domingo, 19 de octubre de 2025

Escribir el deporte.

Reporte de mi participación en el Foro "Escribir el Deporte: Pasión y Literatura. Auspiciado por la Casa Ramos Sucre de Cumaná mediante la diligencia de la Profesora Adriana Cabrera. Viernes 17 de octubre de 2025. 04:00 p.m.
“Con frecuencia, escribir es como conducir un camión por la noche sin luces, perderse en medio de la carretera y pasar una década en una zanja”. Gay Talese. “Siempre he sido escritor en formación. Nunca se termina”. José Pulido. Escribir es un refugio, ese espacio de solaz y relajamiento, que puede llevarte a flotar en la penumbra del atardecer con sedales y anzuelos prestos para cazar papagayos o atrapar enjambres de líneas en atmósferas azoicas, párrafos de inspiración segmentados por el suspenso. Alfonso Tusa.
En ocasiones la vida muestra pasadizos, caminos, cartografías que llevan a ese lugar fantástico que soñamos en la infancia, palpamos en la adolescencia y analizamos en la adultez. En este caso, el periodismo, la comunicación social fue mi primer vínculo con la literatura, a través de las páginas deportivas de El Nacional, había asociaciones con Platón, mediante el caleidoscopio sensorial de la carrera desbocada de un bateador corredor cuando remata desde tercera base hacia el plato en busca del jonrón dentro del campo o la reflexión de un corredor de maratón en los cien metros finales de la prueba; y Andrés Eloy Blanco a través de aquella alocución impregnada de prosa poética para reconocer el logro del equipo campeón en la Serie Mundial de Beisbol de 1941, también mediante las reseñas de Rodolfo Mauriello. Buscaba las obras de Hemingway y García Márquez luego de leer las crónicas de Rubén Mijares. Resultaba toda una aventura, un viaje fantástico, pletórico de metáforas, quiebres sintácticos, imágenes fragmentarias entre el diamante y el papel, entre la voz de Humberto Acosta y la poesía de Cristóbal Guerra, entre la distancia de Alberto Salcedo Ramos hasta Gay Talese. Empezó un viaje de ida y vuelta, entrada y salida a la crónica deportiva y a las obras de Andrés Eloy Blanco, José Rafael Pocaterra, Cruz Salmerón Acosta, Gabriel García Márquez, Charles Dickens, Herman Melville, Walter Scott, Mark Twain, Lewis Wallace. Lo que emocionaba en las mañanas en las páginas deportivas, helaba la sangre en las tardes en los libros de aventuras y novelas. A las reseñas de Carlos González sobre la gesta de Morochito Rodríguez en los Juegos Olímpicos de México 1968, seguía con el escalofrío y la resiliencia de Moby Dick. A los reportajes prolijos de Humberto Acosta sobre Sandy Koufax, Andrés Galarraga o Henry Blanco continuaba con un capítulo de La Gloria de Mamporal. A la crónica punzante de José Pulido sobre un agonizante Emil Zatopek en las calles de Praga degradado y olvidado, contrastaba con algún capítulo de Cien Años de Soledad o las páginas escalofriantes de La Gloria y el Oro impactante crónica de Alberto Salcedo Ramos en tributo al púgil Kid Pambelé (Antonio Cervantes).
A través de las lecturas sobre aquellos artículos punteados de cuento, poesía, prosa poética y novela, empezó una práctica dubitativa, cargada de imprecisiones, de muchos papeles estrujados con apenas dos o tres palabras o caricaturas de estas. Los párrafos buscaban una voz que ni siquiera sabía como definir. De alguna manera me iba afianzando en la pasión de aquellos textos, en la fruición de moldear una historia, por infiltrarla con estructuras diferentes que implicaban empezar con ciertos detalles del final que de inmediato dispersaba con mucho del intermedio y alguna que otra señal de que la historia apenas empezaba. A veces armaba tal despelote, tal enredo, que me decía “parece que esto no es lo tuyo”. Entonces debía lidiar con ese tipo obstinado que siempre me ha dicho “te rindes al primer traspiés, no toleras un solo tropezón”. Seguía garabateando jeroglíficos, garrapateando incongruencias, hasta que lograba engarzar, enhebrar tres piezas seguidas del rompecabezas, desde allí seguía pujando onomatopeyas, pariendo metáforas Si, el nuevo periodismo deportivo galvanizaba en las páginas de los periódicos. Todas esas historias cargadas de novela y poesía traían pedazos de Paul Auster y de Ernest Hemingway a la fruición por saber cómo había sido el juego, cuanta épica se desató. En qué momento el juego tomó visos tan punzantes como una película de Alfred Hitchcock, o pinceladas tan dramáticas como la Noche Estrellada de Van Gogh. Leer la prosa incisiva y vehemente de Mauriello contenía muchos elementos de escritura creativa, mucha metáfora incrustada en las costuras de la pelota, que te hacía creer que estabas ahí en medio del terreno junto a Willie Mays y Mickey Mantle, discutiendo la mejor opción de agarrar la pelota luego que esta rodara bajo el muro del jardín central sobre la arcilla anaranjada de la zona de seguridad. Podías pasar diez, quince minutos hurgando entre las línea de alguno de sus reportajes en los suplementos Pizarra o Pantalla de El Nacional de los lunes, o