domingo, 30 de marzo de 2025

El gran pelotero de los Piratas de Pittsburgh, Rennie Stennett, fallece a los 72 años de edad.

Jerry DiPaola. Triblive.com. Martes, 18 de mayo de 2021.
Rennie Stennett, quien hizo historia dos veces con su presencia en la alineación de los Piratas de Pittsburgh como novato y luego con siete imparables en siete veces al bate en un juego, falleció la mañana de este martes 18 en Coconut Creek, Fla., después de batallar contra el cáncer. Nacido en Panamá, Stennett llegó a los Piratas a mediados de su temporada de campeonato de Serie Mundial en 1971 (el primero de sus dos títulos con el equipo), bateó un tope para su carrera de .353 en 50 juegos, y fue parte de la primera alineación de minorías raciales en la historia de las ligas mayores, el 1 de septiembre en Three Rivers Stadium. Fue el abridor de la alineación en una victoria 10-7 contra los Filis de Filadelfia, en un orden de bateo que incluía a Gene Clines, los inquilinos del Salón de la Fama Roberto Clemente y Willie Stargell, Manny Sanguillén, Dave Cash, Al Oliver, Jackie Hernández y Dock Ellis. Stennett jugó 11 temporadas en las grandes ligas, terminó con promedio de bateo de .274 y 1239 imparables. Se unió a Sanguillén, otro panameño, como dos de los mejores bateadores de bolas malas de su tiempo. “Pienso que no fueron a ningún tipo de instrucción de bateo”, dijo el jardinero Matt Alexander, un compañero de equipo en el equipo del campeonato de la Serie Mundial de 1979. “Hacían todo por su cuenta. Ver la pelota, batearla. Si les lanzaban cerca del plato, hacían swing”. La habilidad de Stennett para encontrar huecos en la defensa contraria nunca fue más pronunciada que el 16 de septiembre de 1975, ante los Cachorros de Chicago en Wrigley Field. Bateó imparables en sus siete turnos al bate durante un juego de nueve innings, una marca de ligas mayores aún vigente. Logró imparables ante ambos hermanos Reuschel, Rick y Paul, y finalizó con cuatro sencillos, tres dobles y un triple. Tuvo dos imparables en el primero y quinto inning respectivamente camino del blanqueo más unilateral de las mayores en 75 años, 22-0. Antes de Stennet, 43 peloteros habían bateado de seis-seis en un juego, incluyendo a los inquilinos del Salón de la Fama Ty Cobb y Paul Waner. El antiguo pitcher de los Piratas, Jim Rooker, estaba en el dugout ese día, cuando el manager Danny Murtaugh sacó a Willie Randolph de corredor emergente por Stennett después que este bateara un triple en el octavo inning.
Murtaugh dijo después que no quería sacar a Stennett hasta que lo hicieran out, pero nunca imaginó que podría batear en el noveno inning. Casi lo hizo. El turno al bate de Stennet estuvo prevenido en el noveno inning con dos outs, Murtaugh respiró aliviado cuando el pitcher relevista Ken Brett terminó el inning con elevado al jardín izquierdo. “Si Brett hubiera conseguido un imparable, Rennie habría tenido la oportunidad de batear de 8-8”, dijo Rooker. “Murtaugh ladeó la cabeza. Si alguna vez quiso que su equipo entregara el out fue esa…Murtaugh estaba muy agradecido. Se pasó las manos por las cejas”. Stennett, siguió bateando , al conseguir dos imparables más en sus primeros dos turnos al bate en Filadelfia. También era bueno al campo, dijo Rooker. “Si alguna vez se pensó en alguien que se anticipara en caso de que la pelota fuese bateada hacia él, ese era Stennett”, dijo Rooker. “Siempre estaba preparado, más que cualquier otro pelotero con quien haya jugado”. Rooker recuerda otro día en Wrigley Field donde Stennett, jugando segunda base, tomó un sencillo en el jardín derecho corto, entre primera y segunda base y lanzó a tercera base, para poner out a un corredor que estaba en primera y salió retrasado en una jugada de bateo y corrido. “Sin siquiera mirar, se volteó y lanzó la pelota a tercera base en el salto y el corredor ni siquiera se deslizó porque fue out de calle”, dijo Rooker. “El aspecto en su rostro fue como si dijera: ‘¿Quien lanzó esa pelota? ¿Cómo llegó esa pelota aquí?’ Agité mi cabeza, y reí”. Rooker recuerda a Stennett como un competidor feroz que odiaba poncharse. De hecho, Stennett fue a batear 4810 veces en su carrera, con solo 348 ponches. Bateó la pelota con contundencia casi 93% del tiempo. “Rennie era un tipo intenso. No te dabas cuenta de eso, pero lo era”, dijo Rooker. “Se molestaría mucho con los peloteros de hoy por los ponches. Una vez me dijo, ‘Me avergonzaba cuando me ponchaba’”. Stennett bateaba para .336 en 1977, una de las dos temporadas en las cuales recibió votos para jugador más valioso, cuando se dislocó el tobillo derecho en agosto al deslizarse en segunda base en Three Rivers Stadium. Después de eso, jugó cuatro temporadas más, pero nunca bateó más de .244. “Si no se hubiera lesionado, estaba en dirección al Salón de la Fama”, dijo su compañero de equipo Lee Lacy,
El antiguo pitcher de los Piratas, Don Robinson, tuvo la oportunidad de apreciar otra faceta de Stennett cuando estuvieron en el hospital convaleciendo por cirugías. El entonces pitcher AA, Robinson había sido operado de su codo cuando fue llevado a la habitación privada de Stennett. Stennett tuvo su cirugía el día anterior. “Una de las enfermeras vino y dijo que había un hombre que quería conocerme”, dijo Robinson. “Ellas me llevaron en silla de ruedas y se trataba de Rennie Stennett. Nunca había conocido a Rennie Stennett”. “Él dijo, ‘Entra’, había mucha comida y él dijo, ‘Escucha, come todo lo que quieras. Solo quiero presentarme. Soy Rennie Stennett’”. “Sé quien eres”, Robinson respondió, “pero no sabía que sabías quien soy yo. No podía creer que él quisiera conocerme. Nunca olvidaré lo que hizo por mí en 1977”. Entristecido por la pérdida de mi amigo, antiguo compañero de equipo y coterráneo panameño Rennie Stennett. Te extrañaré. Gracias por enseñarme a jugar golf. Descansa en paz amigo. Nuestras condolencias más profundas a la familia Stennett. #WeAreFamilyForeverpic.twitter.com/JBTaspyW8T __Omar Renan Moreno Q (@OmarMoreno79). 18 de mayo de 2021.
El manager de los Piratas Derek Shelton dijo este martes 18 que recibió un mensaje de texto de Stennett este año en el cual el antíguo pelotero elogiaba la dirección que estaba tomado el equipo. Shelton declinó revelar detalles del mensaje privado, pero dijo, “Que un tipo que bateó siete imparables en un juego de temporada regular y fue parte importante de dos Serie Mundiales hable de la dirección que están tomado los Piratas de manera positiva, eso es impactante para mí”. “Ese mensaje nunca será borrado. Se quedará conmigo”.
Traducción: Alfonso L. Tusa C. 23 de mayo de 2021.
Nota del Traductor: Números del Rennie Stennett en la temporada 1981-82 con los Tigres de Aragua: 11 juegos, 41 veces al bate, 1 carrera anotada, 11 imparables, 2 dobles, 4 carreras empujadas, 3 bases robadas, .268 promedio de bateo.

sábado, 29 de marzo de 2025

Atmósferas desgastadas de otra Cumanacoa.

