Se busca plasmar la conexión entre el béisbol y la vida, como cada regla del juego resulta una escuela de reflexión hasta para los seguidores más remotos cuando los sucesos del mundo indican que ciertas veces las normas de justicia son violadas; el transcurso de las sentencias de bolas y strikes reflejan la pertinencia y compromiso de cada pelotero en respetar la presencia del árbitro.Cada jugador deja lo mejor de sí sobre el campo de juego a pesar de lo complicado que pueda ser su vida.
martes, 29 de abril de 2025
Solar de asfalto.
Escuchabas el murmullo, las voces estridentes de tus compañeros. La emoción de acercarse hasta aquel espacio que habíamos bautizado como nuestro estadio particular de beisbol y futbol, le hacía comentar en voz alta la escogencia de los equipos. Solo había que atravesar el pedazo de calle Bolívar adyacente al cruce con calle La Florida. El pavimento era pura tierra, restos de granzón, la frontera la demarcaban varios arbustos de tabaquero, algunas rocas desgastadas o cortadas por el proceso de preparación de mezclado del asfalto con el granzón para pavimentar las calles, varios desperdicios de latas de leche Tip-Top, Nido, Klim o Reina del Campo, algunas páginas amarillentas de periódicos viejos desgastados por la lluvia. Había bosquecillos de yaque y guayabos en las zonas más alejadas, había una capa alta de hierbajos y rastreras como verdolaga y cun de amor en los predios inmediatos a nuestro diamante con bases de cartones de leche Silsa y platos de peltre oxidados.
Siempre que escuchabas esas voces, empezabas a elucubrar, a imaginar excusas para salir a jugar al jardín, desde allí sería más fácil la escapada. Tenías que llegar a toda costa a esa explanada de asfalto de algunos mil metros cuadrados. Había una especie de expectativa sostenida. Había una visión real de un sueño, de una fantasía que se extendía por varios centenares de metros con tres o cuatro juegos de pelota desplegándose en simultáneo, en todos podías pedir una oportunidad si en alguno te rechazaban. Había montículos de arena intercalados cada cien metros a distintas coordenadas del territorio. Había ese espacio infinito, esa inmensidad para soltar todos los corceles de las ganas de jugar beisbol hasta romperte las manos y quedar mudo de tantas voces vehementes en la discusión de bolas y strikes, out o quieto. Había una tranquilidad, una armonía inexplicable que nunca tenías en tu casa. En menos de tres segundos te ponías los zapatos de gomas y te escurrías por la puerta de la calle.
Al acercarse las seis de la tarde empezabas a buscar acercarte a los bosquecillos, detrás de los arbolitos de yaque y guayaba era más fácil mimetizarse, desaparecer de la mirada de tu padre. Te resistías a salir de aquel campo de juegos, si bateaban alguna pelota hacia el bosquecillo la atrapabas y seguías corriendo como si quisiera llegar hasta el cañaveral posterior al Centro de Salud. Entonces empezaban a apagarse las luces de aquel estadio, el horizonte apretaba más hacia la esquina occidental lo poco que restaba de anaranjados y escarlatas, en la calle La Florida los bombillos de los postes lanzaban disparos de penumbras que te impactaban en los costados y sentías como tus zancadas desaceleraban. Desde el medio del solar llegaban gritos de recoger bates y guardar las pelotas. Regresabas entre molesto, reclamabas que todavía se podía jugar un inning más. No sabía si el día siguiente tendrías la misma oportunidad para escurrirte raudo a través de la puerta de la calle.
Alfonso L. Tusa C. Abril 28, 2025. ©
lunes, 28 de abril de 2025
¿Por qué Luis Aparicio sigue vigente como campocorto?
Tal vez todos los extractos que siguen sean emitidos por personajes de otras épocas, sin embargo la incidencia, la técnica, la rapidez para decidir y ejecutar siguen siendo esenciales para resolver en esa posición tan neural para el beisbol.
Extracto de “Dos por el Banderín”. Artículo firmado por Les Woodcock. En Agosto 10, 1959. Revista Sports Illustrated.
Los Medias Blancas que persiguen el banderín, son un anacronismo en esta era de poder al bate. De los 20 equipos que han ganado banderines de Grandes Ligas en la última década, todos menos uno lideraron o estuvieron entre los lideres en jonrones. Los Medias Blancas son diferentes. Son los últimos en jonrones conectados, y sólo Baltimore y Washington han anotado menos carreras. Al adolecer de jonroneros, los Medias Blancas exprimen sus carreras, una a una, y después dependen de su pitcheo y defensa para desarmar a los rivales. Esta fórmula ha funcionado bien este año para Chicago, porque el pitcheo has estado muy bien y la defensa, particularmente alrededor de segunda base, ha sido excelente.
Un ejemplo de este genio defensivo se dibuja a continuación. Los Medias Blancas vencían a los Yanquis 2-1 en el noveno inning. De pronto los Yanquis atacaron. Con un out, Yogi Berra sencilleó y llegó a tercera base mediante otro imparable de Norm Siebern. Se trataba de una típica, anticuada, rompecorazones remontada de los Yanquis. El manager Al López llamó al relevista Gerry Staley, el juego esperó en la cuerda floja mientras Staley trotaba desde el bull pen.
Cuando se reanudó la acción, Staley hizo solo un envío. Héctor López bateó un chispeante roletazo hacia el segunda base de Chicago Nelson Fox, quién lanzó la pelota al shortstop Luis Aparicio, este la devolvió a primera base. Dobleplay. Se acabó el juego. Ganaron los Medias Blancas.
“El dobleplay está funcionando para Chicago”, dice George Kell, narrador de los juegos de los Tigres de Detroit y antíguo tercera base estrella. “Tenemos un equipo que trata de ganar con pitcheo y defensa más algo de poder. Su combinación de dobleplays de Fox y Aparicio es el factor más importante de la fortaleza de Chicago. Ellos son los mejores en todo el béisbol. Chicago difícilmente podría ganar sin ellos”.
Johnny Pesky con Phil Pepe “Few and Chosen” (“Pocos yEscogidos”) (2004) donde el antiguo parador en corto patirrojo escoge los mejores cinco peloteros por posición en la historia del equipo, Aparicio aparece como el cuarto mejor campocorto de los Medias Rojas detrás de Joe Cronin, Nomar Garcíaparra y Rico Petrocelli. “Aparicio fue el mejor shortstop que vi. Jugó 18 temporadas en esa posición. Lo vi hacer jugadas que nadie más podía hacer”.
Por otro lado más de 50 años después de su retiro Aparicio sigue como segundo mejor campocorto con más asistencias ejecutadas en toda su carrera, solo por detrás de Ozzie Smith, y superando a Omar Vizquel aunque este jugó 24 temporadas por 16 de Aparicio. También Aparicio aparece como sexto mejor campocorto con más outs en su carrera, por delante de Ozzie Smith (octavo) y Omar Vizquel (undécimo).
Recopilación: Alfonso L. Tusa C. Abril 29, 2025.
domingo, 27 de abril de 2025
El jonrón más olvidado de todos los tiempos.
Mito, raza y legado de Roberto Clemente.
15-06-2015. Martín Espada. The Massachusetts Review
El 25 de Julio de 1956, Roberto Clemente, algo terriblemente maravilloso.
En su segundo año con los Piratas de Pittsburgh, Clemente fue a batear con las bases llenas en el cierre del noveno inning, sin outs, y su equipo perdiendo 8-5 ante los Cachorros de Chicago en Forbes Field. Enfrentaba al pitcher Jim Brosnan.
Como el Pittsburgh Post-Gazette reporta:
Brosnan hizo un lanzamiento, alto y adentro. Clemente lo bateó hacia la cerca del jardín izquierdo. Jim King había retrasado para atrapar la pelota pero esta iba sobre su cabeza. La pelota rebotó en el lado inclinado de la cerca y rodó por la zona de seguridad hacia el jardín central. Aquí venían Hank Foiles, Bill Virdon y Dick Cole embalados hacia el plato y lo hacían fácilmente. Entonces venía Clemente rumbo a tercera base. Bobby Bragan tenía las manos estiradas hacia arriba para aguantar a su jardinero. Solly Drake había hecho el tiro de relevo. Pero al pasar por tercera, Clemente se impulsó y siguió hacia el plato. Lo hizo frente al relevo de Ernie Banks. Se deslizó, erró el plato, luego estiró la mano hacia atrás y tocó la goma con la novena carrera en una victoria 9-8 mientras la multitud de 12.431 aficionados deliraba de excitación.
De acuerdo a Bruce Markusen en su biografía, Roberto Clemente: The Great One, lo que ocurrió ese día fue “un incidente” que “subrayó su naturalidad en las bases”.
Clemente oyó y vio la seña de pararse de Bragan, pero siguió deliberadamente. “Le digo a Bobby: ‘Sal de mi camino, que voy a anotar’, le explicó Clemente a Associated Press. ‘Así tal cual. No teníamos nada que perder, teníamos la pizarra igualada sin mi carrera, y si anoto, el juego se termina y no tenemos que jugar más esta noche’”. Los Piratas no tuvieron que jugar más, Clemente se deslizó en el plato y evitó que lo tocaran. El inusual jonrón con las bases llenas dentro del parque contra Brosnan le dio a los Piratas un triunfo 9-8 sobre los Cachorros. Como Brosnan escribió en la edición del 24 de octubre de 1960 de la revista Life, la acción de Clemente “excitó a los fanáticos, sorprendió al manager, me atontó y disgustó a mi equipo”.
Aunque Clemente había cometido un error fundamental, al tratar de anotar una carrera en una jugada potencialmente cerrada sin outs, Bragan manejó el error apropiadamente. Dada la entrega de Clemente en la jugada y su éxito, Bragan excusó el error. El manager anunció que no habría multa de 25 $, usualmente un castigo ejemplar para un jugador quién hubiese fallado una seña.
La arrancada superintensa de Clemente ante los Cachorros tipificaba lo entusiasta de su corrido de bases al inicio de su carrera.
“Inusual” no es la palabra para describir la jugada que terminó el juego Piratas-Cachorrros del 25 de julio de 1956. Markusen parece desconocer el hecho de que ese era el único jonrón dentro del parque con las bases llenas para ganar un juego, en la historia del beisbol
Como aficionados al beisbol, celebramos los jonrones. Celebramos los jonrones que ganan los juegos. Celebramos los jonrones dentro del campo. Celebramos los jonrones con las bases llenas. Sin embargo, no celebramos el único jonrón dentro del parque con las bases para ganar un juego, de la historia del beisbol.
Hoy, tal acontecimiento sería reportado hasta las nauseas en ESPN, MLB, y cada medio deportivo del país. Habría repeticiones, recreaciones, discusiones de paneles, comentarios, debates, e investigaciones de estadísticas. En minutos, sabríamos que este fue el único jonrón de su tipo en la historia.
