domingo, 22 de junio de 2025

¿A donde te fuiste, Wild Bill (Bill el Salvaje)? Una ciudad vuelve sus ojos solitarios, una historia de beisbol, cerveza y fe ciega. (I)

Octubre 23, 1993. Lawren Rocca.
BALTIMORE –Octubre en Baltimore apesta. El olor es punzante y maligno, como de cerveza reseca sobre linóleo en mal estado. Hace mucho tiempo olía mejor, cuando la Serie Mundial no era la fiesta de alguien más y un muchacho flacuchento de grandes orejas y corte de cabello descuadrado miraba a un gordo bailar sobre el dugout a la luz de la luna al dios que compartían. Hombre, era glorioso. Esto ocurría en los innings finales de un gran juegocuando El Equipo tenía momentos difíciles y necesitaba tomar un segundo aire. (Alguna vez hubo grandes juegos en Baltimore). Se escuchaba el rugido expectante de la multitud antes que pudiese ver al hombre. Y entonces le veías. Él había bajado desde la Sección 34 del right field y escalado sobre el techo del dugout de los Orioles, su oficina, el lugar al que solo él podía acceder. Era tan grande como un reno, con una barba como unaestopa desmenuzada y unas agallas del tamaño de una bañera. No caminaba con paso estable. Estaba borracho. Más borracho que el último hombre del bus, que el gusano del Cuervo. Con dignidad imperiosa, el hombre grande se paraba rígido, pidiendo silencio para su sinfonía. Lo conseguía. De pronto, histriónicamente sus brazos hacían círculos en el aire sobre su cabeza y el resto de él parecía comprimirse como una calabaza. “O!” brama la multitud. De seguidas, el truco. Entornaba su carnoso brazo derecho, como si Bellushi aplastara una lata de Schlitz contra su frente. La pierna derecha levantada. Seguramente pitchearía por el lado del brazo hacia el terreno, pero el viejo oso de alguna manera mantenía su territorio, tambaleándose, tambaleándose… “R!” ruge la multitud. A veces hasta los peloteros se estiraban para ver. Y así seguían, hasta completar O-R-I-O-L-E-S. Al final las tribunas estaban encendidas, un tormentoso océano de emociones, cuarenta mil gargantas pidiendo una reacción, pidiendo carreras. Y protestaban si las carreras no llegaban. Eso fue hace mucho tiempo. Wild Bill Hagy, así se llamaba el mismo. Por un tiempo se podía comprar gorras de Wild Bill Hagy. Wild Bill salía por TV. Wild Bill estrechaba manos con el Presidente Carter. Wild Bill daba autógrafos; los firmaba “Wild Bill”. Era el taxista más famoso de Estados Unidos. Luego, un día, desapareció como un escupitajo en una ventisca. ¿Por qué dejó de ir a los juegos? Nadie sabía. ¿A dónde se fue? La última vez que alguien vio a Wild Bill Hagy hacer su danza fue en 1983, lo cual resultó la última vez que alguien viese a los Orioles cerca de la Serie Mundial. En lugar de eso hubo interminables temporadas como esta última.
