Se busca plasmar la conexión entre el béisbol y la vida, como cada regla del juego resulta una escuela de reflexión hasta para los seguidores más remotos cuando los sucesos del mundo indican que ciertas veces las normas de justicia son violadas; el transcurso de las sentencias de bolas y strikes reflejan la pertinencia y compromiso de cada pelotero en respetar la presencia del árbitro.Cada jugador deja lo mejor de sí sobre el campo de juego a pesar de lo complicado que pueda ser su vida.
domingo, 29 de diciembre de 2024
A través de las letras de un periodista deportivo
Me había convencido de que al leer el box score de un juego se podía tener la radiografía de un juego de béisbol. Quien fue el mejor bateador del juego. Que tan bien lanzaron los pitchers. Cuantos poncheshubo, cuantos boletos. Hasta se puede conocer detalles defensivos como dobleplays, o errores.
También sabía que mediante la hoja de anotación de un juego se podía tener aún una visión más detallada del mismo. Si determinado ponche fue cantado o tirándole. Hacia donde fueron bateados los imparables. Como se realizaron los outs. Si el pitcher fue sacado por un bateador emergente o fue relevado mientras estaba en el montículo.
También existían las reseñas de los juegos. Allí los periodistas deportivos narraban otros aspectos del juego como las discusiones entre los managers y los árbitros, los incidentes entre los peloteros y algún análisis sobre las decisiones de los managers y como estas afectaron el resultado del juego. La mayoría de esas reseñas me parecían aburridas, casi una copia de lo que estaba reportado en el box score y la hoja de anotación. Así que regularmente las pasaba por alto.
Hasta que descubrí la amena prosa de un periodista que escribía en el diario El Nacional. Quizás una de las reseñas más ilustradas e intensas que haya leído, la disfruté dos días después de haber presenciado un juego entre los Tiburones de La Guaira y los Navegantes del Magallanes en el estadio “José Bernardo Pérez” de Valencia. Me llamó mucho la atención el título del texto de Rodolfo Mauriello: “Magallanes ganó maratón de los increíbles”.
Ya había leído a Mauriello. Había sido colaborador en la revista Sport Gráfico, gerente general de los Navegantes del Magallanes a mediados de la década de 1960, reportero de beisbol en El Nacional, comentarista del circuito radial del Magallanes. Cubría el beisbol desde las pequeñas ligas hasta el profesional con la misma pasión.
Cuando leí el primer párrafo de aquella historia estuve de vuelta en el estadio de inmediato. La manera como describió hasta el calentamiento de los pitchers abridores me transportó a la segunda fila de asientos ubicada sobre el dugout del Magallanes. Parecía Ernest Hemingway descargando todo aquel suspenso al describir a Ben Callahan, el lanzador abridor del Magallanes. Mauriello dibujó una gran duda respecto a lo que podía ser la actuación de Callahan. Repasó una por una todas las dificultades de Callahan en su temporada de ligas menores de 1983. Llegué a pensar que estaba sentado en el dugout al lado del manager o en la oficina de un scout de avanzada.
Leí esa reseña más de tres veces la mañana que compré El Nacional. Y cada vez que lo he leído desde entonces me sigo sintiendo sorprendido, intrigado, maravillado. No sé que pensar. Por momentos pienso que me encuentro en medio del episodio de las mariposas amarillas de Gabriel García Márquez en “Cien Años de Soledad”, cuando Mauriello dibuja la atrapada de Joe Orsulak ante el linietazo de Clint Hurdle hacia lo profundo del jardín central. Al avanzar un párrafo, la historia se asemeja a la más intensa ficción histórica de E.L. Doctorow cuando desgrana la tradición de pitchers magníficos que ha tenido La Guaira a través de los años: George Brunet, Marcelino López, Luis Tiant, Jim Rooker, Odell Jones. De esa manera quería retratar que tan buena había sido la actuación de Martin Decker.
Al leer el artículo puedo entender mejor los elogios de Humberto Acosta, uno de los discípulos de Mauriello en El Nacional, acerca la capacidad ética y analítica de este periodista. “Mauriello era el primero en llegar a la redacción deportiva y estaba todo el día investigando, escribiendo, planificando, ajustando. Una vez se me acercó y me preguntó si podía ir a trabajar una mañana sabatina. Al principio yo no quería ir. Era mi día libre. Pero cuando noté la voluminosa carpeta llena de papeles acerca de la inducción de Sandy Koufax al Salón de la Fama, me emocioné mucho y hasta le agradecí por darme esa oportunidad”, dijo Acosta.
La forma oscura en la cual describió como La Guaira había anotado una carrera en el noveno inning para irse adelante, retrató en mi piel la sensación exacta del miedo que sentí en el estadio. Fue como si viviera ese momento de nuevo. Imaginé como casi abandoné el estadio, porque de la manera como Decker estaba lanzado era casi imposible que Magallanes reaccionara. Esas líneas, esas palabras, esos párrafos, me sumergieron en el cuento más intenso de Edgar Allan Poe, en el poema más triste de José Antonio Ramos Sucre, el malinterpretado poeta de Cumaná. Volví a experimentar el miedo de aquel cierre del noveno inning. Las palabras de Mauriello recreaban una a una todas las maneras como pensaba que Decker iba a retirar a los bateadores magallaneros para ganar el juego.
Al apreciar la pasión de esa escritura, recordé algunas presentaciones de beisbol que Mauriello ofreció en la sala E de la Universidad Central de Venezuela con el apoyo de otro gran seguidor del juego, el cardiólogo Daniel Gutiérrez, quien se encargó de la logística del evento. En una de las presentaciones orales, uno de los asistentes inició una discusión muy acalorada debido a lo que Mauriello había dicho. Fue realmente impresionante la tranquilidad y la paciencia con las cuales escuchó al tipo, y cuan didáctico y comprensivo fue al explicar sus razones con total sangre fría.
Luego llegó el cierre del noveno inning. “Orsulak abrió el inning con sencillo y avanzó hasta segunda base mediante passed ball del receptor Antonio Córdova. Luego de un out, Benny Distefano bateó un roletazo candente por el medio del cuadro que siguió hasta el jardín central que se convirtió en el imparable que igualaba el marcador. Gustavo Polidor le llegó a esa pelota, pero cuando iba a tomarla, la esférica incrementó su velocidad como si se le hubiera encendido un motor turbo y pasó por debajo de su guante”, escribió Mauriello.
Cuando vi que el roletazo de Distefano llegó hasta el jardín central, de inmediato seguí la carrera de Orsulak desde tercera base hasta el plato. Me parecía que era el corredor más lento de la liga. Me pellizqué cuatro o seis veces la palma de la mano izquierda para comprobar que no estaba soñando. Era la primera carrea del Magallanes en 18 innings contra los pitchers de La Guaira. En los primeros ocho innings solo le habían bateado dos imparables a Martin Decker.
“La Guaira rompió el empate en la apertura del duodécimo inning ante el relevista Jeff Zaske. Empezó el episodio boleando a Hilario Pacheco. Entonces Carlos Porte cometió error ante rodado de Gary Pettis por segunda base. Había corredores en primera y segunda sin outs. Héctor Rivas salió de corredor emergente por Pacheco y anotó la carrera de la ventaja cuando Oswaldo Guillén disparó sencillo. Los corredores avanzaron hasta segunda y tercera base con el tiro al plato. Félix León relevó a Zaske y boleó a Clint Hurdle”.
“Eso sirvió la escena para la llegada de Nelson Torres al montículo, con las bases llenas en el duodécimo inning. Torres ponchó a Juan Monasterio quien había largado tres sencillos seguidos, incluyendo el impulsor de la carrera de tomar la delantera en el noveno inning. Torres retiró al próximo bateador, Jerry Davis, con roletazo al cuadro y eso fue todo”.
Cada vez que tomo ese pedazo de papel, me tiemblan las manos. Puedo experimentar la inminencia de la derrota mientras viajo de nuevo a la noche de ese juego. Si Decker había estado imbateable, el relevista Jeff Dedmon estaba intocable. No quería ni mirar el juego. Podía imaginar cuan débiles lucían los bateadores ante Dedmon.
