viernes, 10 de octubre de 2025

Baseball Dudes https://baseballdudes.com/

Peloteros: • Corran dentro y fuera del terreno. • Limpien lo que ensucien tú y tus compañeros. Que ese dugout quede impecable. • Sus implementos son su responsabilidad, no de sus padres. • Revisen dos veces que tengan todas las partes del uniforme antes de salir de casa. • No se quejen ni sientan autocompasión. • Usen el dugout para prepararse para su próxima oportunidad. • Mantengan sus pertenencias organizadas no desordenadas. • Asegúrense de trabajar a su ritmo. • Crean en ustedes, visualicen el éxito, compitan con toda su energía y disfruten como si fuese el mejor juego que han hecho.
Traducciòn Alfonso L. Tusa C. Octubre 10, 2025.

miércoles, 8 de octubre de 2025

Subway Sam Nahem, 88, Pitcher y brevemente Dodger

Stephen Miller Staff Reporter of the Sun
Samuel Nahem, quien falleciera el 19 de abril de 2004 en California, fue una leyenda del beisbol de caimaneras en Brooklyn y pitcher de los Dodgers de Brooklyn de 1938 cuya presencia en el equipo fue destacada para el momento porque él era abogado, calvo, usaba anteojos, y era judío. Lanzó solo un juego para Brooklyn ese año, y pronto fue regresado a las menores. Él tuvo poco tiempo de servicio con otros equipos y se retiró en 1948 con marca de 10-8. A principios de septiembre de 1945, luego que las hostilidades de Europa habían terminado, él participó en un evento como cineasta que estuvo maravilloso. Como miembro del equipo Todos Estrellas Overseas Invasion Service Expedition, él subió al montículo en una serie de cinco juegos contra el equipo de la Army 71st Division, los Red Circlers. Los juegos se jugaron en Nuremberg, Alemania. Ahí estaba Subway Sam Nahem, más recientemente de los Cardenales y Filis, y, más importante para la posteridad, un judío, parado en el montículo en el propio estadio donde pocos años antes Hitler había arengado la doctrina nazi de odio y guerra. El todosestrellas de OISE era una tripulación de respeto, una mezcla de peloteros semiprofesionales, unos pocos ex grandeligas, y peloteros negros. Los Red Circlers eran principalmente grandes ligas cuya ausencia del beisbol organizado había causado la declinación del juego hasta tal punto que los Carmelitas de San Luis tenían en su alineación a un jardinero de un brazo. Con multitudes de 50.000 G.I para cada uno de los cinco juegos, las estrellas de OISE dividieron las tareas de pitcheo entre Nahem y Leon Day, una estrella de los Bears de Newark de las ligas negras. En el decisivo quinto juego, con la serie igualada a dos, Nahem pareció estarse cansando en el cuarto inning y fue relevado por Bob Keane, un amigo de Brooklyn. Keane salió de un enredo de bases llenas, y las estrellas ganaron el juego 2-1 luego que Ewell Blackwell, un pitcher de los Rojos de Cincinnati, hizo dos errores en el noveno inning. Era una historia que Nahem contaba a menudo, y fue un evento destacable, aunque no mucho por el final dramático, el cual trajo titulares grandes, como por el contraste con las carreras fascistas grabadas memorablemente en "Triumph of the Will." De Leni Riefenstahl. Aún así, sería en 1948 cuando un hombre negro pudo pelear junto a una blanco en la armada, y 1952 cuando un negro pudo lanzar ante un blanco en un estadio de Grandes Ligas.
El año pasado en una entrevista con J Magazine, Nahem recordó, “La mayoría de mis amigos peloteros, donde quiera que yo estuviese, eran contrarios a los peloteros negros, y la razón era económica y muy clara. Ellos sabían tenían la habilidad para estar ahí arriba, y sabían que sus trabajos estaban amenazados directamente, y ellos hacían todo tipo de cosas para desanimar a los peloteros negros”. El análisis económico llegó naturalmente a Nahem, quien era un político radical y un sindicalista aun después que abandonara el partido comunista a finales de los ’50. Él fue criado en una comunidad sirio judía en Bensonhurst, y hablaba árabe en casa. Su vida se hizo más cosmopolita luego que su padre murió en el hundimiento del vapor británico Vestris, en 1928. Siendo apoyado por su madre, él estudió literatura inglesa en Brooklyn College, donde él y su hermano Joe pitcheaban para el equipo de beisbol y Nahem fue nombrado al salón de la fama deportivo por sus contribuciones como quarterback del equipo de futbol. Luego de asistir a la escuela de leyes en St. John y pasar la barra, Nahem se encontró sin descanso con las ambigüedades de la práctica legal. Como él contó la historia en la entrevista el año pasado, él todavía jugaba beisbol semiprofesional. El tuvo la oportunidad de lanzar práctica de bateo para los Dodgers en Ebbets Field un día, y accidentalmente golpeó a la estrella de los Dodgers, Van Lingle Mungo en el trasero. El manager de Brooklyn, Casey Stengel, fue al montículo. “Él dijo, ‘Si puedes golpear a ese gran hijo de perra, debes tener algo en la bola”. Así empezó su carrera professional. Los Dodgers lo dejaron ir luego de su única victoria en 1938. Una leyenda familiar dice que Nahem capturó al manager Leo Durocher (quién había reemplazado a Stengel) con una mujer que no era su esposa, ganándose la ojeriza de Durocher. En una debacle durante un juego interescuadras del entrenamiento primaveral de 1940, Durocher dejó a Nahem lanzarle a 19 bateadores en un inning. Luego Nahem comentó, “Ahora estoy lanzando práctica de bateo a los pitchers de la práctica de bateo”. Él fue cambiado por Ducky Medwick.
Nahem fue de aquí para allá entre las menores y cortas estadías en San Luis y Filadelfia. Luego que él se retiró en 1948, un antíguo oponente confío que Nahem era conocido por anunciar sus lanzamientos. Nahem siempre lamentó que los peloteros recibieran poco entrenamiento en aquellos años. Al abandonar las leyes, Nahem falló como hombre de negocios y hasta pasó tiempo descargando botes de banana. Su afiliación comunista le hizo difícil encontrar trabajo en el este, así que se mudó a Berkeley, Calif. Tarbajó para Chevron Chemical, donde ayudó a organizar un sindicato, y levantó una familia. Su hijo Iván dijo que él estaba reconsiderando sus primeras creencias políticas hacia el final de su vida. Samuel Ralph Nahem. Nació el 19 de octubre de 1915, en Nueva York; falleció el 26 de abril de 2013 en su hogar de Berkeley de causas naturales; es sobrevivido por sus hijos Ivan, Andrew, y Joanne, una hermana, Vicky Silvera, y tres nietos.
Traducción: Alfonso L. Tusa C. Junio 26, 2016.
Nota del traductor: Sam Nahem jugó con Navegantes del Magallanes en la Liga Venezolana de Beisbol Profesional. 1946-1947 y 1948-1949. En 1946-1947: 19 JL. 14 JC. 3 JR. 12 G. 6 P. 145.2 IP. 120 HP. 114 K. 56 BB. 2.29 EFEC.

Jim Rooker. 1979 Topps . Esquina de las barajitas.