Tomas cada fotografía con mucho cuidado, la pega quebradiza del álbum y la humedad implacable de los años avanza en manchas fantasmales que devoran momentos, espacios que el tiempo ha devorado. Tienes más de diez años que no visitas Cumanacoa, aquella vez habían desaparecido muchos de los lugares que frecuentabas. Quedaba la edificación de la heladería Tropical, remanso de tantas medias mañanas o atardeceres donde además de adquirir barquillas de ron pasas o mantecado, siempre quedaba otro medio para comprar uno de aquellos cocosettes envueltos en papel glasé blanco debajo del forro marrón oscuro, quizás ahora se pueda disfrutar de inmediato de la mordida crujiente y el estallido de matices dulces en distintas zonas de la lengua, entonces destapar, despegar aquel papel de alabastro formaba de una experiencia gustativa potenciada por la diligencia de los dedos forcejeando con aquella galleta que resbalaba y refulgía. Las puertas inmensas de madera revestidas de todas las lluvias y fragmentos de hojas de caña quemadas cerradas desplegaban un muro espeso, de un espesar de muchos, cuarenta, cincuenta, sesenta años. Te paraste ahí con ganas de tocar la puerta y reclamar que ya eran las diez de la mañana y querías tu kolita Sifón y tu caramelo de Aeromint. La esencia de menta se disuelve entre los efluvios de alcanfor y los vahos de naftalina impregnados de humedad. En cada fotografía truenan más punzantes los contactos de los neumáticos con el peraltaje de las curvas de Los Ipures, de las rectas de Pie de Cuesta, de los paisajes de la salida de Arenas. Es un viaje que despliegas cada amanecer con los lienzos fugaces de tus sueños más persistentes, cada atardecer con los pelotazos extraviados entre los matorrales del solar de asfalto, las manos arañadas sobre hojas de tabaquero o tallos de verdolaga, la respiración más entrecortada porque la oscuridad ensombrecía el pedazo de calle Bolivar aun de arena y matorrales.
Mientras más avanzas en el álbum, más te detienes en paisajes que sabes inexistentes, atrapados en burbujas que solo las memorias más privilegiadas recuerdan, como el mercado viejo de la calle Sucre, si la misma que empalma con la carretera de Cumaná. Ese mercado que estaba a mitad de camino entre el bar de Rafael López y la escuela Juan Rengel de Zerpa. La foto esta llena de una neblina muy espesa que se confunda con las manchas de humedad que deterioran la emulsión fotográfica. Quieres regresar en el tiempo, lo confrontas con buscar un carro por puesto en la antigua estación de pasajeros en las cercanías del puente Guzmán Blanco, a orillas del río Manzanares, en las inmediaciones de una tarde caliente y las penumbras del crepúsculo. Regresar a Cumanacoa siempre era un remanso y también la expectativa por saber cuantos lugares permanecían con penumbras de atardecer en la plaza Bolivar hasta las ocho de la noche, o si el timbre de de vespertina del Royal había vaciado la plaza Montes. Siempre has querido investigar, indagar, descubrir como era aquel espacio de una esquina de la calle Flores, lateral a la residencia de la señora Custodia, diagonal al local de la antigua frutería. Varias veces en tus zancadas desbocadas te detenías ante los restos arqueológicos de una pared revestida de filigranas de frisos de cemento y pinturas de colores intensos junto a lo que parecía una especia de lecho limitado por cemento donde seguía erguido un árbol de almendrón. Tu padre alguna vez señaló varias de aquellas fotografías que plasmaban reuniones sociales en una estancia iluminada por bambalinas atractivas y mesas en configuración festiva. “Esas fiestas se efectuaban ahí en esa esquina donde queda ese pedazo de pared y la mata de almendrón”. Nunca pudiste entender hacia donde se extendía ese local, en una dirección atravesaba la calle Las Flores, en las otras ocupaba la mitad o tres cuartas partes de la cuadra. Tratas de ubicar distintos ángulos fotográficos, solo ves el centro de la fiesta.
Uno de tus recorridos favoritos consistía en tomar el atajo desde La Represa, alrededor, circunscribiendo el cerro de La Pesa, para evitar pasar por el centro frecuentado por carros y camiones a esa hora de luces tenues, sonidos viscosos de las seis, seis y cuarto. Ni siquiera pasabas por la calle del cementerio. Te ibas por detrás, sin importarte los raspones del gamelote en el rostro, por momentos sospechabas avanzar entre los límites de un cañaveral y las fallas tectónicas del camino de tierra anaranjada y piedras basálticas salpicadas de un cuarzo opaco. Desde allí escuchabas las cornetas de los carros, los sonidos en contraste de varios padres llamando a los hijos de un juego prolongado de pelota, te asomabas, estirabas el cuello con ansias de atravesar el camposanto, pasar el puente entre Mohedano y Las Flores. Cuando te aventurabas, te quedabas por segundos sobre el puente para ver los techos de cinc y escuchar el murmullo de los gavilanes a veces forcejeando con papagayos de los que remontaban en el solar de asfalto frente al centro de salud. Había una especie de intercambio metálico entre los techos y la cola de los papagayos. Muchos aficionados al arte de los voladores, hacían de eso una especie de guerra soterrada, le ponían pedazos de hojillas a sus papagayos en la cola. Era todo un espectáculo observar las zancadas, la carrera, el embalaje de algunos muchachos que arrancaban tan pronto como uno de esos papagayos corcoveaba en el aire y empezaba una caída escalonada. A veces el artilugio precipitaba unas cuadras más allá, en El Chispero, La Rinconada o el final de la calle La Florida casi a la entrada del Central Azucarero. Entonces la más despiadada carrera permitía que alguien alcanzara primero el octágono de veradas y papel de seda tensado, parecía la llegada de una prueba de maratón, en ese momento los contrincantes se detenían y empezaba un momento mágico parecido a tráfago desde la superficie de asfalto hacia el descampado de arbustos, hierbajos y espinares que rodeaban aquel particular diamante de beisbol, aquellos batazos profundos te empujaban a través de esa membrana de fantasías propia de la película El Campo de los Sueños, cuando los peloteros salían desde el maizal se encendía toda la competitividad y la atmósfera festiva que vivías con tus amigos al llegar al solar de asfalto y empezar a escoger los equipos que jugaban hasta bien entrado el atardecer- Escuchabas la voz de tu padre en la distancia llamándote a cenar como el susurro de la película que le dice al protagonista que construya el campo de beisbol. Todavía recuerdas una tarde cuando se armó un rebullicio al otro extremo del solar, todo aupaban a un tipo flaco, musculoso que jugaba centerfield y a un zurdito que lanzaba candelazos que hacía chillar al cátcher. El Charro Cesar Campos, el abridor del equipo juvenil de Sucre y Rafael Velásquez uno de los pitchers responsables de la trilogía de campeonatos nacionales de Sucre en el beisbol juvenil.
Ya no sabías si las fotografías del solar de asfalto sabían a Cocosete, si los papagayos con hojillas olían a Aeromint, o si los rodeos al cerro de La Pesa burbujeaban como kolita Sifón.
Alfonso L. Tusa C. 25 enero 2025. ©

viernes, 28 de marzo de 2025

Spider Jorgensen Recuerda a Jackie y los Dodgers de 1947.