Para mediados de septiembre los Orioles estaban pistoneando de nuevo. Ellos habían desarrollado una carrera convincente por el banderín, pero de pronto no podían mantener la ventaja en los innings finales. Juro que no había nada equivocado con su pitcheo; había algo que carcomía sus almas. Tal vez el espíritu sea una cosa cursi. Tal vez eso no cuenta más para nada. Tal vez el beisbol es nada sino un negocio y la moraleja es que el maravilloso nuevo estadio de los Orioles está lleno de abogados y los sándwiches de pastel de cangrejo y la cerveza ligera se están moviendo bien, y el equipo está haciendo dinero como los mercaderes de Lexington Avenue. Tal vez eso es todo lo que importa. Y quizás el corazón humano solo es un músculo. Undía del septiembre pasado, justo antes que los Orioles quedaran eliminados de la carrera por el banderín en la que nunca estuvieron involucrados realmente, un tipo flaco de grandes orejas y un corte de cabello descuadrado enfrentó el hecho de que algo dentro de él dolía mucho, y necesitaba darse un respiro. Solo había un lugar para encontrarlo, se figuró. Resultó que no está en la guía telefónica, aunque eso no me sorprende. Tipos como Hagy no quieren que los encuentren, al menos no tan fácil. Así que llamé a Bob Brown un tipo hinchado que fue director de relaciones públicas de los Orioles durante los días de Hagy. Fue tan útil como una hemorroide. Brown no tenía idea de que había sido de Hagy, pero dijo que su secretaria de mucho tiempo conservaba un fichero con el número telefónico de cada quien, y que ella debió haber tenido el de Hagy, pero no pudo darme el número telefónico de ella porque había fallecido. Agradecí mucho a Bob y regresé a la guía telefónica. Ya no soy un niño, y no participo en juegos de niños. La guía telefónica que consulté estaba en una máquina de juegos, y esta tenía material de grandes ligas, un listado de cada quien en Estados Unidos. Está disponible por un precio si se sabe como preguntar, y no, no se lo voy a decir. Si usted lo quiere, tome una tabla de reportero y un lápiz número 2 y coma asfalto por cinco años, cubriendo las pequeñas ligas de futbol, softbol femenino y clubes de peleas entre novatos añejos con más corazón que talento y mas talento que sesos. Discúlpeme si sueno ácido pero como dije es octubre y la Serie Mundial parece estar ocurriendo en cualquier parte menos Baltimore. De todos modos, ninguna persona del país podría escapar de esta guíatelefónica monstruosa. Excepto, aparentemente, Wild Bill Hagy. Tecleé su nombre y la respuesta fue tan vacía como un eructo. Tal vez se fue del país. Pero no podía imaginarlo deletreando S-W-A-L-L-O-W-S ante el rugido de los trasegadores de sake en Yakult, Japón. Tal vez había muerto. Hombre. Tal vez estaba muerto. Desesperado, llamé a Camden Yards, el lugar perfumado que los Orioles ahora llaman casa. Ese estadio es estrictamente para los Pajaros. Eso es un chiste, pero no lo es, si me entienden. Fui a la oficina de prensa, donde resulta ser que hay un tipo que sabe de Hagy. Hagy trabaja en County Cab, en Catonsville, Md., me dijo el tipo de relaciones públicas. “Pero no contesta llamadas telefónicas”, dijo el tipo. “Hemos intentado llamarlo”.
Así que los Orioles lo intentaron y se poncharon. Eso me parecía bien. Esperar por el hombre grande. No llamé por teléfono. Si no entienden por qué, no pierdan su tiempo elucubrando. Están tan lejos de esto como los Orioles. Tuve que estacionarme a unas cuadras del garaje porque las compañías de taxis no tienen estacionamientos para clientes, lo cual tiene sentido, cuando se piensa en eso. Incrustado entre una intersección de dos calles de dos canales y Moose Lodge No.373, estaba el pequeño edificio de piedra blanca donde Bill Hagy se reporta. “SE SOLICITAN CHOFERES”, se leía en una señal de plástico que era menos un anuncio que una reparación amañada de la ventana rota en la cual estaba propped. “Necesito un taxi para Memorial Stadium”, le dije a la dama detrás del plexiglás a prueba de balas. Y tiene que ser el de Bill. Hagy”. ¿Quién carrizos sigue yendo a Memorial Stadium? ¿Quién pide un chofer por su nombre? Ella me estudió por dos latidos cardíacos. Estoy bien seguro de que eran los míos. “Él está en su día libre”, dijo