Craig Muder.
Al llegar la mañana del domingo 14 de octubre de 1979, los aficionados de los Piratas pensaban que su temporada mágica estaba a punto de terminar. Los Orioles de Baltimore dominaban la Serie Mundial tres juegos a uno en ruta al quinto juego ese día, el cual se efectuaría la tarde de ese domingo en el Three Rivers Stadium de Pittsburgh. Mike Flanagan abriría por los Orioles, había ganado 23 juegos ese año y pronto sería elegido ganador (con 26 de 28 votos para primer lugar) del premio Cy Young de la Liga Americana. Su oponente en el montículo era un zurdo de 37 años de edad llamado Jim Rooker, quien tuvo marca de 4-7 con efectividad de 4.60 en 1979. Muchos seguidores de Pittsburgh pensaron que sería mejor ver a los Steelers, que jugaban en Cincinnati (que aún no había ganado en esa temporada de NFL) más temprano esa tarde. Pero mientras los campeones defensores del Super Bowl eran sorprendidos por los Bengals de marca 0 y 6, 34-10; Rooker y los Piratas iniciaron su histórico regreso con un triunfo 7-1 sobre los Orioles. Ese sería el punto más resaltante de una carrera que empezó como jardinero antes que Rooker se estableciera como unos de los pitchers más confiables de mediados de los años 1970s. Nacido el 23 de septiembre de 1942 en Lakeview, Ore., Rooker se crió en Colorado y se graduó en la Cherry Creek High School de Greenwood Village en 1960. Los Tigres firmaron a Rooker el 21 de junio de 1960, por un bono de 6.000 $ y lo enviaron al Decatur Clase D de la Midwest League. En 69 con los Commodores en los jardines, el bateador derecho Rooker mostró matices de su potencial pero solo bateó apra .220 con un jonrón y 18 carreras empujadas. La temporada siguiente con el Jamestown Clase D de la New York-Penn League, Rooker bateó para .268 en 125 juegos con 83 carreras anotadas y 88 empujadas __pero se ponchó 164 veces, un total enorme para esa época. Regresó al Jamestown en 1962 y mejoró su promedio hasta .281 con 101 carreras anotadas, 80 empujadas y 27 robos __ pero se ponchó 134 veces. “Durante mi segundo año en Jamestown, yo estaba lanzando la práctica de bateo un día a Don Bryant (futuro cátcher de grandes ligas)”, le dijo Rooker al Montgomery Advertiser en 1967. “Bryan me dijo que lanzara más rápido, así lo hice. Entonces la quería más rápida, y le dije: ‘Si la lanzo más rápida, no podrás batearla’”.
El manager de Jamestown, Stubby Overmire, presenció la sesión de Rooker y Bryant __ y llamó a Rooker a una reunión. “Me preguntó si alguna vez había pensado en pitchear”, dijo Rooker. “Lo discutimos, pero tuve otro buen año en los jardines (en 1963). Luego el año siguiente en Knoxville me lesioné y nunca regresé. Me enviaron a Duluth y mi manager, Gail Henley, me dijo que iba a recomendar a los Tigres que me convirtiesen en pitcher”. Rooker tuvo marca de 3-4 y efectividad de 5.29 con los Dukes de Duluth-Superior en la Northern League Clase A en 1964, mientras bateaba para .227 en 251 veces al bate. Los Tigres enviaron a Rooker a la Florida Winter Instructional League para aprender a pitchear. Pero en 1965, los Tigres usaron a Rooker como pitcher y jardinero en el Rocky Mount Clase A y el Montgomery Doble A, donde tuvo dificultades en ambas encomiendas. En el entrenamiento primaveral de 1966, los Tigres convirtieron de nuevo a Rooker en jardinero __ solo para regresarlo al montículo cuando la temporada Doble A empezó en Montgomery. Después de permitir 11 carreras limpias en siete innings de trabajo, fue regresado a Rocky Mount __ donde finalmente se estableció en su nueva posición. “La gran diferencia (en Rocky Mount) fue que me dieron la oportunidad de jugar”, le dijo Rooker al Advertiser. “La confianza es muy importante __ y logré mucha confianza en mí mismo”. Rooker tuvo marca de 12-5 con efectividad de 2.05 para Rocky Mount en 1966, con lo cual se ganó un puesto con el equipo de grandes ligas ese septiembre aunque no participó en juego alguno. Luego Rooker dejó marca de 10-7 y 3.46 de efectividad con el Montgomery y el Toledo Triple A en 1967. El coach de pitcheo de los Tigres, Johnny Sain, trabajó extensivamente con Rooker durante ambas primaveras, enseñándole al zurdo como cambiar la velocidad de sus pitcheos. “Es el tipo de coach del que se puede aprender de solo conversar con él”, dijo Rooker. “Puede sentarse y decirte lo que estás haciendo mal con una fácil frase”. Rooker dominó a los bateadores de la International League con el Toledo en 1968, tuvo marca de 14-8 y 2.61 de efectividad en 25 aperturas __ ponchó 206 bateadores en 190 innings. Debutó en las mayores el 30 de junio __ al tomar el lugar de Jon Warden. Quien fue llamado a cumplir el servicio militar __ y trabajó como relevista en dos juegos antes de regresar a Toledo- Aunque no volvió a pitchear ese año con los Tigres, Rooker contribuyó con un equipo que ganaría la Serie Mundial ese otoño contra los Cardenales. El 30 de septiembre, Rooker fue enviado a los Yankees como el pelotero a ser nombrado después en una negociación que llevó al relevista John Wyatt a Detroit ese junio.
Pero los Yankees no protegieron a Rooker en el Draft de Expansión, y el 15 de octubre de 1968, los Reales se aventuraron con un jugador de 26 años de edad con potencial pero de experiencia limitada. Rooker fue lanzado al fuego durante la temporada de 1969, tuvo marca de 4-16 con una respetable efectividad de 3.75 en 158.1 innings con los Reales de la expansión. Registró su primera temporada de 200 innings lanzados en 1970, cuando dejó marca de 10-15 con efectividad de 3.54 en 39 apariciones, incluyendo 29 aperturas. Pero en 1971, Rooker dejó números de 0-4 y efectividad de 12.00 en sus primeros cuatro inicios antes de ser sacado de la rotación de abridores. Estaba cumpliendo labores de bullpen con marca de 2-7 cuando los Reales lo enviaron al Omaha Triple A por el resto de la temporada, el 3 de agosto. Rooker empezó la campaña de 1972 con los Reales como abridor ocasional y relevista __ y quedo listo para adueñarse de un puesto en la rotación luego de blanquear a los Rangers el 16 de mayo para su segundo triunfo de la temporada. “Rooker probablemente tiene el major repertorio del equipo”, dijo el manager de los Reales, Bob Lemon, a Associated Press. “Pero en el pasado, algo pasaba con su concentración”. Rooker no pudo mantener su actuación de principio de temporada, y fue remitido al Omaha en julio. Como lo había hecho en 1971, Rooker dominó el pitcheo de la categoría Triple A __ tuvo efectividad de 1.74 en ocho aperturas para terminar la temporada. Esto intrigó a los Piratas, quienes adquirieron a Rooker en una negociación por Gene Garber el 25 de octubre de 1972. Garber fue el Pitcher del Año en la International League con el Charleston Triple A en 1972, luego de tener marca de 14-3 con 2.26 de efectividad. Rooker, mientras tanto, tenía marca de 21-44 en las grandes ligas __ con un tercio de sus triunfos logrados por la vía del blanqueo. “Ese fue el punto más bajo de mi carrera”, le dijo Rooker al Pittsburgh Post-Gazette. “No estaba seguro de si algun equipo de grandes ligas trataría de conseguirme (mientras él estaba en Omaha). Rooker llegó a la rotación de los Piratas en julio de 1973 cuando las lesiones de Dock Ellis y Bruce Kison y la creciente inefectividad de Steve Blass dejaron a los Piratas diezmados en el montículo. En los tres meses finales de la temporada, Rooker lanzó tres blanqueos y terminó la campaña con marca de 10-6 y efectividad de 2.85
