lunes, 8 de septiembre de 2025

Bate de guayabo.

De todos los bates que Garibaldo empuñó cuando conoció ese juego de golpear la pelota y correr por las bases en rombo; ese que había visto a los hijos de Clemente elaborar desde cortar una rama de guayabo hasta modelar el mango y el barril (maceta) a mano, con un cuchillo de cocina, se mantenía entero mientras los de fábrica se fracturaban y había que meterles clavos. Garibaldo contenía la respiración casi hasta la asfixia al observar como Clementico tallaba los extremos del pedazo de madera, como torneaba la punta superior hasta darle forma redondeada, como moldeaba el extremo inferior hasta disminuir el grosor y modelar el disco que remataba el mango del bate. Nada de Adirondack, Louisville ni Tamanaco, todos querían empuñar el bate de guayabo. Aquel sable de madera pálida se sentía desgarrar el aire hasta golpear a los más esquivos átomos de nitrógeno. De todos los batazos que ensayó, Garibaldo solo recuerda los chaparrazos que asestó sobre una pelota de goma. Aún resuenan silenciosos, con ecos de efervescencia, cada swing fue ejecutado desde la levedad de un bate de guayabo.
Alfonso L. Tusa C. Septiembre 8, 2025. ©

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Una esquina del estadio.

El pavimento esta fracturado, el cemento adquirió esa tonalidad anaranjada de las arcillas más recónditas del pleistoceno. Aún así, a pesa...