Hace cincuenta y siete años, sin embargo, este milagro del beisbol ocurrió frente a una multitud promedio en Pittsburgh, incluido un manager/coach de tercera base descontento y un pitcher rival furioso.
La seña de parada de Bobby Bragan era entendible. Despues de todo, Clemente habría representado la carrera de la victoria en tercera base sin outs en el cierre del noveno inning. Bragan era un hombre de la vieja escuela del beisbol, y era un movimiento de esa vieja escuela.
Bragan fue uno en una aparentemente interminable fila de peloteros de grandes ligas mediocres quienes se convirtieron en managers mediocres de grandes ligas. Un bateador de .240 de promedio vitalicio quien bateó un gran total de 15 jonrones en ocho temporadas, Bragan era un manager novato con los Piratas en 1956, llevó al equipo a una marca de 66-88 y a terminar en séptimo lugar de la Liga Nacional.
Quizás el manager simplemente no podía concebir un jonrón dentro del parque con las bases llenas para ganar el juego, dado que eso nunca había ocurrido. Quizás subestimó al pelotero que corría en su dirección, lo consideraba ordinario: Clemente solo bateó .255 en 1955, aunque subiría hasta .311 en 1956.
Al final, sin embargo, Bragan estuvo equivocado y Clemente acertado. Clemente tenía un instinto beisbolero e inteligencia más allá de la visión de su manager. Considerando la tendencia de los Piratas de Bragan a perder mucho más a menudo de lo que ganaban, estos eran un manager y un equipo que necesitaban aprovechar las oportunidades, jugar orgullosa y agresivamente, actuar como si pudiesen ganar al creer en si mismos.
Hacer el movimiento correcto de beisbol, la segura decisión conservadora, falló para Bobby Bragan muy a menudo esa temporada ¿Cuántas veces hemos visto a los equipos malos dejar varado en tercera base sin outs a un corredor, como si tal frustración y la derrota, fuera la voluntad de los dioses del beisbol? Carpe diem (Disfruta el presente): Aprovecha el día. Impacta el juego. Sigue corriendo.
La reacción de Brosnan, quien estaba impactado y su equipo disgustado, es clave para entender porque el logro sorprendente de Clemente ha sido disminuido y hasta olvidado. Primero que todo, considere el hecho de que esta cita viene desde un artículo publicado en 1960, cuatro años después que Clemente se deslizó en el home y tocó el plato con su mano. Es posible que pararse de puntillas detrás de Brosnan y susurrarle “Roberto Clemente” en su oreja era suficiente para enfurecerlo por el resto de su vida.
Brosnan respondió como si Clemente no solo hubiese violado el decoro del beisbol, sino que hubiera descendido a un estado de salvajismo, el equivalente a sacrificar un pollo vivo durante el himno nacional. El hecho de que Clemente rompiera las reglas al correr ignorando una seña en tercera base, sin embargo, no explica el rencor del pitcher.
Tampoco el factor suerte. Como en todos los jonrones dentro del parque, la pelota desarrolló una trayectoria particular y decidió rodar alrededor del jardín central por un rato. Brosnan era el único responsable: aún si Clemente hubiese tomado en cuenta la señal de Bragan de pararse en tercera base, el pitcher había permitido un triple de tres carreras para empatar el juego. Fue sortario de que el término “salvado desperdiciado” aún no formaba parte del léxico beisbolero.
Ni hay vergüenza suficiente para describir el vapor fluyendo en las orejas de Brosnan. Él estaba seguramente mortificado. Entró al juego, hizo un solo lanzamiento, y terminó siendo el perdedor. (De la misma forma, el pitcher de los Piratas, Nellie King entró al juego en la apertura del noveno inning, e hizo exactamente un pitcheo, y terminó siendo el ganador).
No fue coincidencia que Brosnan estuviera escribiendo acerca de Clemente para la revista Life en octubre de 1960. Dave Maraniss, en su biografía titulada Clemente: The Passion and Grace of Baseball Last Hero, nota que Brosnan fue comisionado por la revista para escribir un reporte de escauteo de avanzada de la Serie Mundial entre los Piratas y los Yanquis. Aquí está la cita previa de Brosnan en contexto:
Clemente representa una variedad latinoamericana de alardear: “Look at número uno”, parece estar diciendo…Él una vez corrió sin tomar en cuenta a su manager quién era el coach de tercera base, para completar un jonrón con las bases llenas dentro del parque, bateado ante mi mejor slider. Eso emocionó a los fanáticos, estremeció al manager, me impactó, y disgustó a mi equipo. (Con énfasis añadido).
El hipérbole de Brosnan dice más de él que de Clemente. Si Clemente “corrió sin tomar en cuenta a su manager” en tercera base, el Pittsburgh Post-Gazette seguramente habría alertado a sus lectores, quizás con el titular Clemente corre sin tomar en cuenta a al manager. La terquedad, como el exceso de alcohol, nubla la mente. Brosnan era un puritano de la época de Eisenhower: desde esa perspectiva, el único jonrón de bases llenas dentro del parque para ganar un juego era una forma de autoglorificación, una escena propia del torero lanzando las orejas del toro a la multitud. Ganar el juego para su equipo perdedor crónico era la manera latinoamericana de Clemente de llamarse la atención, un característico acto infantil de unas personas infantiles.
Maraniss dice: “La carrera loca de Clemente alrededor de las bases, la anécdota que Brosnan empleó para plantear su visión, podría haber inspirado una interpretación diferente si hubiera sido Don Hoak o Dick Groat o, años después, Pete Rose. Se hubiera visto como el espíritu indomable de un gran competidor. El denominador común: Hoak, Groat y Rose eran blancos.
Roberto Clemente era negro, puertorriqueño, e hispanoparlante en los años ’50. De acuerdo a Maraniss, Al Abrams del Pittsburgh Post-Gazette cubrió a Clemente en el entrenamiento primaveral de 1955, su temporada de novato, y escribió: “El sombrío puertorriqueño jugaba bien su posición y corría como conejo asustado. Parecía que cada vez que mirábamos hacia allá, ahí estaba Roberto, mostrando sus talones veloces y sus brilantes dientes blancos ante los gritos de los fanáticos de las gradas. “Hasta sus admiradores utilizaban un vocabulario de discriminación racial; por lo tanto, los detractores de Clemente, como Brosnan, se sentían perfectamente libres de realizar sus críticas en términos raciales.
Sin embargo, la actitud de Jim Brosnan es particularmente irónica a la luz del hecho de que él cometería una violación más grande al decoro del beisbol solo tres años después de su encuentro con la supuesta conducta vergonzosa de Clemente. Brosna se haría de un nombre como escritor con su diario de beisbol, The Long Season, al cual Maraniss llama, “un libro de trayectoria cinematográfica que aportó una mirada reveladora desde su temporada de 1959 con los Cardenales de San Luis y los Rojos de Cincinnati”. Él fue acusado, por tales guardianes de la imagen americana del beisbol como Joe Garagiola, de patear para abrir la puerta de espacio sagrado del clubhouse.
Vivimos en medio de las minucias derramadas del beisbol. Debería ser del conocimiento común que Roberto Clemente, uno de los grandes ejecutores del juego, bateó el único jonrón de bases llenas dentro del parque para ganar un juego en la historia del beisbol. Esto levanta una pregunta que va más allá del beisbol. ¿Quién escribe la historia?
Clemente tuvo el infortunio de hacer historia a expensas de Jim Brosnan, el pelotero-escritor del beisbol. Su recuento del evento para Life tenía peso por su reputación como escritor. Sin embargo, el intento de Brosnan por escalar dentro de la mente de Clemente, “look at número uno”. Parece decir, demuestra su falta de habilidad para pensar al nivel de Clemente. Él no podía concebir el hecho de que un puertorriqueño incivilizado barriéndose en el plato, sin duda con maracas percusionando en su cabeza, fuese un pelotero quien pudiera romper los convencionalismos del beisbol al tener el coraje y la creatividad de hacer lo que nunca se había hecho.
Nada menos que una autoridad como Henry James llamó a Leaves of Grass de Walt Whitman “una ofensa al arte”. Por supuesto, Henry James no era Jim Brosnan. Al hablar de revisiones malas, regresamos a Markusen, quien acepta los juicios de Bragan y Brosnan. Mientras rechaza las subidas de tono raciales del último, ofrece una débil defensa del pitcher en el terreno de las buenas intenciones, especulando que “Brosnan probablemente no quiso realmente ofender al realizar tal afirmación”, como si palabras como “impacto” y “disgusto” no significaran herir a un pelotero percibido como muy sensible.
El propio vocabulario de Markusen, desde “la simplicidad natural en las bases” hasta “la arrancada superintensa”. Ambas frases condescendientes pintan un retrato de Clemente como niño-hombre. Los niños muestran “simplicidad” especialmente acerca de las realidades y particularidades de las reglas que nos gobiernan. Los niños tienen “arrancadas”, como si desconocieran que sus acciones tienen consecuencias.
El infantilismo latino es un estereotipo particularmente común y pernicioso, desde el iletrado peón con sombrero en mano hasta el feroz depredador que merodea las calles en pandillas. En la aurora del siglo 20 y las aventuras imperialistas de Estados Unidos en Latinoamérica, las caricaturas políticas del día caracterizaban a Cuba y Puerto Rico cono huérfanos de piel oscura pegados a un perplejo Tío Sam, haciendo malabares con sus colonias. Como los niños no pueden gobernarse, otros deben hacerlo, aún si eso requiere conquista y ocupación.
Mientras Markusen no reconoce el estereotipo de Brosnan, implícitamente lo confirma: Roberto Clemente hizo historia ese dia porque fue un hombre quien pensaba como niño y aún no había superado los infantilismos. Si el tenía éxito, por esa lógica, era por virtud de su habilidad atlética natural. “Mientras tanto, los Bobby Bragan del mundo, hombres blancos “pensantes” con herramientas físicas limitadas, dirigen un equipo tras otro hacia huecos adyacentes al camino).
Gary Soto, en su poema “Black Hair”, escribe sobre jugar beisbol siendo niño, al decir: “Yo era brillante con mi cuerpo”. La escogencia de la palabra “brillante” es deliberada, dado que esta palabra es comúnmente asociada con la extraordinaria agilidad de la mente.
Ese día de julio de 1956, Roberto Clemente fue brillante en cuerpo y mente. Ël no solo golpeó la pelota hasta 450 pies y luego voló por las bases. Ni solo venció la pelota, al desplazar sus brazos y piernas.