Cuando vi a Wolfgang Ramos en el círculo de prevenido al bate, en lugar de Carlos Porte, no sentí esperanza alguna de que pudiera hacer algo. Ramos recién había llegado al equipo mediante un cambio. No tenía tiempo de haberse ajustado a su nuevo equipo. Pensé que todavía se estaba adaptando al dugout magallanero. Ernesto Gómez abrió ese cierre del duodécimo inning con imparable. Cuando Ramos ejecutó su swing y la pelota tronó en su bate, tuve que saltar muy alto para ver la curvatura de la línea. No tuve tiempo de rezar para que la pelota cayera en territorio bueno. La pelota aterrizó sobre la línea de cal cerca del rincón del jardín derecho. Terminé estirando el cuello entre los tipos que estaban delante de mí. Corrí con Gómez desde primera base hasta el deslizamiento en el plato. No podía creerlo, Magallanes había empatado el juego por segunda vez y tenía la carrera de la victoria en tercera base. Pero eso fue todo. Los momentos difíciles regresaron cuando Dedmon retiró a Billy Hatcher y a Orsulak para seguir el extrainning.
Cada vez que leo ese artículo de Rodolfo Mauriello, me voy otra vez a la noche del 9 de noviembre de 1983. Puedo sentir el olor de perros calientes mezclado con cerveza sobre el verde del cuadro interior. Miro hacia atrás y siento la desesperación de la multitud. Nadie en el estadio creía que los Navegantes del Magallanes podían ganar ese juego. Yo también lo estimaba muy difícil, pero en el fondo de mi corazón escondía una pequeña esperanza en que los milagros existían.
Cada vez que leo la prosa de Mauriello es como si estuviera inmerso en una gran novela de suspenso. Tal vez Mauriello había escrito ese texto de pié, como Ernest Hemingway. Cada palabra era un alfiler, cada oración un martillo, cada párrafo una tormenta. “El coach de tercera base, Pompeyo Davalillo, fue uno de los hombres más criticados por los fanáticos de La Guaira. Al comienzo del juego él mandó a Clint Hurdle hacia el plato y el jardinero central Joe Orsulak hizo un gran disparo para que el catcher Stan Cliburn resistiera el empuje de Hurdle y completara un out magnífico”.
Lo que más me impresionaba de la escritura de Mauriello eran sus finales. No sabía cuando terminaba el artículo y cuando empezaba a imaginar estar en el lugar o el momento que describía con tal pasión. Para el momento cuando Ernesto Gómez cruzó el plato mediante el imparable de Stan Cliburn al jardín central, yo estaba de nuevo en el estadio, saltando y alejándome de los vasos de cerveza lanzados al aire. En ese momento entendí lo que significa para los escritores esa delgada línea entre ficción y realidad. Como manejan los elementos para hacer creer al lector que la fantasía más grande ocurre frente a él. Toda aquella noche había pensado que Magallanes solo podría ganar ese juego en el sueño más fantástico. Y eso fue lo que ocurrió y lo que experimento cada vez que leo ese artículo de Mauriello.
Alfonso L. Tusa C. 07-04-2018. ©
El Antíguo Jardinero Estrella Ron LeFlore.
El ex convicto consiguió una oportunidad con Billy Martin y los Tigres de Detroit y llegó a desplegar una seguidilla de 31 juegos bateando imparables en 1976.
Bill Dow. Baseball Digest. Junio 2009,
Mientras cumplía una condena de 5 a 15 años en la Southern Michigan Prison en Jackson por atraco a mano armada, sin nunca haber jugado beisbol organizado, el nativo de Detroit destacó en el equipo del centro penitenciario y le concedieron una práctica de un día en Tiger Stadium en junio de 1973 gracias al entonces manager de los Tigres Billy Martin.
Impresionados por su velocidad y poder los Tigres firmaron a LeFlore y este fue liberado de la prisión bajo palabra luego de cumplir tres años de condena. Luego de jugar brevemente en ligas menores (134 juegos) hace treinta y cinco años, se convirtió en jardinero central y abridor de la alineación de los Tigres.
En 1976, Leflore bateó imparables en 31 juegos seguidos, la seguidilla más larga de la Liga Americana en 27 años, y fue titular en el Juego de Estrellas. Dos años después lideró la liga Americana en bases robadas con 78 y las grandes ligas en carreras anotadas (126). En su carrera con Detroit bateó sobre .300 tres veces, estafó 294 bases y bateó .297. En 1978, CBS transmitió la película de su vida “One In A Million”.*************************************************************************************************************************************************************************************************************************************************************************************************************************************************************************************
Después de los Tigres.*************************************************************************************************************************************************************************************************************************************************************************************************
Para disgusto de los aficionados de los Tigres, Detroit envió a LeFlore a Montreal por el pitcher Dan Schatzeder luego de la temporada 1979. En 1980, LeFlore lideró la Liga Nacional en bases robadas con 98, convirtiéndose (hasta ese momento) en el único pelotero en liderar ambas ligas en bases robadas. Luego de la temporada de 1980 firmó un contrato multianual de agente libre con los Medias Blancas de Chicago pero solo jugó en partes de dos temporadas antes de ser cesanteado.
LeFlore luego dirigió clínicas de beisbol, jugo en la efímera Senior League en Florida, y dirigió en una liga independiente. Inmediatamente después de las ceremonias de clausura de Tiger Stadium en 1999, LeFlore estuvo en las noticias al ser arrestado por no cubrir el sustento económico de sus hijos. El año siguiente él y su esposa Emily casi fallecen en una colisión causada por un conductor ebrio quién murió. Ella todavía sufre de trauma cerebral, mientras LeFlore tiene siete discos vertebrales herniados, y requerirá reemplazos de rodilla y cadera.
Hoy
LeFlore vive con su esposa cerca de St. Petersburg, Florida. Hace presentaciones de caridad para la Ferguson Jenkins Foundation además de otros eventos similares, charla con la juventud en dificultades, y hace eventos de firma de autógrafos. Su sueño es regresar al beisbol de grandes ligas como entrenador.*************************************************************************************************************************************************************************************************************************************************************************************************************************************************************************************************************************************************************************La Práctica de 1973*************************************************************************************************************************************************************************************************************************************************************************
“Fue un permiso de un día la fecha de mi cumpleaños y tomé práctica de bateo frente a Al Kaline, Jim Northrup y Norm Cash. Nunca olvidaré salir del túnel de dugout y ver aquella grama verdísima y las tribunas. Una semana después tuve otro permiso y participé en un juego de exhibición en Butzel Field en Detroit ante Bill LaJoie (gerente general de los Tigres). Bateé bien la pelota y fui cronometrado en las 60 yardas. Bill me dijo que era el tipo más rápido que había medido”.*********************************************************************************************************************************************************************************************************************************************************************************************************************
Mentir acerca de su edad.************************************************************************************************************************************************************************************************************************************************************************************************************
“Cuando firmé con los Tigres, me dijeron que mintiese y dijera que tenía 21 años de edad y que nací en 1952. Pero cuando fui cambiado a Montreal, Jim Campbell (Gerente General) reveló que en realidad yo era cuatro años mayor. Cuando apliqué para mi pensión de beisbol a la edad de 45 años, tuve que aclarar todo eso”.************************************************************************************************************************************************************************************************************************************************************************************************
Jim Leyland, Primer Manager. (Clinton, Iowa 1973)***************************************************************************************************************************************************************************************************************************************************************************************************************************
“Jim trabajó conmigo a morir. Me acompañaba en las mañanas y me bateaba elevados y lanzaba la práctica de bateo. Fue el responsable de que yo llegase tan rápido a las grandes ligas porque me proporcionó la ética de trabajo necesaria para alcanzarlo”.**********************************************************************************************************************************************************************************************************************************************************************************************************
Primer Juego en Ligas Mayores.************************************************************************************************************************************************************************************************************************************************************************************************************************************
“Llegué al equipo el 31 de julio de 1974, cuando Mickey Stanley se fracturó su mano. Me fui de 4-0 y al día siguiente me ponche en los tres primeros turnos ante Jim Slaton. Sus curvas me aterrorizaban porque nunca antes había visto una gran curva. Aprendí a batear la curva en la liga invernal de Puerto Rico con mi manager Harvey Kuenn”.