saltando los escalones de su columna Extrainning de frecuencia diaria. Esos textos impactantes conforman un mapa muy intrincado de metáforas que borda el patrimonio cultural con pinceladas de fábulas impregnadas de realidad en medio de actos de magia tan hipnotizantes como la atmósfera del dugout antes que el pitcher salga a buscar los outs finales del juego perfecto. O de la intensidad del remate de un corredor de maratón en los cuatrocientos metros finales de la carrera con todo el cansancio de 42 kilómetros en los pulmones y las infinitas señales de puñaladas en el hígado o pinchazos en los pulmones que se multiplican, todo en una cinética de épica y vértigo que hipnotiza al lector. Luego de leer varios ejemplares de Sport Gráfico y un cartapazo de cuerpos deportivos de El Nacional, Élite o Venezuela Gráfica, a veces me sorprendía en la orilla del colchón discutiendo con Mauriello sobre el boom de campocortos venezolanos en las grandes ligas y su similitud con el boom de escritores latinoamericanos en los 1960s. O con Rubén Mijares sobre la radiografía de los jonrones de Bernie Carbo y Carlton Fisk y la atrapada de Dwight Evans en el sexto juego de la Serie Mundial de 1975 todo en el mismo ambiente de suspenso y tensión de El Cuervo de Edgar Allan Poe.
Lo resaltante del nuevo periodismo deportivo, de esa vertiente cultivada por Gay Talese, Alberto Salcedo Ramos, Humberto Acosta y David Laurila, reside en la conexión con el pasado el gradiente de pasiones, los confines del patrimonio cultural, hasta donde te puede enviar la hipérbole de un cierre del noveno inning en los momentos más complicados de la intimidad. O la carrera desesperada y agonizante de un corredor de fondo que como Emil Zatopek debió enfrentarse al régimen totalitario de su país luego de alcanzar los niveles competitivos más altos hasta convertirse en el único atleta en ganar los 5000 m, 10000 m y la maratón en unos Juegos Olímpicos (Helsinki 1952). La prosa precisa y serena de José Pulido me paralizó una mañana dominical al llegar a la página de Juegos de Palabras, un espacio que Cristóbal Guerra ideó en la sección deportiva de El Nacional para proporcionar un espacio a periodistas, escritores y lectores con inquietudes por conectar el deporte con la literatura y otros escenarios de la vida. Fue escalofriante leer como la gesta de un corredor de fondo puede llegar a retratar la amarga y cruda realidad de todo un conglomerado humano prisionero de la tiranía, el totalitarismo, el autoritarismo. Muchos elementos narrativos acorralan, acechan las emociones hasta encontrar vías alternas o salidas ingeniosas para situaciones muy dramáticas. Esos textos intermedios de novelas y ensayos, poesía y cuentos, reseña y crónica, encandilan y dibujan un espacio fantástico que abstrae por instantes y de nuevo se tienen 15 años y un montón de aventuras por alcanzar, infinidades de leguas submarinas que explorar en busca de esa campanita cargada de adrenalina de la vuelta final de los ochocientos metros planos y todo ese enjambre de pasos y respiraciones desperdigadas sobre la arena, el tartán de una final olímpica donde Sebastian Coe remata y flota en una pugna suicida y despiadada con Alberto Juantorena, Joaquim Cruz y Steve Cram, o en recrear la resurrección épica de Lasse Viren en los 10000 metros olímpicos Munich 1972, para levantarse desde los raspones de un tropezón y empezar una vertiginosa recuperación donde rebasar cada rival parecía tan fantasmal como Sansón ciego derribando las columnas de los filisteos. Cuando se regresa lamentas que fue un sueño pero agradeces que tienes los textos de esos cultores del nuevo periodismo deportivo, con ellos puedes regresar a ese territorio cuando quieras. Mezclar la ficción con la realidad de tal manera que no se perciban las costuras fantásticas. Entrar y salir desde la novela hacia la poesía y de esta al ensayo con la más completa naturalidad. Encontrar elementos de tradiciones culturales adosados a la profundidad de la voz, a la esencia de lo literario son fenómenos propios de ese género intratable que es el nuevo periodismo deportivo. Es una manera de dialogar con los retos en medio del maratón más despiadado y asfixiante, de hurgar en los elementos del entorno hasta hallar todos los matices, escuchar todas las voces. Avanzar primero a tientas entre el escalofrío y el drama y luego desplegar las zancadas hasta alcanzar el ritmo de la más descomunal galopada de emociones. Hay cultores más orales de este género como Dámaso Blanco y Andrés Salcedo. El primero recreaba toda una atmósfera de experiencia y disciplina que recorría los territorios más recónditos y claves de un juego de beisbol en el preciso instante cuando ocurría la jugada. El segundo trazaba, dibujaba, plasmaba todo un lienzo surrealista con muchos elementos de Van Gogh, Botticelli o Picasso que aportaba una visión fantasmagórica a los noventa minutos de futbol que de pronto parecía un túnel infinito con muchas luces adventicias, laterales, superiores.