Para lograr su hecho sin precedentes, Clemente tuvo que hacer un número de cálculos de fracciones de segundo que involucraba las dimensiones del estadio, la trayectoria de la pelota luego que esta se estrellara en la pared, la posición de los jardineros, la precisión de los tiros de relevo, su propia velocidad en las bases, y los gestos de su manager para que se detuviera, los cuales él ignoró porque sabía que sus cálculos instantáneos eran correctos. Hizo todo eso con la precisión de un asesino a sueldo.
Aunque los tradicionalistas del universo del beisbol a menudo gruñen acerca de “jugar bien el juego”, lo cual incluye pararse en tercera base cuando es ordenado, la vieja guardia también demuestra un aprecio más grande por los intangibles que quienes reducirían cada momento en el diamante a un acrónimo estadístico.
Mi padre y mi madre me hablaban de Jackie Robinson y Willie Mays no en términos de promedio de bateo o jonrones o triunfos por encima del remplazo (Wins Above Replacement), sino en términos de excitación. Robinson amagaba y amenazaba con despegarse desde primera base y los pitchers se ponían nerviosos con el estilo veloz importado de las ligas negras. Mays realizaba una atrapada de canasta y su gorra volaba. Cuando los Mets llevaron de vuelta a Nueva York el beisbol en la Liga Nacional en 1962, mis padres me llevaron a Polo Grounds, a la edad de cinco años para ver a los Mets jugar ante los Gigantes, no para aupar a los Mets, sino para presenciar el arte de Willie Mays jugando el jardín central.
La acusación más común enfrentada hoy por el beisbol es esta: Es aburrido. Mientras podemos ser tentados a despreciar esos cargos como expresiones de filisteos sedientos de sangre, su atención se desplaza atraída por el futbol americano y los video juegos, permanece el hecho de que hay más boletos y ponches que nunca, lo cual, tiene serias implicaciones en el desarrollo del beisbol. En un artículo de Sports Illustrated llamado “Generation K”, Tom Verducci escribe:
“En esta época de tecnología, mientras las personas buscan entretenimiento en cualquier lugar y rápidamente, los ponches, especialmente junto a sus mellizos los boletos, están succionando la acción de los juegos de beisbol. La temporada pasada, 27.8 % de las apariciones al plato terminaron sin la pelota en juego, un tope de todos los tiempos…En los últimos dos innings de un juego de beisbol casi uno de cada tres bateadores falla en poner la pelota en juego. “¿Por qué no tenemos más aficionados?” pregunta un ejecutivo de equipo. “Tal vez porque la parte más excitante del juego es cuando la pelota está en juego. Y no tenemos suficientes pelotas en juego. Es ridículo”.
Un jonrón de bases llenas dentro del parque para ganar el juego es la última refutación del argumento de que el beisbol es aburrido. La descripción del Pittsburgh Post-Gazette sigue repitiendo: “la multitud de 12.431 aficionados se atontó de excitación”. El beisbol puede usar toda la excitación que pueda, por atontamiento u otra manera. Subestimamos la excitación del beisbol precisamente porque no podemos cuantificarla. No hay una categoría llamada “Mas Jugadas en una Temporada que Erizaron los Vellos de la Nuca”. Necesitamos el espíritu de Clemente hoy, el arte de su “arrancada superintensa”.
Clemente, como Robinson, como Mays, entendía el beisbol como un gran drama, una forma de teatro de improvisación intensa, con episodios de acción furiosa impactando la tranquilidad. Por lo tanto, el legado de Clemente en el terreno trasciende el promedio vitalicio de .317, los 3000 imparables, los cuatros títulos de bateo, los doce guantes de oro y la inducción al Salón de la Fama. Recuerdo una atrapada saltando contra la pared del jardín derecho para salvar un juego sin hits ni carreras de Bob Moose contra los Mets en 1969. Recuerdo sus tiros de aire desde el jardín derecho, girando como un lanzador de disco en los Juegos Olímpicos- Recuerdo como demolió a los Orioles de Baltimore en la Serie Mundial de 1971, asestando el golpe de gracia con un jonrón en el séptimo juego.
Lo que Roberto Clemente logró el 25 de julio de 1956 en Pittsburgh, dejó estupefactos a los mascadores de tabaco del beisbol precisamente porque eso trascendía al beisbol, penetrando el alma del teatro puro y del mito. Aún su desafío a la autoridad ese día, corriendo a pesar de las señas de Bobby Bragan, fortalece la calidad de la leyenda.
Traducción: Alfonso L. Tusa C.
sábado, 26 de abril de 2025
Los dos juegos sin imparables ni carreras de Vidal López.
Dos eventos que aunque ocurrieron fuera del profesionalismo, representan dos grandes logros de Vidal, sus dos juegos sin hits ni carreras en lo que entonces se llamaba primera división. El primero ocurrió el 07 de julio de 1941 en el estadio San Agustín, Magallanes derrotó 2-0 al Santa Marta y Vidal ponchó a cuatro y concedió par de boletos, el otro bateador que se le embasó fue por error del tercera base P. Landaeta. Por los samarios lanzó el boricua Tite Figueroa. Las carreras magallaneras llegaron en el primer inning por sencillo de Bragañita García, boleto a José Pérez Colmenares, error del antesalista León Díaz que avanzó a Bragañita a tercera base, Chucho Ramos lo remolcó con elevado largo a la izquierda, y en el séptimo con sencillo de Carlos Ascanio, quien robó segunda y anotó por sencillo de Pedro Buzo Nelson.
El segundo no-hitter de Vidal llegó 34 días después, el 10 de agosto de 1941 en el propio estadio San Agustin, Magallanes vencía 4-0 a los Sabios del Vargas, Vidal ponchó 4, concedió 1 boleto y los otros tres bateadores se le embasaron por errores de Triki Valdez, Bragañita y Ramos. Por Vargas lanzaron Daniel Canónico y Valentín Arévalo. José Pérez Colmenares empezó el juego con doble a la derecha, Valdez recibió boleto y Juan Delfino García “Bragañita” bateó línea a la izquierda para remolcar a Pérez Colmenares. Bragañita empezó el sexto inning recibiendo boleto, Vidal lo llevó a tercera con sencillo y Chucho Ramos los llevó al plato con doble contra la pared de la izquierda, Ramos anotó luego por error de Arévalo en la tercera base ante roletazo de Cesar Núñez.
Transcripción: Alfonso L. Tusa.C. Febrero 23, 2016.
Fuente: Cien Juegos Inolvidables. Guillermo Becerra Mijares.
miércoles, 23 de abril de 2025
Los Juegos Más Indelebles de Parc Jarry.
Todavía me cuesta entender porque las grandes ligas se fueron de Montreal. Si los Expos habían mostrado ser un equipo competitivo, cierto, en más de treinta años no ganaron una Serie Mundial ni el banderín de la Liga Nacional, pero desde su irrupción en 1969 en aquel enigmático estadio Parc Jarry, fueron más que un equipo de relleno, una novena que batallaba los juegos hasta ante el propio Tom Seaver. Como en muchos casos Parc Jarry fue un estadio que se refaccionó sobre la idea de hacer a Montreal elegible para hospedar a un equipo de beisbol, ir ganando tradición y condiciones hasta convertirlo en el hogar apropiado, adecuado, natural, de un equipo de las ligas mayores de beisbol. En sus orígenes este Jary Park era una especie e oasis para picnic y otras actividades al aire libre en las inmediaciones de Villeray—St-Michel—Parc-Extension. En su afán por darle a Montreal un lugar en el mapa internacional el alcalde Jean Drapeau realizó la Expo 67 World Fair.
Es casi seguro que el nombre del equipo haya sido tomado de la Expo 67, la cual cumplió el cometido de poner a Montreal en el mapa del mundo, pero Drapeau quería que esa connotación fuese más allá del momento puntual del evento. Para eso se le ocurrió buscar una franquicia de beisbol de grandes ligas. Una vez que logró que Montreal tuviese un equipo en las ligas mayores Drapeau se enfocó en proveer el estadio donde jugarían. La reforma para lograr un estadio con características de Wrigley Field o atmósfera de Fenway Park fue muy profunda, porque lo que se conocía como Parc Jarry solo era una especie de parque de diversiones donde apenas si se podía efectuar eventos deportivos a pequeña escala. A medida que el estadio fue tomando características de grandes ligas, el beisbol empezó a impregnarse en el alma de Montreal. Si allí habían jugado los Royals, la filial AA de los Dodgers de Brooklyn, Jackie Robinson se había terminado de pulir allí.
Solo que el beisbol de ligas menores es una escena subterránea, secundaria a la gran pantalla que es las grandes ligas. Aún cuando los Royals llevaban mucha gente al estadio, y hasta Jackie Robinson jugó con ellos, la expectativa era un asunto etéreo. Los Expos templaron una euforia general que mantenía a Montreal con una alegría subyacente que nadie podía explicar, al menos en 1969 y los primeros 1970s. Poco a poco se fue entramando el mapa de una experiencia sociológica y deportiva que permanecería marcada a cincel en el alma de Montreal. Muchos novatos invisibles reflejando actuaciones de grande prospectos, muchos veteranos dejando el alma sobre el terreno por defender aquel uniforme que los impregnaba de esperanzas. Así llegaron Rusty Staub, Carl Morton, Coco Laboy, Ken Singleton, Bill Stoneman. Hicieron desarrollar una jerga francesa para el beisbol y adaptaron la agudeza de ese acento a la parsimonia y suspenso de las bolas y los strikes.
Parc Jarry representaba para muchos ese estadio de beisbol en la vecindad que muchos soñaron, me iba todas las mañanas de 1969, 1970 y 1971 a buscar los resultados de ese equipo nuevo que juega en Canadá, soñaba con verlos ganar a los Dodgers, fajarse con los Piratas, forcejear con los Rojos, enzarzarse con los Filis. Perdieron muchos juegos, me sorprendió gratamente cuando descubrí que Remigio Hermoso, el mismo que jugaba segunda base para Tiburones de La Guaira, formaba parte de ese equipo original de los Expos. Aunque Hermoso no era precisamente regular en la alineación si apareció en varios juegos por su gran defensiva, su alcance excepcional hacia ambos lados y unos reflejos impactantes. También el cátcher titular era John Bateman quien había jugado también con La Guaira y luego vino con Aragua. Esos Expos a pesar de sus aparentes desventajas batallaban los juegos y llegaron a ganar unos cuantos. Como aquel de Bill Stoneman el lunes 14 de julio de 1969.