“No estoy haciendo nada diferente”, dijo Rooker al Herald and Review de Decatur, Ill. “Quizás mi control ha estado un poco mejor. Eso es todo. Pero de seguro se siente bien ser ganador”. De pronto, Rooker era el as del cuerpo de lanzadores de los Piratas. “Siempre supimos que él tenía un buen brazo”, dijo el manager de los Piratas, Bill Virdon, a Pittsburgh Press hacia el final de la temporada de 1973, “pero para ser honesto, no esperaba tanto de él”. Mientras estuvo con los Reales, Jim Rooker jugó bajo la égida del futuro inquilino del Salón de la Fama, Bob Lemon Rooker fue el caballo de batalla de los Piratas en 1974, al liderar al equipo en innings lanzados (262.2) y ponches (139), mientras tenía marca de 15-9 y 2.78 de efectividad. Su 6.0 de WAR esa temporada encabezó a todos los peloteros de los Piratas mientras Pittsburgh terminaba con marca de 88-74, para ganar la división este de la Liga Nacional antes de perder ante los Dodgers en la serie de campeonato. En su primera aparición en postemporada, Rooker inició el segundo juego de esa serie y solo permitió dos carreras en siete innings, se fue sin decisión en un juego que los Piratas perdieron 5-2. Rooker dejó registros de 13-11 y efectividad de 2.97 en 1975, resistiendo asomos de inconsistencia antes de ganar cinco aperturas seguidas hacia el final de la temporada ( y perder sus últimas dos salidas a pesar de solo permitir dos carreras limpias en 13 innings de trabajo) para ayudar a los Piratas a repetir como campeones de la división este de la Liga Nacional. Rooker comenzó el segundo juego de la serie de campeonato ante los Rojos de Cincinnati y permitió cuatro carreras en cuatro innings, Cincinnati barrió esa serie. Rooker tuvo marca de 15-8 con 3.35 de efectividad en 1976 y 14-9 con 3.08 de efectividad en 1977, pero los Piratas a pesar de ganar 188 juegos en esas dos temporadas __terminaron segundos de los Filis esos dos años. Luego, en 1978, Rooker tuvo un mal año de 9-11 y 4.24 de efectividad en 29 aperturas. Rooker batalló con las lesiones a través de la temporada de 1979, su primer juego fue el 19 de mayo. Después de ganar dos de sus primeras tres aperturas, Rooker no ganó otra vez hasta el 3 de septiembre, cuando permitió dos carreras en 6.2 innings, para que los Piratas ganasen el segundo de un doble juego que dividieron ante los Filis. Los Expos de Montreal, que perseguían a los Piratas en el este de la Liga Nacional, barrieron a los Mets ese día __ lo cual significaba que el triunfo de Rooker valía un juego completo en la tabla de posiciones. Esa fue la centésima victoria de Rooker en su carrera de grandes ligas. “Usualmente soy un pitcher de finales de temporada. Puedo subir mi rendimiento de acuerdo a la ocasión”, le dijo Rooker a Associated Press. “Su hubiese sabido que iba atener toda esta atención (acerca de ganar su juego 100), lo habría hecho hace mucho tiempo”.
Los Piratas reclamaron el título de la división este de la Liga Nacional esa temporada, pero la confección del cuerpo de pitcheo era muy diferente a la de los años previos. El manager Chuck Tanner confiaba profundamente en su bullpen, con Kent Tekulve efectuando 94 apariciones, seguido por Enrique Romo con 84 y Grant Jackson con 72. Entre los abridores, solo Bert Blyleven (237.1) y John Candelaria (207) alcanzaron la meseta de los 200 innings pitcheados. Rooker no apareció en la serie de campeonato que los Piratas barrieron ante los Rojos, pero fue llamado en el primer juego de la Serie Mundial cuando un lesionado Bruce Kison permitió cinco carreras mientras solo hacía un out en el primer inning. Rooker trabajó 3.2 innings en blanco en relevo de Kison, preparando el terreno para el quinto juego. Los Piratas, esperando revivir la magia de una Serie Mundial pasada, invitaron al héroe del Clásico de Otoño de 1960, Bill Mazeroski a lanzar la primera pelota. “Y eso es apropiado, Mazeroski bateó un jonrón para ganar en 1960”, dijo Al Michael de ABC, mientras Rooker salía del bullpen de los Piratas. “Y los Piratas necesitan varios milagros a partir de hoy”. Contra todos los pronósticos, Rooker respondió. “Asumo el reto”, le dijo Rooker a Howard Cosell de ABC Sports antes del quinto juego. “Es asunto de salir y hacer mi trabajo”. Rooker trabajó cinco innings en el quinto juego, permitió tres imparables y una carrera. Salió del juego con los Piratas perdiendo 1-0, pero Pittsburgh anotó dos veces en el sexto episodio ante Flanagan para tomar la delantera, dos más en el séptimo y tres en el octavo. Blyleven __trabajando con dos días de descanso__ no permitió a notaciones a los Orioles en su relevo de los cuatro innings finales, para darle a Pittsburgh un triunfo 7-1 que les permitía sobrevivir. “Antes de ese juego, todo estaba a favor de Baltimore”, dijo el segunda base de Pittsburgh Phil Garner al Pittsburgh Express. “Pero Jim Rooker viene y nos mantiene en el juego contra un buen pitcher ejecutando uno de sus buenos juegos”. Los Piratas ganarían el sexto y el séptimo juego en Baltimore para ganar el título. Rooker empezó la temporada de 1980 con marca de 2-0, pero salió del juego de los Piratas ante los Bravos el 2 de mayo después de enfrentar a solo tres bateadores. No lanzaría más esa temporada y finalmente se sometió a cirugía para reparar un músculo en su hombro izquierdo el 9 de septiembre. Los Piratas dejaron en libertad a Rooker el 10 de octubre.
“No tengo nada que reclamar”, le dijo Rooker a United Press International después de ser despedido. “No engañé a los Piratas, ni ellos a mí”. Rooker se retiró con marca de 103-109 en 13 temporadas con efectividad de 3.46. Firmó contrato como narrador de los juegos de los Piratas en 1981, trabajó 13 temporadas con el equipo y se recuerda su famosa declaración al aire el 6 de junio de 1989, cuando dijo que caminaría de vuelta a su casa desde Filadelfia si los Piratas perdían después de anotar 10 carreras contra los Filis en el primer inning. Pittsburgh perdió 15-11, y Rooker caminó más de 300 millas __ recaudó más de 40.000 $ para organizaciones de caridad. Para un jugador que tomó el camino largo hacia las mayores, los días de Rooker en las grandes ligas totalizaron más que un cuarto de siglo. “Lo que más lamento es que no empecé a pitchear desde el principio en las menores”, dijo Rooker en 1973. “Extraño jugar todos los días como jardinero. Pero no había manera de que llegara a las mayores como jardinero”. ________________________________________
Craig Muder is the director of communications for the National Baseball Hall of Fame and Museum
Traducción: Alfonso L. Tusa C. 15 de febrero de 2022.
Nota del traductor: Jim Rooker jugó en la Liga Venezolana de Beisbol Profesional a inicios de los 1970s, con Tiburones de La Guaira.