Acerca de su temporada del juego de estrellas de 1976.**********************************************************************************************************************************************************************************************************************************************************************************************************
“Me siento orgulloso de que mis padres me viesen actuar en el juego de estrellas pero también me enorgullezco de mi seguidilla de 31 juegos bateando imparables. Fue difícil concentrarme porque a mi hermano menor lo asesinaron durante la seguidilla. Pienso que nadie podrá batir la marca de 56 juegos seguidos bateando imparables de Joe DiMaggio con todos esos pitchers especialistas que hay ahora y el hecho de que rara vez se enfrenta al mismo pitcher cuatro veces en un juego”.
Sobre su progreso en el robo de bases.
Nadie me enseñó como robar bases y nadie lo había hecho en los Tigres desde Ty Cobb, siempre tuve luz verde. Robar bases fue lo más divertido para mí en el beisbol. Recuerdo tener una sección en Tiger Stadium donde los fanáticos gritaban: “Vamos, vamos, vamos”.**************************************************************************************************************************************************************************************************************************************************************************************************************************
Acerca de su cambio a Montreal.**********************************************************************************************************************************************************************************************************************************************************************************************
“Fue una de las cosas más desmoralizantes que ocurrieron en mi vida. Amaba jugar en Detroit y quería terminar mi carrera allí, pero, ¿ser cambiado por dan Shatzeder? Si ellos hubieran recibido a Steve Rogers o a otro pelotero de peso lo hubiera entendido. Me parece que ellos hicieron eso en parte porque yo iba a ser agente libre el año siguiente. También sabía que a Sparky no le gustaba el hecho de que yo no me afeitara el bigote pero lo hice en el receso entre temporadas”.************************************************************************************************************************************************************************************************************************************************************************************************************
Sobre como terminó su carrera.*************************************************************************************************************************************************************************************************************************************************
“Cuando me convertí en agente libre, Chicago fue el único equipo que me contactó y creo que hubo confabulación. Terminé asistiendo a muchas fiestas y usando drogas, algo que hacían muchas personas. También me sentía frustrado con Tony LaRussa porque no me ponía a jugar. Si tuviera que hacerlo todo de nuevo, me hubiese cuidado mejor y hubiera jugado por más tiempo”.********************************************************************************************************************************************************************************************************************************************************************************************************************************************
Regresar al beisbol.******************************************************************************************************************************************************************************************************************************************************************************************************************************************************
“En retrospectiva, si no me hubiera unido al equipo de beisbol de la prisión y si Billy Martin no hubiese creído en darme la oportunidad, probablemente estaría muerto. Todavía amo el beisbol y los miro de cerca. Es frustrante ver peloteros cometer errores al correr las bases y fallar en lanzar la pelota al hombre de corte. Creo que tengo mucho que ofrecer. Tal vez ya tuve mi oportunidad, pero espero que alguien me de otra”.
Traducción: Alfonso L. Tusa C. 29 diciembre 2024.
sábado, 28 de diciembre de 2024
Rickey Henderson, el ‘Man of Steal,’ del beisbol, fallece a los 65 años de edad.
Ampliamente reconocido como el mejor bateador abridor de cualquier alineación en la historia del beisbol; no era solo uno de los peloteros más excitantes sino también uno de los más excéntricos.
Michael S. Rosenwald. The New York Times. Diciembre 21, 2024.
Rickey Henderson el inquietante y carismático jardinero del Salón de la Fama quien, con su estilo de bateo agachado, velocidad cortante y poder jonronero, fue ampliamente reconocido como el mejor abridor de alineación en la historia de Major League Baseball, ha fallecido.
Su deceso fue confirmado por su amigo y antiguo compañero de equipo Dave Winfield, quien dijo en una entrevista que Henderson “fue uno de los mejores peloteros en la historia de Major League Baseball”. No dio detalles adicionales, pero se espera una declaración de la liga.
A menudo llamado “the man of steal” por los periodistas deportivos, Henderson mantiene la marca de bases robadas vitalicia con 1.406 __una marca que pareciera que le arrebatarán en lo inmediato, o tal vez nunca. Robó más de 100 bases en tres temporadas, y sus 130 en 1982 todavía es la marca de una temporada.
Henderson también ostenta la marca de carreras anotadas con 2.295. Ochenta y una de esas carreras fueron resultado de jonrones para comenzar el juego __otra marca. Sus 2.190 boletos lo ubican en segundo lugar detrás de Barry Bonds.
“Sin exagerar una pulgada, se podría tomar 50 inquilinos del Salón de la Fama, y ellos juntos no reúnen tantas marcas importantes como Rickey Henderson”, escribió una vez el estadístico e historiador de beisbol Bill James.
Henderson jugó para nueve equipos en 25 temporadas, pero pasó la mayor parte de su carrera con el equipo de su ciudad natal adoptiva, los Atléticos de Oakland (en cuatro ocasiones distintas) y los Yankees de Nueva York.
Además de ser uno de los peloteros más excitantes del beisbol, Henderson era legendariamente excéntrico.
Desconocía los nombres de muchos de sus compañeros de equipo. Durante la temporada de 1993 perdió tres juegos en agosto con hipotermia luego de quedarse dormido con una bolsa de hielo en su pie lesionado. Enmarcó un cheque de un millón de dólares por un bono en vez de cobrarlo.
Aunque frecuentemente era acusado de ser egocéntrico, Henderson no era estrictamente un pelotero yoista. A menudo se refería a si mismo en tercera persona; una vez dijo, “A Rickey no le gusta cuando no puede encontrar la limosina de Rickey”.
En otra ocasión, mientras Henderson jugaba con Oakland, el cátcher Terry Steinbach lo encontró desnudo en el clubhouse murmurando, “Rickey va a tener un juego” cinco minutos antes del juego.
“Estoy seguro que estaba bromeando” recordó Steinbach en la biografía de Howard Bryant de 2022, “Rickey: The Life and Legend of an American Original”. “Todavía está en el clubhouse, hablándose, ‘Rickey va a tener un buen día’”.
Unos 40 minutos antes del primer pitcheo, Henderson se pone el uniforme y anuncia, “ Rickey está listo!”
“Baja por el túnel”, dijo Steinbach. “Toma su bate. Y batea un jonrón”.
Henderson era más pequeño que muchos grandes ligas, pero compensaba su tamaño con una combinación de potencia, una gran habilidad para aprovechar las deficiencias de los pitchers, y un brío extremo que muchos peloteros consideraban como bravuconería.
Una vez, jugando contra los Orioles, se paró en primera base y pareció gesticular la señal de la paz __dos dedos__ hacia el tercera base Floyd Rayford.
“Rayford no sabía lo que él quería transmitir”, escribió el periodista deportivo Joe Posnanski en “The Baseball 100”, en el cual el clasificó a Henderson como el vigésimo cuarto pelotero más grande de todos los tiempos. “Aquel no era el signo de la paz __Rickey estaba indicando el número dos. Y dos pìtcheos después, estaba parado en tercera base con Rayford luego de haber robado dos bases”.
Seleccionado por los Atléticos en la cuarta ronda del draft de 1976, Henderson mostró su potencial casi inmediatamente en las ligas menores. Uno de sus entrenadores pensó que podía desafiar las leyes de la física al correr más que la pelota.
“Solo había estado media hora en las ligas menores “, escribió Mr. Bryant en su biografía, “pero de inmediato hubo algo en el estilo de Rickey que comprometía hasta a los peloteros profesionales”.
Su estilo de batear agachado encogía su ya pequeña zona de strike. (El periodista deportivo de The Los Angeles Times Jim Murray luego escribiría que “Henderson tiene una zona de strike del tamaño del corazón de Hitler”).
“Es imposible pitchearle a ese tipo”, recordó un a vez Frank Quintero, quien pitcheara contra Henderson en las ligas menores. “Su zona de strike solo tiene 10s pulgadas de profundidad. Me vuelve loco, y a los árbitros también. Y cuando lanzas un strike__ bum lo manda lejos”.
Oakland llamó a Henderson alrededor de la mitad de la temporada de 1979. Los Atléticos pasaban por un momento terrible, pero Henderson bateó .274 y lideró al equipo en bases robadas con 33. La próxima temporada, los Atléticos contrataron a Billy Martin como manager, y el equipo mejoró. También lo hizo Henderson: Bateó ,303, negoció 117 boletos, estafó 100 bases y jugó en el primero de 10 juegos de estrellas durante su carrera.
