Se busca plasmar la conexión entre el béisbol y la vida, como cada regla del juego resulta una escuela de reflexión hasta para los seguidores más remotos cuando los sucesos del mundo indican que ciertas veces las normas de justicia son violadas; el transcurso de las sentencias de bolas y strikes reflejan la pertinencia y compromiso de cada pelotero en respetar la presencia del árbitro.Cada jugador deja lo mejor de sí sobre el campo de juego a pesar de lo complicado que pueda ser su vida.
viernes, 10 de enero de 2025
Tres y dos.
Siempre había experimentado esa sensación de nostalgia y vértigo cuando escuchaba una de aquellas canciones, se desgranaba un túnel de penumbras y aparecían imágenes del cuarto lateral a la puerta de la calle, el olor a jabón de sándalo a las seis de la tarde indicaba que mis hermanos había regresado del liceo, la conversación infinita de aquellos campeonatos nacionales de beisbol juvenil en que se enzarzaban hasta que papá nos iba a buscar para cenar. Lo único que suspendía la enfebrecida plática era el inicio de los juegos de beisbol profesional, a las ocho de la noche, solo hablaban de Magallanes y Caracas, del Látigo Chávez y Diego Seguí, y solo a principios de octubre hablaban de la Serie Mundial, de Dave McNally y Miguel Cuellar, de Tom Seaver y Jerry Koosman. Esas canciones individuales alcanzaban a trazar solo gradaciones aisladas del cuadro, del paisaje compuesto de familia, curiosidad y beisbol.
Cuando ese mediodía de viernes escuché los acordes de “Somos¨, en la voz de Memo Morales y la instrumentación de la orquesta de Billo, el lienzo del jardín de aquella casa recibía mis zancadas hasta saltar la baranda y correr hacia el solar de asfalto. Allí pujaba, zapataleaba y gritaba hasta que me incluían en uno de los equipos. Quería que me dieran la oportunidad de pitchear la recta como lo hacía Armando Bastardo con el equipo juvenil del estado Sucre en los campeonatos de 1966, 1967 y 1968, y también podía intentar la curva pescuecera, la que lanzaba Rafael Velásquez para separar a los bateadores que se encimaban mucho al plato. Bastardo fue pretendido por los Navegantes del Magallanes para saltar al profesional, pero nunca lo hizo, tal vez porque tenía un trabajo con un sueldo respetable, quizás porque además el “marronismo” del equipo amateur donde jugaba resultaba jugoso. Velásquez si firmó con los Tigres de Aragua pero nunca se estableció como pitcher profesional.
Había empezado a desdibujarse la imagen de Bastardo y Velásquez cada vez que trotaban al montículo, cuando otra canción, esta de Leo Dan, desgarró el gradiente de temperatura generado por los nubarrones y el sol intermitente del mediodía: ¨Te he prometido…que te he de olvidar”. De nuevo veía muchas imágenes de 1970, de aquel campeonato juvenil de beisbol en Cumaná. Disfrutaba a mis anchas jugando pelota todos los días con mis amigos en el solar de asfalto. El año escolar había terminado y permanecía jugando desde las ocho de la mañana hasta las seis de la tarde, mamá tenía que llevarme a rastras a almorzar cuando llegaba el mediodía. Me sentí muy molesto y triste cuando mamá me dijo que me iba a pasar varias semanas en casa de mis abuelos en Cumaná. Fue su manera de evitar que yo continuara “en malos pasos con la juntilla de esos muchachos del solar de asfalto”. Recogí mis pertenencias, mis pelotas de beisbol, subí al carro de papá y estuve mudo en todo el viaje hacia Cumaná.