Nat Allbright, La voz de los juegos de los Dodgers que él no veía, fallece a los 87 años.

Douglas Martin. 15-08-2011. The New York Times
Nat Allbright tenía alrededor de 8 años cuando empezó a memorizar las alineaciones de uno de los juegos diarios de las Grandes Ligas. Pretendía narrar el juego de béisbol que imaginaba que los peloteros jugaban. Mr. Allbright, quién murió el mes pasado, se convirtió en maestro de lo que hoy es un arte perdido y difícil de imaginar. Como un joven narrador de radio llamado Ronald Reagan, el tomaba escuetos mensajes telegráficos transmitidos en clave Morse (“B1W” significaba bola uno afuera); los maquillaba con imaginación y efectos de sonido; y luego transmitía juegos que sonaban como si él estuviera en el estadio oyendo, oliendo y viendo todo, desde los humeantes perros calientes, a los árbitros gritones, a las nubes de polvo de segunda base. En una década, Mr. Allbright transmitió 1500 juegos de los Dodgers de Brooklyn sin ver uno sólo. Cuando el llamado progreso acabó con su espléndida ocupación, se le ocurrió un nuevo negocio: grabar transmisiones imaginarias de eventos deportivos, donde el cliente se convertía en la estrella. Sólo había que insertar un nombre. Un cliente logró cumplir su sueño de quetchearle a Dizzy Dean en 1934. Un tipo de 120 kilos se convertiría en el jinete que montó a Secretariat en el Kentucky Derby. Otro cliente peleó con Ray Sugar Leonard, dijo que el realismo demandaba que el cliente fuera noqueado. Una grabación de 30 minutos por 40 dólares. Mr. Allbright inventaba juegos hasta cuando las temporadas eran suspendidas por una huelga laboral. En 1981, él narró el Juego de las Estrellas que no fue efectuado en Cleveland, en una noche veraniega de suave brisa, perfecta para el béisbol, por una estación de radio de Washington. El año siguiente, prestó su voz grave para transmitir unos partidos de los Redskins de Washington que no se jugaron debido a una huelga de jugadores. Así que se puede creer, no creer o creer a medias la siguiente cita en referencia al dueño de los Dodgers de Brooklyn y Los Angeles por mucho tiempo. “Walter O’Malley dijo una vez que yo era bueno para eso”, dijo Mr. Allbright en una entrevista con The Washington Post en 1982, “ellos deberían dejarme hacer todo y olvidarse de realizar el juego”. Nathan Matthew Allbright murió el 18 de julio en Arlington, Va, a los 87 años, dijo su hija, Amy Allbright. Había nacido en Dallas el 26 de noviembre de 1923. Mientras crecía en Ridgeway, Va., se inspiraba en Red Barber, el legendario narrador de los Dodgers, por sus narraciones fantasmagóricas. Mr. Allbright sirvió en el ejército, asistió a una escuela de narración en Washington, trabajó como disc jockey y transmitió eventos deportivos reales y “recreados”. Después vendió publicidad y carros. Mr. Allbright transmitía juegos de ligas menores en 1949 cuando Mr. O’Malley decidió crear una red de emisoras para transmitir los juegos más allá de la ciudad de Nueva York, allí trabajaban Red Barber y Vin Scully. La idea era llegar a los aficionados de los nacionalmente populares Dodgers en las barberías, cafés y hogares ubicados en la sección central del este de Estados Unidos.
Buzzie Bavasi, el presidente de los Dodgers, oyó acerca de Mr. Allbright y lo invitó a unirse al equipo en los entrenamientos primaverales. Se puso un uniforme y bateó contra Carl Erskine; más importante, aprendió como los peloteros salían de primera base, blandían sus bates y se ajustaban los pantalones. Después usó las descripciones en las transmisiones hechas desde un estudio de Washington hacia un area desplegada desde Cleveland hasta Miami. Cincuenta y dos emisoras conformaron el circuito de los Dodgers en el primer año; el número se duplicó en 1950. El costo era la razón de los Dodgers y otros equipos para prescindir de las transmisiones en vivo de los juegos en la carretera (o en el caso de Mr. Allbright, de cualquier juego). Ellos también seguían una larga tradición: no había narradores en el estadio cuando la Serie Mundial se transmitió por primera vez en 1921. Ronald Reagan entró en escena en los 1930’s transmitiendo los juegos de los Cachorros de Chicago desde el estudio de una emisora de radio en Des Moines. Casi medio siglo después, dijo lo que había aprendido: “La verdad puede ser empacada atractivamente”. Había una verdad que Mr. Allbright y probablemente Mr. Reagan, eran adeptos a ignorar, era la aparente decepción de que la trasnmisión no era en vivo. Mr. Albright comenzaba las transmisiones diciendo rápidamente que eran recreadas, como lo requería la Comisión Federal de Comunicaciones. Luego exclamaba, “¡Bienvenidos a Ebbets Field!” Mr. Allbright llevaba orgullosamente el anillo de Serie Mundial que Mr. O’Malley le dio después que los Dodgers de Brooklyn ganaron su única Serie Mundial en 1955. Además de su hija, a Mr. Albright le sobreviven su esposa de 58 años, Angela Lombardi, y su hijo, Robert. En restrospectiva, todo parece maravillosamente sentimental. Mr. Allbright tenía fotografías de cada estadio de la Liga Nacional, así podía agregar un destinatario al breve “FB” (foul ball) del telégrafo. Tenía una manera especial de chasquear la lengua contra el cielo de su boca que sonaba como un bate conectando una pelota. Tenía cintas del murmullo variable de la multitud, y otras de sus explosiones salvajes. Y estaba listo para cualquier cosa. Si la máquina que imprimía el telegrama se atascaba, podía simular una larga sucesión de fouls imaginarios. Si hacía falta que viniera un técnico a reparar la máquina, podía hacer que lloviera estrujando un envoltorio de cigarrillos. Él sabía que pocos lo notarían y que menos aun comprobarían en los periódicos la existencia de un retraso por lluvia. “La gente escuchaba el circuito porque querían oir un juego de pelota”, dijo. “Nosotros les dábamos un juego de pelota”.
Traducción: Alfonso L. Tusa C. Agosto 17, 2011.

martes, 7 de octubre de 2025

Frases resaltantes de grandes pitchers

Warren Spahn: “Un pitcher necesita dos lanzamientos: el que los bateadores esperan y el que los sorprende”.
Sandy Koufax: “Muéstrame a un tipo que no puede lanzar adentro y te mostraré a un perdedor”.
Juan Marichal: “La única manera de preservar el brazo de pitchear es lanzando, eso fortalece el brazo.”
Sal Maglie: “Cuando pitcheo me imagino que el plato es mío y no me gusta que nadie se acerque mucho allí”.
Bob Gibson: “Creo en poner la pelota sobre el plato y evitar al máximo los boletos”.
Tom Seaver: “Soy un gran abogado del pitcheo. Hay que tener buen pitcheo como base del equipo, eso lo mantiene en el juego”.
Traductor: Alfonso L. Tusa C. Octubre 07, 2025.