Como robador de bases, era una especie de jugador de poker. Estudiaba a los pitchers para aprender a descifrar sus intenciones.
“Ciertos tipos pueden ver a alguien hacer ciertos movimientos con el guante y adivinan que pitcheo viene”, le dijo Henderson a Sports Illustrated en 2008. “Yo no podía hacer eso. Pero puedo llegar a primera base y predecir por sus movimientos si ese pitcher va a lanzar a primera base o hacia el plato”. Justo antes de arrancar, Henderson a veces anunciaba, “Rickey va a salir!”
Corría bajito y se deslizaba de cabeza __inspirado por los aviones.
“Yo estaba en un avión dormido y el avión rebotó cuando aterrizamos, saltamos y eso me despertó”, le dijo Henderson a Sports Illustrated. “Luego en el vuelo siguiente, estaba el mismo piloto y el avión aterrizó con suavidad. Así que le pregunté al piloto por qué y dijo que para aterrizar un avión con suavidad, hay que mantenerlo en la posición más baja y entonces se ejecuta de manera suave y estable. Igual ocurre con el deslizamiento”.
Henderson fue bateador de líneas al inicio de su carrera, pero decidió batear con poder luego de las negociaciones contractuales con los Atléticos después de la temporada de 1982.
“Robé 130 bases y fui al arbitraje, dijeron que él único que ganaría ese salario sería un tipo que batease jonrones”, le dijo Henderson a Sports Illustrated en 2009, justo antes de ser inducido en el Salón de la Fama. “Ahí fue cuando decidí que debía elevar mi juego y hacer algo diferente. Decidí desarrollar el físico”.
Henderson bateó un total de solo 35 jonrones durante sus primeras cinco temporadas, pero largó 91 en las siguientes cinco, incluyendo un tope para su carrera de 28 en 1986 para los Yankees luego que fue cambiado en 1984.
En Nueva York, Henderson se reencontró con Martin, el volátil manager con quien mantenía una relación padre-hijo. Juntos desarrollaron “Billy Ball”, un estilo agresivo y directo de retar los refinados orígenes del juego.
“Billy fue el editor de Billy Ball”, decía a menudo Henderson, “y yo era el autor”.
En junio de 1989, con Henderson a punto de declararse agente libre, los Yankees lo enviaron de vuelta a los Atléticos, quienes luchaban por el banderín de la Liga Americana. Henderson, entonces de 30 años de edad, bateaba solo para .247 y había sido sorprendido robando ocho veces.
“Los Yankees querían desprenderse su jardinero izquierdo y abridor de la alineación debido a que sentían que sus destrezas habían empezado a desvanecerse”, escribió el reportero de los Yankees, Michael Martinez en The New York Times.
Henderson se encendió y bateó más de .500 durante un período de 20 juegos, liderando a los Atléticos hacia los playoffs.
Fue el pelotero más valioso de la serie de campeonato de la liga Americana ese año versus Toronto, al batear .400 con dos jonrones, ocho carreras anotadas, siete boletos y ocho bases robadas __”una actuación histórica”, de acuerdo a la Society for American Baseball Research.
Oakland barrió a los Gigantes de San Francisco en la Serie Mundial, la cual fue memorablemente interrumpida por un terremoto. La próxima temporada Henderson bateó, .325, anotó 119 carreras, estafó 65 bases e igualó su tope de 28 jonrones y fue nombrado jugador más valioso de la Liga Americana.
Rickey Nelson Henley nació en Chicago en el asiento trasero del Oldsmobile de su familia la mañana de Navidad de 1958. Cuando Rickey tenía 2 años de edad, sus padres, John y Bobbie Henley, se separaron. Su madre se mudó con Rickey y sus hermanos a Pine Bluff, Ark., donde ella se había criado.
Poco después, ella se fue a california para buscar trabajo, dejó a los niños con su madre. En california, se casó con Paul Henderson, y la nueva familia se estableció en Oakland.
De adolescente, Rickey estaba interesado principalmente en el futbol americano.
“Rickey jugaba para tener contacto”, escribió Mr. Bryant en su biografía, “como la vez en séptimo u octavo grado cuando todos los muchachos jugaban en la calle y Rickey salió a capturar un pase, desprendiéndose hasta el final de la calle, desplazándose…desplazándose…y __ bam!__ metió la cabeza contra un carro”.
Rickey se levantó y siguió jugando.
Aunque él jugaba beisbol en las ligas juveniles, no consideró jugarlo en la escuela secundaria hasta su segundo año, cuando su consejera guía lo llamó a su oficina. El equipo de beisbol tenía pocos peloteros y lo necesitaban, dijo ella. No hay de otra, le respondió.
“Ella me ofreció veinticinco centavos”, le dijo a Mr. Bryant. “Veinticinco centavos por separado por cada imparable, carreras anotada, base robada. Me dije, ‘Voy a hacer algún dinero’”.
Se incorporó al equipo. En un juego, se ganó 5.25 $.
Henderson continuo jugando futbol Americano cada otoño, pero su velocidad y habilidad para batear líneas llamó la atención de los buscadores de talento del beisbol profesional, principalmente de J.J. Guinn, quien trabajaba para los Atléticos.
Aún así, Henderson no se decidía por el beisbol, quería jugar en la División I del futbol Americano. Pero su madre, preocupada por las lesiones, lo obligó a escoger el beisbol. Entrevistado para la biografía de Mr. Bryant, este recordaba preguntarle que quería alcanzar.
“Quiero ser el robador de bases más grande de todos los tiempos”, dijo Henderson.
El 1 de mayo de 1991, mientras jugaba para los Atléticos, Henderson robó tercera base contra los Yankees. Esa fue su base robada 939, para sobrepasar la marca de Lou Brock.
Hubo una celebración en el campo. Al hablar a la multitud mediante un micrófono, Henderson dijo: “Lou Brock fue el símbolo del gran robo de base. Pero hoy, soy el más grande de todos los tiempos”.
Información de los sobrevivientes no estuvo disponible de inmediato.
La última temporada de Henderson en las ligas mayores fue 2003, con los Dodgers. Pero tuvo dificultades para renunciar y regresó a las ligas menores.
Una tarde de 3005, David Grann de The New Yorker visitó a Henderson en San Diego, donde defendía los colores de los Surf Dawgs, un equipo de liga independiente en lo que sería su temporada final.
Henderson, escribió Mr. Grann, “parecía impactado por su propia prédica, el enigma de la edad”. Le dijo al reportero, “Hay piezas de este rompecabezas que Rickey todavía está buscando”.
Entonces Henderson se puso su camiseta de mangas azules.
“El único problema que tengo es un pequeño dolor en la cadera”, dijo él, “y eso no es nada que un poco de hielo no pueda curar”.
Traducción: Alfonso L. Tusa C. 26 diciembre 2024.
Renato Núñez un bateador de poder con paciencia y gran selectividad
Si hubo algo que llamaba la atención a principios de temporada cuando Núñez inició con gran envión de ocho cuadrangulares en las primeras dos semanas, fu su modestia al declarar reiteradamente que estaba enfocado en ayudar al equipo, que lo esencial es el trabajo colectivo y engranado de todos para conseguir las victorias. Los periodistas insistían en elogiar su paso, la cantidad de jonrones que había conseguido, que tenía un proyección de romper la marca de jonrones en una temporada, sin embargo Renato Núñez mantenía la calma, la sindéresis y respondía que lo más importantes es el trabajo de equipo, lo que cada quien puede aportar para hacer triunfar a su equipo. Aún en los momentos difíciles, Núñez ha mantenido esa actitud al negociar boletos o hacer el contacto necesario para traer la carrera que acerque, empate o adelante a su equipo en la pizarra.
A solo tres juegos para terminar la temporada ha despachado 19 jonrones, el máximo para un pelotero de navegantes del Magallanes junto a Bob Darwin (1972-73) y Delmon Young () Las probabilidades siguen allí. Un cuadrangular le igualaría con Baudilio Díaz. Otro adicional le igualaría con Alex Cabrera en la marca para LVBP y un tercero le daría a Renato Núñez la marca absoluta de cuadrangulares en una temporada.