Él irrumpió como tercera base de Brooklyn el mismo año que Robinson borró la línea del color en las ligas mayores.
Phil Elderkin. Inland Empire Magazine. Baseball Digest. Junio 1998.
Aunque la historia a menudo desarrolla ramales que van en distintas direcciones, 1947 no fue exactamente el año de Spider. En vez de eso perteneció a Jackie Robinson de los Dodgers de Brooklyn, quien rompió el sello de la línea del color en el beisbol de grandes ligas en la ruta a ser nombrado Novato del Año en la Liga Nacional. Sin embargo hubo otro novato de los Dodgers que usó el uniforme de Brooklyn esa temporada, John (Spider) Jorgensen. Spider jugó 128 desafíos en tercera base (23 menos que Robinson), aún así empujó 19 carreras más que Jackie, aún uno de los secretos mejor guardados del beisbol. Antes de 1947, Robinson y Jorgensen habían sido compañeros de equipo en Montreal, el principal equipo de las granjas de ligas menores de Brooklyn. Jackie jugaba segunda base, Jorgensen tercera, y el futuro gerente general de los Dodgers, Al Campanis, campocorto. “Para ese momento, nunca se me ocurrió que los Dodgers estaban haciendo historia con Robinson”, explica Spider. “Pienso que eso ocurrió por dos razones. No recuerdo a los aficionados de Montreal haciendo tanta alharaca por Jackie. Ellos solo parecieron aceptarlo. Y yo estaba tan concentrado en establecerme con el equipo de Montreal que el asunto de Robinson se me escapó por un momento. Años después hubo reportes de que el inquilino del Salón de la Fama negro, Cool Papa Bell dijo una vez que él conoció a un negro que jugó diez temporadas en la Liga Americana haciéndose pasar por cubano”. Hoy, Jorgensen, un residente de Cucamonga, California y un veterano de cinco años en ligas mayores hasta que se lesionó el hombro, maneja más de 35.000 millas al año buscando talento para los Cachorros de Chicago. Su red fue lo suficientemente fuerte para atrapar al primera base múltiple ganador de guantes de oro Mark Grace para los Cachorros. Cuando los Dodgers entrenaron en La Habana, Cuba, en la primavera de 1947, llevaron a sus peloteros de Montreal, incluyendo a Robinson. “Cuando llegamos a La Habana y habían empezado los rumores de que el gerente general Branch Rickey iba a convertir a Jackie en miembro de los Dodgers de Brooklyn y que a muchos peloteros no les gustaba eso”, dice Jorgensen. “En aquellos días los Dodgers y Montreal siempre jugaban una serie de tres juegos de exhibición en Ebbets Field justo antes del inicio de la temporada regular.
“Robinson tuvo una serie muy buena y yo también. No fue hasta el día anterior al inicio de la temporada de la Liga Nacional que Rickey hizo el anuncio de que el contrato de Jackie había sido adquirido por los Dodgers”. Sin embargo, para evitar varias situaciones de contacto en la mitad del cuadro interior, donde el cuerpo de Robinson había estado en riesgo cada vez que tenía que ejecutar el dobleplay, Rickey movió a Jackie a primera base. No fue hasta el segundo año de Robinson cuando regresó a la segunda base. (Rickey le había hecho prometer a Jackie que no respondería ante cualquier afrenta verbal o física). Con los terceras base veteranos Arky Vaughan y Cookie Lavagetto todavía usando el uniforme de Brooklyn, Jorgensen pensaba que no tenía oportunidad de quedarse con los Dodgers. De hecho, sus pertenencias habían sido enviadas a Syracuse, donde Montreal jugaría su primer juego de gira. Mientras esperaba con sus compañeros de Montreal en Brooklyn, Jorgensen recibió la llamada telefónica que lo convirtió en Dodger, como resultado de las lesiones de Vaughan y Lavagetto. Al no disponer de sus implementos, Spider empezó contra los Bravos de Boston usando el guante de segunda base de Robinson. “Pero eso no fue todo”, dice Jorgensen. “El comisionado Happy Chandler había suspendido al manager de los Dodgers Leo Durocher por un año por conducta en detrimento del beisbol. Rickey hizo entonces que el coach Clyde Sukeforth fuese el manager por dos juegos, antes de traer a Burt Shotom para dirigir el equipo”. “Fue un gran año. Los Dodgers ganaron el banderín y luego jugaron la Serie Mundial ante los Yankees. Desafortunadamente perdimos en siete juegos”. Aunque Jorgensen dice que no se percató de eso hasta un año después, regresar a casa después de la temporada de 1947, la mayoría de los peloteros sureños de los Dodgers, había sido desagradable. Por ejemplo, Ed Stevens, quien jugó primera base en 1946; era atacado verbalmente cada vez que salía de su casa. Spider explica: Todo el invierno, las personas se mantuvieron preguntándole a Stevens, ‘¿Por qué dejaste que ese tipo te quitara el trabajo?’” Cuando le preguntaron como le había ido a Robinson en Montreal en 1946, Jorgensen explica: “Era obvio que nuestro manager, un sureño de nombre Clyde Hopper, no respetaba ni le importaban mucho los negros. Pero Hopper sabía que si quería seguir trabajando para Rickey, tenía que aceptar a Jackie”.
“En una de nuestras primeras reuniones, Clyde dijo a todo el equipo que no le gustaban las jugadas de squeeze play ni el toque y que probablemente batearían largo todo el año. Entonces vio correr a Robinson. De hecho, todo el equipo de Montreal estaba diseñado para correr. Muy pronto estábamos haciendo las cosas que Hopper había dicho que no haríamos”. El apodo de Spider viene de unos pantalones cortos con una raya naranja en los costados que él usaba regularmente en los juegos de baloncesto del internado escolar. “El fin de semana anterior un profesor había estado limpiando la leñera y tuvo que matar una araña viuda negra”, dice Jorgensen. “Cuando el me vio, le dijo a todo el mundo que yo le recordaba a la araña”. Hablar con el gerente general de los Dodgers, Branch Rickey, en su oficina para discutir el contrato, de acuerdo a Jorgensen y a otros cientos de peloteros de los Dodgers a través de los años, era como discutir con el Sha de Irán. “Rickey decía algo así como: ‘Veamos, una temporada de beisbol tiene 154 juegos (así era entonces) y usted jugó solo 89 juegos. ¿Por qué debo aumentarle hijo?, eso no es siquiera una temporada completa. No podemos darle aumento a alguien que no juega todos los días’”. Hoy, con el sindicato de peloteros, eso no podría ocurrirle a las estrellas del juego, quienes a menudo cobran por las sesiones de autógrafos y reciben viáticos diarios de 70 $ para comida.
Traducción: Alfonso L. Tusa C. 02 enero 2024.

lunes, 24 de marzo de 2025

Alex Cora Desacredita el Criticismo a su manager Rival Aaron Boone: ‘Es uno de los mejores’.

El manager de los Medias Rojas tuvo alta consideración por Boone.
Blake Silverman | Marzo 18, 2025. Sports Illustrated,
Alex Cora y Aaron Boone pueden estar en lados opuestos de la rivalidad más amarga del beisbol, pero eso no significa que no haya un respeto compartido entre ellos. Cuando los Medias Rojas de Boston y los Yankees de Nueva York se encontraron para un juego de entrenamiento primaveral este martes 18 de marzo, Cora tuvo palabras fuertes hacia el criticismo que recibe Boone. Boone ha dirigido a los Yankees desde 2018. Tuvo su primera aparición en la Serie Mundial como manager el año pasado y fue recompensado con una extensión de contrato de dos años, lo cual lo mantiene en el Bronx hasta la temporada de 2027. Todavía está en búsqueda de su primer anillo de Serie Mundial como manager, lo cual quedó pendiente luego que los Dodgers de Los Angeles vencieran a los Yankees en cinco juegos el pasado otoño. A pesar de la sequía de Series Mundiales, Boone ha ganado tres títulos de la división este de la Liga Americana desde que asumió el cargo y ha logrado 90 triunfos o más en todas menos una de las temporadas completas jugadas bajo su liderazgo. Cora dejó bien claro que él valoraba mucho el trabajo de Boone,a pesar de todo el ruido externo. “Ese tipo que está allá, hombre, recibe mucha basura de la gente, pero él es uno de los mejores”, dijo Cora de Boone via Chris Kirchner de The Athletic. Una sólida estampa de aprobación, especialmente viniendo de alguien que se supone es su archi-némesis__ al menos en la superficie. Boone y los Yankees empiezan su temporada este 25 de marzo contra los Cerveceros de Milwaukee en Yankee Stadium. Los Yankees y los Medias Rojas se enfrentan por primera vez esta temporada el 06 de junio en el Bronx.
Blake Silverman es un colaborador del equipo de Tending News en Sports Illustrated. Antes de llegar a SI en noviembre de 2024, cubrió la WNBA, NBA, G League y el baloncesto universitario para numerosos portales, incluyendo Winsidr, SB Nation's Detroit Bad Boys y A10Talk. Se graduó en Michigan State University antes de obtener una maestría en periodismo deportivo en St. Bonaventure University.
Traducción: Alfonso L. Tusa C. 24 marzo 2025.

sábado, 22 de marzo de 2025

Nueve innings con Dámaso Blanco.