El Tiempo es Oro

Alfonso Tusa. El Nacional. Papel Literario. Mayo 01, 2020.
En medio de mis preferencias por Mi marciano favorito, Perdidos en el espacio, Bonanza o Los Picapiedra, había un programa que transmitían por Radio Caracas Televisión las tardes sabatinas. Me debatía en la incertidumbre porque a esa hora, de una a dos, o de dos a tres de la tarde, empezaban los juegos de pelota de mis amigos. Entonces cada vez que pasaban comerciales iba a la ventana de la sala y miraba hacia el solar de asfalto. Si había dos o tres muchachos lanzando algunas pelotas, regresaba tranquilo a ver el programa. Pero si había más de diez niños y destacaban dos escogiendo los equipos, terminaba de ponerme los zapatos frente al televisor y metía el guante a través del bate. Entonces empezaba a sonar aquella música silenciosa, a veces movida, a veces punzante, por momentos intrigante, y me quedaba petrificado, hipnotizado por las penumbras entre las cuales comenzaba el programa. Quería arrancar a correr hasta llegar al solar de asfalto, solo que no podía soltar la mirada del televisor. Cuando lograba zafarme del televisor era porque Henry Altuve estaba despidiendo al invitado final del programa y empezaba aquella carrera en puntillas hacia la salida del estudio, al ritmo de aquella música enigmática que aún me hace alargar las zancadas hasta casi flotar cada vez que la silbo. Sin darme cuenta llegaba la solar avanzando en puntillas y los muchachos se burlaban de mí, “¡Qué pendejadas son esas chico!”. No toleraba mucho las chanzas malintencionadas, pero esas veces las soportaba con estoicismo desconocido para mí. También me aguantaba sin reclamar y esperaba que terminara el juego en curso aunque este se mantuviera igualado por mucho tiempo. Todo porque había disfrutado observando las particularidades de cada sección de aquel programa. Porque había algo especial, original en las ocurrencias de Henry Altuve, y porque había una especie de sorpresa misteriosa en cada invitado. Mis amigos me veían extrañados porque cualquier otro día o si el juego era en la mañana yo reclamaba con mucha vehemencia, hasta el punto de enemistarme con mis amigos y amenazar con regresarme a casa.
Ni siquiera cuando empezaron a transmitir El juego de la semana en el mismo horario en otro canal dejé de ver El Tiempo es Oro. Entonces cambiaba desde el juego que pasaban por Venevisión hasta RCTV, cada vez que terminaba un inning o cada vez que sacaban un out. A veces el juego se ponía fastidioso porque un equipo tomaba ventaja de muchas carreras, en esas ocasiones me cambiaba completamente a ver las peripecias de Henry Altuve, hablaba y actuaba con tal naturalidad que parecía que estuviera compartiendo contigo ahí en vivo, más de una vez me sorprendí hablándole al televisor. Trataba de reclamar que cada vez hacían el programa más corto, que había que esperar mucho tiempo para volver a verlo, me quedaba viendo la pantalla sin fijar la mirada cada vez que volvía a sonar el tema musical al final de la audición. Cuando el juego era disputado mamá me llamaba la atención porque cambiaba mucho de canal, decía que iba a dañar el televisor, que siempre andaba buscando complicar todo. Después aparecieron otros programas de variedades musicales, con magos, payasos y cantantes, quizás más efusivos como La feria de la alegría, o diversificados como Sábado espectacular, o maratónicos como Sábado Sensacional, pero ninguno tan íntimo, tan sorpresivo, tan cómplice como El Tiempo es Oro. Podía irme hasta mi habitación y seguía escuchando la voz de Henry Altuve como si estuviera de visita en la casa, oía los ecos de las ocurrencias como tertulias infinitas que me acompañaban mucho después de finalizado el programa. A veces les respondía a mis amigos en el solar de asfalto con palabras y frases de El Tiempo es Oro y se me quedaban mirando extrañados, “¿Qué te pasa? ¿De qué hablas?”. Terminaban sacándome del juego. Tuve que idear una manera de evitar repetir esas palabras en los juegos. Se me hacía muy difícil no decirlas, hasta que me llevé un pedazo de papel y un lápiz pequeño en el bolsillo. Cada vez que íbamos a batear anotaba unas palabras, sin que nadie me viera.

domingo, 5 de octubre de 2025

Anotar beisbol con el Señor Jorge Glen.

¿Por qué el ponche cantado se identifica con un K invertida? El señor Jorge, sin quitar la mirada del televisor, sin dejar de observar los movimientos de Jim Todd en el primer inning de aquel juego de la serie final en enero de 1975 entre Navegantes del Magallanes y Tigres de Aragua, sonrió y me dijo que esa era una pregunta muy avanzada para alguien que apenas estaba empezando a aprender los secretos de anotar un juego de beisbol. Más sorprendido estabas porque aunque sabías que el Señor Glen era uno de los anotadores, sino el más reconocido de muchos juegos cruciales efectuados en el estadio “Dr. Carlos Ortíz” de Cumanacoa, también lo habías visto arbitrar ciertos juegos de futbol en aquellos jardines inmensos del central azucarero, y hasta le habías escuchado comentar de cierto juego de un mundial de futbol donde Colombia igualó con la Unión Soviética a cuatro goles por bando. Por una semana se extendieron esas sesiones que siempre terciaba el Señor Nagib, el dueño de la casa. Todo aquel laberinto de rombos y cuadrados dispuestos en estructura de panal de abejas, te abrumaba, solo la parsimonia y la jocosidad del Señor Glen te hacían recuperar la determinación y la curiosidad por descifrar aquel lenguaje de símbolos inéditos para ti. Aquellas hojas de anotación tenían todo un pie de página que dificulta haya existido en las páginas de los anotadores más minuciosos del juego. Había todo un compendio de códigos. En medio de aquel primer juego de la serie final de la temporada 1974-1975, en medio de la hospitalidad del Señor Nagib y de las chanzas hacia los caraquistas por el resultado de la serie semifinal donde Magallanes había vencido al Caracas, te quedabas casi paralizado con aquellas abreviaturas adosadas a un costado de la página con flechas casi invisibles que las conectaban con cada turno de cada bateador en determinado inning. CA, SQP, BC, IFF, SB, SFF, PO, CCI, BE. El te decía que necesitaba tiempo, que durante el juego era difícil explicar.
Aquellos seis juegos, aunque Magallanes perdió la serie, resultaron una de tus experiencias más reflexivas e instructivas respecto al esqueleto de las normas del beisbol, su lógica, su justificación, su esencia. A veces llegabas frente al televisor y sospechabas que el juego no iba a tener la misma profundidad de razonamiento hasta que escuchabas los pasos y el saludo del Señor Glen. Aunque en principio no te atrevías, en medio de la algazara y la euforia de los batazos de Dave Parker, del empuje de Don Baylor, de la determinación de David Concepción, la constancia de Adrian Garret, el empeño de Dámaso Blanco, el coraje de Larry Demery, de la consistencia de Lyman Bostock y la épica de Armando Ortíz; se te salió una pregunta que quisiste borrar, te parecía vergonzoso hurgar en la vida particular de los demás, pero el Señor Glen respondió que el más de una vez había actuado como árbitro principal de un juego en un campeonato formal. Sin dejar de seguir la cerrada pugna de Tigres y Navegantes indagabas sobre como hacía él para lidiar con todas esas situaciones complicadas de explicar, sancionar y expulsar peloteros, managers, y hasta confiscar el juego, aunque tuviese encima y en contra a todo un estadio. Me miraba de reojo, prefería seguir anotando y observando el espectáculo de Parker y Concepción en la televisión. En uno de los recesos entre innings el Señor Glen me explicó que ser árbitro de beisbol (y del deporte en general) es uno de los oficios más ingratos que pueda sumir un ser humano, tener que lidiar con managers irascibles, peloteros desesperados, escuchar insultos personales y hasta presenciar o recibir escupitajos, resultaba un reto más que vertiginoso, complicado, además que cuando el se aventuró a ser árbitro, la remuneración era poco menos que irrisoria. “Aunque siempre me ha gustado el beisbol decidí que mejor era colaborar como anotador de los juegos”.
A medida que fue avanzando aquel primer juego de la final entre Tigres y Navegantes, el Señor Glen, con mucha paciencia y comprensión explicó que CA significaba cuadro adentro (situación cuando el manager adelanta a sus infielders para evitar que anote el corredor de tercera base), SQP indicaba que se ejecutó una jugada de squeeze play o toque suicida para provocar la anotación del corredor desde tercera base, IFF le hacía sonreir esa una de las reglas que más tenía que explicar Infield Fly, cuando hay menos de dos out y corredores en base, cuando batean un elevado al cuadro el árbitro debe invocar esa regla para evitar que el infielder deje caer la pelota y ejecute el dobleplay. Te quedabas perplejo y a la vez agradecido por tener la oportunidad de presenciar aquella clase magistral en medio de un juego tan relevante. Sonrió mucho cuando explicó que BE se refería a una jugada cada vez más extraña, que se había hecho más difícil de ejecutar luego del cambio de la regla; se trataba de la bola escondida, en la cual un infielder (segunda base o campocorto) iba a conversar con el pitcher y regresaba con la pelota imperceptiblemente en su guante y cuando el corredor de segunda se alejaba de la base el infielder le tocaba y lo ponía out, con el cambio de regla, para validar el out el pitcher debe estar fuera del círculo del montículo. No sabías si callar o agradecer, si seguir preguntando o solo observar la disciplina y meticulosidad con la que el Sr. Glen desplazaba su lápiz sobre aquella hoja de anotación.
Alfonso L. Tusa C. Junio 27, 2025 ©

