Se busca plasmar la conexión entre el béisbol y la vida, como cada regla del juego resulta una escuela de reflexión hasta para los seguidores más remotos cuando los sucesos del mundo indican que ciertas veces las normas de justicia son violadas; el transcurso de las sentencias de bolas y strikes reflejan la pertinencia y compromiso de cada pelotero en respetar la presencia del árbitro.Cada jugador deja lo mejor de sí sobre el campo de juego a pesar de lo complicado que pueda ser su vida.
viernes, 19 de diciembre de 2025
Mike McCormick Recuerda como era el Beisbol en los años 1950s y 1960s. (I)
El antiguo ganador del premio Cy Young cataloga a Roberto Clemente como el “out más difícil” y a Hank Aaron como el “bateador más puro”.
Herb Fagen. Baseball Digest. July 1998. Pp 64 – 72.
Ubicado orgullosamente en la sala del hogar de Mike McCormick en Sunnyvale, California, está un trofeo Cy Young de la Liga Nacional. Aún así, el antiguo zurdo de los Gigantes de San Francisco, quien ganó ese premio en 1967, siente que tuvo mejores años que ese en el montículo.
“Cuando miro mi carrera soy el primero en reconocer que el año del Cy Young no fue mi mejor año. Fue un buen año. Pero tuve dos o tres años cuando tuve marca perdedora que lancé mejor. No conseguí el triunfo, o el relevista no salvó el juego. No hacían las jugadas cuando las necesitaba. Hay muchas cosas que no puedes controlar. Lo sé. Los fanáticos no necesariamente lo saben. Y las marcas no lo muestran”.
La carrera beisbolística de McCormick es interesante e inusual. Un fenómeno en la escuela secundaria en su lar nativo del sur de California, debutó en las mayores cuando solo tenía 17 años de edad en 1960, a los 20 años ganó el título de efectividad de la Liga Nacional y a los 21 ya había lanzado en dos juegos de estrellas. Algunas personas de beisbol empezaban a llamarlo el nuevo Warren Spahn.
Entonces una serie de lesiones detuvo su meteórica carrera con los Gigantes. Al haber acumulado 54 victorias para cuando tenía 23 años de edad, los Gigantes sintieron que ya lo había dado todo, y en 1963 lo cambiaron a lo Orioles de Baltimore. En cuatro temporadas con los Orioles y los Senadores de Washington, ganó solo 24 juegos. Regresó a los Gigantes en 1967, y en una de las mejores temporadas de regreso, capturó el premio Cy Young de la Liga Nacional al liderar al viejo circuito con marca de 22-10.
McCormick nació en Pasadena, California, el 29 de septiembre de 1938, y creció en Alhambra donde se convirtió en uno de los atletas más destacados del estado en la escuela secundaria.
“No estoy seguro de recordar exactamente mi marca en la secundaria, porque eso ocurrió hace mucho tiempo. Pero si tuviese que escoger un número diría que fue algo como 40-2. Creo que todavía mantengo varios records de pitcheo en el sur de California, aun después de todos estos años. En un juego de playoff ponché 26 de 27 bateadores. El hecho de que ahora los pitchers no juegan los nueve innings, hace muy difícil que rompan ese record”.
Originalmente, los dos equipos que mostraron más interés en McCormick fueron los Piratas de Pittsburgh y los Yanquis de Nueva York. Era tan buen lanzador que su entrenador de secundaria le consiguió la oportunidad de lanzar la práctica de bateo de los Hollywood Stars, el equipo filial AAA de los Piratas en la Pacific Coast League.
En Nueva York fueron los campeones mundiales, los Yanquis quienes estuvieron interesados inicialmente en McCormick y no los Gigantes. Todo se detuvo porque como los Yanquis eran los perennes campeones mundiales, rechazaban hablar de bonos con los jugadores jóvenes de gran potencial.
“Los Yanquis no le ofrecían bonos a nadie en aquellos días. Eran los Yanquis de antaño, y sentían que era un gran prestigio pertenecer a su organización, por eso no tenían que darle dinero a los jóvenes. Así que no tomé en serio esa oferta porque si no había bono, tenía la oportunidad de ir a la universidad con una beca”.
En agosto de 1956, dos meses después de graduarse en la secundaria, McCormick firmó con los Gigantes de Nueva York. “Ni siquiera tenía la mayoría de edad en ese momento, mi papá tuvo que firmar por mí”, recuerda.
Ocurrió que fue escogido para representar a la ciudad de Los Angeles en el juego de estrellas Hearst. Su compañero de cuarto en ese juego fue un adolescente de Georgia llamado Ron Fairly. El juego se efectuó en Polo Grounds y McCormick fue seleccionado jugador más valioso. Los Gigantes lo vieron jugar y les gustó lo que observaron. Dos semanas después le hicieron una oferta y él se unió al equipo.
El día del trabajo de 1956, McCormick de 17 años lanzó su primer juego de grandes ligas ante los Filis de Filadelfia.
