miércoles, 3 de diciembre de 2025

Ráfagas meridianas

Hay notas musicales que conjugan el tiempo con la geografía de imágenes difusas. Hace unos días los acordes de una canción desempolvaron la pregunta de una emisora radiofónica: Qué hacía usted cuando sonaba esta canción?” El sol meridiano chamuscaba los vellos de mis antebrazos mientras esperábamos a uno de los hijos de Clemente para ir  a jugar beisbol en el terreno de asfalto frente al  centro de salud de Cumanacoa.   La intensidad de la temperatura os llevó hasta el radio que Clemente encendía a todo volumen cuando reparaba frenos automotrices. Ese junio de 1970 los Ángeles Negros interpretaban: “Nunca, nunca vida mía pienses eso… que mi amor por ti de pronto ha terminado…”   A medida que llegaban los otros integrantes del equipo, Clemente lanzaba miradas ígneas. Nos retiramos hasta la acera de enfrente y cuando la espera pasó de media hora empezamos a lanzarnos la pelota. Algunos continuaban la canción: “Se podrá acabar el mundo más lo nuestro, seguirá, un rumbo ya trazado…” Clemente salió desde abajo del camión y nos preguntó si no teníamos más nada que hacer. Alberi nos hacía señas con las manos para que lo esperásemos en el terreno de asfalto. Tal vez por solidaridad, o por terquedad permanecimos en la acera, aunque las facciones de Clemente parecían de Frankenstein.   A eso de las dos y media de la tarde, la señora Francisca llamó a almorzar. Apenas cuando apretaron la última tuerca, Alberi deslizó los pantalones forrados de grasa y aceite quemado de motor sobre el pavimento y casi corrió hacia el paredón de bloques desnudos.  Clemente desprendía la grasa de sus manos con gasolina, mientras fraseaba: “Yo no quiero verte más la cara triste…pues al ver tu rostro frío me da pena”.   Alberi aún masticaba el pedazo final de un a arepa con huevo frito al tiempo que metía otra con mantequilla bajo el brazo. Introducía su mano izquierda en el guante de beisbol. Casi al trote llegamos al solar. Mientras demarcábamos el diamante con pedazos de cartón y hojalata como bases de beisbol, Alberi escondió la arepa de mantequilla entre unos arbustos de tabaquero que crecían al fondo del espacio entre tercera y segunda base. Mientras venía el siguiente bateador, Alberi soltaba el guante y sacaba la arepa  de los arbustos para morderla con fruición. Entre los mordiscos tarareaba: “¡Como…te atreves a decir… que aquí en mi corazón…existe un nuevo amor…!”   El segundo bateador  no esperó mucho y conectó un roletazo invisible. Alberi lanzó la arepa hacia las matas de tabaquero y sin tiempo para alcanzar el guante atrapó la pelota con la mano limpia justo cuando esta empezaba a internarse en el monte. Desde allá lanzó un disparo que zumbó en el mascotín del primera base, luego de completar el out el inicialista soltó el mascotín para sobarse la palma de la mano. Alberi celebraba al más puro estilo de Germain, el solista de los Ángeles Negros: ¡Como…arepa con mantequilla!....” El pitcher se volteó y miraba a  Alberi mientras el resto del equipo estallaba en carcajadas.
Alfonso L. Tusa C. 30 de julio de 2022.

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