Se busca plasmar la conexión entre el béisbol y la vida, como cada regla del juego resulta una escuela de reflexión hasta para los seguidores más remotos cuando los sucesos del mundo indican que ciertas veces las normas de justicia son violadas; el transcurso de las sentencias de bolas y strikes reflejan la pertinencia y compromiso de cada pelotero en respetar la presencia del árbitro.Cada jugador deja lo mejor de sí sobre el campo de juego a pesar de lo complicado que pueda ser su vida.
jueves, 10 de abril de 2025
Las Barajitas de Sport Gráfico.
A mediados de los años 1960s, cuando empecé a conocer el beisbol mediante las transmisiones radiofónicas que mis hermanos escuchaban casi todas las noches, una revista deportiva que compraban todos los jueves llamada Sport Gráfico y sus infaltables caimaneras las tardes cuando no tenían clases o los fines de semana, de pronto apareció otro elemento que terminó de intensificar mi curiosidad por el juego. En medio de mi incipiente afición por la lectura, encontré al final de la revista una página que hablaba de la próxima aparición de un álbum de barajitas con todos los peloteros de la Liga Venezolana de Beisbol Profesional, si mal no recuerdo aquella era la temporada 1966-67 y por supuesto mis hermanos empezaron. A modo de promoción, la revista trataba de motivar a los aficionados con premios a quienes lograran completar la colección del álbum. El primer premio consistía en un viaje a Estados Unidos con todos los gastos pagados para asistir al juego inaugural de las grandes ligas.
Un atardecer mis hermanos llegaron cada uno con dos sobrecitos blancos con litografía azul marino, al despegar los bordes de los sobres emergieron las imágenes de esos peloteros que tanto eran nombrados en las transmisiones radiofónicas. Ahí estaba el cátcher del Magallanes Duane Josephson, el pitcher de los Industriales del Valencia Roberto Muñoz, Mel Queen el pitcher y jardinero de los Tigres de Aragua, Gonzalo Marquez el primera base de los Leones del Caracas, el pitcher Ken Sanders de Cardenales de Lara y la barajita que los hizo saltar de alegría y admiración, la de Luis Aparicio hijo, shortstop de Tiburones de La Guaira. Me impresionó mucho el brillo de las fotografías, el olor de chicle bomba que salía de los sobres y la textura del cartón donde estaban fijadas las imágenes, tenía la dureza de una piedra y la flexibilidad del plástico. Mis hermanos parecían transportados al estadio, casi que hablaban con las barajitas, repetían las palabras del narrador cuando refería alguna jugada de ellos.
En mediodía mientras regresaba de las clases de tercer grado de primaria y mis hermanos de primer y segundo año de bachillerato, los escuché emocionados hablando mientras apretujaban una barajita entre las páginas de un cuaderno, apenas si rozaban la barajita que movían con la punta de los dedos. Comentaban las escaramuzas que hubieron de ingeniar para escapar de la plaza Montes sin que unos manganzones consiguieran arrebatársela. Se trataba del cromo de Teodoro Obregón que la temporada anterior había pasado a los Leones del Caracas desde los Industriales del Valencia a cambio de Dámaso Blanco. Se recordaba mucho la combinación de dobleplays de Obregón con Gustavo Gil. Seguía siendo un gran shortstop defensivo, quizás por eso era una de las barajitas más buscadas y mis hermanos cuando la sacaron del sobre de inmediato la escondieron pero no pudieron evitar que los asomados la vieran y empezaran a acosarlos, por lo que debieron correr duro hasta la casa.
Ver aquellas barajitas se convirtió en un momento muy especial para mí. Solo podía verlas cuando mis hermanos las sacaban de los escondites donde las atesoraban. Ni siquiera una de esas cajas de seguridad de los bancos era tan inalcanzable como los lugares estratégicos donde Felipe y Jesus Mario escondían las barajitas. Lo que convertía a las barajitas en inalcanzables era la regularidad con que cambiaban el escondite. Llegaron a atesorarlas tanto que era todo un asunto de seguridad verlas, casi lloraba para que me dejaran verlas, les decía que me gustaba tenerlas en las manos cuando escuchaba los juegos, así imaginaba que estaba en el estadio y transmitía todo lo que decía el narrador sobre la imagen de la barajita. Ellos se burlaban y reían. “No podemos darte las barajitas porque las vas a arrugar y después ya no tienen el mismo valor. Escuché decir a Felipe que en caracas podían pagar hasta mil bolívares por una barajita en buen estado, eso parecía una fortuna.
Luego de varias investigaciones, miraba por debajo de la almohada cuando mis hermanos pensaban que estaba dormido, o me quedaba detrás de la puerta del cuarto antes de entrar. Así llegué a escuchar que uno de los sitios donde las escondían era en el gabinete del baño. Tenía que ajustarme a su dinámica para detectar el momento cuando las colocaran allí. La primera vez llegué a verlas, pero cuando pude subir al lavamanos y abrir el gabinete ya se las habían llevado. Más nunca las ví, como tampoco las revistas de Sport Gráfico que guardaba debajo de mi cama y un día me horroricé al no tocarlas más. Por eso cada vez que veo una de esas barajitas, en uno de esos eventos que hacen los coleccionistas, me quedó minutos que pueden llegar hasta la media hora viendo aquellos peloteros de la LVBP de los 1960: Faustino Zabala, Victor Colina, Ulises Urrieta, Neudo Morales, Iran Paz, Pipo Correa, Edito Arteaga, Juan Francia, Armando Ortíz, Virgilio Mata, Pablo Torrealba, Jesús Aristimuño, Manuel Mendible, Héctor Urbano, Orlando reyes, Gustavo Spósito, . Si los más olvidados, los más fugaces, los que en ciertas ocasiones decidieron juegos pero luego el olvido los borró hasta de los recuentos de las temporadas. Y las revistas las extraño más porque necesito las imágenes, las estampas de muchos juegos, de muchas anécdotas que pigmenten unos momento cuyos fósiles es harto difícil encontrar.
Alfonso L. Tusa C. 10 abril 2025. ©
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