Entré a relevar un inning. Le lancé a Del Ennis, Jim Greengrass y Stan Lopata. Nunca olvidaré eso. Todos batearon roletazos a segunda base. Lanzaba una recta retadora. Cuando andaba bien, los bateadores derechos bateaban muchos roletazos hacia mi en el montículo o por segunda base. Era lunes. El manager Bill Rigney me dijo: “Hijo vas a abrir el juego del miércoles por la noche contra los Filis”.
“Quince minutos antes del juego me dijo: ‘Aquí tienes la pelota ¡Calienta!’ Yo estaba muy nervioso. Pienso que lancé tres o cuatro innings y concedí cinco boletos. No perdí. No sé si perdimos ese juego. Pero no fue exactamente un emocionante primer juego el que lancé.
McCormick lanzó en tres juegos para los Gigantes en 1956. Tuvo dos aperturas, lanzó seis innings y dejó marca de 0-1.
El año siguiente, 1957, fue la última temporada de los Gigantes en Nueva York. McCormick apareció en 24 juegos. Inició cinco juegos para una marca de 3-1. Sus tres triunfos permanecen como el tope para un pitcher de 18 años de edad en la historia de la Liga Nacional. Bob Feller, quien ganó nueve juegos para los Indios de Cleveland con 18 años de edad en 1937, tiene la marca de las grandes ligas.
Los Gigantes de 1957 fueron dirigidos por Bill Rigney y terminaron sextos con marca de 69-85. Era un equipo de veteranos con poco poder. Willie Mays comandó la ofensiva con .333 de promedio al bate, 35 jonrones y 97 carreras empujadas. La única otra amenaza ofensiva de esa temporada fue Hank Sauer, de 40 años de edad, quien ganó los honores del premio regreso del año en la Liga Nacional al despachar 26 cuadrangulares y empujar 76 carreras en 378 turnos al bate.
“Uno de mis grandes disgustos de ese año fue que tuvimos asistencias muy pobres”, recuerda McCormick. “Había juegos cuando te sentabas en el dugout y sentías que podías contar a los asistentes. Cuando anunciaron que el equipo se iba, la asistencia se derrumbó. La excepción ocurría cuando jugábamos ante los Dodgers. Recibí el cambio con los brazos abiertos. Porque eso significaba que iba de regreso a casa. Aunque no a Los Angeles, estaba regresando a California”.
Las cosas también cambiaron para los Gigantes. Jóvenes jugadores como Orlando Cepeda, Willie Kirkland, Felipe Alou, Jim Davenport y Leon Wagner, llegaron al equipo en 1958. McCormick estaba en una rotación de abridores que incluía a Johnny Antonelli, Rubén Gómez y Al Worthington. McCormick inició 28 juegos. Su marca de 11-8 incluyó dos blanqueos. Esa temporada los Gigantes mejoraron a 84-70, al terminar terceros detrás de los Bravos de Milwaukee y los Piratas de Pittsburgh.
“Jugamos en Seals Stadium los dos primeros años”. Recordó McCormick. “San Francisco dio una gran bienvenida a los Gigantes. El primer día hubo un desfile. Fue el desfile más grande desde el fin de la segunda guerra mundial, con serpentinas y confetti. Había una gran diferencia respecto a la atmósfera de Nueva York. Nunca vi a Nueva York en sus mejores días. Pero esto era emocionante. Era un equipo nuevo. Era una ciudad nueva. Teníamos el estadio lleno casi todos los días”.
En 1959 McCormick apareció en 47 juegos con marca de 12-16. Se redondeó el mejor cuerpo de pitcheo que los Gigantes habían tenido desde los días de Sal Maglie y Larry Jansen en 1951. La rotación incluía a Sam Jones (21-15), Johnny Antonelli (19-10) y Jack Sanford (15-12). Solo McCormick, el relevista Stu Miller y Willie Mays sobrevivían del equipo que salió de Nueva York en 1957.
Lo gigantes finalizaron terceros en 1959 con marca de 83-71. Batallaron todo el año. Los Bravos de Milwaukee y los Dodgers de Los Angeles igualaron al final de la temporada con marca idéntica de 86-68. Los Dodgers se apoderaron del banderín de la Liga Nacional al vencer en los dos primeros juegos del playoff postemporada.
El año de 1959 también significó la llegada de Willie McCovey al uniforme de los Gigantes de San Francisco. Participó en 52 juegos, en 192 turnos al bate conectó para promedio de .354 con 13 jonrones y 38 carreras empujadas. Fue nombrado novato del año de la Liga Nacional, el mismo premio que había ganado su compañero Orlando Cepeda en 1958.
“Fui el pitcher en el primer juego de Willie McCovey con los Gigantes”, recuerda McCormick. “Ahí bateó de 4-4 ante Robin Roberts y yo me apunté el triunfo en trabajo de nueve innings”.
