Se busca plasmar la conexión entre el béisbol y la vida, como cada regla del juego resulta una escuela de reflexión hasta para los seguidores más remotos cuando los sucesos del mundo indican que ciertas veces las normas de justicia son violadas; el transcurso de las sentencias de bolas y strikes reflejan la pertinencia y compromiso de cada pelotero en respetar la presencia del árbitro.Cada jugador deja lo mejor de sí sobre el campo de juego a pesar de lo complicado que pueda ser su vida.
martes, 14 de enero de 2025
Mosaicos. (Extracto de mi novela “A Partir del Kilómetro 30…”)
Siempre que perdía un juego por desconocer las reglas del beisbol, Julia se encerraba en su cuarto hasta casi las nueve de la mañana siguiente. Solo la insistencia de Amadeo conseguía que le abriese la puerta. “Te salvas porque los juegos de Mosaicos son sabatinos, si fueran dominicales, ya hubieras reprobado la tesis y eso sería muy lastimoso porque me gusta mucho el tema que escogiste, solo quienes estudian la historia profundamente entienden las consecuencias del episodio de la entrega de Francisco de Miranda a Monteverde. Todavía estamos afectados por eso. Aún la república se retuerce de ese golpe bajo. Porque se sigue sin entender la importancia de reconocer los errores. Porque siempre hay un plan por debajo de la mesa cuando sobre esta se aparenta el más grande compromiso con la patria. Por eso tienes que salir de este cuarto a dar la cara, a seguir investigando, escribiendo, analizando. A seguir aprendiendo del juego de beisbol…” Julia se sorprendía de cómo Amadeo sabía de inmediato que Mosaicos había perdido ¿Cómo, si los sábados en la mañana tiene que fajarse con todos los balances de las cuentas de catastro y las conclusiones de las reuniones de la alcaldía y en la tarde se sumerge con Jacinta a preparar ese arroz a la marinera? Siempre se le ocurre una variación especial como la vez cuando agregó hojas frescas de albahaca o cuando cambió las lurias por macanas de jaibas. Y sabía todo lo que había ocurrido en el juego con lujo de detalles, si había discutido muy fuerte con el árbitro, si casi no habló con los niños después del juego, si se fue del estadio pasadas las tres de la tarde. “No puedes darte el lujo de perder la compostura en un juego de beisbol infantil, sobre todo por tus jugadores, que están absorbiendo mil por ciento cada paso tuyo. No debes castigarte de esa manera tan brutal. Nadie se sabe todas las reglas del juego, hasta los managers de grandes ligas cometen ese tipo de errores. Siempre te he dicho que lo más importante en la vida es saber levantarse luego de los golpes más duros. Bueno, este fue uno, tienes que levantarte. La cuenta va por ocho y la violencia esta sonriendo, saltando, casi levantando los guantes ¿vas a dejar que te venza delante de todos esos niños que confían en ti?” Entonces sacaba una arepita de anís, crujiente de papelón y le decía que Jacinta estaba preparando un perico con huevos de pava y gansa. Eso terminaba de hacerla abrir la puerta, no podía resistir aquel tono de voz tan firme y delicado casi a ras del silencio.
__Siempre me ha gustado que los muchachos de Mosaicos aprendan a reconocer donde están parados, si son visitadores o anfitriones, cual es la diferencia entre una situación y otra. Por eso no me conformo con un solo uniforme. Primero les hice el blanco de “home club” para que aprendan a ser buenos anfitriones y ahora les hago el gris de visitadores. Me gusta darles espacio para que tomen sus decisiones, para que muestren sus aptitudes, para que afinen sus actitudes. Aunque a veces soy sobre protectora, no puedo ver un solo indicio de atropello hacia mis muchachos. Hay árbitros que lo primero que me dicen cuando discutimos las condiciones de terreno antes del juego es, “espero que todo salga bien y no tengamos que enfrentar a “tía María”, en alusión a una película gringa de hace mucho tiempo que siempre pasaban en la primera reunión de la comunidad deportiva del estadio de Caigüire Arriba antes del comienzo de cada torneo. El nombre en inglés es “Aunt Mary” y trata de una señora mayor que se hace cargo de varios niños de la calle a través de un equipo de beisbol. Apenas intentaba sonreír, no me gustaba mucho esa comparación por la diferencia de edad entre tía María y yo. Luego veía al árbitro justo al entrecejo, como vio Jacinta a aquel muchacho de doce años cuando lo persiguió por todo el casco histórico una mañana de sábado. Yo estaba viendo un juego de pelota justo detrás del cátcher. Una lanzamiento del muchacho se le escapó al catcher y me pegó de llenó debajo del ojo derecho.
Tan pronto como Jacinta me vio el ojo inflamado, me preguntó como me había pasado eso. Nunca había visto a Jacinta caminar tan rápido y hasta correr. Cuando alcanzó al muchacho a un lado de la farmacia “Profesional”, casi lo pega contra la pared “¿Cómo se te ocurre lanzar esa pelota sin ver quien estaba detrás del catcher? ¡Casi le sacas el ojo a mi niña, ella solo tiene siete años y tu ya eres un hombre, so manganzón!” El muchacho estaba blanco y frío. Como pude me interpuse y le templé la mano, pero ella no dejó de mover la mandíbula ni la lengua. En ese momento entendí mejor una de las frases más recurrentes de Amadeo “Prefiero mil veces tener una desavenencia en el trabajo, o en la calle, que darle cuentas a Jacinta por haberme olvidado de algo, o haber hecho algo de la manera como ella no quería”.
Alfonso L. Tusa . ©
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