ella, como si eso resolviese algo. Ella esperaba que me retirase y yo esperaba que ella me explicara algunos hechos. La habitación gritaba en silencio. No digo que las mujeres sean más débiles que los hombres, porque no lo son. No digo que esta nena fuese una persona fácil de convencer, porque no lo era. Lo que digo solo es la verdad, lo cual es que yo quería esto más de lo que ella quería alejarlo de mí. En los negocios y en stud de cinco cartas y al negociar con un despachador con hielo en las venas que ha soltado su colección de ángulos de expresiones faciales, el que gana es el que tiene más que perder. Ella suspiró y se encogió de hombros. “Él probablemente está almorzando” Así que busqué una silla y me senté. Estuve ahí por dos horas. Dos horas pueden darle descanso a los músculos, pero no al cerebro. El cerebro se pone hambriento. Empieza a masticar cosas. Mamita es colombiana, y algunos de los muchachos de la vecindad se reían de su acento. Pop era un italiano del viejo mundo, pero nadie se reía de él, o de Mamita cuando Pop estaba cerca. Él practicó algo de boxeo serio como un joven peso semicompleto. Jack Rocca. Lo llamaban “Rocca Bye-Baby” por lo que le hacía a sus adversarios en el cuadrilátero. Pop derramó algo de sangre en su vida, y saboreó mucha de la suya. Pop no era un tipo fácil de tratar, supongo que no empecé a conocerlo hasta que empezamos a ir a los juegos de los Orioles cuando yo tenía 9 años de edad. Nos sentábamos por el lado de primera base, lo cual nos daba una gran vista del dugout de los Orioles cada vez que Wild Bill aparecía. Pop pensaba que tal vez Wild Bill era solo un borracho, no le gustaba, pero gritaba las letras con él tal cual.
Este era Pop: Una vez estoy pitcheando contra el equipo de St. Bernadette, y miro hacia el jardín derecho para ver si el jardinero está listo. Y en la distancia, veo a un tipo asomado detrás de un árbol. Sé que era Pop porque ningún otro padre usaría un traje de tres piezas para asistir a un juego de beisbol juvenil. Después, me dice que siempre va a mis juegos, pero siempre se esconde, porque sabe que eso me pondría nervioso. Dejamos de ir a los juegos juntos alrededor del momento cuando Wild Bill no siguió haciendo su acto, y no hemos hablado mucho desde entonces, mi padre y yo. Yo estaba en mi tarea en la oficina de la compañía de taxis, pensando en esta remembranza, cuando la puerta de madera contrachapada se abrió, plenando la habitación con una luz solar enceguecedora. Así de rápido, el sol había desaparecido. Algo grande lo estaba bloqueando. La puerta endeble chirrió al cerrarse detrás de él. Solo di una mirada, porque entre dos pestañeadas, él se había ido, moviéndose rápido para ser gordo, como un joven Gleason iba a los saxofones. Hagy desapareció a través de la puerta de seguridad que me separaba del recinto dela despachadora, Desde adentro llegaban susurros furtivos. La puerta de la despachadora se abrió lentamente y emergió la vastedad de Hagy. Él estaba todo gris. Yo estaba listo para lo que fuese, pero de alguna manera no estaba listo para eso. Hagy me escrutó con la mirada y una especie de sonrisa. Él tiene un diente inclinado. “Bien amigo”, soltó él. “Vamos”. La oferta. La altura de Hagy es 1,83 m. El peso de Hagy es 135 kilogramos. Su edad es 54 años. Hay 47 pasos desde la oficina de la despachadora hasta el taxi de Hagy, el cual es el número 68. Cuando un periodista deportivo está nervioso, empieza a lanzar estadísticas. Se puede contar con eso. Wild Bill se deslizó entre el volante y el asiento de vinilo. El taxi olía como los taxis viejos, como la sala de recibo de un bordello del siglo 19. Eso es malo, pero no del todo malo. No para que se quiera lamer el asiento. Hagy no me preguntó por qué yo iba a un Memorial Stadium vacío a mediados de octubre. Hagy no me preguntó nada. Hagy manejaba. Y así, todo dependía de mí. En mi puño había un sándwich de efectivo: un trozo de serrucho entre un par de Jacksons. El Washington Post, le dije a Hagy, me ha autorizado para pasear en este taxi hasta que se agotaran los cincuenta. The Washington Post, dijo él. Si señor, le dije. Pero tal vez lo pronuncié como “Ssñr”. Tal vez no estaba en mi mejor momento.

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