Ahí estaba. El tipo de quien había escuchado todos aquellos juegos de la Liga Venezolana de Beisbol Profesional, miraba el juego desde el palco de la prensa en el estadio de la Universidad Central de Venezuela. Lo conocía a través de aquellas barajitas de beisbol, revistas deportivas o periódicos. Trabajaba como comentarista en el circuito radiofónico de los Navegantes del Magallanes. La próxima vez que regresé a ese estadio le pedí el favor de autografiarme una copia de un periódico viejo, encontrado en la hemeroteca nacional con la reseña y el box score de un juego de ligas menores, categoría AA. Dámaso fue muy receptivo, sin importar que observara el juego y tomara anotaciones para su trabajo en la radio. Apenas empezaba a apreciar el beisbol, sabía que la tercera base era de las posiciones más difíciles por la contundencia de los batazos que salían por allí, por algo en el beisbol la bautizaron la esquina caliente, también por la rapidez mental que se debía disponer a la hora de que tocaran la pelota, había que bajar cual rayo hasta la inmediaciones del plato. Aquellos juegos de pelota profesional empezaban a las ocho de la noche, escuchaba las alineaciones y mis hermanos se persignaban y alegraban cuando Carlitos González anunciaba a Dámaso Blanco como defensor de la esquina caliente, tal vez mi estado de alerta duraba hasta el cuarto o quinto inning, luego mis ojos de siete años parpadeaban y me alejaba en sueños, aunque seguía oyendo muy de lejos el rumor de la transmisión radiofónica. Esa noche me levanté a orinar justo cuando Delio Amado León alcanzaba sus octavas más altas de tenor para dibujar una jugada donde Dámaso jugando algo adelantado había tenido los reflejos suficientes para lanzarse hacia atrás y tomar un roletazo invisible sobre la raya de cal, detrás de la base y lanzar desde sus rodillas para sacar un out espeluznante que congeló al corredor en el salto. “Que tremendísima jugada ha ejecutado Dámaso Blanco, por eso lo llaman el guante mágico, jamás hubiera pensado que podía atrapar esa pelota y mucho menos meter ese balín para primera base. Esta jugada más que pagar la entrada, pagó toda la afición que se pueda sentir por el beisbol”. Tuve que preguntarles a mis hermanos si de verdad eso estaba ocurriendo o si yo estaba soñando.
En medio de sus aventuras beisboleras juveniles, Dámaso salía a vender las arepas de su tía Panchita y en varias ocasiones regresaba antes de tiempo a pedir permiso para ir a jugar pelota en un solar baldío de Petare. La señora Panchita lo miraba fijo a los ojos y revisaba el platón, si quedaban arepas, no habría beisbol hasta que vendiera la última. Dámaso trataba de argumentar, de negociar, de prometer que después del juego vendería el resto de las arepas, la mirada de la tía Panchita abarcaba toda la sala y el silencio reverberaba hasta que Dámaso regresaba su guante y su pelota hasta debajo de su cama y salía cabizbajo. Entonces Panchita lo volvía a llamar y le decía con firmeza y algo de ánimo que no quería verlo triste, que si iba con ese ánimo a vender nadie le iba a comprar nada así fuesen las arepas más sabrosas de todas Caracas. Dámaso la veía entre resentido y esperanzado, un asomo de sonrisa en los labios de Panchita lo hizo salir corriendo muy duro con ritmo de cien metros olímpicos. En los Juegos Panamericanos de Chicago en 1959, el equipo llegó a la ciudad de los vientos sin bates suficientes, y la primera noche, en los dormitorios de la delegación venezolana recibieron una agradable sorpresa. Luis Aparicio el campo corto estrella de los Medias Blancas de Chicago se presentó ante los integrantes del equipo con media docena de bates de todos los calibres y les deseó la mejor de las fortunas en el torneo, Dámaso tomó la palabra por los integrantes de la selección venezolana para agradecer y pedirle un autógrafo, además de preguntarle por las características del cuadro interior de Comiskey Park. En medio del fragor de aquella batalla diaria por acceder a los primeros lugares, el día previo al juego por la medalla de oro, los integrantes del equipo salieron a pasear por la ciudad en el tren metropolitano, en una de las estaciones el locutor interno voceó: “Forty seventh street”. Al poco rato varios de los integrantes del equipo dijeron al unísono: “Curiepe street” Y Dámaso volteó con los ojos enarcados sorprendido y algo descompuesto, luego sonrió y todo fueron carcajadas. En medio de la entrega de la medalla de oro, los organizadores notificaron que no tenían grabación del himno venezolano, entonces Dámaso empezó a entonar el “Gloria al bravo pueblo…” y sus compañeros lo siguieron.
En la temporada de 1963 en la California League Clase A. Con los Giants de Fresno, Dámaso participó en 140 juegos. En 566 turnos al bate su promedio fue .330, con 187 imparables, 21 dobles, 6 triples, 5 jonrones (si, 5 jonrones, no es error de tipeo), 127 carreras anotadas, 52 empujadas, 37 bases robadas. Como campo corto 111 outs, 201 asistencias, 31 errores. En medio de un efervescente duelo de pitcheo realizado el 02 de diciembre de 1962 en el estadio de la UCV, entre Marcelino López por Tiburones de La Guaira y Marcelino Sánchez por Valencia Industriales, que llegó igualado a una carrera por lado al cierre del inning 15 cuando se apareció Dámaso con imparable al jardín derecho bueno para empujar a Jesús Mora con la carrera de dejar en el terreno al Valencia. El 29 de diciembre de 1970 Dámaso bateó de 6-5 en un juego ante los Tigres de Aragua en el estadio José Pérez Colmenares, los imparables ocurrieron en los últimos cinco turnos al bate. Al días siguiente conectó tres imparables más en los primeros tres turnos para igualar la marca de LVBP de más imparables seguidos en ese momento. “Jugar cuadro adentro, es esencial en la defensiva de un equipo. Si no se tienen los reflejos ni el arrojo o el coraje de asumir los riesgos ante situaciones extremas donde puede estar la decisión del juego, difícilmente se podrá avanzar”. Vivía una Venezuela donde había parquímetros y teléfonos públicos de monedas, y salvo contadas excepciones, las personas respetaban y cuidaban sus bienes públicos. La calle era territorio de todos, nunca el lugar de nadie. Se podía discutir de los temas más álgidos y controversiales, al final siempre había una sonrisa y un apretón de manos. Hay que estar en la jugada todo el tiempo, tanto para bajar a tomar un toque de pelota frente al plato como para saltar hasta detrás de la almohadilla y decapitar un lineazo sobre la raya de cal. Nunca hay ningún ajuste que desestimar, por tarde que parezca, esa puede ser la diferencia entre alcanzar la meta o saborear la amargura de la derrota. Por eso es muy importante observar y escuchar todo el tiempo.
En aquella apertura del noveno inning en el estadio de la UCV, los Leones de Ponce tenían hombres en tercera y primera con la pizarra igualada a dos carreras. Los Navegantes del Magallanes en representación de Venezuela dominaban la Serie del Caribe de 1970 y de ganar ese juego serían campeones. Jorge Roque corría en tercera base y yo jugaba un poco adelantado, a esa altura del juego sabía que había posibilidad de alguna jugada sorpresiva, pero a la vez tenía que estar pendiente de algún cambio de seña y aplicaran la bicicleta. Noté la seña de Ray Fosse para que me adelantara más, pero solo lo hice hasta mitad de camino. Aurelio Monteagudo miraba hacia tercera base y con el rabillo de ojo veía al corredor de primera. Miré hacia primera base e Hiraldo Ruiz jugaba un poco adelantado y se tocó la visera de la gorra, eso me hizo dar un paso más hacia adelante. Justo cuando Monteagudo soltó la pelota leí las intenciones de Santos Alomar y empecé a correr hacia el plato. A continuación se desarrolló la carrera de 20 metros más intensa que recuerde, por momentos Roque se adelantaba por milímetros, de inmediato yo remataba con la pelota apretada en mi mano derecha. Cuando estábamos a tres metros del plato le pasé la pelota a Fosse y este se fajó como los buenos para resistir el empuje de Alomar en el más intenso bloqueo del plato. El asunto de la supuesta debilidad ofensiva, el bate de cartón, no pasa de ser un mito, una echadera de broma, o análisis superficial de la carrera de Dámaso. Hay peloteros cuya faceta más importante es la defensiva como Ozzie Smith, Dick Green o Billy Cox, no por eso eran un out automático, en más de una ocasión decidieron juegos con habilidad ofensiva. Existen innumerables ocasiones donde Dámaso resultó invalorable para su equipo con el madero. En la serie final de la temporada 1963-64 entre los Leones del Caracas y Valencia Industriales, Dámaso lideró los departamentos de carreras anotadas igualado con Dave Roberts (6) y de imparables (11), ante pitchers tan renombrados como Luis Tiant, Luis Peñalver, Danny Neville, Jim Owens, Ken Sanders. Fue campeón con el Caracas dos veces (1963-64 y 1966-67) y con Magallanes (1969-70) por partida doble porque también ganaron la Serie del Caribe de 1970. También fue dos veces sub-campeón con Magallanes.
En los playoffs semifinales de la temporada 1972-73, Pedro Padrón Panza sorprendió a Dámaso al tomarlo como refuerzo de los Tiburones de La Guaira para enfrentar a Leones del Caracas. “Nunca habría imaginado que Padrón iba a hacer ese movimiento contando con un pelotero tan competitivo como Robert Marcano quien aunque todavía estaba en formación, ya mostraba gran solvencia con el madero y también en la defensa de la esquina caliente”. El caso es que Dámaso asumió la tercera base de los Tiburones en esa serie y en el noveno inning del juego donde se decidió todo, con La Guaira ganando 1-0 y Jim Rooker en el montículo, vino Victor Davalillo a abrir el noveno inning. “Cada vez que Vitico iba a tocar la pelota tenía un tic que yo lo tenía precisado. En cuanto hizo el movimiento con su mano derecha, cuando Rooker soltó la pelota corrí con todas mis fuerzas hasta las proximidades del plato y tome la pelota luego del primer rebote y de inmediato lancé a primera para completar el out cuando Davalillo saltaba sobre la almohadilla”. Aunque el Caracas luego bateó a Rooker para ganar el juego, en los comentarios finales Carlitos González no dejó de valorar la excelencia de la jugada de Dámaso. Antes del primer juego de la Serie Mundial de 1993 entre Azulejos de Toronto y Filis de Filadelfia, se reunió el equipo de transmisión de MLB International para discutir y delegar responsabilidades de lo que iban a preparar como antesala del juego. Decidieron entrevistar a los managers, lo de conseguir la comunicación con Jim Fregosi era relativamente fácil. Lograr tener acceso a Clarence Cito Gaston era más complicado, Gaston era poco amigo de las entrevistas. Entonces Dámaso preguntó en que hotel estaban alojados los Azulejos y llamó a la habitación de Gaston, una señora le respondió que estaba en el estadio pero regresaría pronto. Momentos después Dámaso volvió a llamar y habló con Gaston, luego de los saludos de rigor, Dámaso le planteó lo de la entrevistas y Cito respondió que solo podía atenderlo el mediodía antes del juego. Le dijo que hablara con el vigilante del clubhouse de los Azulejos, que iba de parte de Gaston. Dámaso preguntó si podía llevar un camarógrafo y Gaston asintió. El mediodía siguiente los compañeros del equipo de transmisión de Dámaso se burlaban de él cuando pasaron más de diez minutos después que este se anunciase con el vigilante. Varios de ellos asomaron la posibilidad de regresarse, Dámaso permaneció allí estoico, como si no hubiera escuchado la observación. Finalmente apareció el propio Gaston y los invitó a pasar “¿Qué es lo que vamos a hacer?” Dámaso sorprendió aún más a sus compañeros al hacer preguntas muy atrevidas y audaces que Gaston contestó sin dudar. Ignoraban que ellos habían sido rivales en las ligas menores del beisbol organizado y luego compañeros de equipo con Magallanes en la liga venezolana.
Compartir con Dámaso en el proceso de escribir su biografía “Pensando en Ti Venezuela” fue una experiencia muy enriquecedora donde aprendí mucho de la profundidad humanitaria de Dámaso y por tanto crecí como persona y como escritor. Esperar en la redoma de Los Teques a que apareciera el Corolla vino tinto, me hacia revivir aquella escena de la película El Campo de los Sueños donde el personaje del doctor Moonlight Graham (Burt Lancaster)es recogido en la camioneta Van que maneja Ray Kinsella (Kevin Costner) acompañado de Terrence Mann (Earl Jones) en medio de una carretera rumbo a la hacienda de maíz de Kinsella. La emoción de formar parte de un equipo, de un acontecimiento apasionante hace que la vida parezca un soplido fugaz en un trayecto inmenso. Desde compartir una arepa de reina pepeada en la gasolinera de Los Colorados, detenernos en el trayecto de la carretera de Tejerías a comprar cachapas, que Dámaso terminaba pagando luego de una larga discusión porque la señora había escuchado todos sus juegos en el beisbol profesional, o soltar la carcajada cuando el tipo de la estación de peaje del autopista regional del centro le preguntara si él era aquel tercera base que no bateaba, hizo de aquel proceso de edición una de mis experiencias más enriquecedoras de vida.
Alfonso L. Tusa C. 20 de julio de 2023. ©

