Se busca plasmar la conexión entre el béisbol y la vida, como cada regla del juego resulta una escuela de reflexión hasta para los seguidores más remotos cuando los sucesos del mundo indican que ciertas veces las normas de justicia son violadas; el transcurso de las sentencias de bolas y strikes reflejan la pertinencia y compromiso de cada pelotero en respetar la presencia del árbitro.Cada jugador deja lo mejor de sí sobre el campo de juego a pesar de lo complicado que pueda ser su vida.
lunes, 27 de enero de 2025
Los Mensajes de la película “A League of Their Own”.
Aún cuando los tiempos han cambiado, por lo general es difícil encontrar mujeres que sigan el beisbol con pasión, con esmero, con dedicación. Son pocas las que lo asumen como su razón de vida, como su empleo, como su trabajo. Y menos aún las que guardan un lugar muy especial en su alma para el juego de las cuatro bases, las que introducen dentro de su esquema de trabajo la esencia y la hermosura de un juego de beisbol. Esto más o menos fue lo que ocurrió con Penny Marshall cuando decidió dirigir la película “A League of Their Own” en 1992. Para sorpresa de muchos, la estrella de “Laverne & Shirley”, la directora de “Awakenings” (1990), resultó una ávida, apasionada y documentada seguidora del beisbol y lo demostró con creces al diseñar una película basada en un hecho real acaecido durante la segunda guerra mundial. Estudió minuciosamente cada detalle desde la circunstancia histórica hasta las particularidades más significativas de lo que ocurre en el dugout y el terreno de juego.
La esencia de todo ese amor por el beisbol de seguro se remonta a los años de su niñez cuando se escapaba de la escuela para ir a Yankee Stadium. Se maravillaba de poder comprar entradas para gradas con la mesada escolar, por solo 75 centavos de dólar. “Yankee Stadium era lo único que teníamos en el Bronx. Era una institución. Se trataba de un equipo muy ganador que tenía todos esos peloteros legendarios, Babe Ruth, Lou Gehrig, Mantle y Maris, y tenerlos en el Bronx era maravilloso.
Cuando se mudó a Los Angeles se hizo seguidora de los Dodgers, pero la esencia de su afición iba más allá de ver los juegos, ella acumuló una gran colección de memorabilia beisbolera. Coleccionaba cientos de muñecos bobbleheads y figuras, implementos usados y uniformes, autógrafos, bates y todo lo que se pueda imaginar. Así fue delineando toda una geografía, toda una arqueología de su afecto, de su interés, de su inquietud por el juego.
También disfrutaba mucho las películas de beisbol. Marshall reconoció que ignoraba la existencia de una liga profesional de beisbol femenino hasta que vio un documental. “Si yo no lo sabía, eso significaba que otras personas tampoco, yo iba a cambiar eso”. Allí se produjo el origen de “A League of Their Own”.
Muchos críticos calificaron a Marshall como una directora muy sentimental y hay algo o mucho de eso en “A League of Their Own”, sin embargo el rasgo fundamental de la película reside en la meticulosidad, el esmero, la precisión con la cual está hecha. Tom Hanks declaró alguna vez que no sabía que especie de colaboracionismo existía entre él y Penny Marshall, pero que ella terminaba sacando lo mejor de él como actor luego de exigirlo y enloquecerlo con repetidas tomas de filmación. “Allí reside su talento como cineasta. Te emplea para su película y en el curso de esta obtiene algo más de ti. Tiene el conocimiento de lo que necesita para contar la historia pero no te lo dice. No te recluta para su película a menos que la entiendas completa, entonces te deja hacer lo que quieras, porque sabe que compartes la misma visión de lo que trata la película”. Geena Davis también reconoció el carácter de Marshall y no dudó en decir que seguramente ella había batallado como directora como lo habían hecho todas las mujeres de las Rockford Peaches para demostrar que eran capaces de jugar beisbol al más alto nivel. “Probablemente le dio un punto de vista feminista a la película”.
Uno de los momentos más punzantes de la película ocurre cuando el manager Jimmy Dugan (Hanks) le recrimina a una de las jugadoras que en el beisbol no se llora (“There’s no crying in baseball”). Allí está encerrada la esencia, el mensaje, el alma del juego, seguramente por eso la película resulta una de las radiografías más nítidas del beisbol. Cada arenga de Dugan, cada grito desde el dugout, cada observación descarnada pero a la vez cuidadosa y bien justificada, cada palabra de aliento, cada broma burlona, delinean las coordenadas de una disciplina que reconoce las individualidades como el coraje de Dotty (Davis) o la garra de Kit, sin embargo, todas la integrantes del equipo saben en su intimidad que sin la insistencia, la antipatía y la crudeza del manager difícilmente alcanzarían el nivel de juego que las hace trascender como equipo. No importa que todo el tiempo esté gritando e insultando al hijo de ocho años de una las jugadoras, si al final toma las decisiones acertadas en el juego.