Hasta muchos años después, fue que entendí porque aquella celebración de los anzoatiguenses luego de que su equipo venciera al del estado Sucre en la final del campeonato juvenil de 1970, fue tan ruidosa y estridente, por supuesto que me sentía muy triste, al borde de las lágrimas, porque mi equipo había perdido. Sucede que en el segundo de aquellos campeonatos que Sucre ganó seguidos, el de 1967 si mal no recuerdo. Entonces hubo una aplicación ambigua de los reglamentos del torneo y la delegación sucrense se retiró tan intempestivamente que no formalizaron la defección. Al llegar a Cumaná se presentaron ante las autoridades regionales y el gobernador les indicó que no debieron hacer eso, que les podría traer graves consecuencias como una larga suspensión de torneos naciones y regionales, por eso regresaron a Barcelona y afortunadamente a tiempo para efectuar su próximo juego. Los anzoatiguenses se quejaban cuando Sucre resultó campeón: ¨No han debido permitir su regreso¨.
Desde el primer juego que Sucre realizó versus Cojedes en el campeonato de Cumaná 1970, estuve investigando con mis tíos y amigos de estos acerca de los equipos campeones de los años 1960s. En todos resaltaban dos nombres: Armando Bastardo y Rafael Velásquez. Unos años después se me helaron las manos al hojear un ejemplar de Sport Gráfico, la recordada revista semanal dirigida por Delio Amado León, Armando Bastardo declaraba en una entrevista que había ido al estadio aquella mañana dominical de la final Anzoátegui – Sucre. “Lloré cuando escuché los sollozos del pitcher Freddy Mata luego de haber perdido el campeonato 2-1, me hubiera gustado estar en el dugout para consolarlo y también para haber salido a hablar con él en el inning que le hicieron las carreras¨. La voz de Bastardo sonaba enronquecida, parecía llegar de uno de aquellos innings intensos cuando su equipo flaqueaba en alguno de aquellos campeonatos y el manager Ramón Rivas los reunía en el dugout para retomar el plan.
Nunca hubo un duelo Caracas – Magallanes donde se enfrentaran Isaías Látigo Chávez y Diego Seguí. Seguí representaba al pitcher habilidoso, que además de cierta potencia en sus envíos demostraba una especie de sexto sentido para dominar al bateador más peligroso. El Látigo demostraba una intensidad hipnotizante en cada lanzamiento, aunque ponchaba mucho, era su curva la que sacaba de paso a los bateadores hasta hacerlos zapatear de frustración. Pocos dudaban que en un hipotético enfrentamiento el juego pudiera prolongarse a entradas extra tal vez igualado 0-0. Lo que más hacía delirar a los seguidores del juego era que casi siempre tanto Seguí como El Látigo alcanzaban el tope de su actuación en la parte final del juego. Lo que escuché de quienes presenciaron aquellos campeonatos fue que tanto Bastardo como Velásquez, eran ese tipo de pitcher, a medida que avanzaba el juego mejoraba su rendimiento y ponían ese extra, ese coraje desbordado que se notaba en la mirada ígnea.
En agosto de 2005 tuve la oportunidad de conocer a Bastardo en una calle de Los Teques, quizás porque había cambiado mucho la apariencia de su rostro, tal vez porque solo lo había visto en fotografías, solo me animé a hablar con él cuando lo escuché pronunciar su nombre para una transacción con su tarjeta de débito. “Es usted el mismo Armando Bastardo que lanzaba para el equipo juvenil del estado Sucre que ganó tres campeonatos seguidos a mediados de los años 1960s?¨ El tipo siguió hablando con la mujer de la transacción de débito, luego me observó con ojos casi cerrados. “¿Es posible que casi 40 años después haya gente que se recuerde de esos campeonatos?” Él dijo que sabía que el estado Sucre nunca más jugaría a ese nivel de entrega y coordinación, ni siquiera el equipo que finalmente ganó otro campeonato en el marco de los juegos nacionales juveniles de 1995 de Cumaná, pero que alguien se recordase de él y lo ubicara en la calle le parecía fantasioso.
