miércoles, 25 de septiembre de 2024

Remembranzas Olímpicas de Jim Abbott.

Desde siempre Jim Abbott, por la formación que recibió de sus padres y abuelos, se comportó como alguien que podía hacerlo todo a pesar de haber nacido sin su mano derecha. Fue capaz de viajar con el equipo amateur de beisbol de Estados Unidos a la casa del equipo más poderoso en todo el beisbol aficionado, muchos lo consideraban un equipo profesional porque jugaban temporadas de más de cien juegos, y venció al equipo cubano, si aquella maquinaria de Omar Linares, Orestes Kindelan, Victor Mesa, Luis Ulacia, Omar Ajete, entre otros grandes jugadores, en trabajo completo ante el asombro de los fanáticos cubanos. Luego perdió ante ese mismo equipo la medalla de oro en la Juegos Panamericanos de Indianapolis 1987. Entonces se fajó con los casi invencibles japoneses en la final del beisbol olímpico de los juegos de Corea del Sur 1988 para alcanzar la primera medalla aurea de su país en esa disciplina. Esa determinación también afloró una tarde sabatina de septiembre de 1993 en Yankee Stadium. Cuando enfrentó a unos Indios de Cleveland que unos días o semanas atrás lo había castigado sin piedad en el Municipal Stadium. Desde la proactividad y el coraje más intensos propios de su realidad de discapacitado que Abbott ha sabido manejar hasta borrarla mediante una actitud y competitividad propias del más aventajado de los atletas, se dispuso a enfocarse en este nuevo desafío, como cuando le enseñaba a niños discapacitados de la mano derecha a hacer la transición del guante desde la mano izquierda hacia el brazo derecho mientras deja caer la pelota en la mano izquierda, o como cuando asistió a un hombre de 30 años a quien se le paralizó el lado derecho del cuerpo incluyendo su mano derecha: “Cuando estaba en el hospital, Jim fue quién me inspiró a comer de nuevo, caminar de nuevo y vestirme yo mismo de nuevo". Esa mañana sabatina se tomó las cosas con calma mientras iba al estadio.
Enfrentar al equipo cubano de finales de 1980 era la prueba, la exigencia, la evaluación máxima de cualquier pitcher amateur que quisiera medir sus habilidades, facultades, o astucia. Abbott viajó a Cuba para cumplir una serie de encuentros de preparación en medio del ciclo olímpico. Sabía que para la novena cubana era un asunto de honor que iba mucho más allá del terreno deportivo, vencer a los gringos en cada uno de esos encuentros. Ese tipo de reto siempre le ha agradado, competir al nivel más exigente para demostrarse y demostrar a los demás que él puede rendir igual que cualquiera de los peloteros que tienen plenitud de facultades físicas. Justo al inicio del juego que abrió Abbott, Victor Mesa el veloz jardinero central cubiche abrió la alineación y tocó la pelota por la raya de cal de tercera base, cuando muchos pensaban que no había nada que hacer Abbott saltó como un lince y tomó la pelota a mano limpia y de espaldas metió un trueno que estalló en el mascotín del primera base. La pelota llegó justo cuando Mesa saltaba sobre la almohadilla, pero el árbitro sentenció el out de inmediato. Abbott respira profundo, aprieta el guante con la mano izquierda mientras todavía cuelga del muñón de su brazo derecho. Sabía que podía tomar esa pelota, lo que aún no encuentra como explicarse es como disparó esa pelota de espaldas, sin ángulo de visión, sin equilibrio y la metió en el centro del mascotín del primera base. Los compases metálicos cargados de vehemencia y frustración estremecen las manos de Mesa quien persigue al árbitro de primera base señalando que su pie llegó primero que la pelota. Poco a poco el jardinero central cubano se resigna cuando desde la tribuna estalla una ovación cerrada, de pie y con vítores. Las miradas de aprobación acallaban la incredulidad que había respecto a lo que era capaz de hacer aquel pitcher sin la mano derecha. Abbott terminó ganando ese juego y hasta el comandante Fidel Castro bajó al dugout estadounidense a felicitarlo.