Dugan siempre alienta a sus jugadoras desde el dugout y cuando regresan las increpa con epítetos rudos acerca de la manera como están jugando. En todo momento deja muy claro que para ser regular en su equipo hay que dejar el alma sobre el terreno. Hay una escena que retrata la mística de Penny Marshall como directora y la vocación de Geena Davis como actriz al sumergirse totalmente en el personaje de Dotty y su pasión por el beisbol, aunque dijese que lo más importante para ella era su esposo. En medio de un juego muy disputado se produce un elevado de foul hacia las proximidades de la escalera del dugout. Dotty persigue la pelota y a la vez está consciente que está muy cerca de los escalones, en medio de los gritos de sus compañeras, de su gran competitividad y del caudal de adrenalina, Dotty extiende sus piernas hasta abrir completamente el compás y atrapar la pelota al estirar en extremo la mano de la mascota. Davis declaró en una entrevista que Marshall había puesto a practicar al elenco de actores como si fuese un verdadero equipo de beisbol, porque quería mostrar verdaderas escenas de beisbol en su película. Ella tuvo que entrenarse a fondo para abrir completamente el compás, aunque indicó que no pudo incorporarse por si misma al terminar la escena. Sus compañeras la ayudaron.
Antes de empezar a filmar, todo el elenco, incluida Madonna, tuvo que entrenar ocho horas diarias, seis días a la semana por más de siete meses, a fin de pulir sus destrezas como beisbolistas y desarrollar la química del trabajo en equipo. Estuvieron practicando los deslizamientos en las bases entrando de cabeza pero Penny Marshall hubo de abandonar ese método cuando Tracy Reiner y Megan Cavanagh sufrieron concusiones. Resultaba apasionante ver a las jugadoras dar lo mejor de si sobre el terreno de juego y a Penny Marshall afanarse desde las rayas de cal como el más apasionado manager de grandes ligas en pos de lograr que sus jugadores den lo mejor de sí. Las actrices se tomaron tan en serio el entrenamiento que cuando fueron a filmar las tribunas de Wrigley Field estaban tan pobladas como antes de un juego de los Cachorros.
Davis fue la última audicionada para el papel de Dotty, luego de otras actrices prominentes como Debra Winger, Laura Dern, Jennifer Jason Leigh, y Demi Moore. Davis nunca había jugado beisbol pero cautivó a Marshall mientras lanzó y atrapó varias pelotas en el patio de la directora
Como manager de las Rockford Peaches, Jimmy Dugan (Hanks) refleja y destila todo el empeño por evitar en sus jugadoras las frustraciones de sus años como pelotero activo. Son muy gráficas sus expresiones de molestia cuando no se ejecutan las jugadas, nadie se puede acercar a su lugar en la banca en el instante cuando el equipo ejecuta defectuosamente, zapatea y camina como fiera enjaulada de un extremo al otro del dugout. También resultan muy notorias y hasta eufóricas sus demostraciones de júbilo cuando alguna de sus jugadoras realiza una gran jugada defensiva o conecta un batazo impresionante, él es el primero que brinca desde la banca para ir a colmar de felicitaciones, bromas y chistes a la sorprendida heroína. Sus encuentros con el equipo antes de los juegos son pausados, susurrantes, casi silenciosos y de pronto grita y revuelve la adrenalina más concentrada en un vendaval inesperado de pasiones y ganas de salir a jugar. Tiene una especie de sexto sentido para detectar alguna incomodidad en cualquiera de sus jugadoras, entonces se sienta con ella en medio del más prolongado viaje en autobús y se convierte en el más avezado, delicado y dedicado psicólogo hasta llegar al meollo de la situación, hasta convocar las sonrisas y atizar el autoestima. A pesar de toda la rudeza que mostraba a sus jugadoras, Dugan siempre formaba un círculo con ellas en el clubhouse entonces las animaba y rezaba, aunque sin dejar de hacer alguna de sus gracias: “Señor, permite que nuestros pies sean veloces, nuestro bates poderosos, que nuestros lanzamientos sean duros. Señor, te agradezco por la mesera de South Bend. Tú sabes quien es. Ella siguió mencionando tu nombre. Dios, estas muchachas son buenas, trabajan duro. Ayúdalas a mantenerse así toda la temporada. Bien, eso es todo”. Entonces estiraba su mano derecha y a medida que miraba a los ojos a vada pelotera se iban amontonando las manos Y Dugan gritaba el nombre del equipo hasta que estallaba el alboroto más intenso y salían corriendo hacia el terreno de juego.