Los Piratas de Pittsburgh llegaron a Parc Jarry con toda su pléyade de estrellas; Roberto Clemente, Willie Stargell, Mateo Alou, Manuel Sanguillén, Richie Hebner. Bob Veale empezó lanzando las serpentinas por los Piratas. Stoneman tuvo dificultades en el segundo inning aunque logró el cero, había retirado el primer inning en orden con ponche a Hebner y Stargell. Veale solo permitió doble de Rusty Staub en el primero y dominó a placer el segundo inning. Stoneman recibió dobles de Mateo Alou en el tercer inning y de Clemente en el cuarto, luego dominó a Hebner y Stargell con rodados a degunda base y primera respectivamente, y ponchó a Taylor, dominó a gene Alley con elevado a la izquierda y a Sanguillén con rodado por tercera. Veale recibió doble de Bobby Wine en el tercero, luego ponchó a Stoneman, obligó a Hermoso a rodarla por segunda base y a Staub a elevar al centro. En el cuarto José Herrera largo doble luego de los outs de Bailey y Coco Laboy; pero Veale ponchó parado a Adolfo Phillips.
Un doble de Fred Patek abriendo el quinto inning de inmediato fue acallado por un certero disparo del receptor Brand para hacerlo out a manos del tercera base Laboy. Luego Stoneman ponchó a Veale y dominó a Matty Alou con línea a segunda base. En el cierre de ese tramo Veale ponchó cantado a Brand, obligó a Wine a roletear por las paradas cortas y también hizo que Stoneman la rodase por la antesala. Stoneman permitió sencillo de Hebner en la apertura del sexto, luego dominó a Stargell con línea a tercera base y a Clemente con rodado al capocorto bueno para dobleplay. En el cierre del sexto Hermoso despachó imparable. Staub lo llevó a segunda con toque de sacrificio al pitcher. Bailey recibió boleto intencional. Stoneman obligó a Laboy a batear para dobleplay con rodado a tercera base. En la apertura del séptimo Taylor recibió pelotazo y pasó a segunda con rastrero de Alley por el montículo. Sanguillén salió en elevado de foul a tercera base. Patek recibió boleto intencional. Veale fue ponchado. Para la conclusión del séptimo José Herrera elevó a la derecha. Adolfo Phillips la rodó por el campocorto. Brand sencilleó. Bobby Wine sencilleó, pero Stoneman se poncho. Siete innings completos Pittsburgh 0, Montreal 0. En la apertura del octavo Alou la rodó a manos de Bailey en la inicial. Hebner salió de primera a pitcher. Stargell negoció boleto. Clemente sencilleó. Taylor recibió boleto. Alley la rodó por la antesala y forzaron a Taylor de tercera a segunda.
En el cierre del octavo capítulo Remigio Hermoso la rodo por el montículo y Veale lo retiró en la inicial. Rusty Staub se ponchó. Bailey sencilleó. Laboy despachó otro imparable. José Herrera remolcó a Bailey con imparable. Adolfo Phillips negoció boleto, Laboy pasó a tercera base y Herrera a segunda. Bob Moose relevó a Bob Veale en el montículo. Brand remolcó a Laboy. Bobby Wine se pònchó. Expos 2 – Piratas 0. En la apertura del noveno inning Manuel Sanguillén bateó elevado a la derecha. José Pagán salió de bateador emergente por Fred Patek y despachó imparable. Al Oliver la rodó por la intermedia y Hermoso tomó la esférica para iniciar la doblematanza con el campocorto Bobby Wine y el inicialista Bob Bailey.
El viernes 11 de septiembre de 1970, los Filies de Filadelfia y Chris Short enfrentaron a los Expos de Montreal y Carl Morton en Parc Jarry. En los primeros dos innings Morton solo permitió que se le embasara Denny Doyle por error del propio Morton en el primer episodio y Greg Luzinski por boleto en el segundo. En tanto que Short lograba salir ileso en el primero luego de imparables de Sutherland y Rusty Staub, y en el segundo retiró en orden al trío de oponentes. En el tercero y cuarto innings la única libertad que Morton dio a los Filis fue un imparable de Short para abrir el tercero, después retiró los siguientes seis bateadores. Por su parte Short dominó los tres del tercero y apenas concedió imparable a Bateman luego de dos outs en el cuarto. En el quinto Morton solo concedió boleto a Short luego de dos outs, y en el sexto retiró en fila a Denny Doyle, Oscar Gamble y Dan Briggs. Entretanto Short retiraba en fila a Laboy, Wine, Morton, Sutherland, Phillips y Staub en el quinto y sexto capítulos para completar siete dominados en orden. En el séptimo inning Morton dominó a Tim McCarver con elevado a primera base. Greg Luzinski despachó imparable por segunda base. Vukovich elevó a la derecha. Luzinski fue puesto out de Bateman a Sutherland. En el cierre de esa entrada Short extendió su seguidilla de retirados hasta diez al ponchar a Bailey, dominar a Bateman con elevado a la derecha y obligar a Boccabella a rodarla por las paradas cortas. En la apertura del octavo inning Carl Morton dominó a Harmon con elevadito a segunda base. Luego obligó a Short a elevar también hacia la intermedia y cerró la entrada forzando a Stone a batear roletazo por primera base. En el cierre del octavo, Laboy sencilleó al centro. Hahn salió de corredor emergente . Wine se embaso por error de Short en intento de toque de sacrificio. Morton se pònchó al intentar tocar la pelota. Sutherland sencilleó al centro para remolcar a Hahn y llevar a Wine hasta tercera base. Phillips sorbió ponche cantado. Rusty Staub se ponchó tirándole. En la apertura del novena episodio Denny Doyle salió de primera base a pitcher. Oscar Gamble bateó línea a la derecha. Briggs fue dominado en línea al centro.
El domingo 27 de septiembre de 1970 los Cardenales de San Luis visitaron a los Expos de Montreal en Parc Jarry. Parker versus Carl Morton. En los dos primeros innings Morton dominó a los Cardenales, solo se le embasaron Crosby por sencillo en el primero y Lee por error de Bobby Wine en el segundo. Por su parte Parker también dejó en blanco a los Expos aunque recibió sencillos de Staub y Bailey en el primero, el segundo lo retiró por la vía rápida. Para el tercer inning Morton solo permitió sencillo de Lou Brock a la derecha luego de los outs de Maxvill y Parker, terminó dominando a Crosby con elevado a la derecha. En el cuarto episodio Joe Hague inició con sencillo al centro. Luego Morton obligó a Joe Torre a roletear por el campocorto para dobleplay. Meléndes entregó el out final en elevado al centro. Por su parte Parker en el tercero inning ponchó a Morton, dominó a Charles Day con rodado por las paradas cortas. Gosger largó sencillo al centro. Staub falló con elevado al centro. Para el cuarto capítulo Parker retiró en fila a Bailey con rodado por la antesala. Fairly roleteó por primera base y Bateman terminó el inning al rodarla por tercera base. Morton retiró en orden el quinto de los Cardenales al dominar a Lee con rodado al montículo, Simmons roleteó por primera base y Maxvill elevó a la derecha. En el sexto obligó a Parker a elevar al centro. Brock bateó rastrero por el montículo y Morton lo hizo out sin asistencia. Crosby sencilleó a la derecha. Hague salió de tercera a primera. Por su parte Parker
Recibió sencillo de Sutherland para iniciar el quinto inning. Wine elevó en foul al cátcher. Mortón levantó globo a la izquierda. Day se ponchó. El sexto Parker lo despachó por la vía rápida. Gosger de segunda a primera. Staub la rodó por primera base. Bailey elevó al campocorto. En el séptimo Joe Torre se embasó por error de Bailey. Meléndez la rodó por segunda base para provocar el dobleplay. Lee sencilleó al centro, pero Simmons se ponchó. En la conclusión del séptimo Fairly salió de pitcher a primera base. Bateman bateó elevado de foul al cátcher. Sutherland sencilleó a la izquierda. Wine se poncho. Morton tuvo algún parpadeo en el octavo inning cuando el propio Parker sencilleó al centro luego del out de Maxvill. Brock elevó a la izquierda. Crosby sencilleó al centro para colocar hombres en primera y segunda base. Entonces Morton se recompuso y ponchó a Hague. En el noveno Torre elevó a la izquierda. Melendez levantó globo a la derecha. Lee destapó doblete a la izquierda. Simmons elevó a la izquierda. Parker tambien tuvo algun pistoneo en el cierre del octavo inning. Morton salió de tercera a primera base. Charles Day elevó al campo corto. Gosger negoció boleto. Rusty Staub sonó sencillo a la derecha para llevar a Gosger hasta la antesala. Bailey forzó a Staub en segunda con rodado por la intermedia. En el cierre del noveno Fairly abrió con sencillo a la derecha, Adolfo Phillips entró a correr por Fairly. Bateman se sacrificó con toque de primera a segunda base. Phillips llegó a la intermedia. Sutherlan bateó línea al segunda base y este la pasó al campo corto para completar el dobleplay. En la apertura del décimo inning Victor Davalillo bateó por Maxvill y roleteó de campocorto a primera base, El manager Red Schoendienst fue expulsado al reclamar la sentencia del árbitro de primera base, Carl Taylor bateó por Parker y sencilleó a la derecha. Lou Brock negoció boleto. Crosby elevó al centro. Hague se poncho. En el cierre de esa entrada Tom Hilgendorf relevó a Parker. Bobby Wine salió de segunda base a primera. Morton se ponchó. Mashore salió a batear por Charles Day y lo poncharon cantado. En la apertura del undécimo episodio Morton dominó a Joe Torre con roletazo al campocorto. Melendez la rodó por primera base. Lee también salió de primera base a pitcher. En el cierre del undécimo Brand emerge por Gosger y sencillea a la izquierda. Staub ejecuta toque de sacrificio y lleva a Brand a la intermedia. Bailey recibe boleto intencional. Adolfo Phillips despacha imparable a la izquierda y Brand anota la carrera del triunfo. Montreal 1 – San Luis 0.
Todos esos juegos fueron construyendo junto al entusiasmo de los aficionados, la mística de los peloteros, la originalidad del logo de la Expo 67 World Fair refulgiendo como una visión incandescente en el uniforme; una originalidad cotidiana de disfrutar al aire libre, una óptica que conectaba, integraba a Canadá con sus vecinos estadounidenses en una armonía deportiva que solo la pausa del beisbol permite degustar con más detenimiento. Fue doloroso ver cuando los Expos salieron de Parc Jarry para ir a jugar en Olympic Stadium, se sentía como un desprendimiento de la esencia de la franquicia. Más dolió cuando Montreal perdió a sus Expos, luego de tanto beisbol, de tantos buenos peloteros, de tantas expectativas por ganar el banderín de la Liga Nacional y el título de la Serie Mundial.
Alfonso L. Tusa C. 09 marzo 2025. ©
martes, 22 de abril de 2025
Dámaso y Dimas.