viernes, 21 de marzo de 2025

Álvaro Espinoza aterriza en el Salón de la Fama de los Navegantes del Magallanes, este diciembre de 2015.

Aladar casi se cayó de su silla en el acto de presentación de los Navegantes del Magallanes para la temporada 2015-16. El integrante del comité histórico del Salón de la Fama del equipo, Juan José Ávila, anunciaba el trío de ingresos de esa ocasión, el primero resultó el campocorto valenciano de grandes logros desde Grandes Ligas (Minnesota, Yanquis) hasta su paso por los Tigres de Aragua y después su momento cumbre en LVBP como integrante fundamental de los equipos magallaneros que ganaran tres campeonatos en la década de los años ’90.  Nunca había olvidado el episodio del salto al profesional de Álvaro y Roberto Espinoza hacia finales de la década de los años ‘70. Como nativos de Valencia, se hubiese pensado que el Magallanes pudiese haber tenido la primera opción para firmar a los hermanos, sin embargo terminaron firmando con los Tigres, y por algún tiempo se escucharon lamentos en los entornos magallaneros,  porque se decía que eran prospectos de gran talento.  A lo largo de toda la década de los ’80 Aladar  notó como a pesar de que Roberto llegó al Magallanes junto a Wolfgang Ramos en el cambio que llevó a Manuel Sarmiento a los Tigres en 1983; Álvaro seguía dando lo mejor de sí con los Tigres pero sospechaba en su interior que había algo que no le dejaba dar todo su potencial como pelotero, un extra, un componente de esos que llaman inexplicables, incomprensibles, intangibles.  Los expertos sabían que el nivel de juego mostrado por Álvaro Espinoza con los Mellizos de Minnesota y los Yanquis de Nueva York, podía perfectamente ejecutarlo en la liga venezolana, pero no lograban entender porque no lo hacía. Había un componente entre líneas en esas aseveraciones, todos los seguidores del beisbol sabían que Espinoza siempre había entregado lo mejor de su juego en cada una de sus actuaciones con los Tigres. El punto tenía que ver con estados mentales, con sentirse a gusto, con disfrutar lo que se hace, con desplazarse en el ambiente donde se siente la pureza del oxígeno diluirse en los pulmones. Y nadie podía negar la entrega y el coraje de Álvaro con los Tigres, por algo lograron subcampeonatos en las temporadas 1984-85, 1987-88 y 1988-89. En las dos últimas finales se fajaron al menos hasta el sexto juego, siempre dando lo mejor, siempre forcejeando con todos los recursos, si no podía aportar con el bate, Álvaro brillaba en la defensiva.
En la temporada 1991-92 no se uniformó con los Tigres, y cuando se enteró del cambio que lo llevó al Magallanes para la 1992-93 expresó su alegría porque era el equipo donde había querido jugar toda su vida, luego lamentó mucho su ausencia debido a una lesión y prometió incorporarse al equipo lo más cerca posible del inicio en la siguiente temporada. Aladar no estaba muy seguro de eso, porque siempre la vida tiene guardadas sorpresas no muy agradables. Por eso pasó todos los meses previos a la temporada 1993-94 siguiendo al milímetro la actividad de Espinoza con los Indios de Cleveland en la temporada de 1993, sabía que a pesar de lo discreto de sus números ofensivos, Espinoza tenía varios ases bajo la manga para mostrar en su primera temporada con Magallanes, eso si, prefirió no comentarlo con nadie, para que la sorpresa fuese más grande y satisfactoria. Aladar presentía muchas jugadas de alto calibre de esa combinación que Magallanes tendría en segunda base: Carlos García-Alvaro Espinoza.   La intermitencia de esas imágenes hacia trastabillar a Aladar en el borde de la silla donde escuchaba el anuncio de Ávila, Espinoza representaba sin dudas uno de los campocortos más determinantes en la historia del equipo del timón y el astrolabio, sobre todo por como junto a Carlos García resultó decisivo en la transformación de la configuración del equipo para alcanzar triunfos clave en la conquista de un campeonato que parecía inaccesible. Era hora de reconocer formalmente toda esa entrega y pundonor mostrados sobre el terreno de juegos en extrainnings, juegos de desempate, instancias de clasificación o eliminación, tantos momentos de adrenalina y sobresalto rematados por una sonrisa de satisfacción que desde ya Aladar palpaba en el rostro emocionado de Juan José Ávila y en las respiraciones aceleradas de aquella mañana valenciana. Se habló de un homenaje sencillo para el acto de exaltación, Aladar sonrió, jamás podrá ser sencillo el homenaje para un par de peloteros que representaban la mitad del equipo y un gerente general que llevaba el día a día de las jornadas del buque en las venas.
 Si, cada juego donde aparecían Espinoza y Carlos García en la alineación magallanera parecía el séptimo de la Serie Mundial, todo entrega, todo intensidad, todo coraje, el fulgor se percibía en la voz alterada del narrador más pausado. Álvaro parecía tener el detonante de una mecha pletórica de grandes jugadas y un empeño infinito por defender el equipo. Como en aquel juego ante el Caracas, donde Ugueth Urbina le pegó un pelotazo y se dirigió al montículo a reclamar, el pitcher caraquista lo recibió con un puñetazo en la cara y ambos fueron expulsados del juego, a partir de ese momento el juego tomó una intensidad de vértigo y Magallanes se fajó a sangre y fuego hasta vencer al eterno rival en una demostración de compromiso y vergüenza deportiva pocas veces vista sobre un terreno de beisbol. Se notaba una motivación, una disposición extra en la mirada y los movimientos de los peloteros. Uno de sus lideres había salido golpeado del juego y ellos lo cobrarían con la victoria.  Aquella demostración de equipo había sorprendido a Aladar, hacía mucho tiempo que no existía en el Magallanes ese sentimiento de solidaridad y pertinencia entre los jugadores, eso que recibe denominaciones de mística, sintonía, llevar las letras del equipo en el pecho más allá de el nombre cosido al uniforme; ahora lo veía y la mayor parte del tiempo era convocado sobre el propio terreno de juego, Aladar  no dudaba que también en el dugout, por los gestos serenos pero muy firmes de aquel shortstop quien luego de la jugada más sorprendente retomaba de inmediato la secuencia del juego para comentar o señalar a sus compañeros la particularidad de un bateador o la inminencia de una jugada que muchos parecían haber obviado. Había vivido momentos muy tristes durante todas esas temporadas cuando el barco parecía ir a la deriva y mientras los pitchers y corredores contrarios pegaban pelotazos o gritaban improperios, desde la cubierta del buque reinaba el silencio, la resignación, la sumisión.
Aladar seguía intentando mantener el equilibrio sobre aquella silla plegable a un costado del sector izquierdo del estadio José Bernardo Pérez, aunque el anuncio de Juan José Ávila fue muy preciso y concreto, un vendaval de imágenes atravesó las sienes de Aladar en fragmentos de segundo, todas de alta tensión, todas de momentos clave, muchas escenificadas en el diamante edificado a pocos metros de ahí. Como aquella seguidilla de 13 juegos bateando imparables donde Álvaro Espinoza confirmaba  su disposición de aportar alma, corazón y vida a la causa de un Magallanes que venía de ser barrido en la serie final de la temporada anterior y presentaba una deuda de quince años sin ganar un campeonato, por lo cual las esperanzas e ilusiones de los aficionados parecían diluirse cada vez que el equipo perdía dos o tres juegos en fila. Sólo que la obstinación y el empeño de jugadores como Espinoza, templaban esa incredulidad de título con cada gesto, atrapada al campo, o batazo a la profundidad de los jardines.  Tal fue la inquietud de Aladar por saldar una discusión interna a raíz del anuncio del Salón de la Fama magallanero que tan pronto llegó casa se sumergió en los libros de estadísticas beisboleras que guarda en un tramo más hacia la parte inferior de su biblioteca. Primero se fue al Total Baseball Sixth Edition de John Thorn, Pete Palmer, Michael Gershman and David Pietrusza, allí encontró los siguientes guarismos de Álvaro Espinoza en la temporada de 1989 con los Yanquis de Nueva York: 142 G, 503 AB, 51 R, 142 H, 23 2b, 1 3b, 41 RBI, .282 AVG.. Luego recaló en la guía de medios de los Navegantes del Magallanes de la temporada 1996-97 de Giner García y Emil Bracho, en la temporada 1995-96, Espinoza tuvo los siguientes números: 31 J, 107 VB, 11 CA, 40 H, 5 2b, 1 3b, 3 HR, 21 CI, .374 AVG. Quizás no exista ninguna comparación entre un beisbol y otro, sin embargo es insoslayable la presencia y determinación y el empeño de Espinoza por dejar lo mejor sobre el terreno.  Mientras se suministraban los detalles del acto a realizarse en algún momento de diciembre, Aladar volteó varias veces hacia los muros de porcelana blanca donde brillan las figuras del Salón de la Fama magallanero, de ninguna manera el acto de este año iba a ser sencillo, tendría toda la emotividad de los anteriores.
Alfonso L. Tusa C.