Dugan era un tipo rudo, golpeado por la vida. El dueño de las Peaches de Rockford, Walter Harvey, siempre le reclamaba el episodio de San Antonio, y Dugan admitía que había hecho mal, que no debió vender los implementos del equipo, que eso no ocurriría en este equipo. Entonces Harvey le preguntaba si seguía siendo un borracho. Dugan respondía circunspecto que había dejado de beber licor. “Finalmente has reconocido que eso es un error”, Harvey respiraba profundo. Dugan sonreía mientras decía que no tenía dinero para mantener ese vicio. “Eres divertido e irónico Jimmy. Pudieses estar jugando beisbol todavía si hubieras dejado la bebida”. Dugan contestó que la razón por la que había dejado de jugar era porque se había lesionado la rodilla. “Claro, te lanzaste de la ventana del hotel, por eso te lesionaste”. Dugan dijo que lo hizo porque había un incendio y Harvey lo miró con ojos punzantes. Le dijo que él había sido responsable de ese incendio por quedarse dormido con un cigarrillo en la mano. “Tuve que pagar todos los daños causados”. Dugan explicó que le iba a enviar una nota de agradecimiento, pero que no se le habían ocurrido las palabras adecuadas. Caminaba arrastrando una pierna lo cual indicaba algún accidente o enfermedad que probablemente terminó con una prometedora carrera beisbolística en las grandes ligas y también lo excluyó de formar parte del frente de combate en la segunda guerra mundial. Eso también debió tener incidencia en su afición por la bebida, lo cual delineaba el lado oscuro de su personalidad, ese que le impulsaba a tratar descarnadamente a sus jugadoras cuando cometían algún error al campo o cuando celebraba algún pelotazo o guantazo que recibía el hijo de diez años de una de las jugadoras. Dugan permanecía aparentemente aislado en un extremo de la banca, sus facciones variaban desde la melancolía hasta la rabia, saltaba de inmediato del dugout ante la mínima señal de alguna ejecución indebida. Uno de los momentos más representativos de la afición por el alcohol ocurre cuando Dugan entra al baño del dugout a orinar y las jugadoras lo observan desde la puerta entre sorprendidas y molestas de que Dugan hubiese olvidado que aquel era un equipo femenino.
Las Peaches de Rockford jugaban con una intensidad y entrega que ya desearían para su equipo muchos managers de grandes ligas. Silbaban, gesticulaban y hasta vociferaban ante cualquier desvío que afectara el trabajo de equipo. Todo eso era genuino y se debía al esmero, exigencia y mística de Penny Marshall quien las hizo efectuar muchos juegos reales ante las cámaras, con lo cual se hizo de un voluminoso archivo del cual alimento los montajes de las distintas escenas. Tal era la pasión con que jugaban que muchas de ellas se dislocaron los hombros, doblaron los dedos y la hematoma gigante que Renee Coleman se hizo al deslizarse en una base permaneció durante la filmación y por más de un año. Rosie O’Donnell y Lori Petty fueron las jugadoras más valiosas de acuerdo al coach William E. Hughes. Petty corría más rápido que Geena Davis e hizo más lanzamientos durante la filmación de los que la mayoría de los pitchers hace en una temporada de grandes ligas. O’Donnell había jugado en las pequeñas ligas y lo demostró en los entrenamientos y los juegos. Ambas a menudo tenían competencias de bateo y estrellaban las pelotas contra la cerca de Wrigley Field.
La rivalidad entre las hermanas Dotty (Davis) y Kit (Petty), es tal vez una de las subtramas más líricas de la película. Kit se siente relegada por el proragonismo de Dotty, si ella batea un imparable impulsor, Dotty realiza un disparo para sacar out a una corredora en segunda base; si Kit hace una atrapada contra la pared, Dotty ubica al equipo de acuerdo a la bateadora, si kit se roba una base, Dotty atrapa una pelota bateada en foul cerca del dugout. Kit se siente frustrada por que su esfuerzo no es tomado en cuenta. Aunque el manager Dugan se siente my a gusto con esa rivalidad y reconoce que el equipo logra victorias debido a eso. Kit termina firmando para jugar con otro equipo y así se genera la escena más dramática de la historia. En el cierre de noveno inning del juego por el campeonato, Kit va a batear representando la carrera de la victoria, conecta un batazo a lo profundo de los jardines y desarrolla una carrera fenomenal por las bases. Cuando dobla por tercera el coach le ordena detnerse pero ella sigue en un embalaje carbonizante frente al plato la espera Dotty quien atrapa el disparo de la jardinera y en principio la toca pero Kit viene con tanta fuerza que ruedan por el suelo y Dotty termina soltando la pelota.
Hacia el final de la película ocurre un reencuentro de las Peaches de Rockford. La solemnidad del Salón de la Fama incrementa la emoción del momento. Varias décadas después las integrantes de aquel equipo, incluido el niño travieso que sacaba de sus casilla a Jimmy Dugan, ahora convertido en hombre, estaban ahí dubitativas, tratando de pellizcarse para ver si era verdad que había sido ingresadas al tempo de los inmortales del beisbol. Dotty deambulaba por los pasillos entre nerviosa y contenta, quería sumergirse entre sus compañeras pero a la vez buscaba algo. Temía que ella no hubiese asistido, quizás era la última oportunidad que tenía de hacer las paces con Kit luego de aquel encontronazo en el plato donde soltó la pelota. Entonces la vio. Corrió tanto o más fuerte que cuando Kit se embaló desde tercera base hacia el plato y cuando se abrazaron solo tuvieron palabras para cantar el himno de aquella liga de beisbol que tantos gratos momentos les deparara. Sus ojos eran espejos líquidos.
Alfonso L. Tusa C. © 22-02-2019.
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