Tal vez uno de los cultores o grandes representantes del nuevo periodismo y por tanto de su versión deportiva haya sido Gay Talese, avanzar sobre las líneas de su artículo La Temporada Silenciosa de un Héroe resulta todo un ejercicio de gimnasia literaria donde cada línea es una puntada de nostalgia por los días lejanos del pelotero activo, cada metáfora un boceto de la relación con Marilyn Monroe, cada imagen un acorde de la intimidad familiar de Joe DiMaggio. Talese hurga en la presencia, taladra en los gestos, indaga en la mirada del jardinero central de los Yankees hasta plasmar una imagen profunda y cercana del pelotero distante y el hombre reservado. De a poco cada página devela una habitación cargada de telarañas, cada párrafo descubre un remolino burbujeante que transporta al lector a la tensión de los aspectos personales hasta sentir que se conoce a DiMaggio de toda la vida y hasta se puede tener la confianza de preguntarle porque no intentó tocar la pelota cuando le detuvieron la seguidilla de 56 juegos bateando imparables, porque al principio, cuando era un niño no le gustaba el beisbol, porque su relación con Marilyn Monroe fue tan fugaz. Leer a Rubén Mijares referir los episodios, las anécdotas del equipo de beisbol que ganó la medalla de oro en los Juegos Panamericanos de Chicago 1959, es de alguna manera apreciar muchos elementos de la técnica pictórica de los precursores del nuevo periodismo, como respirar la tensión de Truman Capote en A Sangre Fría, la elocuencia de Tom Wolfe en Todo un Hombre o la intensidad de Norman Mailer en The Fight (La Pelea) al recrear los detalles de aquel combate entre Muhammad Ali y George Foreman por el campeonato mundial de los pesos pesados escenificado en Zaire en 1973. Esa mezcla de lo literario con la secuencia cronológica coincide en los párrafos más impactantes del relato de Mijares. El vértigo de la solicitud de Luis Peñalver para solicitarle la pelota al manager José Antonio Casanova para abrir el juego final ante Puerto Rico, la expectativa de ver a Luis Aparicio visitar al equipo venezolano para llevarle unos bates, la alegría de los peloteros al pasear en metro por Chicago el día antes del juego final. Son elementos que ilustran la coincidencia.
Tener la oportunidad de escribir a diario, se relaciona mucho con aquellos viajes matinales a buscar los diarios El Nacional o Meridiano, y la revista Sport Gráfico, aún persisten muchos fragmentos de aquellos artículos, muchas emociones entremetidas entre la reseña periodística, las vivencias infantiles, de vez en cuando vuelvo a Al Romper el Alba de Hemingway, o a Sandy Koufax y yo de Humberto Acosta, o a la columna Esquina Neutral de Delio Amado León, pletórica en detalles imperceptibles como conversaciones del púgil con su entrenador en los descansos de la pelea, observaciones del árbitro en pleno intercambio de golpes, o preguntas que al perdedor le duelen más que las heridas del combate. Seguro, ahora también hay muchas otras fuentes, muchos elementos de inspiración. Aparecen nuevos ángulos para apreciar o sufrir como un hijo disgusta a un padre o viceversa, como se ha complicado trabajar en equipo, los vacíos inmensos de compromiso y responsabilidad, entre tantas miserias humanas que antes existían aunque en menor proporción. Esos intersticios de la realidad se transitan con mejor semblante con unos párrafos recién leídos de Cien Años de Soledad, o con el eco del crujido de las voces de Talese y Mailer, de Mauriello y Acosta, de Guerra y Mijares, con la iridiscencia de la literatura y el suspenso del nuevo periodismo deportivo.
Alfonso L. Tusa C. Julio 30, 2025. ©

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Jim Bunning,  Pitcher del Sálon de la Fama  y Senador  de grandes  características oratorias, Fallece a los 85 años de edad.

   Richard Sandomir. The New York Times. 27 de mayo de 2017  Jim Bunning, el pitcher del Salón de la Fama quien lanzara un juego perfec...