Desde su llegada a las grandes ligas había mostrado que sus logros del amateur no eran asunto aislado, ni mucho menos méritos circunstanciales. Antes o después de los juegos, luego de la demostración más lustrosa de un pitcher incluido blanqueo y menos de cinco imparables permitidos, o de la derrota más amarga, sus compañeros de los Angelinos de California le hacían señas en el clubhouse para informarle que había alguien que quería hablar con él. Abbott ya sabía de qué se trataba, aún con el uniforme y las manos revestidas de sudor, grama y pez rubia, con la visera de la gorra hacia atrás, salía a la sala de reuniones para hablar con un niño discapacitado que quería saber como hacía para jugar beisbol sin que se notara que le faltaba la mano derecha. El buscaba la más comprensiva de sus miradas y se sentaba. A Blaise Venancio le dijo: "Quiero desearte la mejor de las suertes en el béisbol este año. Espero que tengas un gran desempeño en el campo. Sé que a veces es dificil hacer las cosas de manera diferente al resto de los niños. Pero créeme, si perseveras, puedes ser tan bueno como ellos. Ten fe siempre. Todo es posible". El 13 de julio de 1990 los Angelinos de California recibieron en Anaheim Stadium a los Azulejos de Toronto de Tony Fernandez, Kelly Gruber, Derek Bell, Mark Whitten, Fred McGriff y compañía. Abbott subió al montículo por los Angelinos y Todd Stottlemyre por los Azulejos. Un cuadrangular del cátcher Lance Parrish en el segundo inning que encontró a Dave Winfield en primera base fue el único respaldo que necesitó Abbott en ruta a blanquear a los Azulejos en trabajo de solo 4 imparables, sin conceder boletos y 3 ponches. Abbott retiró en fila a los últimos ocho Azulejos que enfrentó. El 24 de septiembre de 1991 en el mismo Anaheim Stadium y ante el propio Todd Stottlemyre, Abbott se enfrascó en un intenso duelo de pitcheo por 10 innings. David Wells relevó a Stottlemyre en el séptimo episodio. Esta vez los Azulejos alineaban a Roberto Alomar, Jon Olerud y Dave Carter entre otros excelsos peloteros. Abbott llegó a retirar hasta 16 Azulejos en fila entre el cuarto y el noveno innings. En la apertura del décimo inning Pat Borders le sacó un jonrón de tres carreras para darles la victoria a los Azulejos. Abbott lanzó 10 innings, solo permitió 4 imparables, concedió un boleto y ponchó 13.
Otro de los grandes retos que asumió Abbott ocurrió cuando fue a jugar con los Cerveceros de Milwaukee hacia finales de los 1990s. El pitcher aún bateaba en la Liga Nacional, por lo cual Abbott debió empuñar el madero cada vez que abría un juego. El 30 de junio de 1999 los Cerveceros visitaron Wrigley Field para enfrentar a los Cachorros de Chicago y a John Lieber. Milwaukee pico adelante mediante jonrón de Jeromy Burnitz abriendo el segundo inning. En la apertura del cuarto episodio, luego de dos outs, Marquis Grissom se embasó mediante sencillo de piernas con rodado a tercera base. Geoff Jenkins batea imparable a la izquierda que lleva a Grissom hasta la antesala. Valentin recibe boleto intencional. Abbott despacha imparable remolcador de Grissom y Jenkins. Los Cachorros igualan en el cierre del cuarto inning con jonrón solitario de Glenallen Hill y vuelacercas de dos carreras de José Hernández. Milwaukee toma la delantera 4-3 en la apertura del quinto mediante imparable al centro de Ronnie Belliard, doble de Burnitz a la derecha y elevado de sacrificio de Dave Nilsson al centro. Los Cachorros ganan el juego 5-4 con carreras en el sexto y séptimo. Abbott no tiene decisión en trabajo de 5 innings, 4 imparables y 3 carreras limpias. El 17 de mayo de 1989 los Angelinos de California reciben a los Medias Rojas de Boston en Anaheim Stadium. Abbott enfrenta a Roger Clemens, En el propio primer inning doble remolcador de tres de carreras de Chili Davis y cuadrangular de dos anotaciones de Lance Parrish decretan la pizarra. Abbott blanquea a los Media Rojas de Wade Boggs, Jim Rice, Dwight Evans, Ellis Burks y Mike Greenwell entre otros. En trabajo de 9 innings, solo permite 4 imparables, concede 2 boletos y receta 4 ponches.