En cuanto a Velásquez además de ser un pitcher muy dominante, cuando tenía dominio en todos sus envíos, si le hacían una carrera era de casualidad. Era ese tipo de pitcher por el cual los viejos cultores del juego siempre extrañaran al beisbol original, con el pitcher consumiendo turno al bate. En muchos de sus juegos Rafael Velásquez bateó los imparables que resultaron decisivos para completar la victoria que él había gestado desde el montículo generalmente trabajando los nueve episodios o más si el juego iba a extra inning. Muchos lamentaron que en el profesional no hubiera continuado sus actuaciones del amateur. Sin embargo mis hermanos guardaban los periódicos amarillentos con las reseñas de las victorias esenciales de Velásquez para colaborar con el logro de esos campeonatos nacionales, y cada vez que pasábamos frente al campo de beisbol de la escuela del pueblo de Arenas, cuando íbamos rumbo a Cumaná, Felipe me decía que en ese terreno Velásquez había empezado a jugar pelota.
En la Serie Mundial de 1970 Dave McNally y Miguel Cuellar resultaron clave en la victoria de los Orioles de Baltimore sobre los Rojos de Cincinnati. En el tercer juego McNally largó un jonrón con las bases llenas para apoyar su propia causa en ruta a una victoria 9-3 que le dio ventaja a su equipo de tres juegos ganados por ninguno de Cincinnati. Único pitcher en batear cuadrangular con las bases llenas en una Serie Mundial y también el único en batear dos vuelacercas en el clásico de octubre. No le agradaba hablar de su bateo, si a Ted Williams nadie le preguntaba como hacía para batear tanto, el tampoco tenía porque dar explicaciones; es algo que se lleva en la sangre, una pasión subterránea, no como dicen los analistas recargados de super especialización: “El pitcher no debe batear porque eso le quita concentración en su labor monticular”. Cuellar es el tipo de pitcher imperceptible capaz de vencer al más pintado, tal como lo hacía Bastardo.
El momento más tenso de aquella conversación de 2005 ocurrió cuando le pregunté a Bastardo por su juego perfecto de 1971. Primero se templó los bigotes recortados y respiró hasta que en la pronunciada frente se alisaran las arrugas. ¨No me gusta hablar de ese juego, porque lo quieren catalogar como sustituto de lo que nunca se ha conseguido en el beisbol profesional venezolano. Si el beisbol amateur, el beisbol AA venezolano de los años 1950s, ´60s y ´70s, tenía muy buen nivel, muchos peloteros casi que eran regulares al saltar al profesional, Venezuela siempre estaba en los primeros lugares de los torneos internacionales, pero el profesional es distinto al amateur, es tu trabajo, tu responsabilidad, vives de eso y para eso. Si en el amateur lo dejabas todo en el campo, ahora tienes que dejarlo todo por partida triple. Además ese no ha sido el único juego perfecto de categoría AA en Venezuela, está el juego de Gustavo ¨Mocho¨ García con Locomotora de La Guaira en 1952¨.
Cuando pensaba que los flechazos nostálgicos de aquel mediodía habían terminado, las notas entrecortadas de una canción de Sandro me remitieron de nuevo hasta agosto de 1970, hasta la maraña emocional de las anécdotas familiares de mediados de los 1960s. “Tus labios de rubí de rojo carmesí, parecen murmurar mil cosas sin hablar…¨ Entonces era inevitable pestañear seguido, las imágenes de Tom Seaver y Jerry Koosman en la Serie Mundial de 1969, anestesiando a los eruditos del beisbol y a los todopoderosos Orioles de Baltimore, se mezclaban con la serenidad de Bastardo y la intensidad de Velásquez cada vez que subían al montículo a defender los colores del estado Sucre. Todo ese caleidoscopio de imágenes agolpadas, cinéticas, impregnadas en las reinas, me hacía apreciar momentos imborrables de un beisbol dinámico, divertido, incontestable que todavía burbujea y vibra cuando la memoria lo contrasta con la versión desnaturalizada de esta actualidad. Aunque hay varios puntos rescatables de este beisbol, siempre disfruto más aquel, aún desde las hojas amarillentas de periódicos y revistas fosilizadas.
Alfonso L. Tusa C. 13 de noviembre de 2022. ©
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