La recurrente situación de los antesalistas magallaneros teniendo dificultades para manejar lineazos o roletazos candentes sobre la linea de cal detrás de tercera base, o tomar la pelota a mano limpia para frustrar intentos de toque o rodados adormecidos en este inicio de la temporada 2022-23, me hizo rememorar tal vez a los dos mejores terceras bases defensivos que hayan vestido la camiseta de los Navegantes. Resulta insufrible ver la indefensión o falta de recursos con que se ataca o se deja de atacar las pelotas dirigidas a la esquina caliente, de manera tan seguida, que es inevitable superponer las atrapadas, los reflejos, la anticipación con que Dámaso Blanco y Dimas Gutiérrez ejecutaban las jugadas más increíbles alrededor de la tercera base. Tan pronto como sonaba el impacto volaban hacia la línea de cal para capturar la pelota y desde el suelo enviar el más potente disparo hacia primera base. Los bateadores se quedaban mirando hacia tercera base como si allí habitase un monstruo implacable, despiadado.
Si un equipo carece de un tercera base que ejecute las jugadas, que tome esos tizones sobre la raya, que desactive las granadas de los toques de bola frente al plato, que reaccione antes los roletazos invisibles hacia el lado del guante; difícilmente puede ser considerado como contendor. Por eso los pitchers miraban de reojo, por el rabillo del ojo hacia tercera base cuando se inclinaban a buscar la bolsa de las pezrrubia en medio de una situación complicada. Por eso Roberto Muñoz decía que sentía un fresquito en la cara cuando salía un lineazo por la esquina caliente y Dámaso le saltaba cual lince hambriento. Por eso Rich Sauveur o Lester Straker se tocaban la visera de la gorra cuando Dimas venía hasta las proximidades del plato para tomar un toque a mano limpia y reventar al corredor en primera cuando casi pisaba la base. Nada de metérsele de lado a los roletazos más candentes, ni torear las líneas más invisibles. Dámaso desde la naturalidad, Dimas desde el arrojo siempre se ubicaban frente a la pelota.
Cualquiera puede cometer errores, el punto es tener la disposición, el coraje, la épica para enmendarse y regresar con las mejores correcciones luego de cada uno de ellos. Los pitchers sabían que luego de un error Dámaso podía ejecutar la jugada más fantasmal, que Dimas registraba la arcilla de tercera base hasta estremecerla. Regresaban como los contendores más obstinados, como los rivales más obcecados, como los tiburones que han recibido el arponazo más profundo. Si alguna pelota rebotaba de su guante o pomponeaba en sus dedos la rescataban en el aire y lo que enviaba n a primera base era poco menos que un misil. Ni Dámaso ni Dimas contaban con datos sabermétricos, tal vez sus managers les hacían alguna observación cada cierto tiempo, solo trabajaban a punta de memoria, de las previsiones que les aportaba la experiencia, siempre tenían la capacidad para reponerse si la ubicación no había sido la mejor, de un salto podían atacar y alcanzar la pelota.
Siempre me llamó la atención como Dámaso podía bajar hasta casi cinco metros del plato cuando el toque estaba más que cantado, solo pensar que podían cambiar la seña y batear un lineazo estridente me hacía temer por la integridad física del tercera base. Más de una vez escuché o vi como los reflejos de Dámaso le permitía soltar un guantazo para atrapar la pelota frente a su rostro, o lanzarse hacia atrás para capturar un roletazo ígneo que amenazaba con internarse en las profundidades del jardín izquierdo. Ese instinto, esa determinación quedo grabado en aquella Serie del Caribe cuando Dámaso desactivó aquel intento de squeeze play de Santos Alomar, cuando vino corriendo hacia el plato y con la mano limpia tomó la pelota para hacer out al corredor en la mascota del cátcher Ray Fosse, o la vez que descifró las intenciones de Victor Davalillo para abalanzarse cual relámpago sobre el toque de pelota a escasos metros del plato y sobre la marcha disparar a primera base para sacar a Vitico en el salto.
Las intervenciones de Dimas resultaban tan impresionantes y fantásticas que hasta el propio Bill Madlock en un entrenamiento primaveral, de acuerdo a lo reportado por el periodista Rodolfo Mauriello en su columna Extrainning, antesalista regular de los Piratas de Pittsburgh a mediados de los años 1980s, al observar varias atrapadas de Dimas sobre la raya de tercera base delante y detrás de la almohadilla, y otras tantas hacia el lado del guante, además de varios toque tomados a mano limpia en la vecindad del plato; silbó y exclamó; “Unbelievable! ¡Voy a tener que dar lo mejor de mí en estos entrenamientos, sino es muchachito me puede quitar el puesto de titular!” Como nunca en un entrenamiento primaveral, ese día Madlock le pidió al manager que lo incluyera en el juego en el octavo inning, solo para jugar a la defensiva, no importaba si no tomaba turno al bate. Chuck Tanner se quedó mirando a Madlock como diciendo: ¨¿Estás seguro de lo que dices?”
Ahora los terceras bases con excepciones como Nolan Arenado entre otros, parecieran predispuestos a torear los misiles bateados hacia ellos, parecieran olvidar porque a esa posición siempre la han llamado “la esquina caliente”, al punto de que han perdido varios juegos por no ejecutar los fundamentos defensivos esenciales de un tercera base. Cuando se tuvo la oportunidad de apreciar el juego preciso, agresivo e intenso de antesalistas como Dámaso y Dimas, se sufre mucho al observar como de manera frecuente se cometen errores por no atacar la pelota de frente, o no anticipar la jugada, aún cuando ahora se cuenta con sofisticadas herramientas estadísticas. Dámaso y Dimas siempre estaban entre los mejores antesalistas defensivos de la liga venezolana. Aunque esos numeritos son poco conocidos, quienes han tenido la ocasión de revisarlos entienden y reconocen porque estos dos peloteros merecen ser considerados entre los mejores cinco terceras bases defensivos de la liga en toda su historia.
Alfonso L. Tusa C. 18 de noviembre de 2022. ©
lunes, 21 de abril de 2025
Alta y adentro: Apreciando a Bob Gibson. Miercoles, 16 de diciembre de 2009. MARK J. EHLERS
Todo llegó junto en el verano de 1967, cuando yo tenía 8 años de edad, y el beisbol llegó a mi vida para bien. Atrapé mi primera pelota ese verano, un elevado alto bateado con un fungo por mi entrenador de pequeñas ligas. Con un cielo azul y brillante en el entorno, la blancura de la pelota se reflejaba en la incandescencia del sol, mis ojos estaban pegados en la rotación de las costuras mientras la pelota navegaba alto en el aire, me moví tres metros a mi derecha y la recibí en la malla de mi guante. Aprender a sobreponerme al miedo a la pelota y reconocer mi capacidad para el juego me ayudó a tener una confianza en mí, en el diamante de beisbol, que ha permanecido conmigo desde entonces. Desde ese momento, no hubo pelota bateada hacia mi que no pudiera atrapar, o así lo creía, la dimensión más importante de cualquier deporte. Se había formado un vínculo entre el beisbol y yo. El olor de la grama en el aire, sentir el cuero en mi mano, el sonido de la pelota conectada por un bate de madera, la belleza de los campos verdes cercados y las perfectas dimensiones entre las bases, eso se convirtió en mi religión. Batear, fildear, y lanzar se convirtió en parte de mi existencia diaria mientras el juego tomaba mayores dimensiones. El beisbol era más que solo un juego; era una actividad seria con significado y propósito. Sobre todo, me hacia exponer mis instintos competitivos. Me convertí en alguien quien quería ganar, mi identidad estaba conectada a ganar o perder sobre el campo de beisbol.
Fue durante ese verano que supe de Bob Gibson por primera vez, el gran as de pitcheo de los Cardenales de San Luis. Como un muchacho pequeño con amor por el beisbol y pasión por los Cardenales, no había pelotero que deseara emular más que a Gibson. Desde los inocentes intereses de un niño de New Jersey central, Gibson era todo en lo que deseaba convertirme, un atleta talentoso, gran competidor, ganador.
Recientemente me tropecé una entrevista de Bob Costas con Gibson y Tim McCarver en el canal de MLB, lo cual me hizo reflexionar sobre Gibson y lo que significa para mí. Cuando pienso en Gibson, una parte de mí regresa a cuando tenía nueve años, y vi en nuestro televisor a blanco y negro como Gibson lanzaba el primer juego de la Serie Mundial de 1968, ponchó a diecisiete Tigres de Detroit y estableció una marca de todos los tiempos en la serie que aún sigue vigente. Ver a Gibson lanzar era como observar a un gran artista hacer su trabajo. Tenía un windup completo desde el tope de su cabeza y un despliegue atlético y estilizado. Su pierna izquierda se levantaba y giraba alrededor de su cintura mientras se inclinaba hacia atrás, miraba sobre su hombro izquierdo, hasta que su cuerpo se dirigía hacia el plato. Cuando soltaba la pelota, sus brazos flotaban mientras su pierna derecha pasaba sobre su cuerpo con un súbito movimiento lateral que terminaba con todo su peso sobre su pie derecho, desplazando su cuerpo y todo su momento hacia primera base. Como Roger Angell lo describiera en Late Innings (Innings finales) (Ballentine Books, 1982), “el lanzamiento y su amplificación extendida hacía parecer como si Gibson estuviera saltando sobre el bateador, de manera hostil. Siempre parecía estar más cerca del plato al final que cualquier otro pitcher; él hacía que pitchear pareciera algo malicioso”.
Durante una buena parte de la carrera de Gibson, su estilo de pitcheo de hecho parecía malicioso. En diecisiete temporadas con los Cardenales, Gibson ganó 251 juegos, ponchó 3117 bateadores, y lanzó 56 blanqueos y 255 juegos completos. Dejó sin hits ni carreras a los Piratas en 1971 (Todavía tengo el recorte de periódico de ese juego), ganó dos premios Cy Young (1968 y 1970) y un Jugador más Valioso (1968), nueve guantes de oro seguidos (1965-1973), y fue el último pitcher en ganar 20 juegos y batear para un promedio de .300 (1970). En 1968, su mejor año, Gibson casi alcanzó la perfección, lanzó 13 blanqueos y terminó con una efectividad casi inhumana de 1.12 en 305 innings lanzados. A diferencia de los pitchers abridores e hoy, quienes raramente lanzan más de unos pocos juegos completos en una temporada, Gibson completó 28 juegos en 34 aperturas, y no fue sacado ni una vez de un juego en medio de un inning en toda la temporada. Es difícil comprender que Gibson haya perdido nueve juegos esa temporada (terminó con marca de 22-9), hasta que se descubre que perdió cinco juegos con marcador de 1-0. Sus compañeros le daban un apoyo ofensivo disminuido, promediaban 2.8 carreras por juego en sus aperturas. “No hay que preguntar porque yo siempre estaba gruñendo”, recordó Gibson después. La actuación de Gibson fue tan espectacular (en un año de muchas grandes actuaciones de pitcheo) que MLB bajaron el montículo de pitcheo cinco pulgadas y redujeron la zona de strike en todas las direcciones al inicio de la temporada de 1969.