sábado, 4 de octubre de 2025

Esperar Hasta el Próximo Año (Wait Till Next Year).

Doris Kearns Goodwin.
Hay dos razones fundamentales para ir al estadio. Una es observar el juego. La otra es verlo. Hay una diferencia. No puedes ilustrarla sin una hoja de anotación. Si el beisbol teje un entramado profuso __y lo hace__ llevar la anotación puede liberarnos. Una hoja e anotación completa trae orden en el caos. Eso decodifica los misterios, predice lo inevitable, reduce las posibilidades y revela el plano invisible como el día. La crisis y sus resoluciones empiezan a hacerse aparentes. Donde quiera que estemos sentados, el juego está en nuestro regazo. La historiadora Doris Kearns Goodwin aprendió esa lección de niña, mientras crecía en Long Island, y ella relata eso en este extracto de su memoria Wait Till Next Year. Saber como anotar un juego de beisbol se convertiría en una ventaja cuando llegase el momento de encontrarle sentido a LBJ, Franklin y Eleanor Roosevelt y los clanes Kennedy y Fitzgerald enteros.
Cuando mi padre llegaba a casa desde la ciudad, cambiaba su traje de tres piezas por un pantalón largo y una camisa deportiva de mangas cortas, y bajaba para tomar el ritual coctel Manhattan con mi madre. Luego mis padres me buscaban en el lugar donde jugaba en la calle y me indicaban que era hora de cenar. Durante la cena debía contenerme para no hablarle a papá del juego del día, a la espera del momento especial cuando nos sentábamos en el sofá y yo tenía mi cuaderno de anotación en mi regazo. “Bien, ¿pasó algo interesante hoy?”, empezaba él. Y antes de que la pregunta diaria se completase, me lanzaba a la narrativa de cada jugada, y casi cada pitcheo, del juego de esa tarde. Nunca me cruzó por la mente si, al final de un día de trabajo, el podría encontrar mi prolongado recuento al menos algo tedioso. Solo había maestría, así como placer en nuestro ritual nocturno. A través de mi conocimiento, conseguía la atención completa de mi padre, la señal de su amor. Eso me inculcaba una conciencia temprana del poder de la narrativa, lo cual iniciaría toda una vida de contar historias, motivada por la confianza de que otros me encontraban tan entretenida como lo hacía mi padre. Michael Francis Aloysius Kearns, mi padre, era un hombre bajito que parecía más grande debido a su estilo erguido de pararse, al pecho amplio y el cuello grueso. Tenía una ruda complexión irlandesa, y sus ojos verdes relumbraban con humor y vitalidad. Cuando sonreía todo su rostro se transformaba, radiaba entusiasmo y amistad. Me llamaba “Bubbles”, un nombre de mascota que había escogido, me dijo, porque yo parecía disfrutar muchas cosas. Ansiosa por confirmar su descripción, me resistía a dejar que mi entusiasmo se desvaneciese, hasta cuando me cansaba o molestaba. Por eso la excitación por las cosas se volvió un hábito, una parte de mi personalidad, y la expectativa de que debía disfrutar las nuevas experiencias que a menudo implicaban diversión por sí mismas. Esos recuentos nocturnos de los juegos de los Dodgers me facilitaron mis primeras lecciones en el arte de la narrativa. Desde el cuaderno de anotación, con sus pequeños cuadritos de símbolos ordenadamente arreglados, yo podía desplegar el cuento de un juego completo y contar una historia que parecía durar por tanto tiempo como el propio juego. Por último, era incapaz de resistir la tentación de adelantar hasta llegar a una jugada importante en los innings finales. A veces estaba tan emocionada con la victoria de los Dodgers que vomitaba el marcador final antes de haber empezado. Pero a medida que gané más experiencia en mi narrativa, aprendí a construir una historia dramática con comienzo, cuerpo y final. Lentamente entendía que si podía recontar la historia un bateador a la vez, inning tras inning, sin divulgar el resultado, podría mantener el suspenso y el interés de mi padre hasta el último pitcheo. A veces yo pretendía ser el gran Red Barber haciendo mi voz más aguda cuando reportaba un jonrón, o bajándola hasta el susurro cuando la acción se hacía tensa, inyectaba datos sobre los peloteros en mis reportes. En los momentos críticos, saltaba del sofá para ilustrar una pelota que había salido de foul en el último instante, o un elevado que cayó y fue anotado como error.
“¿Cuántos imparables bateó Roy Campanella?”, preguntaba mi papá. Desplazando mi dedo a través de la línea horizontal que representaba los turnos al bate de Campanella ese día, yo contaba. ”Uno, dos, tres”. “Tres imparables, un sencillo, un doble, y otro sencillo”. “¿Cuántos ponches recetó Don Newcombe?” Eso era fácil. Yo contaba las Ks. “Uno, dos…ocho. Repartió ocho ponches”. Luego me hacía preguntas más sutiles sobre diversas jugadas, si un ponche era cantado o tirándole, si el dobleplay fue a través del abanico, si el sencillo que ganó el juego fue bateado a la izquierda o la derecha. Si yo había anotado cuidadosamente, usando el preciso sistema que él me había enseñado, sabría las respuestas. Mi padre señalaba hacia el segundo inning, donde Jackie Robinson había bateado un sencillo y luego robó segunda base. Había emoción en su voz. “Ves, todo está aquí. Mientras Robinson danzaba alrededor de la segunda base, desenfocó tanto al pitcher que los dos próximos bateadores recibieron boletos para llenar las bases. Ese es el impacto que causa Robinson, juego tras juego. ¿No es él algo a tomar en cuenta? Su sonrisa en esos momentos me inspiraba a tomar mi responsabilidad en serio. A veces, una jugada particular disparaba en mi padre una memoria de una situación similar en un juego cuando él era joven, y me contaba historias de los Dodgers cuando él era un niño de Brooklyn. Sus cuentos vívidos mostraban héroes extraños como Casey Stengel, Zack Wheat y Jimmy Johnston. Aunque al principio fue difícil imaginar que el Casey Stengel que conocí, el manager de los Yankees, con su colorido lenguaje, y sus modales graciosos, era el mismo hombre que como jardinero de los Dodgers bateó un jonrón dentro del parque en el primer juego escenificado en Ebbets Field, la destreza de mi padre para conectar el pasado y el presente me hacia sentir que vivía en distintas zonas cronológicas a la vez. Si cerraba los ojos, imaginaba que estaba en Ebbets Field en los 1920s para aquel celebrado juego cuando el jardinero derecho de los Dodgers, Babe Herman, bateó un doble con las bases llenas, y luego de varias marfiladas en el corrido de las bases, tres Dodgers terminaron en tercera base a la vez. Y estaba sentada al lado de mi padre, cinco años antes de nacer, cuando fueron encendidas las luces por primera vez en Ebbets Field, la multitud jadeaba y luego celebraba como si la noche veraniega se hubiese convertido en día luminoso. Cuando había terminado de describir el juego, era hora de ir a la cama, a menos que pudiese convencer a mi padre para recalcular el promedio de bateo de cada pelotero, reconfigurando las estadísticas de acuerdo a los acontecimientos del juego de ese día. Si Reese se fue de 5-3 y había empezado el día en .303, mi padre me mostraba, al sumar y multiplicar los números en su cabeza, que su promedio subiría hasta .305. Si Snider bateaba de 4-0 y empezaba el día en .301, entonces su promedio bajaría cuatro puntos por debajo de .300. Si Carl Erskine había permitido tres carreras en siete innings, entonces mi padre multiplicaba tres por nueve, dividía por el número de innings pitcheados y mágicamente me decía si la efectividad de Erskine había mejorado o empeorado. Fue esa facilidad con los números lo que hizo posible que mi padre aprobara la prueba de servicio civil y se convirtiese en examinador bancario a pesar de abandonar la escuela después del octavo grado. Y ese trabajo le llevó desde una vivienda de Brooklyn hasta una casa con jardín en Southard Avenue en Rockville Centre.
Todo ese verano, mi padre me ocultó que la información de los box scores aparecía en los periódicos todos los días. Nunca mencionó que esas historias abreviadas habían sido factor importante en las páginas deportivas desde el siglo diecinueve y generalmente era lo primero que él y sus amigos que iban al trabajo revisaban cuando abrían el Daily News y el Herald Tribune en las mañanas. Yo creía que si no le reseñaba los juegos que se había perdido, mi padre nunca habría sido capaz de seguir a nuestros Dodgers de la manera apropiada, día a día, jugada a jugada, inning tras inning. En otras palabras, sin mí, su amor por el beisbol sería siempre incompleto. Tuve la fortuna de enamórame del beisbol al inicio de una época de pura delicia para los aficionados de Nueva York. En cada una de las nueve temporadas desde 1949 hasta 1957 __lo cual abarcó la mayor parte de mi niñez__veríamos a uno de los tres equipos de Nueva York (Dodgers, Yankees, Gigantes), competir en la Serie Mundial. En esa era dorada los Yankees ganaron cinco Series Mundiales seguidas, los Gigantes ganaron dos banderines y un campeonato y cinco banderines, mientras perdían dos banderines más en el último inning del último juego de la temporada. En aquellos años antes que los peloteros fuesen agentes libres, las alineaciones regulares permanecían intactas por años. Los aficionados le entregaban su lealtad a un equipo, sabiendo que los peloteros que valoraban se mantendrían en las mismas posiciones, y año tras años exhibirían las mismas habilidades y hábitos irritantes. Y que alineación histórica tenían mis Dodgers en las temporadas de posguerra: Roy Campanella detrás del plato, Gil Hodges en primera base, Jackie Robinson en segunda base, Pee Wee Reese en el campocorto, Billy Cox en tercera base, Gene Hermanski en la pradera izquierda, Duke Snider en el jardín central, y Carl Furillo en el bosque derecho. La mitad de esa alineación __Reese, Robinson, Campanella y Snider__sería eventualmente elegida al Salón de la Fama; Gil Hodges y Carl Furillo habrían sido ingresados en Cooperstown si hubiesen jugado en otra década o en otro equipo. Nunca habría una mejor época para ser seguidor de los Dodgers.
Traducción: Alfonso L. Tusa C. Mayo 15, 2025.