jueves, 20 de marzo de 2025

Ese vínculo entre pitcher y catcher.

Entre el pitcher y el catcher se desarrolla una verdadera intimidad. Trabajan 120 lanzamientos juntos cada pocos días, luego de un tiempo piensan como un sólo hombre. Bien, Campy (Roy Campanella) se lesiona en el invierno 1957-58. Ese fue el mismo invierno cuando el equipo se mudó a California. Empezamos a jugar en un campo de fútbol americano, el Coliseo, el left field era muy corto, una muralla china. Se sabe como Campy bateaba largas conexiones hacia la izquierda; tan pronto como vi la muralla china, pensé, 'Caramba, si Campy estuviera bien, rompería el record de Ruth, elevando globos sobre esa pared'". "Comenzamos mal. Fuimos a Filadelfia. Se suponía que debía lanzar. Llovió. Campy nació en Filadelfia. Empecé a pensar en él y su espina dorsal rota, no le dije nada a nadie. Me fui a la estación en medio de la lluvia y tomé un tren hacia Nueva York. Llamé un taxi y fui a University Hospital. Dijeron que no podía verlo. Insisto. Al final, me dejan pasar". "Soy la primera persona fuera de la familia que lo visita, el primer hombre que viene del equipo".
"Llego a su habitación. Aun pienso en el left field corto y el record de Ruth. Abro la puerta y ahí está un cuerpo encogido atado a una estrucutura. Me quedo parado mirándolo un largo rato. El mira de vuelta. No sólo me ve. Ve al equipo. Empieza a llorar. Lloro también. Llora por diez minutos, pero es quien se recupera primero. 'Ersk', Campy dice, 'eres representante de los peloteros. Consigue mejor seguro médico para los muchachos. Esto me costó ocho mil dólares por los primeros dos días'" "Le digo, 'Seguro Campy'". " 'Ersk', dice él, '¿sabes lo que voy a hacer mañana? Voy a trabajar con pesas y voy a levantar cinco libras'" "Voy allí pensando que el romperá el record de Babe Ruth, él piensa en levantar cinco libras. Pero es entusiasta. Empieza a sonar como el viejo Campy. Quiere saber cuando voy a lanzar. Él se prepara para algo importante cuando voltean la estructura y puede ver televisión. Voy a lanzar mañana si no llueve, y Campy se emociona. Ese juego lo televisarán a Nueva York. 'Te voy a ver Ersk', dice. 'Lanza uno bueno'". "Me voy. Para esta época tengo brazo adolorido, pero tengo que ganar. Tengo que ganar, no me importa si suena a película, por Roy". "El próximo día salgo a lanzar con el brazo adolorido. Lanzo sin hits por cinco innings. Termino el juego aceptando solo dos imparables. Gané por Campy. Ese fue el último juego completo que lancé en las Grandes Ligas".
Carl Erskine. Pitcher de los Dodgers de Brooklyn. The Boys of Summer. Roger Kahn
Traducción: Alfonso L. Tusa C.

miércoles, 19 de marzo de 2025

Bill Buckner: Una jugada de Serie Mundial no puede borrar los logros de un gran pelotero y ser humano.