Efectivamente este miércoles 18 de diciembre, ante el relevista de Caribes de Anzoátegui Yorvit Pantoja en el cuarto inning Núñez enderezó un envío y los envío a las profundidades de las gradas para igualar el segundo lugar con Baudilio Díaz en la lista de los lideres de más jonrones en una temporada de LVBP. Más adelante, en el noveno inning Renato volvió a largar un estacazo inmenso, esta vez no llevaba tanta potencia y la pelota fue atrapada por el jardinero central en la zona de seguridad. Por otro lado Navegantes del Magallanes perdió el juego, lo cual da más dramatismo a lo que pueda hacer Renato Núñez para colaborar en lograr la ansiada clasificación a la brevedad de este viernes 20 de diciembre.
Ahora cuando los Navegantes han clasificado debido al triunfo de Bravos de Margarita sobre Leones del Caracas, los próximos dos juegos ante Tigres de Aragua, representan la posibilidad de disputar inclusive el segundo lugar de la tabla ante Águilas y Bravos siempre y cuando Magallanes gane ambos encuentros que en teoría deberían significar al menos ocho oportunidades para que Renato Núñez despache al menos un jonrón para igualar la marca o dos para implantar un nuevo registro.
Cierre del octavo inning Tigres de Aragua 6 – Navegantes del Magallanes 5, Carlos Rodriguez y Tito Polo en base con dos outs y ahí estaba Renato Núñez ante el nuevo pitcher, Jorgan Cavanerio. El estacazo sonó seco, la trayectoria dejó algo de incertidumbre en la voz del narrador televisivo y también hizo agacharse a Renato en su carrera para verificar donde caía la pelota y esta finalmente sobrepasó el esfuerzo del jardinero izquierdo. Núñez había igualado a Alex Cabrera como máximo jonronero en una campaña de LVBP, además de decretar el triunfo de su equipo 8-6. Ni un solo aspaviento, ni una sola expresión despectiva, apenas si levantó el brazo en saludo a sus compañeros. Ahora la expectativa crece para el juego final de la temporada regular, ¿llegará el vigésimo segundo vuelacerca? ¿tendremos nueva marca de jonrones en una temporada? El juego de este sábado 21 de diciembre develará esos misterios.
No hubo vigésimo segundo jonrón, habrá que esperar el inicio del round robin y desearle los mejores turnos a Renato Núñez, que continúen los grandes impactos, la disposición de aportar lo mejor por el equipo, la vista y el oído para captar las costuras coloradas.
Alfonso L. Tusa C. 23 diciembre 2024. ©
viernes, 27 de diciembre de 2024
El Almirante Carlos García en la cubierta del Salón de la Fama del buque magallanero.
Pocas veces he experimentado esa electricidad mientras sigo un juego de beisbol, aquel atardecer del 30 de enero de 1994 mis ojos permanecieron soldados por más de tres horas a la ebullición de un desafío donde los Navegantes del Magallanes enfrentaban lo que en tennis se conoce como match point, los Leones del Caracas dominaban la final tres juegos a dos y sus jugadores afirmaban que Magallanes olía a formol. Había decidido viajar desde Cumaná en el autobús de las diez de la noche para tener oportunidad de ver el juego completo por televisión. Llegué a la habitación donde me hospedaba en Los Teques y de inmediato dejé el equipaje en el cuarto y estuve más de diez minutos bajo la ducha tratando de sacarme el trasnocho. Un mezcla de esa nostalgia espesa que se siente cuando una temporada esta a punto de terminar y el equipo de tus simpatías está a punto de despedirse sin lograr su objetivo amenazaba con invadir mis reflexiones, esta vez la mezcla era más corrosiva porque estaba presente el fantasma de quince años sin alcanzar las mieles del campeonato.
Urbano Lugo y Juan Carlos Pulido se enzarzaron en un incandescente duelo de pitcheo cuyo momento cumbre hasta aquel cierre del noveno inning había sido la atrapada fantasmagórica de Melvin Mora en el sexto episodio, ante batazo de Omar Vizquel que amenazaba volver trizas el maderamen del barco. Así apareció el cierre del noveno episodio, la adrenalina fluía desde el diamante del José Bernardo Pérez hasta los confines más remotos del beisbol. Al observa a Carlos García acercarse a la caja de bateo quería tener una especie de teléfono invisible para decirle que la sacara del estadio. Tragué saliva siete veces y me levanté varias infinitas veces de la silla…
La primera vez que supe de Carlos García fue a través de una columna Extrainning, en la segunda mitad de la década de los ’80. Rodolfo J. Mauriello tenía por filosofía seguir a los peloteros desde que eran novatos desconocidos, decía que solo así se ganaba un espacio infranqueable a la hora de solicitar una entrevista con esos peloteros cuando alcanzaban el nivel de estrellas o cuando menos se hacían de un nombre respetable. Mauriello hablaba de las virtudes de un muchacho de Ciudad Bolívar que había firmado Carlos Loreto en Mérida. Le llamaba mucho la atención la intensidad y la pasión con que el novato hacia las jugadas en el campocorto y la obstinación con que corría las bases, parecía un vendaval desbordado de finales de agosto en los mares del sur. En ese Extrainning, Mauriello se atrevió a sugerir que en García, Magallanes podría tener uno de los cimientos que le permitiría salir de los momentos difíciles atravesados en los años ’80.
Mientras observaba a Carlos García intentar controlar sus emociones al escuchar su ingreso al templo inmortal magallanero, resultó inevitable revivir la ansiedad de aquel comienzo del cierre del noveno inning del 30 de enero de 1994, la tarde hacía rato se había transmutado en noche y el frío no impedía que sudara a borbotones y casi me quemara las manos de tanto templarlas. Urbano Lugo miraba las señas del cátcher con intensidad de fiera perseguida. Lamenté desconocer alguna técnica telepática para transmitirle a García las señas que emergían de los dedos marcados con adhesivo del receptor. Intenté detener la trayectoria de la pelota en los envíos de Lugo para descifrar la rotación de las costuras rojas. Empuñaba las manos en mi bate astillado de todas las caimaneras en el solar de asfalto y sentía mil martillazos de swings mal ejecutados. Sabía que ese no era el caso del Almirante, quien venía de otra gran temporada de Grandes Ligas con los Piratas de Pittsburgh, y de seguro imitaría a Roberto Clemente.
En los momentos más oscuros cuando parecía que el Magallanes difícilmente saldría de aquella sequía de grandes momentos, ocurrió el surgimiento del juego agresivo y estudiado de aquel jugador joven a comienzos de la temporada 1992-93, cuando el buque experimentaba un temporal que amenazaba con destrozarlo en medio de un balance de 6 victorias por 14 derrotas. Al incorporarse Carlos García al equipo, empezó una seguidilla de 11 victorias que llevó al Magallanes a las primeras posiciones. Allí empezó a gestarse el título de Almirante, la leyenda que se confundía con el día a día de la bitácora mediante desplazamientos impensables en las bases que desconcertaban al pitcher y el cátcher contrarios, con jugadas en el hueco en su posición original de campocorto que transformaban en outs imparables cantados, el uniforme pintado de arcilla y su voz a un costado del manager se empezaba a escuchar desde una silla donde esperaba su turno al bate sin perder el mínimo detalle del juego.
Recuerdo un artículo de Cristobal Guerra en la página deportiva de El Nacional con ocasión del round robin de la temporada 1990-91 donde lamentaba que Rodolfo Mauriello no estuviese en la redacción del diario para que escribiese con legítima propiedad aquel texto sobre un juego donde Carlos García había demostrado sobre el terreno todas las virtudes que Mauriello había visualizado en él desde sus días como novato.
Y mucho más adelante, incluso luego de haberse retirado como jugador activo, encontré un dato en la página de SABR (Society of Authors for Baseball Research) que ilustraba el talante de liderazgo que Carlos García también mostró en su estadía con los Piratas de Pittsburgh. Aparecía en una lista de peloteros que habían conectado un jonrón que resultó ser la única carrera del juego para darle la victoria a su equipo.