Los Gigantes estaban llenos de talento, gran talento beisbolero. Pero en cuanto a habilidad, nadie se le acercaba a Mays, insiste McCormick.
“No siento otra cosa sino admiración por Willie Mays. Willie siempre jugaba cuando yo lanzaba. Él participaba en juegos diurnos luego de haber jugado la noche anterior, hasta cuando mi carrera estaba bien avanzada. Yo tenía mucho respeto por sus habilidades. Aún así, él no era un líder en el estilo del capitán del equipo. Willie era un tipo muy tranquilo. Pero en cuanto a talento natural, era el mejor día tras día”.
En 1960, los Gigantes tuvieron nuevo hogar y nuevo manager. El equipo se mudó a Candlestick Park y Alvin Dark sustituyó a Bill Rigney en la dirigencia. Eso también marcó la verdadera madurez de McCormick como pitcher de grandes ligas. Jack Sanford y Billy O’Dell cayeron por debajo de .500 ese año, y Sam Jones lideró el cuerpo de lanzadores con 18 triunfos. Pero fue McCormick quien surgió como el lanzador principal de los Gigantes en 1960. El zurdo de 21 años de edad fue seleccionado para participar en el juego de estrellas con el equipo de la Liga Nacional. Tuvo marca de 15-12, con 154 ponches y una efectividad de 2.70 que lideró la liga.
“Candlestick era un estadio terrible”, recuerda él. “Pero me gustaba lanzar ahí, porque siempre estaba frío y nunca te cansabas. Durante el día, era desventajoso para los bateadores. No tenían un buen trasfondo en el jardín central. Plantaron aquellos árboles que se iban a tomar como cincuenta años en crecer para tener un buen trasfondo. Oi quejarse a muchos bateadores. Mays y algunos de esos bateadores conectaban pelotas hacia el jardín izquierdo que debieron ser jonrones pero el viento mantenía la pelota dentro del parque. No me gustaba ver los juegos ahí, pero adoraba pitchear en Candlestick”.
McCormick tuvo en buen año en 1961. Su marca de 13-16 no refleja la verdadera historia. Ponchó su tope de bateadores con 164, lanzó tres blanqueos, y tuvo efectividad de 3.20. Fue seleccionado para el juego de estrellas por segundo año corrido. A los 22 años de edad ya había alcanzado los cincuenta triunfos en grandes ligas, una marca de la liga que luego fue rota por Dwight Gooden.
Lo mejor aún estaba por venir, o al menos así parecía. Era un brillante pitcher de grandes ligas, un zurdo de control consistente. Tenía una buena recta viva, y una buena curva. Más aún, solo en talento, los Gigantes eran clase aparte en la liga, una unidad ofensiva extraordinaria, con buena defensa y buen pitcheo.
En 1962 los Gigantes y los Dodgers terminaron el año con marcas idénticas de 101 triunfos y 61 derrotas. Por segunda vez en cuatro años el título de la Liga Nacional fue decidió en una playoff postemporada de tres juegos. Esta vez los Giganteas vencieron a los Dodgers en el playoff y batallaron hasta el último out del séptimo juego de la Serie Mundial antes de caer ante los Yanquis.
Pero para McCormick, la temporada de 1962 estuvo afectada por el dolor y la tristeza. Un dolor en el brazo de lanzar limitó su tiempo de juego. Lanzó solo 98.2 innings con marca de 5-5. Su efectividad se disparó hasta 5.19.
“Desde 1958 hasta 1961 había sido el pitcher número uno o dos”, recuerda él. “Y de pronto te das cuenta que no eres parte de esa temporada ganadora. Fue una situación dura. Fui parte de eso. Pero no una parte regular”.
“En realidad me lastimé el brazo durante la temporada de 1961. Estaba empezando a tener problemas con los hombros. Pero eso ocurrió en medio de la temporada, mi brazo estaba en buena forma y fui capaz de lanzar así. El receso entre 1961 y 1962 me lastimó. No ejercitábamos el brazo entre temporadas. Cuando llegué al entrenamiento primaveral no pude librarme de eso. Cualquier daño que me hubiese hecho era un obstáculo. Fue el disgusto más grande de mi carrera”.
Aún así, el se las arregló para participar de la emoción y consiguió lanzar en el playoff.
“No había lanzado mucho en septiembre, así que el manager Alvin Dark me trae a lanzar en el segundo juego. Era el cierre del noveno inning, un out, y Maury Wills en tercera base. Es el turno de Ron Fairly y lo pongo en dos strikes. Usualmente no lanzaba sliders pero mi brazo estaba tan mal que intenté lanzar uno. Fairly batea un elevado corto al centro. Mays no hizo su tiro típico. Probablemente porque Wills era el corredor. Mays apresuró su disparo y este fue desviado. Esa fue la carrera ganadora y la serie se igualó a un juego. Hice lo que debía. Pero no funcionó”.
Continuará
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