Gibson se convirtió en mi pelotero favorito de todos los tiempos cuando leí su libro, From Ghett to Glory (Del Ghetto a la Gloria) (Popular Library, 1968), un recuento autobiográfico de su vida, y para mi a los nueve años de edad, el primer libro largo que hubiese leído. El más pequeño de siete hijos, Gibson creció sin padre en los barrios de Omaha, Nebraska, cuando la segregación y el racismo prevalecían en la mayor parte del país. From Ghetto to Glory y después, una versión actualizada, Stranger to the Game (Un Extranjero para el Juego) (Penguin Books, 1994), presentaron a Gibson como un hombre muy inteligente y reflexivo que poseía una gran honestidad, un gran sentido de justicia, y un intenso espíritu competitivo.
Gibson era un competidor tan intenso que odiaba jugar el los Juegos de Estrellas porque tenía que hablar con jugadores contra quienes lanzaba todo el año. Odiaba especialmente lanzarle a un cátcher de otro equipo por temor a que este descubriera algo de sus técnicas de pitcheo. Rechazaba sacrificar cualquiera asomo de competitividad que pudiese tener. Luego de su actuación record en la Serie Mundial de 1968, un reportero le preguntó si siempre había sido tan competitivo como había parecido ese día. Gibson dijo si, y dijo que había jugado con su pequeña hija centenares de juegos de ticktacktoe y la había vencido todas las veces. Aunque lo dijo con una leve sonrisa, nadie dudaba que decía la verdad. Gibson no se permitía perder con nadie.
Como un niño, yo veía a Gibson como nada menos que un héroe o modelo a seguir, sin embargo desde entonces he leído que muchas personas percibían a Gibson como alguien distante, frío y por momentos impersonal. Encuentro esto interesante solo por que contrasta con mi percepción de él. Sus amigos y compañeros de equipo siempre han descrito a un hombre cálido y afectuoso quien tomaba muy en serio los lazos de amistad. Joe Torre, quien jugara con Gibson en los cardenales a principios de los años ’70 y se convirtió en uno de sus mejores amigos, le dijo a Roger Angell en Late Innings que Gibson “puede parecer distante e indiferente para algunas personas, pero él no es la persona fría como ha sido catalogado…Él es un tipo profundo”. Torre describió como Gibson una vez le envió una fotografía de si mismo y la firmó, “Con mucho cariño, Bob”. En el mundo lleno de machismo de los deportes profesionales, preguntó Torre, “¿Cuántos otros peloteros harían eso?”
Durante la entrevista de Costas, McCarver contó la historia de cómo, cuando él fue llamado por primera vez como un joven cátcher a principios de los años ’60, el manager Johnny Keane le pedía a McCarver que le dijera a Gibson que bajara su ritmo (él siempre fue un trabajador muy rápido en el montículo). En un juego a principios de la temporada, Keane le indicó a McCarver que fuese al montículo para hablar con Gibson. Cuando McCarver se aproximó a la lomita, Gibson lo escrutó con su famosa mirada y dijo, “¿Qué haces aquí? Solo dame la pelota. Lo único que sabes de pitchear es que es difícil batear”. McCarver caminó de regreso al plato sin decir una palabra. Le dijo a Keane en el entreinning, “Si quiere que Gibson trabaje más lento, dígaselo usted”. Por los próximos seis años McCarver rechazó acercarse al montículo cuando lanzaba Gibson. Así era como le gustaba a Gibson. A pesar de sus diferentes estilos y procedencias, los dos hombres se hicieron buenos amigos y lo siguen siendo hoy.
Gibson le dijo a Costas que, después de retirarse, se enteró de que todos pensaban que era cruel porque miraba fijo al bateador, como si tratara de intimidarlo. Gibson dijo que simplemente eso no era verdad. Él usaba anteojos fuera del terreno, y debido a su pobre visión, tenía que esforzarse para ver las señas del cátcher. Dijo que su hubiese sabido que los bateadores se sentían intimidados por él, “¡Habría tratado de lucir más feo!”
La intensidad competitiva de Gibson y la maestría de lanzar adentro incrementaron su reputación por intimidar a los bateadores contrarios. Algunos pensaron que él lanzaba intencionalmente hacia los bateadores, pero no era así, y Gibson pensaba que se trataba de racismo. Él hacía lo que todos los buenos pitchers de entonces, incluyendo a Drysdale, Koufax, Wynn y Seaver, el lanzaba adentro para evitar que el bateador se sintiera cómodo en el plato y tratara de extender sus brazos con los pitcheos en la esquina de afuera. Como Gibson lo explicó en Stranger to the Game:
Yo lancé en un período de inestabilidad civil, de poder negro y puños crispados y edificios incendiados y asesinatos y disturbios en las calles. Era un país lleno de gente negra rabiosa en esos días, y por extensión, y por mi actitud en el montículo, yo era percibido como uno de ellos. Había algo de verdad en eso, pero eso tenía poco, si había algo que ver con la forma como yo trabajaba un bateador. Yo no veía el color del bateador. Miraba su estilo, su zona de strike, su velocidad con el bate, su poder, y sus debilidades.
En el mundo de acuerdo a Bob Gibson, la mayoría de los bateadores que son golpeados es debido solo a su responsabilidad. Ellos fallan en respetar el lanzamiento adentro y por tanto se encuentran invadiendo el plato, para buscar el pitcheo de afuera. Gibson creía que la zona exterior del plato le pertenecía. Si cazaba a un bateador inclinándose para sacar ventaja, soltaría una recta seis pulgadas hacia adentro “para hacerlo un hombre honesto”. Para Gibson, el lanzamiento a la espalda es “el pitcheo más malentendido del beisbol. No significa…castigar a un bateador por el propio error del pitcher, como se especulaba a menudo. Si yo efectuaba un mal lanzamiento, yo merecía ser atacado. Pero si yo hacía un buen pitcheo y el bateador aún lo golpeaba duro, entonces tenía que encontrar de establecerme. Lanzar adentro podría ser un punto de partida, para dejarle saber al bateador, por lo menos, que yo estaba ahí y tenía que ser tomado en cuenta”. Por supuesto, Gibson voluntariamente sacaba ventaja de su reputación. En 1968, después que los Medias Blancas cambiaron a Tommie Agee a los Mets, Gibson golpeó a Agee en el casco con el primer pitcheo del primer inning del primer juego de los Cardenales en el entrenamiento primaveral. Cuando Agee se levantó lentamente hasta pararse, varios periodistas le gritaron, “¡Bienvenido a la Liga Nacional, Tommie!” Agee nunca se sentiría cómodo bateando contra Gibson, quien había establecido su presencia satisfactoriamente.
Gibson iba muy en serio, en todo lo que hacía. Él no conocía otra forma. Cuando jugaba con los Trotamundos de Harlem a finales de los años ’50 (Gibson fue un baloncetista estrella en la secundaria y la universidad), Gibson dijo después que “odiaba todas esas payasadas. Yo quería jugar todo el tiempo, me refiero, quería jugar para ganar”. Jugó por dos temporadas antes de enfocar todas sus energías hacia el beisbol.
Los compañeros de equipo de Gibson sabían que cualquier vínculo que disfrutaban con él como compañero o amigo podía convertirse contra ellos como su oponente, si ellos eran cambiados. Bill White, quién jugaba primera base con los Cardenales y compartió habitación con Gibson en 1964 (cuando vencieron a los Yanquis en la Serie Mundial), fue uno de esos amigos. Cuando White fue cambiado a los Filis después de la temporada de 1965, Gibson lo golpeó con una recta la primera vez que lo enfrentó. Como Gibson le explicara después a Angell, “Aún antes de que Bill fuera cambiado, yo solía decirle que si alguna vez se sumergía a través del plato para hacerle swing a un pitcheo afuera, de la forma que a él le gustaba, yo tendría que golpearlo. Y entonces, a la primera oportunidad, él fue a buscar un pitcheo que estaba esto de lejos hacia afuera y le hizo swing, por eso lo golpeé en el codo con el próximo lanzamiento”. Para Gibson, todo esto era parte del juego. “¡Ese pitcheo, esa parte del plato, me pertenecen!”
Gibson es un hombre orgulloso, confía en si mismo, y sensible a los deslices raciales y discriminación histórica. Un hombre de opiniones fuertes acerca de la raza y la política, en sus días como jugador raramente las expresaba en público y no dejaba que sus preocupaciones sociales interfirieran con sus instintos competitivos. Un día, en 1968, un reportero de televisión le preguntó a Gibson sobre una manifestación por los derechos civiles que se realizaba ese día. Gibson respondió, “No me importa un …(grosería). Tengo un juego que lanzar”.
Gibson, sin embargo, siempre ha tenido un marcado sentido de lo justo y lo equivocado. Víctima del racismo y la pobreza extrema, su padre falleció antes que él naciera y Gibson sufrió numerosas enfermedades infantiles, incluyendo asma, soplo al corazón, y malnutrición de calcio, por las cuales contrajo neumonía y casi falleció; mientras era un infante, fuer mordido por una rata en una oreja. Él se sobrepuso a todo esto para convertirse en un atleta estrella de escuela secundaria en pista, baloncesto y beisbol, aun así fue dejado de lado por Indiana University debido a que habían llenado su cuota de baloncestistas negros (uno). Cuando tenía 18 años de edad, en su segundo año en Creighton University, acompañó a su equipo de baloncesto hasta Oklahoma en tren para jugar ante la University of Tulsa. En la vía, le informaron a Gibson que no podría comer o dormir con sus compañeros cuando llegaran. “Lloré cuando me dijeron eso”, recordó Gibson con Angell. No hubiera ido si hubiese sabido. No estaba listo para eso”. En 1959, cuando llegó al entrenamiento primaveral en St. Petersburg, Florida, y trató de registrarse en el hotel del equipo, se enteró de que los peloteros negros tenían que quedarse en otro lugar de la ciudad.
Moldeado por estas experiencias, Gibson desarrolló una compasión por las víctimas de la injusticia y el prejuicio. En Late Innings, Angell describió un incidente hace muchos años en el cual otro pelotero hizo comentarios antisemitas sobre un relacionista público judío quien era amigo de Gibson. Gibson detuvo al pelotero a mitad de la oración y le advirtió que mantuviera su distancia. “Y si alguna vez lanzo contra ti, te voy a golpear en el coco con mi primer lanzamiento”. (de acuerdo a Angell, este jugador en particular, afortunada o desafortunadamente, nunca enfrentó a Gibson).