Cuando sonó el impacto de la madera sobre la pelota a través de la televisión me quedé petrificado contra la pared, tenía dudas de si la trayectoria llevaba demasiado arco o era una línea recta intensa, rauda y trepidante. En fracciones infinitesimales de segundo visualicé todas las posibilidades; cuando regresé a la pantalla del televisor le pelota se estrellaba contra la pared del jardín izquierdo y la narración de Carlos Tovar Bracho por radio se intercalaba con la descripción de Delio Amado León por televisión. Me sentía en un túnel fantástico en el cual la única salida la marcaba el ambiente del estadio.
Cuando vi a Carlos García titubear al tomar la palabra luego de conocer su ingreso al Salón de la Fama magallanero, regresé a una tarde en el hotel Ucaima de Valencia, yo bajaba en el ascensor y hubo una parada en el tercer piso, me resultó impresionante la mano estirada, el apretón y el saludo cálido de alguien a quien conocía por el beisbol pero era la primera vez que compartía en persona con él; me pareció compartir con un pelotero de otras épocas, Carlos García sonrió, saludó y compartió algún parecer sobre el juego que empezaría en unas tres horas ante los Leones del Caracas, siempre muy centrado en las posibilidades de su equipo y muy respetuoso del rival. Al momento cuando cada quien tomó su rumbo en la recepción del hotel, me pareció despedir a un amigo de toda la vida, esa actitud dentro y fuera del campo hace de García un personaje muy particular en el beisbol y en Magallanes, especie en extinción que muestra los caminos casi olvidados de la armonía.
Hasta estos instantes sigo ignorando quien corrió más rápido, en el momento que salió el batazo, escuché un rumor que repercutía desde varias cuadras a la redonda, la carrera de García desde el plato simulaba un torbellino que arrasaba el infield, en simultanea yo corría alrededor del cuarto con la esperanza de que mientras más vueltas diera, García podía llegar más lejos con su batazo, recuerdo unas tres vueltas sobre la cama, la silla y cerrando las puertas de entrada y del baño, cuando vi que el Almirante estaba sobre la segunda base con algún amago para impulsarse hacia tercera, respiré profundo. Comenzaba el cierre del noveno inning con hombre en posición anotadora y sin outs, me imaginaba que el manager Tim Tolman olvidaría el toque de pelota. Si, pasé un rato preguntándome si García emprendería otra vertiginosa carrera para robarse la antesala, luego rebobiné cuando noté que el próximo en el turno era Oscar Azocar, con un bateador de sus características, era muy probable que García aguardara.
Ahora recordaba y entendía mejor el artículo de un periódico de Pittsburgh donde el periodista hablaba del respaldo de la afición de los Piratas por un segunda base joven que era muy estimado por su nivel defensivo, al punto de generar algún tipo de comparación con Bill Mazeroski. El periodista se inspiró en el ambiente de un bar deportivo de la ciudad con fotografías de Roberto Clemente, Willie Stargell, Steve Blass, Kent Tekulve, Manny Sanguillén. Y aún cuando los entendidos y los aficionados de Pittsburgh reconocían que los peloteros clave de aquel equipo a principios de los años ’90 eran Barry Bonds, Bobby Bonilla, Jay Bell, Andy Van Slyke, Mike LaValiere, había una especie de acuerdo tácito en que el toque de estabilidad del equipo tenía mucho que ver con Carlos García, ese talante de liderazgo, del gesto o la jugada apropiada en el momento preciso, llevaba a muchos a comentar que no veían esa actitud en los Piratas desde los días del gran Roberto Clemente.
Mientras Azocar se ubicaba en el plato, yo no podía dejar de mirar la media pantalla que enfocaba los movimientos de García en la intermedia, aparentemente permanecía pegado a la base, sin embargo Urbano Lugo volteaba cada tres segundos hacia atrás, el silencio atenazaba cada segundo de la noche. El próximo lanzamiento rompió en cascada la inercia del momento, Azocar impactó la pelota y salió un elevado que aunque iba en dirección al jardín derecho, era relativamente corto y se conocen las virtudes del brazo de Bob Abreu. Cuando vi que García se montaba en la base y arrancaba hacia tercera, cerré los ojos y sostuve mi frente con la mano izquierda. Por un momento pensé en el extrainning, pero la voz ahogada de Delio Amado León estalló en la quietud de la habitación y “García llega quieto a la antesala, ahora si es verdad que el estadio parece un reverbero al rojo vivo. Hombre en tercera y un out, vamos a ver que decide el manager Phil Regan”. Me levanté de la silla de un salto, la carrera de la victoria estaba muy cerca, pero aún había que anotarla, en algún momento de emoción llegué a imaginar que García podía desprenderse en un intento de robo de “home”, pero reaccioné de inmediato, había demasiado en juego y aquel era un equipo de gran participación. Varios años despues leí en un libro las declaraciones que Carlos García le dio al autor un año después de aquel juego: “No todo el mundo tiene corazón para jugar una final. Cuando di el doble y llegué a segunda, sentí que teníamos el juego. El fly de Azocar no fue tan profundo, pero yo sabía que Abreu no tenía buena ubicación. Tomé el riesgo pensando en el público y la posibilidad de ganar”.
Los próximos minutos me levanté, salí y entré a la habitación, fui al patio, entré y salí del baño unas siete veces y regresé al patio para arrancar unas guayabas pintonas que visualicé entre los reflejos de la luna. Phil Regan, manager del Caracas, ordenó a José Centeno pasar intencionalmente a Luis Raven y Chris Hatcher; cada uno de esos lanzamientos parecieron durar una eternidad, luego Regan salió para traer a relevar a Donald Strange y Tolman respondió con Andrés Espinoza como emergente por Eddy Díaz. Son muy escasos los momentos de beisbol donde haya sentido un fuego gélido mezclado con hielo carbonizante, un coctel más potente que cualquier mezcla de bebidas espirituosas, cerré por un momento los ojos y me pareció atravesar un laberinto en medio de la oscuridad sin tropezar con ningún obstáculo. Cuando Espinoza entró al cajón de bateo sentí un ruido de hierros oxidados y retorcidos en el lado izquierdo del pecho, me quedé mirando la franela, que yo sepa no sufro del corazón.
La pelota describió una parábola que apenas llegó a la zona media del jardín izquierdo, cuando Wilfredo Romero atrapó la esférica, me resignaba a esperar el próximo bateador, entonces Carlos García se desprendió en una arrancada de carrera de cien metros planos, en medio de la tensión del momento, el tiro de Romero fue apresurado. Casí me caigo de la silla mientras veía como García se aproximaba al plato donde el cátcher esperaba. Empecé a sentir un hormigueo en la piel que estalló en espinas cuando ante la llegada de la pelota, García se lanzó a lo largo de su humanidad desde unos dos metros antes de llegar al “home”. Empecé a mirar el televisor desde varios ángulos. En el momento cuando Carlos García hizo contacto con la goma del plato y el árbitro abrió los brazos me quedé petrificado unos instantes, de inmediato aprecié el embalaje de toda la tripulación desde el dugout, Melvin Mora fue el primero que se lanzó a celebrar con el Almirante sobre el “home” pronto un buque humano navegaba sobre la euforia del estadio y el país entero, habían forzado el séptimo juego. Los corrientazos de ese momento me hicieron salir a la calle donde las caravanas se confundían con infinitos fuegos artificiales.
Alfonso L. Tusa C.
domingo, 22 de diciembre de 2024
Ajustar un equipo
Terminó la ronda regular, los Navegantes del Magallanes clasificaron, hubo celebración, se logró el primer objetivo. Sin embargo es necesario, impostergable, pasar a la reflexión, al período analítico, a la disposición de reconocer errores para proceder a enmendar, corregir. Para empezar, los Navegantes fueron un equipo que a lo largo de la temporada tuvieron varios momentos de sequía productiva, dejaron muchos corredores en base y por allí se fueron muchos juegos. Por otro lado hubo muchas ocasiones cuando se falló en jugadas defensivas de rutina, o el pitcheo de relevo, supuestamente una de las fortalezas del equipo, que hasta fue considerado de los mejores de la LVBP en esta temporada, quedó en deuda al desperdiciar ventajas de cuatro o más carreras que les entregaba el equipo. En frío y sin apasionamientos, ni ánimos de enjuiciar a nadie, dificulto que los Navegantes hubiesen clasificado sin la productividad de Renato Núñez ni la efectividad de Junior Guerra. Ahora en el round robin esperamos más team work.