“Conocí a Bill Buckner en 2011 en la reunión del Aniversario Vigésimo quinto de la Serie Mundial de los Mets de 1986. Había un niño que reportaba para un proyecto escolar. Buckner se salió del protocolo para atenderlo y contestar sus preguntas como si fuese la primera vez que las escuchaba. Un gesto de clase”. Anónimo.
Tal vez la pasión no sea la mejor forma para evaluar las actuaciones humanas. Pero ocurre todos los días, la subjetividad invade la mente de las personas y todo se vuelve oscuro y confuso. Recuerdo como me sentí aquella noche de octubre de 1986 cuando el roletazo de Mookie Wilson pasó entre los tobillos de Bill Buckner. No podía creerlo. Como casi cualquier seguidor del beisbol, no podía entender como Buckner había perdido ese roletazo. Fue una noche muy triste porque lo que pudo haber sido el primer título de Serie Mundial para los Medias Rojas de Boston en 68 años, se convirtió en una derrota muy dolorosa. Como muy pocos hechos esa jugada en primera base se convirtió en una de las imágenes más recurrentes en mi mente cada vez que cometía un aparente error crucial en el trabajo, con mis amigos y en la familia. No importa cuan satisfactorio hayas sido antes de cometer el error, todos te ven con esa mirada incandescente, esa atmósfera de juicio irrevocable, esa solicitud de crucifixión. Cada vez que cometía un error, regresaba a ese juego y trataba de entender lo que Bill Buckner sintió esa y muchas otras noches. Esa temporada de 1986 Buckner no esteba teniendo su mejor promedio de bateo, pero seguía siendo el mejor bateador de contacto de los Medias Rojas de Boston. Durante la temporada empujó 24 de 37 corredores desde tercera base con menos de dos outs. Eso es casi 65% de efectividad. ”Odiaba poncharme”, recuerda Buckner, “y esa era en parte la razón por la cual siempre ponía la pelota en juego. Me enseñaron que mi trabajo era avanzar los corredores. Ese era el estilo de los Dodgers. Si había un corredor en segunda base sin outs, tu trabajo era llevar ese corredor hasta tercera. Y si ibas a batear con corredor en tercera con menos de dos outs, era tu responsabilidad traerlo al plato”. No hay una estadística para avanzar un corredor desde segunda hasta tercera base sin outs. Pero están los elevados de sacrificio. Y Bill Buckner está en el lugar 38 en la historia de MLB con 97 elevados de sacrificio durante su carrera, empatado con Roberto Alomar y Bobby Bonilla, justo por debajo de Frank Robinson (102), Al Kaline (104), Carl Yastrzemski (105), Tany Perez (106) y Mike Schmidt (108); y por encima de Ernie Banks (96), Wade Boggs (96), Willie Davis (96), Don Mattingly (96), Joe Morgan (96), John Olerud (96), Al Oliver (95), Dave Winfield (95).
Se ponchó una vez cada 20,74 turnos al bate. Los dos mejores bateadores de contacto de los Medias Rojas en la temporada de 2006, Mark Loretta y Mike Lowell se poncharon una vez cada 11 turnos al bate. Wade Boggs lo hizo una vez cada12.31 turnos, Johnny Pesky 1/21.77. En 9.397 turnos al bate, Bill Buckner se ponchó solo 453 veces. Nunca se ponchó más de 39 veces en una temporada, nunca se ponchó tres veces en un juego (en más de 2500 desafíos), y solo se ponchó dos veces en un juego, 44 veces. El 18 de agosto, los Medias Rojas de Boston estaban en el primer lugar de la división este y Buckner bateaba solo para .248. A medida que el equipo se estabilizó en el primer lugar, Buckner se encendió. Despachó 8 jonrones con 20 carreras empujadas entre el 2 y el 14 de septiembre. Fue nombrado jugador de la semana de la Liga Americana durante el lapso del 8 al 14 de septiembre. Tuvo una seguidilla de 17 juegos bateando al menos un imparable que duró hasta el 28 de septiembre. Ese día los Medias Rojas vencieron a los Azulejos de Toronto 12-3 en Fenway Park para ganar el campeonato de la división este en 1986. El juego terminó cuando Bill Buckner atrapó un elevado en primera base. “Ese es un recuerdo maravilloso”, dijo Buckner mientras reflexionaba acerca de la celebración en el terreno después de ganar la división este. “Teníamos mucho que celebrar. Ese era un gran equipo”. Y cada vez que regreso a ese sexto juego de la Serie Mundial de 1986, me doy cuenta de muchos detalles, muchos puntos, una cantidad de pequeños hechos que ocurrieron antes de que esa pelota pasara entre los tobillos de Bill Buckner. Por supuesto que los había visto por televisión, pero por alguna razón u otra no entendía como esos detalles podían tener más influencia en el resultado del juego que el error de Buckner. En cada una de esas reflexiones sucesivas me sentía más triste conmigo por aquella primera reacción, por no ser capaz de apreciar lo que Buckner podía estar sintiendo en sus tobillos, por solo relacionar la derrota de esa noche con la pelota pasando por debajo del mascotín de Buckner. Esa tristeza fue mayor que la que sentí cuando los Medias Rojas perdieron el séptimo juego de esa Serie Mundial.
En la serie de campeonato de la Liga Americana, los Medias Rojas llegaron a la parte alta del noveno inning del quinto juego perdiendo 5-2, y estaban abajo 1-3 ante los Angelinos de California. Buckner fue el primer bateador de ese inning y estuvo entrando y saliendo del cajón de bateo. En determinado momento, el pitcher Mike Witt le gritó que regresara a batear. “Yo estaba muy intenso”, recordó Buckner. “Sabía que ese podía ser mi último turno al bate de la temporada y no estaba listo para terminar la temporada”. Entonces bateó un sencillo por el medio del campo y anotó con el jonrón de Don Baylor, para acercar a los Medias Rojas 5-4. Luego vino el dramático jonrón de Dave Henderson que le dio la ventaja a Boston, y después que los Angelinos igualaron el juego en el cierre del noveno, Henderson remolcó la victoria para los Medias Rojas con elevado de sacrificio. Ganaron el sexto y el séptimo juego para adjudicarse su primer banderín desde 1975. Los Medias Rojas de Boston sorprendieron a los favoritos Mets al derrotarlos 1-0 en el primer juego de la Serie Mundial en Shea Stadium. Entonces pusieron la serie 2-0 con una fácil victoria 9-3. Los Mets nivelaron la serie en Fenway Park al vencer a los Medias Rojas 7-1 y 6-2 en los juegos 3 y 4 respectivamente. Bruce Hurst le dio algo de oxígeno a Boston al lanzar un juego completo para vencer al as de los Mets, Dwight Gooden 4-2 en el quinto juego. Así que regresaron a Shea Stadium necesitando solo un triunfo para conseguir aquel largamente esperado título de Serie Mundial. Los Medias Rojas salieron adelante 2-0 en el sexto juego al anotar carreras en el primer y segundo inning. Los Mets empataron el juego en el quinto. Los Medias Rojas replicaron marcando una carrera en el séptimo. Roger Clemens lanzó siete innings muy buenos pero salió por un emergente en el octavo debido a una ampolla. Los Mets empataron el juego otra vez en el cierre del octavo ante Calvin Schiraldi. El juego llegó 3-3 al décimo inning. Boston pareció asegurar la Serie Mundial cuando Dave Henderson descargó un dramático jonrón para iniciar la parte alta de ese décimo inning y los Medias Rojas anotaron otra carrera. Pero aquí viene la primera situación que explica mejor porque los Medias Rojas perdieron ese juego. Después de sacar los dos primeros outs en el cierre del décimo, Schiraldi permitió tres imparables seguidos para que los Mets se acercaran 5-4. La segunda situación ocurrió cuando el relevista Bob Stanley, a un strike del título, lanzó un wild pitch que el cátcher Rich Gedman no pudo manejar y el juego se igualó 5-5.
Para ese momento me sentí muy desolado. No podía creer lo que estaba ocurriendo. La misma historia oscura de la incapacidad de los Medias Rojas para ganar una Serie Mundial se estaba escribiendo de nuevo, esta vez con la inspiración más cruel y desgarradora de Edgar Allan Poe y Stephen King. Podía sentir, como en las historias de esos dos titanes literarios, que algo muy feo estaba por ocurrir pero no podía descifrar como iba a manifestarse. Quería dejar de ver el juego, como cuando por un momento cierro los libros más horrorosos de Poe o King, pero de la misma manera que seguía leyendo, decidí continuar viendo esa pesadilla. Con Ray Knight en segunda base y la cuenta en 3 y 2, Mookie Wilson bateó un roletazo hacia primera base que pasó entre los tobillos de Bill Buckner y siguió hacia el jardín derecho, lo cual permitió que Knight anotara la carrera de la victoria. Algun tiempo después de ese juego Buckner aceptó hacer presentaciones con Wilson en eventos de firmas de memorabilia. “Habíamos desarrollado una amistad que duró más de 30 años”, dijo Wilson via los Mets. “Me sentí mal por algunas de las cosas que tuvo que pasar. Bill fue un gran, gran pelotero cuyo legado no debería ser definido por una jugada”. Buckner le dijo a los reporteros, “Estaba jugando más profundo de lo normal, y sabía que Wilson era muy rápido. La pelota pareció haber salido con efecto giratorio del bate y lo noté muy bien. Tenía mucho efecto; me la quedé mirando, esperando que finalmente rebotara. Pero nunca lo hizo. Siguió girando y pasó por debajo de mi mascotín. Es difícil creer que fallé esa pelota. No recuerdo haber perdido una pelota como esa en el pasado”. Al reflexionar sobre esa frase treinta años después, Buckner dijo: “Eso fue lo que ocurrió. No podría decir cual fue el último error que había hecho antes de esa jugada. No hacía muchos errores (su promedio defensivo vitalicio en primera base fue .992) y la mayoría de ellos fueron en tiro, no con roletazos. Fue solo una de esas cosas que pasan”. “Nunca le pregunté a Mac (John MacNamara) que ocurrió. Sé que tuvo un cambio de corazonada. Se que cuida a sus peloteros veteranos, había visto a Buck jugar con las dos piernas adoloridas, los dos pies adoloridos, empujar 102 carreras para ese equipo. No sé si Buck le pidió seguir en el juego. No sé si Mac lo quería en el terreno para la celebración final. Todo lo que sé es que la situación de que habíamos hablado había ido y venido. Tuvimos la oportunidad de abrir el juego. Mac Tuvo la oportunidad de hacer lo que había hecho en la última parte de la temporada. Dejar a Buck en el banco y poner a un sano Dave Stapleton en primera para reforzar la defensa. Nada de eso ocurrió. Y Mac estaba a una hora de unirse a Gene Mauch en la posición más incómoda de todas, un manager puesto en tela de juicio por millones”. Don Baylor.