Curt Flood, quien jugó el jardín central para los Cardenales durante la mayor parte de la carrera de Gibson, y quien era muy buen amigo de él, una vez recordó con Peter Goldenbock en una entrevista publicada en The Spirit of St. Louis (Spike, 2000) acerca de la dimensión humana del beisbol, sobre las amistades hechas y los vínculos formados. Aunque Flood cambiaría eventualmente al beisbol para siempre cuando retó a la clausula de la reserva en un caso que llegó hasta la Corte Suprema de los Estados Unidos, él reflexionó sobre el impacto que Gibson y otros tuvieron sobre los Cardenales de San Luis de 1967 y 1968, y como su diverso grupo de peloteros en cuanto a raza y geografía se sobrepuso a sus diferencias para desarrollar relaciones duraderas. La descripción de Flood refuerza en mí lo que más admiro de Gibson, y me deja con un sentido de esperanza y optimismo:
Los hombres de ese equipo estaban tan cercanos de ser libres del veneno racista como pudiera serlo un grupo diverso de estadounidenses del siglo veinte. Pocos de ellos habían sido de esa manera cuando llegaron a los Cardenales. Pero cambiaron. La iniciativa de construir ese espíritu vino de los miembros negros del equipo. Especialmente de Bob Gibson…Todo empezó con Gibson y yo saltando sobre barreras tradicionales para establecer comunicación con los carapálidas.
“¿Qué tal si salimos a tomar un trago después del juego?” Hoot (Gibson) le preguntaba a un pelotero quien nunca en su vida había ido a un bar con un hombre negro. Fue despreciado más de una vez. Tambien yo. Pero el espíritu era infeccioso. Luego de romper el hielo y traer a unos pocos a nuestro lado, los otros se sintieron mejor acerca de ellos y nosotros. Se desarrollaron amistades verdaderas. Tim McCarver era un niño blanco de Tennessee y nosotros eramos negros, gatos negros. La brecha era amplia y profunda. No pertenecía allí, pero ahí estaba. Hicimos un puente. Simplemente insistimos en conocer a McCarver y que él nos conociera. La extrañeza desapareció. La amistad fue más natural y normal que acampar en lados opuestos de una división que ninguno de nosotros había creado y de la cual ninguno de nosotros podía beneficiarse…
Eso era beisbol a un nuevo nivel. En ese equipo, estábamos pendientes de cada quien y compartíamos con cada cual, y reconócelo, nos inspirábamos los unos a los otros. Como amigos, nos habíamos convertido en respetuosos de las dolencias y excentricidades de cada quién, orgullosos de las fortalezas de cada cual. Habíamos alcanzado una cercanía imposible de lograr por otros medios.
Ahí estábamos, incluyendo al volátil Orlando Cepeda, el imposible Roger Maris, y el impenetrable Gibson, tres celebrados candidatos a la desunión. Ahí estábamos, latinos, negros, blancos liberales, y picamaderas redimidos, el mejor equipo del juego y el más exultante. Un hermoso adelanto de lo que sería la vida cuando los estadounidenses finalmente se integraran.
Hacia el final de From Ghetto to Glory, Gibson escribió, “Prefiero ser conocido como Bob Gibson, gran estadounidense, que como Bob Gibson, gran beisbolista”.
Mark J. Ehlers es un padre, abogado, estudiante de la vida, fanático del beisbol, filósofo político a medio tiempo, crítico social, y buscador de conocimientos, tranquilidad espiritual, y una risa ocasional. Es el autor de dos libros: Eat Bananas and Follow Your Heart: Essays of Life, Politics, Baseball and Religion (Bookstand Publishing 2011) y Life Goes On; More Essays on Life, Baseball, and Things that Matter (Bookstand Publishing 2013). Su cuento, “The Boy and the Rabbi”, fue publicado en Short Story America Anthology: Volume I (2011).
Traducción: Alfonso L. Tusa C. Agosto 03, 2015.
domingo, 20 de abril de 2025
La vida supersticiosa de Mike Cuellar. Esquina de las Barajitas.
26-06-2015. Bruce Markusen.
Mike Cuellar ganó compartido el premio Cy Young de la Liga Americana en 1969. Aún una mirada rápida a la barajita Topps de Mike Cuellar de 1975 revela el rostro de un veterano endurecido. El primer plano extremo nos da una buena mirada lateral de su cara, la cual tiene marcas de acné y colores oscuros. Es la cara de un hombre quién ha resistido mucho en su vida, al crecer en Cuba y tener que emigrar a Estados Unidos. Luce como un veterano quién ha tenido su cuota de momentos difíciles, particularmente en sus días iniciales como pitcher profesional, antes de convertirse en pilar exitoso con varios equipos de campeonato en Baltimore.
Al hacer una inspección más cercana, también se puede notar un error en el frente de la barajita de Cuellar. Cuando miramos su nombre, impreso en la parte inferior de la barajita, se puede leer “Mike Cueller”. Eso es Cueller, con “e”. Pero debería ser Cuellar con “a”. Conociendo algo a Cuellar, puedo imaginar que no le gustó ver tal error en su barajita de beisbol. Uno de los hombres más supersticiosos del juego, Cuellar debió haber pensado que escribir mal su nombre conllevaría a un terrible grado de mala suerte. No, no creo que a Cuellar, le haya gustado eso para nada.
Para la primavera de 1975, cuando Topps publicó esta barajita de borde azul y anaranjado como parte de su colección anual, Mike Cuellar se había establecido como uno de los zurdos más ganadores del juego. Jim Palmer y Dave McNally habían monopolizado la mayoría de los titulares del cuerpo de lanzadores de los Orioles, pero Cuellar tuvo también su buena cuota de cargas pesadas, en términos de innings lanzados y lograr victorias. Las victorias se han convertido en un tema de debate para los pitchers; hay algunos sabermétricos a quienes les gustaría ver las victorias desconectadas o descartadas. Para bien o para mal, Cuellar alcanzó muchas victorias hacia finales de los años ’60 y comienzos de los ’70: 23 victorias en 1969, 24 en 1970, seguidas de años de 20, 18, 18, y 22, el último total correspondiente a 1974, cuando lideró la Liga Americana en porcentaje de victorias. El total disminuiría a 14 en 1975, marcando el inicio de la fase de declive de Cuellar.
Es fácil olvidar que la prolongada carrera de Cuellar empezó años atrás en Cincinnati, cuando la franquicia era aún conocida como los Red Legs (Piernas Rojas), y no Rojos. Cincinnati lo firmó en 1957 fuera de Cuba, donde él lanzaba para el equipo del ejército cubano. Esa no era una tarea fácil, dada la presión que los jugadores sentían del dictador cubano Fulgencio Batista, un hombre a quien no le gustaba perder. Luego de firmar a Cuellar, los Rojos lo asignaron a La Habana. Allí fue donde los Rojos habían juiciosamente establecido su principal equipo afiliado de ligas menores, conocido como los Sugar Kings, como estrategia para entrar al mercado cubano. (Los Rojos tenían otros valiosos jugadores cubanos en La Habana, incluyendo a Cookie Rojas, Leo Cárdenas y Tony González).
Cuellar agenciaría dos buenas temporadas para los poderosos Sugar Kings antes de recibir una promoción a Cincinnati a comienzos de la temporada de 1959. Hizo dos apariciones como relevista pero fue bateado muy duro, lo cual convenció a los Red Legs de que él necesitaba desarrollarse más en las ligas menores.
A su regreso a La Habana, Cuellar lanzó bien, pero su carrera fue afectada el siguiente verano, cuando los Red Legs reubicaron su afiliado de AAA desde La Habana hasta Jersey City a media temporada. Ese movimiento de la franquicia resultó ser un karma para Cuellar, quién pasó los próximos veranos de liga menor saltando de aquí para allá y acullá. Cuellar lanzó para unos cuantos equipos afiliados, pasó algún tiempo en préstamo a la organización de los Mellizos de Minnesota, y hasta jugó algún tiempo en la Liga Mexicana. Entonces los rojos lo cambiaron a los Indios de Cleveland, quienes lo prestaron por un tiempo a los Tigres de Detroit antes de negociar su contrato a los Cardenales de San Luis. Caaramba. Era suficiente para convencer a un hombre menos determinado de renunciar al juego, pero Cuellar perseveró en su búsqueda de un lugar más permanente en las Grandes Ligas.
Luego de tener dificultades con los Cardenales en 1964 y no aparecer para nada en la Serie Mundial de ese otoño, Cuellar recibió la oportunidad que necesitaba en la primavera de 1965. En la fecha límite para hacer cambios del 15 de junio, los Cardenales cambiaron a Cuellar y al veterano relevista Ron Taylor a los Astros de Houston por el lanzador derecho Chuck Taylor y el zurdo Hal Woodeshick.
Los Astros de la expansión, quienes habían entrado a la liga solo tres años antes como Colt.45s, tenían una necesidad mucho mayor de pitcheo que los establecidos Cardenales. Cuellar lanzó principalmente como relevista para Houston, pero también hizo cuatro aperturas . Él develó un screwball que había experimentado inicialmente en San Luis. Los Astros vieron lo suficiente para hacerlo parte de su rotación a tiempo completo en 1966.
Asistido por las dimensiones del Astródomo de Houston favorables a los pitchers y las condiciones generalmente difíciles que existían para los bateadores a mediados de los años ’60, Cuellar logró buenas efectividades en las próximos tres años. No ganó una tonelada de juegos. Pero un verano fue llevado al equipo de la Liga Nacional para el Juego de Estrellas, asomando algo del gran éxito que eventualmente le esperaba en el camino. También mostró una gran competitividad. Cuando el manager de los Filis de Filadelfia, Gene Mauch, lo mantuvo relegado en el banco, Cuellar tuvo que ser contenido para que no fuese tras él. “Quería darle un puñetazo en la nariz”, le dijo Cuellar a The Sporting News.
Luego de la temporada de 1968, Cuellar se reportó a la pelota invernal de Puerto Rico. Un día, él dominó a un equipo rival que contaba con un despliegue de jugadores de ligas mayores: Paul Blair, Orlando Cepeda, Dave Johnson y Tany Pérez. Al emplear su devastadora screwball contra la serie de experimentados bateadores derechos, Cuellar impresionó al manager rival. Este no era otro que el inquilino del Salón de la Fama, Earl Weaver, quien notó lo que el zurdo le había hecho a sus bateadores “parecen como tontos con esa screwball”.
