre se quedaba sentado cuando salía una línea peligrosa hacia el bosque izquierdo, nunca encontraba los jeroglíficos para describir las hazañas de Armando Ortíz. Aquel año 1969 no había comenzado de la mejor manera para los Navegantes del Magallanes. Los pitchers Bob Belinsky y Salvatore Campisi abandonaron al equipo al inicio de la final todos contra todos, lo cual fue un golpe muy duro para las aspiraciones del equipo. Luego anunciaron la venta de la franquicia a un grupo de empresarios de Valencia, entre quienes destacaban varios nombres que fueron directivos de Valencia Industriales (Alberto Raidi, Braulio Mora, Edgard Rincones, Luis Cancini, Oswaldo Degwitz, Carlos López Loreto, Luis Sandoval, Felix Leonte Olivo, Edmundo González y José Ettedgui al frente). Luego el terrible accidente aéreo del 16 de marzo de 1969 donde falleciera Isaías Látigo Chávez, junto a otros deportistas e innumerables personas pasajeros del avión o residentes del lugar donde precipitó este, (el Látigo había declarado semanas antes que con gusto iría a defender la camiseta magallanera en predios valencianos). El análisis frío de los números indicaba que la base criolla de los peloteros de los Navegantes estaba en desventaja respecto a equipos como Caracas y La Guaira y tal vez un poco por detrás de Cardenales y Tigres, tal vez solo aventajaban por muy poco a las recién llegadas Águilas del Zulia. Los caraquistas se burlaban diciendo que Magallanes solo sería campeón cuando el hombre llegara a la luna y los Mets de Nueva York ganaran la Serie Mundial. Cuando esos sucesos ocurrieron en julio y octubre de 1969, aun persistía la diferencia en el papel entre Magallanes y Leones y Tiburones. En el momento de la firma del contrato de venta El Catire Isturiz se atrevió a plantear su única condición para terminar de formalizar la venta, que se mantuviera el nombre Navegantes del Magallanes. Luego de un breve silencio con intercambio de miradas el Dr. Ettedgui estrechó la mano de Isturiz y le aseguró que aquel equipo seguiría llamándose Navegantes del Magallanes, que si en algún momento le agregaban la coletilla “de Carabobo” eso nada más sería un simple tecnicismo, porque todos sabían y saben que Magallanes aunque ahora tendría su sede en Valencia, seguiría siendo un equipo de origen caraqueño con respaldo nacional.
Alfonso L. Tusa C. Agosto 22, 2025. ©

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