jueves, 2 de octubre de 2025

Recordando a Tony Conigliaro

Alfonso Tusa. The Hardball Times. Tht.fangraphs.com Julio 3, 2017.
Los latidos de mi corazón parecían las cuchilladas de un atracador. Me quedé petrificado cuando vi aquel ejemplar viejo de la revista Street and Smith de inicios de la década de 1990. En la portada se anunciaba un artículo sobre el equipo del “Sueño Imposible” de 1967. De inmediato le pedí al encargado del puesto de revistas que me permitiera un par de minutos para ver ese artículo. La tembladera de mis manos casi provocó que se me cayera la revista. Ahí estaba, los hechos, la épica, la emoción de aquellos muchachos cardíacos. Uno de los párrafos recreaba un juego del 15 de junio de 1967. Gary Waslewski abrió por los Medias Rojas, Bruce Howard por los Medias Blancas. Waslewski solo permitió seis imparables en los primeros nueve innings. Howard siete imparables en siete innings. Hoyt Wilhelm relevó a Howard y mantuvo blanqueados a los Medias Rojas hasta el noveno inning. Entonces el juego se fue a extrainning. Yo no podía creer que tuviera en las manos tal documento, tal testimonio, tal retrato de lo que siempre había imaginado cuando era niño en 1967. Aunque ignoraba muchas cosas del beisbol, podía sentir la pasión de mis hermanos cuando hablaban de los Medias Rojas de Boston que hacían pasar momentos difíciles a todo el mundo en la Liga Americana, mientras todos los días, semanas y meses, los expertos esperaban que todo volviera a la normalidad y ese equipo regresara al sótano de la liga, donde había permanecido muchos años. Pero mis hermanos y después yo empezamos a aupar en secreto por ese equipo, por sus muchachos cardíacos, por su Sueño Imposible. Llegamos al extremo de hablarle al radio, para reclamarle a los narradores que dejaran de mostrarse incrédulos ante los Medias Rojas, porque ellos eran de verdad. Sabía muy poco de beisbol, yo pasaba la mayor parte del tiempo volando aviones de papel, moneando árboles de mango, guayaba y guanábana o corriendo detrás de los camiones cargados de caña que iban hacia el central azucarero, para halar algunas varas de caña de azúcar, disfrutaba mucho arrancar la concha de la caña con los dientes y saborear el dulce jugo. Pero pasaba momentos muy duros con las operaciones aritméticas de tercer grado. Mamá me quitó los aviones de papel, las escaladas a los árboles y las carreras detrás de los camiones de caña de azúcar. Desde las dos hasta las seis de la tarde, me obligaba a estudiar matemáticas y las otras asignaturas. Me sentía como un prisionero en una cárcel de alta seguridad. Después de cenar tenía que mostrarle a mamá la tarea que me había ordenado. La única esperanza de fuga que podía palpar desde el escritorio y los cuadernos era la lejana conversación de Felipe y Jesús Mario. A pesar de no saber nada de beisbol, podía sentir la emoción de ellos, su dinámica, su suspenso por el juego de esa noche. En pocos segundos supe que ese sería mi vehículo hacia la libertad. Hasta podía escuchar el radio que Felipe colocaba en un rincón de la habitación.
En el décimo inning, Ron Hansen descargó imparable hacia el jardín izquierdo, y Al Weis sonó otro sencillo en la misma dirección. Ed Stroud entró al juego como corredor emergente por Hansen. Leía el párrafo poco a poco para digerir mejor el momento. John Wyatt relevó a Waslewski. Stroud fue puesto out en tercera base del catcherRuss Gibson al tercera base Joe Foy. Pete Ward entró como bateador emergente por Jerry McNertney y Wyatt lo ponchó. Dick Kenworthy emergió por Wilhelm y Wyatt también lo ponchó. Volví a sentir el estruendo en mi pecho cuando lei lo que ocurrió en la apertura del undécimo inning. El encargado del puesto de revistas empezó a reclamarme que devolviera la revista al lugar de donde la había tomado. Se quejaba de mi falta de respeto, de que ese era su negocio, si quería leer la revista, tenía que comprarla. Yo estaba tan inmerso en la lectura, tan metido en el juego, que todo lo que oía era que Walter Williams había bateado un doblete al jardín izquierdo. En un segundo estuve de nuevo en 1967, mirando como mis hermanos bajaban el volumen del radio cada vez que la situación se ponía difícil para los Medias Rojas. El próximo bateador era Don Buford, soltó un roletazo hacia primera base, George Scott atrapó la pelota y lo hizo out, mientras Williams llegaba hasta tercera base. Respiré profundo, noté la severa expresión en el rostro del encargado del puesto de revistas y seguí leyendo. Wyatt ponchó a Tommie Agee. Mis hermanos saltaron y le pidieron el tercer out a Wyatt. Ken Berry despachó imparable impulsor a la derecha y despues fue out tratando de robar segunda base, de Russ Gibson a Rico Petrocelli. El tipo del puesto de revistas me llamó la atención por la manera como estaba apretando la revista. Estuve como dos minutos tratando de alisar las páginas ajadas, mi vergüenza con el encargado era tan grande como mi emoción por rememorar lo que ocurrió en el juego.