Siempre me gustó el beisbol que respeta la defensa y el pitcheo, por eso me agradaba mucho la estrategia de Whitey Herzog, Earl Weaver, Dick Williams, entre otros. Siempre cuidaban las jugadas de rutina, que los infielders atacaran los roletazos de frente, que estuvieran atentos en segunda y tercera base con corredores en base, que estuvieran alerta a la hora de cubrir detrás de sus compañeros a la hora de un tiro descontrolado. Esos managers entendían perfectamente el concepto de team work, sabían que el trabajo de equipo era esencial para alcanzar las victorias. Por eso luego de alguna marfilada en el terreno de juego, aunque tuvieran miradas cortantes, se acercaban y observaban a sus peloteros donde estuvo la falla y lo que había que hacer para solventarla. Siempre estaban allí cada vez que a un jugador del cuadro se le iba un rodado entre las piernas por no doblar lo suficiente o a un catcher le robaban la segunda o la tercera base por descuidarse, por dejar de conversar con su pitcher sobre la manera como el corredor abría en primera base. En instancias de postemporada un cátcher debe estar súper alerta con los corredores y afinar la puntería de sus disparos.
En este último juego además de las lagunas de fildeo en tercera base, que durante la temporada se extendieron al campo corto y los jardines; apareció otra de las fallas que duelen más en el engranaje de un equipo de beisbol, que a un corredor lo hagan out por no correr con intensidad y determinación todo el trayecto desde el plato hasta la primera base, es vergonzoso que dejes de embasarte porque dejaste de hacer tu mejor esfuerzo. Ese tipo de error es el que más molestaba a los managers de otras épocas ellos podían entender los errores físicos como parte del juego, pero los mentales, los descuidos, eso hacía que el manager bajase la mirada y enterrase el mentón en el pecho. Los grandes logros de Sparky Anderson, Oswaldo Guillén, Phil Regan, Carlos Patato Pascual, Lázaro Salazar, Tim Tolman, siempre estuvieron en sacar lo mejor de cada pelotero, en saber motivarlos para demostrar su valor individual en función del avance del equipo. Eso entiendo que es el norte de Eduardo Pérez y trabaja en eso con su cuerpo técnico.
No sé nada de beisbol, mucho menos de gerencia deportiva, sin embargo hago mi ejercicio de las observaciones o sugerencias que le hiciera al Sr. Luis Blasini respecto al próximo draft de sustituciones y adiciones del round robin. Me parece que fundamentalmente los Navegantes necesitan pitcheo abridor y de relevo. Se debería hacer todo el esfuerzo en conseguir dos buenos abridores que tomen los puestos de J.C Ramírez y Cristofer Ogando, y un relevista intermedio o cerrador que suplante a Bazardo o Tinoco, quienes además parece que ya cumplieron su estadía con el equipo. En caso de que vayan a tomar un bateador, sería interesante si tomasen un jardinero derecho de buena defensa y brazo como Romer Cuadrado, a quien los Navegantes cambiaron y ha hecho mucha falta. Habría que ver si por esa razón no lo toman de refuerzo, pero méritos tiene y hace falta en Magallanes.
Alfonso L. Tusa C. 22 diciembre 2024. ©
sábado, 21 de diciembre de 2024
Esquina de las Barajitas: 1974 Topps Willie Stargell Bruce Markusen
Los empleados del Salón de la Fama también son aficionados al beisbol y quieren compartir sus historias. Aquí está la perspectiva de un aficionado desde Cooperstown.
Cuando se trata de reunir una colección de barajitas mediante la obtención al azar de paqueticos que compras en un quiosco o farmacia local, se correr el riesgo de encontrar obstáculos. Para mí, uno de esos años fue 1974. Compraba de manera agresiva un nuevo paquetico de barajitas cada sábado en los quioscos de mi ciudad pero no podía conseguir la barajita que quería: la barajita Topps de Willie Stargell. No estoy seguro de porque me empeciné tanto con la barajita de 1974; en realidad me gustaba mucho más la barajita de 1973, porque era una toma de acción, la cual mostraba a Stargell estirándose para recibir un lanzamiento en primera base antes de la llegada de Del Unser. También prefería la barajita de 1973 de Bobby Bonds, la cual cuenta con una inesperada aparición de Stargell, quien intenta retirar a Bonds en jugada de corre y corre.
En comparación, la barajita de Stargell de 1974 luce más ordinaria. Es una buena barajita, pero carece de peculiaridades o curiosidades. Se ve a Stargell, posando antes de un juego de gira de los Piratas de Pittsburgh, sosteniendo un bate listo para la acción. Es una de muchos tipos de tomas que Topps usaba en los días cuando las tomas de acción todavía eran relativamente raras.
Nada de eso en verdad me importaba en la primavera de 1974. Me gustaba y admiraba a Willie Stargell tanto que tenía que tener esa barajita. Se convirtió en mi Santo Grial, mi Ballena Blanca, ese verano. Cuando no pude encontrarla en los quioscos, me vi motivado a hacer algo tonto. Decidí tomar, sin permiso, esta escurridiza barajita de beisbol de 1974 de la casa de mi vecino de al lado.
Antes que nadie decida llamar a las autoridades por este caso de hurto, recordemos que yo tenía nueve años de edad para ese momento. Notemos también que la justicia fue aplicada, y rápidamente. Mi vecino Hank Taylor __hermano mayor de uno de mis mejores amigos, Alec __ sabía de mi fijación con el toletero de los Piratas. Él sabía que yo había tomado la barajita de Stargell de su escritorio. A un día del hurto, Hank rápida y diligentemente me confrontó por la barajita. Al sentir la humillación de ser capturado culpable por lo que había hecho, admití el crimen y devolví la barajita ese día. Mientras miro en retrospectiva ese incidente años después, me siento tentado a llegar a la siguiente conclusión: A través de Hank Taylor, Willie Stargell me enseñó una importante lección acerca de cuan equivocado fue tomar algo que no me pertenecía.
¿Por qué exactamente me gustaba tanto Willie Stargell en aquellos días? Mis amigos y yo crecimos en Westchester County, principalmente como seguidores de los Mets de Nueva York o los Yankees de Nueva York, con algunos simpatizantes de los Filis de Filadelfia mezclados en buena medida. Solíamos imitar a los bateadores del equipo de casa, como el estilo de patas de paloma de Roy White con los Yankees, o la manera de sostener el madero amarrado de Felix Millán con los Mets. También tratábamos de imitar a los peloteros de otros equipos. Uno de ellos era Joe Morgan, quien regularmente agitaba su codo izquierdo como un ala de pollo mientras esperaba el próximo pitcheo. El otro era Stargell, por la manera inusual como agitaba su bate en círculo rítmico, cual si este fuese aspa de molino. Mientras esperaba cada pitcheo, Stargell se inclinaba hacia adelante y atrás en la caja de bateo, moviendo el bate hacia el frente, señalando por momentos hacia el jardín central, y luego dirigiendo el bate hacia atrás para otra agitación. El movimiento de aspas de molino parecía ayudar a que Stargell ajustara el tiempo de su swing. Eso podría hasta haber ayudado su poder, por la manera como aquellos wind ups de la vieja escuela parecían agregar millas extra a las rectas de los pitchers. De cualquier manera, no pudo haber sido divertido para los lanzadores de la Liga Nacional ver a Stargell prepararse para su próximo swing feroz.
Sabíamos del estilo de bateo de Stargell, su prodigioso poder, y su reputación como uno de los tipos buenos del beisbol. Pero no sabíamos la historia completa. Debido a nuestra juventud, no entendíamos que Starg había crecido pobre, en contraste con nuestra cómoda crianza. Buena parte de su juventud Stargell vivió en un proyecto gubernamental en Alameda, Calif. Ahí Stargell y su familia vivían en magras circunstancias, pero encontró relativamente poco racismo en la comunidad integrada del área de la Bahía. Esas circunstancias empezaron a cambiar en 1959, cuando él firmó su primer contrato profesional con los Piratas y se reportó al equipo de ligas menores de la organización afiliado en San Angelo (Texas) en la Sophomore League Clase D. (¿Te puedes imaginar jugando en una liga llamada Sophomore League?)
