jueves, 5 de diciembre de 2024

Mediodías de quinto grado.

Desde las once de la maña, cuando sonaba el silbato del central azucarero, empezaba una carrera vertiginosa contra reloj entre ordenar los cuadernos de quinto grado y regresar cada tres minutos al pilar de piedra tallada del comedor para desde ahí ver si había terminado la edición meridiana del Observador Venezolano. En cuanto empezaba a sonar la banda sonora de la Cabalgata Gillette, salía presuroso del baño y me escondía tras el pilar del comedor, para ver la Serie Mundial de 1970 entre Rojos de Cincinnati y Orioles de Baltimore anunciada por Carlos Tovar Bracho. Mi papá siempre me capturaba y me llevaba de regreso al cuarto y desde ahí me acompañaba hasta la calle para que me dirigiese a la escuela. Uno de esos mediodías logré escabullirme de la vigilancia de papá, tal vez porque el trabajo lo absorbía mucho ese día. Hice como que abría la puerta de la calle, y en vez de salir regresé de puntillas a esconderme tras el pilar. El blanco y negro del televisor Zenith, reverberaba en medio de la jugada, casi bajé todo el volumen. Miraba aquella intervención inmensa de Brooks Robinson para atrapar un roletazo candente detrás de la tercera base, justo sobre la raya de cal, desde territorio foul. Robinson giró sobre su cuerpo y metió un riflazo para retirar a Lee May en el salto. En medio de mi asombro escuché voces destempladas en la oficina. La voz de papá casi ni se oía. Un cliente de esos que destilan buen humor en público cuando todo marcha bien, ahora, en la soledad meridiana casi tomaba a papá por el cuello de la camisa. Esa imagen me taladró a través de la rendija de la puerta. Me olvidé de la sentencia categórica de papá para que me abstuviese de inmiscuirme en sus asuntos particulares.
Ver a aquel tipo iracundo con la voz plagada de espinas y los ojos impregnados de odio me hizo empujar la puerta de vidrio y metal. Mi voz percoló entre la metralla del cliente. Papá casi me invita a salir. Me resistí. Me arriesgué y dije que si ese tipo no trataba bien a mi papá, me iba a quedar ahí, en medio de la oficina, Aunque un enjambre de respiraciones entrecortadas y puntos bermejos en las mejillas afloraba en sus gestos, papá mantuvo la calma y me llevó hasta el comedor donde seguía el juego entre Orioles y Cincinnati. Me llevó un poco más de mitad de cuadra y dijo que tenía que ir a la escuela. Al salir de la escuela me entretuve buscando ratones silvestres en los matorrales de la calle Bolívar hasta que el atardecer colmó de penumbra los espacios del bosquecillo. Metí el rostro bajo la almohada al percibir la silueta de papá en el marco de la puerta y mordí la cara interior de mis mejillas. De pronto, cuando me resignaba a la sentencia del castigo, me dijo que había termina do de ver el juego de la Serie Mundial entre Orioles y Rojos y el cliente lo vio con él luego de sugerir que no apagase el televisor. La ira desapareció y el hombre entendió que a veces hay retrasos que escapan a nuestra voluntad.
Alfonso L. Tusa C. 04 diciembre 2024. ©

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