El 16 de mayo de 1991 los Yankees de Nueva York recibieron a los Angelinos de California en Yankee Stadium. Wally Joyner remolcó cuatro carreras con doble y jonrón y Abbott lanzó 9 innings sin permitir anotaciones, aceptó 7 imparables, recetó 6 ponches para vencer a los bombarderos del Bronx 7-0. Tal vez este juego fue que empezó o terminó de motivar a la gerencia de los Yankees para obtener los servicios de Abbott. Es muy probable que el sábado 4 de septiembre de 1993, mientras se preparaba en casa para ir al estadio y luego mientras observaba el movimiento citadino de Nueva York desde la ventanilla del taxi que lo trasladaba a Yankee Stadium, Jim Abbott se convencía de que podía dominar esa alineación de los Indios de Cleveland (Kenny Lofton, Carlos Baerga, Albert Belle, Jim Thome, Manny Ramìrez, Candido Maldonado, etc.) que pocas semanas atrás lo había castigado al punto de enviarlo a las duchas temprano en el juego. Las charlas motivacionales con los niños discapacitados, burbujeaban con fuerza junto a sus esfuerzos por fajarse con las novenas de Cuba y Japón en los Juegos Panamericanos de 1987 y las Olimpíadas de 1988 respectivamente. Cada una de esas conversaciones con los niños, la fruición con que les mostraba la transición del guante desde la mano izquierda hacia el muñón del antebrazo derecho, la épica de la batalla por la medalla dorada olímpica, subió con él al montículo. En el primer y quinto innings Abbott empezó concediendo boleto, luego tuvo la entereza para inducir el dobleplay con el siguiente bateador. También otorgó boletos en el segundo, sexto y octavo innings. A partir del quinto inning el cátcher Matt Nokes se acercó al montículo para darle ánimo y hacerle alguna sugerencia a su pitcher. En medio de la atmósfera del noveno inning, cargada de respiraciones entrecortadas y toda una colección percusiva en el centro del pecho, Abbott temió por la vigencia del no-hitter cuando Lofton descargó un rodado por el medio del campo, cuando Mike Gallego tomó la pelota y completó el out en primera, Abbott levantó la mirada hacia el cielo.
En cuenta de dos y dos, Abbott lanzó una curva en el medio del plato y Félix Fermín descargó un elevado profundo entre el jardín izquierdo y el central, afortunadamente uno de los lugares donde Yankee Stadium es más prolongado, lo cual le dio tiempo a Bernie Williams para atrapar la pelota en el borde de la zona de seguridad. La atmósfera era de expectativa desmesurada, de pronto las gestas de Don Larsen en la Serie Mundial lanzando un juego perfecto, de Bob Feller, Allie Reynolds, Dave Righetti, todos completando no hitters allí en ese estadio, invadieron la mirada de Abbott, su enfoque de buscar las señas de Nokes a través de la gritería. También burbujeaba aquel noveno inning contra el equipo de Japón en el juego por la medalla de oro de los Juegos Olímpicos de Seul 1988. Ganaban 5-3, sin embargo allí estaba otra vez ese sudor frío en el cuello y la batucada en el lado izquierdo del pecho. A punta de rectas cortadas Abbott obligó a los japoneses a batear tres roletazos al tercera base Robin Ventura quien lanzó pelotas altas que hicieron saltar al primera base Tino Martínez para completar los dos primeros outs y en el tercer intento la metió en el pecho del inicialista para decretar la celebración dorada. Ahora la soledad bulliciosa empujaba a Abbott con sus remembranzas hacia la zona posterior del montículo, la inminencia de aquel turno ante Carlos Baerga le hizo dar in vistazo eléctrico, Wade Boggs golpeaba el centro de su guante frente a la antesala, Gallego saltaba en la punta de sus pies en segunda base, Randy Velarde sacudía sus pìernas en el campocorto, en primera base Don Mattingly rastrillaba la arcilla con sus spikes. En cuenta de un strike sin bolas, Abbott lanzó una slider abajo y afuera y Baerga bateó un roletazo al campocorto que Velarde tomó y metió un rectazo al pecho de Mattingly, el sueño era realidad, la atmósfera de Yankee Stadium reverberaba en emociones.
Alfonso L. Tusa C. 09 abril 2024. ©

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Paso Peatonal.

El hombre tomó al niño de la mano y avanzó detrás del carro. Roberto miró al conductor con ojos punzantes, “¿No se da cuenta de que este e...