Fue allí que Stargell descubrió un mundo diferente, uno más antagonista hacia los afroamericanos. Muchos hoteles, particularmente en el sur, no permitían huéspedes negros, Stargell a veces dormía en catres en los portales traseros de casas privadas cuyos dueños eran otros afroamericanos. Los restaurantes también discriminaban contra los negros. Stargell a menudo tenía que esperar en las cocinas del restaurant, donde le entregaban restos de comida. Otras veces, Stargell tenía que permanecer sentado en el bus del equipo mientras los peloteros blancos comían cómodamente en un restaurante a un costado de la carretera.
La hostilidad racial que Stargell y otros peloteros negros experimentaron dejó al toletero sintiéndose comprensiblemente amargado, al menos al inicio de su carrera. También se sentía preocupado por su seguridad. En una ocasión, un hombre blanco amenazó a Stargell con una pistola. El tipo le dijo a Stargell que si llegaba a batear exitosamente en el juego esa noche, le dispararía. “No podía entender como el color de mi piel podía hacer que la gente me odiara por algo que nunca había hecho”, recordó Stargell en el Herald American.
Stargell se sobrepuso al racismo para debutar en 1962. Un tipo corpulento, Stargell era un voluminoso pero sorprendentemente ágil jardinero. En el plato, mostraba chispazos de promesa. Aún así, él no empezó realmente a comprometerse con el juego hasta después que sufrió una decepcionante temporada en 1968, cuando bateó para un magro .237 con 24 jonrones. Aunque Stargell pudo haber señalado el mal general del Año del Pitcher, escogió ubicar la culpa en si mismo. “Me preguntaba si todo lo que quería ser era un pelotero que estuviera por ahí 10 años sin lograr nada”, le dijo Stargell a Baseball Digest, “¿o quería ser un pelotero bueno de verdad, un pelotero sobresaliente? Una vez llegué a pensar que todo lo que había que hacer en este juego era llegar al estadio dos horas antes del juego, cumplir la rutina usual, jugar nueve innings, y regresar a casa”.
Stargell empezó a batear con más consistencia en 1969 y ´70, pero no fue hasta 1971, después de un viaje a Vietnam entre temporadas, que se convirtió en estrella nacional. Después de reportarse al entrenamiento primaveral en la mejor condición de su carrera, disfrutó un tórrido primer mes de temporada, al desarrollar un avance exitoso por la marca de jonrones en abril. Para finales de mes, había despachado 11 jonrones, incluyendo un par de juegos de tres jonrones. En la temporada, Stargell batearía 49 jonrones para liderar la liga y terminaría segundo en la votación del jugador más valioso, propulsando a los Piratas a un campeonato mundial en 1971.
Para hacer la transición hacia el estrellato, Stargell siguió aprendiendo de liderazgo de su compañero Roberto Clemente. Él observaba la ética de trabajo de Clemente, incluyendo un régimen de prácticas en el cual trataba de impactar un tambor de basura ubicado en tercera base al lanzar la pelota desde el rincón del jardín derecho. Ocho años después del campeonato mundial de los Bucaneros, y mucho después del deceso de su amigo Clemente, Stargell lideró a los Piratas hacia otro título. En el año de “We are Family”, ningún Pirata fue más prominente que Stargell. El indiscutido líder de los Bucaneros de 1979, se convirtió en ejemplo y figura paternal para sus compañeros, la mayoría de ellos eran de 10 a 15 años menores que él. Para entonces, Stargell había establecido la práctica de entregar “Stargell Stars” a los compañeros que lo merecían. Los jugadores adosaban esas estrellas en sus gorras como recompensa por sus contribuciones a las victorias.
Stargell prácticamente cargó a los Piratas hacia ese campeonato de 1979. Después de compartir los honores del jugador más valioso con Keith Hernández durante la temporada regular, bateó para .455 con dos vuelacercas en la serie de campeonato de la Liga Nacional, para ganar otra vez el reconocimiento del jugador más valioso. Y luego completó la trifecta de jugador más valioso en la Serie Mundial, donde atormentó a los Orioles de Baltimore a un ritmo de .400 de promedio y tres jonrones. Stargell se convirtió en el primer (y único hasta la fecha) pelotero en barrer con los tres premios de jugador más valioso en la misma temporada.
Los jonrones de Stargell no solo ocurrían con frecuencia; estos alcanzaban longitudes que no habían sido apreciadas en décadas. Stargell revitalizó el interés por medir la distancia de los jonrones, algunos de sus cuadrangulares eran los más largos que se habían visto desde el apogeo de Mickey Mantle en los años 1950s. El currículo de jonrones de Stargell incluía dos que había largado completamente fuera de Dodger Stadium, conocido como un parque muy favorable a los pitchers. Durante la carrera de Stargell, ningún otro pelotero llegó a sacar un jonrón completamente fuera del estadio de Chavez Ravine.
Por mucho que los jonrones laberínticos definían a Stargell en el campo, ellos apenas arañaban la superficie de sus contribuciones totales al juego, incluyendo su relación con sus compañeros de equipo y el público en general. A diferencia de los atletas egocéntricos, Willie sabía como conectarse con los aficionados. Después de comprar en restaurant en la sección The Hill de Pittsburgh en 1970, preparó una promoción especial: Cada vez que él bateara un jonrón, el restaurant entregaría pollo gratis a cualquiera que colocara una orden en ese momento. La popular iniciativa llevaría al legendario comentarista de los Piratas Bob Prince a proclamar las palabras, “¡Repartan algo de pollo en the hill!” cada vez que Willie despachaba otro vuelacercas.
Stargell no simplemente enfocaba sus esfuerzos hacia la cultura de su restaurant. Él llegaba a todos los aficionados de los Piratas al conversar regularmente con ellos antes de los juegos y firmar autógrafos de manera entusiasta. Para Stargell, eso era parte de su rutina regular, particularmente en Three Rivers Stadium.
Los seguidores del juego también notaban la voluntad de Stargell por dedicar tiempo a las causas humanitarias. Durante el lapso entre las temporadas de 1970 y 1971, él participó en una gira por Estados Unidos a beneficio de los soldados estadounidenses que combatían en Vietnam. En el área de Pittsburgh, efectuó trabajo voluntario para los Job Corps y los Neighborhood Youth Corps, al participar en los ghettos como parte de la “War on Poverty”. Se convirtió en presidente de la Black Athletes Foundation, una organización dedicada a ayudar a los atletas afroamericanos a conseguir mejores contratos y endosos mientras también resolvía problemas en la comunidad negra. En quizás su causa mejor conocida, Stargell sirvió como vocero principal de la Sickle Cell Anemia Foundation, para aumentar la conciencia sobre una enfermedad que recibía poca publicidad en los años 1960s. Stargell hizo numerosas apariciones públicas para recaudar fondos para combatir la enfermedad de drepanosito, la cual ataca los glóbulos rojos, principalmente en los afroamericanos. “Muchas personas saben muy poco de esta enfermedad”, dijo Stargell una vez en una entrevista con The New York Times. “Estas personas viven una vida corta y miserable. Necesitamos la ayuda de todos”.
En 1998, solo tres años antes de su deceso, fui privilegiado al conocer a Willie Stargell. En enero de ese año, durante la crudeza de otro invierno del noreste, él vino a Cooperstown como parte de un programa auspìciado por U.S Post Office. Aceptó hablar para un grupo de niños que se habían reunido en el Grandstand Theater del Salón de la Fama. Aunque ninguno de esos muchachos lo vieron jugar, fueron cautivados por su habilidad para inspirar con sus palabras. A pesar de la brecha generacional, él fue capaz de llegarles a esos niños, como siempre me había alcanzado a mí, empezando con aquellos días cuando coleccionaba sus barajitas e imitaba su swing.
Después de la charla de Stargell, fui privilegiado al ser incluido en un almuerzo con Willie y otros miembros del personal del Salón de la Fama. Por primera y única vez, tuve la oportunidad de hablar con Stargell cara a cara.
Aquel día, esa barajita Topps de 1974 completó un ciclo para mí. Había conocido al hombre que indirectamente me había enseñado una importante lección. Por supuesto, era muy vergonzoso para mí contarle eso. Solo estuve feliz de conocer a un héroe.
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Bruce Markusen es gerente de aprendizaje digital y superación en el National Baseball Hall of Fame
Traducción: Alfonso L. Tusa C. 02 de abril de 2023.
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