Bill Buckner cometió 128 errores como primera base durante su carrera en MLB. Está en el puesto 79 de la lista de peloteros con más errores cometidos, delante de Ferris Fain (138), Eddie Murray (167), Andrés Galarraga (176), Lou Gehrig (193); y detrás de Gil Hodges (126), Tany Pérez (117), Boog Powell (116), Mike Hargrove (115), Keith Hernandez (115). Los Cachorros de Chicago enviaron a Bill Buckner a los Medias Rojas de Boston el 25 de mayo de 1984; por el pitcher Dennis Eckersley y un jugador del cuadro de ligas menores. “Había llegado a amar Chicago”, recordó Buckner. “Tuve buenos años allí, mi hija mayor Brittany nació mientras yo jugaba allí, y los aficionados eran maravillosos. Pero era tiempo de moverse. Sabía que en Chicago iba a estar en el banco, pero en Boston iba a jugar todos los días. Era bueno cambiar de liga, empezar de nuevo”. Los Medias Rojas estaban en el sexto lugar de la división este de la Liga Americana, con marca de 19-25, cuando Bill Buckner apareció en la alineación el 26 de mayo. En los 113 encuentros que jugó en primera base el resto de la temporada, los Medias Rojas tuvieron marca de 67-48. Buckner lideró el equipo con promedio de bateo de .352 con corredores en posición anotadora, y el equipo terminó en el cuarto lugar de la división este con unas respetables 86 victorias. Él recuerda haber tenido que ajustarse a las dimensiones de Fenway Park. Trabajó mucho con el coach de bateo Walter Hriniak para cambiar su estilo de bateo hasta ser capaz de dirigir la pelota hacia la pared del jardín izquierdo y también para aprovechar todo el espacio del jardín derecho. “Walter fue de gran ayuda para mí”, dijo Buckner. Tuvo una cirugía para remover fragmentos de hueso de su codo izquierdo entre temporadas. Buckner regresó en 1985 para experimentar una de sus mejores temporadas en MLB. Empezó todos los 162 juegos con los Medias Rojas. Tuvo un tope personal en su carrera con 110 carreras empujadas. Sus 201 imparables lo ubicaron de tercero en la Liga Americana, y tuvo el mejor radio de ponches/veces al bate de la liga. También lideró a los Medias Rojas con 18 bases robadas en solo 22 intentos.
Empezar en primera base todos los 162 juegos le dio la oportunidad de romper su propia marca de más asistencias para un primera base en una temporada. Sus 184 asistencias superaron su vieja marca de 161 asistencias con los Cachorros de Chicago en 1983. “No es tan grande como parece”, insistió Buckner. “Jugaba profundo en primera porque eso me permitía alcanzar muchas pelotas que podían haber pasado por el hueco entre primera y segunda base. Como resultado de eso, estaba atrapando más pelotas, tenía más jugadas donde el pitcher entraba a cubrir primera base. Después que me lesioné el tobillo jugué casi exclusivamente en primera base y trabajé duro en mi defensa. Estaba muy orgulloso de mi defensa en primera base”. Buckner está justo detrás de Albert Pujols en la marca de más asistencias para un primera base en una temporada. Fue el propietario de esa marca desde 1985 hasta 2009 cuando Pujols realizó 185 asistencias. En cuanto a su marca vitalicia de asistencias como primera base, Buckner se ubica en el puesto 19, empatado con Chris Chambliss, ambos tienen 1351 asistencias, detrás de Andres Galarraga (1376), John Olerud (1418), Pujols (1500) y delante de Gil Hodges (1281), Don Mattingly (1104), Lou Gehrig (1087), Vic Power (1078). Los Medias Rojas de 1985 tuvieron un buen inicio, y estuvieron en segundo lugar a solo dos juegos y medio del primer lugar el 17 de junio. Pero las lesiones aparecieron y el equipo terminó con marca de 81-81, en el quinto lugar de la división este de la Liga Americana. En 1980 Buckner llegó al día final de la temporada en una carrera muy cerrada por el título de bateo de la Liga Nacional. Solo necesitaba un imparable para asegurar el liderato sobre el primera base de los Cardenales de San Luis Keith Hernández. Pudo haber ganado el título quedándose en la banca, pero no quería ganarlo de esa manera. Así que alineó contra John Candelaria y los Piratas de Pittsburgh y se fue de 5-0. Pero Hernández tampoco consiguió imparables y Buckner ganó el título de bateo con un promedio de .324. La próxima temporada, Bill Buckner estaba en el equipo de estrellas de la Liga Nacional. “Eso fue muy emotivo”, recordó él. También empujó el 20% de las carreras de los Cachorros en 1981. Ningún otro grande liga igualó esa marca hasta que Sammy Sosa, también un pelotero de los Cachorros, empujó el 21% de las carreras de su equipo con 160 en 2001.
Siguió siendo un factor clave para los Cachorros en las próximas dos temporadas. En 1982 se convirtió en el primer Cachorro con más de 200 imparables en una temporada desde que el inquilino del Salón de la Fama, Billy Williams lo hiciera en 1970. En 1983 estableció marcas personales en dobles (38) y jonrones (16) y estableció una marca de MLB para primeras bases con 161 asistencias. Pero cuando los Cachorros de Chicago empezaron la temporada de 1984, Bill Buckner se quedaba en el banco la mayor parte del tiempo. Los Cachorros habían escogido a Leon Durham como su primera base en lo sucesivo. Es uno de solo cinco peloteros que ha bateado al menos 200 imparables en una temporada en ambas ligas, al despachar 201 inatrapables con los Cachorros en 1982 y 201 con los Medias Rojas en 1985. Los otros que han alcanzado esa meseta son George Sisler (Browns/Braves), Al Oliver (Rangers/Expos), Steve Sax (Dodgers/Yankees), y Vladimir Guerrero (Expos/Angels). Buckner ocupa el puesto 65 entre los líderes vitalicios de MLB en dobles con 498, empatado con Torii Hunter, Al Kaline y Sam Rice; por debajo de John Olerud (500), Tany Pérez (505) y Babe Ruth (506); y por encima de Frank Thomas (495), Lou Brock (486), Dwight Evans (483). En enero de 1977 los Dodgers de Los Angeles enviaron a Bill Buckner y otros dos peloteros a los Cachorros de Chicago por el jardinero Rick Monday y el lanzador Mike Garman. “Esa transacción dolió”, dijo Buckner. “Los Dodgers eran como mi familia. Había estado con esa organización durante toda mi carrera y me habían tratado muy bien. Pero cuando eres negociado de esa manera tienes que recordar que alguien más te quiere”. Bateó para .284 en 1977 mientras jugaba exclusivamente en primera base. Reconoce que tuvo que hacer ajustes significativos. “No se trataba solo de jugar para un nuevo equipo en una nueva ciudad. En el otoño de 1976 yo había tenido otra cirugía de espolones oseos que terminó con una infección por estafilococos. El tobillo nunca se curó bien y hube de cambiar mi enfoque. Pasé de ser un jugador veloz, a otro enfocado en remolcar carreras”. En 1978, Buckner bateó para .323 con 74 carreras remolcadas a pesar de jugar solo en 117 encuentros. Los periodistas deportivos de Chicago lo nombraron “Pelotero del Año en Chicago”, por su destacada actuación. Pero lo que más recuerda de esa temporada es que los Cachorros, quienes venían de años muy difíciles, fueron contendientes durante casi toda la temporada. “Recuerdo que estuvimos ahí o muy cerca del primer lugar alrededor del receso del juego de estrellas y los fanáticos estaban motivados. Los Dodgers habían sido contendores la mayor parte del tiempo que estuve allí y era agradable sentir que los Cachorros tenían alguna oportunidad. Los fanáticos de los Cachorros son maravillosos. Disfruté vivir y jugar en Chicago. Vivía en el centro y solía ir a Wrigley Field en mi bicicleta”. En abril de 1975, Bill Buckner sufrió un severo estiramiento en su tobillo izquierdo mientras se deslizaba en segunda base. “Regresé a jugar luego de algún tiempo en la lista de incapacitados”, recordó él. “Pero mi tobillo no estaba bien, ese fue el comienzo de mis problemas con los tobillos. Me practicaron una cirugía en septiembre para remover un tendón doblado y en octubre me sacaron fragmentos oseos del tobillo”.
Había debutado con los Dodgers el 21 de septiembre de 1969. Bateaba para .315 con el Spokane AAA luego de participar en solo 70 juegos en AA. El manager Walter Alston lo envió a batear como emergente con las bases llenas y dos outs en el noveno inning. “Recuerdo lo fuerte que latía mi corazón y pensaba, ‘¿Cómo voy a jugar en las grandes ligas si me voy a sentir de esta manera cada vez que vaya a batear?’ Enfrenté a Gaylord Perry, uno de los mejores lanzadores de los Gigantes. El árbitro principal me dijo, ‘Relájate hijo’. Bateé cuatro o cinco pitcheos en territorio foul. Finalmente bateé una línea hacia el jardín derecho corto que parecía iba a caer, pero Ron Hunt (el segunda base de los Gigantes) hizo una buena atrapada y terminó el juego”. Cuando leí acerca del deceso de Bill Buckner este 27 de mayo; recordé más sus logros que esa infame jugada de la Serie Mundial de 1986 por la que tanto fanáticos como periodistas se acusan por etiquetar a Buckner como responsable de perder la oportunidad de ganar la Serie Mundial. William Joseph Buckner nació el 14 de diciembre de 1949, en Vallejo, Calif., en el hogar de Leonard y Marie Buckner. Su padre falleció cuando él era adolescente. Su madre fue estenógrafa para la California Highway Patrol. Bill creció en American Canyon, Calif., al norte de San Francisco. Actuó en 2.517 juegos en las mayores y bateó 2.715 imparables. En este momento, Buckner ocupa el lugar 55 entre los peloteros que han participado en más juegos en la historia de MLB, detrás de Ernie Banks (2528), Iván Rodríguez (2543), Joe Morgan (2649); y delante de Babe Ruth (2503), Carlton Fisk (2499), Rod Carew (2469). Sus 2.715 imparables lo ubican en el lugar 66 de la lista de todos los tiempos. Ese total es mayor que el de los inquilinos del Salón de la Fama Billy Williams (2,711), Luis Aparicio (2,677), Max Carey (2,665), Nellie Fox (2,663), Harry Heilmann (2,660), Ted Williams (2,654), Jimmie Foxx (2,646), Tim Raines (2,605), Vladimir Guerrero (2,590), Reggie Jackson (2,584), Richie Ashburn (2,574), Manny Ramirez (2,574), and Joe Morgan (2,517). El 8 de abril de 2008, Bill Buckner lanzó la primera pelota de un juego donde los Medias Rojas de Boston celebraban su segundo título de Serie Mundial en cuatro años. El momento más grande de ese día fue cuando Buckner caminó desde el jardín izquierdo hasta el montículo, recibió una prolongada ovación de pie. “Fue difícil para mí hacer eso”, dijo Buckner con lágrimas en los ojos acerca de regresar a Fenway. Dwight Evans fue el catcher de Buckner ese día. “Fui al montículo después de recibir su lanzamiento y él estaba llorando como un niño pequeño”, dijo Evans este lunes. “Eso significó mucho para él”.
Alfonso L. Tusa C. June 04th, 2019.©

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