Aquella noche finalmente había realizado satisfactoriamente los ejercicios de matemática que mamá me escribió en el cuaderno. Cuando llegué a la habitación oi a papá haciéndole preguntas a Felipe sobre química de tercer año de bachillerato. Al fondo del cuarto, Jesús Mario terminaba una tarea de matemática. Papá les dijo que iba a regresar para asegurarse de que estuvieran estudiando. Así que para escuchar el juego entre los Medias Rojas y los Medias Blancas, Felipe me pidió que me asomara en la puerta para que les dijera cuando papá estuviese de vuelta. Mientras tanto sintonizaron la emisora del juego. Esa noche fue difícil sintonizar el juego. Había mucha interferencia electrostática. Cuando Felipe por fin logró colocar el radio en el lugar donde se escuchaba bien la transmisión, Jesús Mario levantó la voz: “Déjalo ahí, ese es el lugar…ahí se escucha muy bien”. Me distraje recordando mis carreras tras el camión de caña de azúcar y papá apareció como un monstruo. “¿De qué lugar están hablando ustedes?” Eso significó tiempo adicional de estudio para mis hermanos. Felipe me miraba con ojos de pocos amigos. Jesús Mario apretó los labios y me dio la espalda cuando traté de acercarme. Esa fue la primera vez que estuve despierto hasta tarde en la noche. Quería disculparme con mis hermanos pero ellos estaban muy molestos conmigo. La única palabra que recuerdo que ellos dijeron luego de terminar la tarea escolar fue “extrainning”. Tan pronto como encendieron el radio se sorprendieron de que los Medias Rojas todavía estuviesen jugando. La emoción, la euforia que experimentaron cuando el narrador empezó a gritar: “…es un batazo alto, largo, inmenso, enorme hacia el monstruo verde…la bola se va…se vaaa…” Empezaron a saltar sobre el colchón y me halaron para celebrar con ellos. Toda su molestia conmigo se había borrado mágicamente. Seguí escuchando la radio, trataba de entender la excitación del narrador, de descifrar los gritos de Felipe, de conectarme con la alegría de Jesús Mario. En el cierre del undécimo inning, John Buzhardt retiró a Carl Yastrzemski con elevado a Williams en el jardín derecho. También hizo el segundo out al obligar a George Scott a batear una línea de frente a Tom McCraw en primera base. Casi cerré la revista y me fui del puesto de revistas. Entonces recordé, “Espera…es 1967…este es el equipo del Sueño Imposible”. El imparable de Joe Foy hacia el jardín izquierdo me mantuvo pegado a la revista. Sospechaba que algo inesperado iba a ocurrir.
La imagen de esa noche bostoniana me impresionó con su colorido. Las luces de Fenway Park quemaban las esquinas de las páginas. Solo quienes han vivido un extrainning en Fenway Park saben de la atmósfera que trato de describir. Un mar de brazos levantados y gritos burbujeando sobre miles de camisas y gorras. Todo eso flotaba sobre el entorno verde desde los jardines hasta el cuadro interior. Sin importar cuanto carraspeaba o zapateaba el tipo del puesto de revistas frente al mostrador, yo seguía sumergido en el fondo de aquel extrainning. Sentía una mezcla de esencias de alcanfor y cerezas agitándose sobre el dugout de tercera base. Tuve que agarrar y halar la revista como tres veces. El tipo estaba muy enojado. Hasta golpeó el mostrador cuatro veces. Así que saqué mi cartera y le pagué con un billete. Casi me sacó a empujones del puesto de revistas.“¡Esto no es una biblioteca. Anda a leer a otra parte!” Mientras tanto yo miraba a la distancia, las palabras de la revista: Conigliaro…batazo largo…gigantesco…enorme…monstruo verde…increíble…jonrón para dejar en el campo…los Medias Rojas lo hicieron otra vez…sus compañeros lo llevan a hombros…es una noche inolvidable en Fenway Park…pasarán cien años y las personas siempre hablarán de Tony C largando ese vuelacercas para vencer a los Medias Blancas 2-1. Estuve sonriendo por el resto de ese día. No me importaba que las personas me miraran de manera extraña, como si yo fuese anormal. Esa revista me hizo recordar lo que mis hermanos dijeron aquella noche. “Este equipo de los Medias Rojas va en serio…van a ganar el banderín de la Liga Americana y la Serie Mundial…” Hasta yo los miré con ironía. Eso era insano. Todavía no se había cumplido ni la mitad de la temporada. Había mucho camino por recorrer. A finales de septiembre tuve que reconocer que ellos habían acertado su pronóstico. Cuando terminó la Serie Mundial pensé por varios días que con Tony Conigliaro en la alineación, los Medias Rojas lo hubieran ganado todo. Mis hermanos me dijeron que Bob Gibson estuvo realmente imbateable. Pero seguí diciendo que con Tony C esa hubiese sido una Serie Mundial diferente. Y aún pienso así.
Alfonso L. Tusa is a chemical technician and writer from Venezuela. His work has been featured in El Nacional, Norma Editorial and the Society for American Baseball Research, where he has contributed to several books and published several entries for the SABR Bio Project. He has written several novellas and books and contributed to others, including Voces de Beisbol y Ecología and Pensando en tí Venezuela. Una biografía de Dámaso Blanco.

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