Weaver hizo un reporte de Cuellar a su gerente general, Harry Dalton. El superscout de los Orioles, Jim Russo, uno de los grandes evaluadores de talento del juego, también avaló a Cuellar. Más tarde ese invierno, los Orioles empezaron a conversar de transacción con los Astros, quienes tenían interés en el utility de buen bateo Curt Blefary. Dalton pidió a Cuellar como parte del paquete de retorno. Así que el 4 de diciembre, los Orioles enviaron a Blefary y a un jugador de ligas menores a Houston por Cuellar, el campocorto de gran defensiva Enzo Hernández, y a otro jugador de ligas menores.
Los críticos del cambio cuestionaron porque los Orioles estaban tan interesados en un veterano de 32 años quién lo mejor que podía ser catalogado era como lanzador de pelotas engañosas. Otros críticos alegaron que Cuellar carecía de agallas y no quería lanzar en juegos importantes. Esos críticos sabían muy poco acerca de Mike Cuellar.
La apariencia física de Cuellar era muy engañosa. Con alrededor de 1,80 de estatura y 83 kg de peso, él no lucía particularmente grande o poderoso. Pero sus compañeros de los Orioles pronto se maravillaron con la fuerza de su apretón de manos, el cual podía ser comparado con la presión de una prensa. Al unirse a la rotación que contaba con Palmer, McNally y el derecho Tom Phoebus, la nueva adquisición de los Orioles tomó su lugar como uno de los ases dela rotación. La efectividad de 2.38 lograda por Cuellar casi alcanza la de Palmer. Acumuló un tope para los Orioles de 290 innings lanzados, ganó 23 de sus decisiones, también el tope de los Orioles. Tanto como cualquiera, Cuellar ayudó a los Orioles a tomar una ventaja de 19 juegos en la recién constituída división este de la Liga Americana. La actuación de Cuellar le ganó un premio Cy Young compartido, con el más famoso Denny McLain de Detroit.
El trabajo de Cuellar desmejoró algo en 1970, su efectividad subió a 3.48, pero en realidad él llevaba una carga más pesada para los Orioles. Sus 40 aperturas y 21 juegos completos no solo lideraron a los Orioles; sino a la liga. Cuellar ganó 24 de 32 decisiones, empujando su porcentaje de victorias hasta .750 para comandar la liga. Esta vez Cuellar llegó cuarto en la votación del Cy Young, mientras proveía el complemento perfecto para Palmer y McNally. Afincados en su pitcheo, los Orioles ganaron 108 juegos, ganaron la división este en otra escapada, y eventualmente vencieron a la “Gran Maquinaria Roja” de Cincinnati en enfrentamiento de super poderes en la Serie Mundial. En un desenlace apropiado, Cuellar finalizó la serie con una victoria de juego completo en el quinto juego, lo cual le permitió iniciar la celebración de los Orioles en el campo con un abrazo de Brooks Robinson.
Con 47 triunfos en las últimas dos temporadas en Baltimore, Cuellar había justificado por completo el cambio con los Astros, quienes ya habían salido del defensivamente exigido Blefary. Cuellar ganaría 20 juegos más en 1971, uno de cuatro abridores Orioles que eclipsaron esa marca aquel verano. Una vez más llevó una dura carga de más de 290 innings lanzados, Cuellar bajó su efectividad en más de media carrera y asistió al Juego de Estrellas por segunda vez consecutiva. Como se esperaba, los Orioles ganaron su tercer título divisional seguido, antes de perder la Serie Mundial en un disgusto monumental ante los Piratas de Pittsburgh.
Fue durante esa serie que Cuellar tuvo un desliz momentáneo que afectó a los Orioles. En el tercer juego, Cuellar perdía 2-1, cuando enfrentó a Roberto Clemente para empezar el séptimo inning. Revisando el swing, Clemente bateó un rodado a manos de Cuellar quien atrapó la pelota fuera de balance. A sabiendas de que Clemente correría duro desde el comienzo, Cuellar apresuró su tiro a primera base, y Boog Powell hubo de abandonar la almohadilla. El error prendió la mecha para un racimo de tres carreras para los Piratas, quienes abrieron el juego para encontrar la manera de controlar la marea de los Orioles, luego de perder los dos primeros juegos de la serie.
Hubo un toque de dejà vu en la jugada que involucró a Cuellar y Clemente. El invierno previo, los dos veteranos habían tenido un encontronazo durante la liga invernal puertorriqueña. Cuellar jugaba para Clemente, un practicante de la vieja escuela quien creía que se debía aplicar las mismas reglas a todos. Desde el principio Cuellar dejó una mala impresión al reportarse a la pelota invernal fuera de forma. Entonces Cuellar hizo ver que el quería lanzar de acuerdo a su plan y no el de Clemente. Eso no funcionó con Clemente, quién le dejó saber a Cuellar que tendría que ajustarse. Cuellar no lo hizo; renunció al equipo a media temporada, Clemente estaba furioso.
La conducta de Cuellar en la pelota invernal ejemplificaba su personalidad fuera de lo normal y también ayudaba a explicar como se ganó el apodo de “Crazy Horse” (Caballo Loco) durante sus años con los Orioles. En quizás su arista más extrema, Cuellar creía fuertemente en el espíritu de una gorra de beisbol especial, la cual el sentía debía usar en cualquier juego que lanzara. En una ocasión, Cuellar olvidó esta particular gorra y pidió que los Orioles se la enviaran a Milwaukee, donde jugaban una serie contra los Cerveceros. “Tuvimos que llamar al hombre del clubhouse en Baltimore para que nos enviara por correo aéreo esa condenada gorra”, explicó Earl Weaver al Baltimore Sun. Pero cuando la gorra llegó a Milwaukee, Cuellar notó que esa era su gorra de práctica, y no la de jugar. Sin su habitual gorra usada, Cuellar no quiso pitchear contra los Cerveceros. De allí el apodo de Crazy Horse.
Mientras tales incidentes colocaban a Cuellar en la categoría de alto cuidado, los Orioles estaban más que deseosos de mantenerlo debido a su sentido del humor tipo payaso que lo hizo un miembro popular del clubhouse y un divertido participante de la celebrada “Kangaroo Kourt” (Corte de los canguros). La creencia de Cuellar en los poderes místicos de su gorra era una de una horda de supersticiones que mantenía y practicaba. Consideremos algunas de las otras:
· Cuando Cuellar llegó a los Orioles, insistió en que el cátcher de reserva Clay Dalrymple recibiera sus envíos de calentamiento previos al juego. No solo eso, Cuellar hizo las diligencias para que otro cátcher de los Orioles, Elrod Hendricks, se parara en el plato con un bate mientras el completaba su calentamiento. Dalrymple se retiró en 1971, y Cuellar se vio forzado a adoptar un plan de reemplazo. Llamó al coach de los Orioles, Jim Frey, parta que le sirviera como su nuevo cátcher antes del juego.
· Los días cuando lanzaba, Cuellar fumaba un cigarrillo en el pasillo del duogut mientras los Orioles bateaban. Una vez que un bateador de los Orioles era retirado, Cuellar apagaba el cigarrillo y lo botaba. Al final de cada inning, Cuellar no salía del dugout para regresar al montículo hasta que su cátcher, usualmente Hendricks o Andy Etchebarren, se había puesto las rodilleras. Entonces cuando caminaba hacia el montículo, nunca pisaba la raya de cal.
· Una vez en el montículo, Cuellar no permitía que nadie le lanzara la pelota. En su lugar el solo tomaba la pelota desde el suelo. En una ocasión, un jugador rival decidió divertirse con Cuellar. Alex Johnson de los Indios de Cleveland, otro interesante personaje, realizó el tercer out del inning y entonces caminó lentamente hacia el cuadro interior. Al caminar cerca del montículo justo cuando Cuellar llegó, Johnson le lanzó la pelota al peculiar veterano. Cuellar eludió la pelota aparatosamente, evitando que la pelota siquiera lo tocara. El recogebates tomó entonces la pelota y se la lanzó a Cuellar por segunda vez. De nuevo, Cuellar la eludió.
· En las giras de los Orioles, Cuellar siempre viajaba usando un traje azul. No solo un traje, tenía que ser azul, sin falta. Y entonces, la noche antes que lanzara, Cuellar siempre cenaba comida china.
Las supersticiones de Cuellar ganaban titulares, aparentemente más que su contínuo pitcheo de calidad. Aún cuando los Orioles tuvieron un año poco satisfactorio en 1972, Cuellar subió el nivel de su actuación otra vez. Lanzó para una efectividad de 2.57 (su más baja desde 1969), emergió como el claro número 2 detrás de Palmer. Tendría dos excelentes temporadas más en 1973 y 1974, para ayudar a los Orioles a otros dos títulos divisionales. Su calidad se mantuvo alta en la postemporada, aunque los Orioles perdieron series de campeonato seguidas ante los Atléticos de Oakland.
Aunque Cuellar permanecía subestimado por el público, quizás por la falta de una recta de alto octanaje, sus amigos y coaches de los Orioles llegaron a apreciar su talento. Su vasto repertorio de lanzamientos incluía dos tipos de screwball, dos curvas, un cambio, un slider y una recta. “Él era como un artista”, le dijo Palmer al New York Times años después al describir a un pitcher que alcanzó la marca de 200 ponches una vez. “Él podía plasmar una pintura diferente cada vez que salía allí afuera. Él podía trabajarte con minuciosidad. Podía matarte con la curva y el screwball. Desde 1969 hasta 1974, él fue probablemente el mejor pitcher zurdo de la Liga Americana”.
No fue hasta 1975 que Cuellar empezó a mostrar señales de desgaste, lo cual era perfectamente comprensible dado que para ese momento tenía 38 años. Su efectividad subió a 3.66, su nivel más alto desde que había tenido dificultades con los Cardenales en 1964. La situación empeoró en 1976, los problemas en el brazo lo limitaron apenas a superar los 100 innings, una efectividad de 4.64, y una poco característica marca de ganados/perdidos de 4-13. Convencidos de que Cuellar estaba acabado, los Orioles lo cesantearon en diciembre.
Debido a su nombre y status, Cuellar recibió una oportunidad más cuando los Angelinos de California lo llamaron. Necesitados de pitchers experimentados, los Angelinos lo firmaron en enero y lanzó dos veces a principios de temporada. Los resultados no fueron buenos. Cuellar permitió siete carreras en 3.1 innings, un indicativo de que era tiempo de irse. El 16 de mayo, los Angelinos despidieron al zurdo, terminó su carrera un mes antes de cumplir 40 años.
A excepción de un breve período en la Liga Mexicana en 1979, Cuellar permaneció fuera del beisbol organizado la mayor parte del tiempo. Trabajaba como coach de pitcheo en una liga independiente y en la liga invernal puertorriqueña. En 2009, él regresó a los Orioles como instructor voluntario de pitcheo en el campo de entrenamientos primaverales y también participó en una reunión del equipo de Baltimore de 1969.
En 2010, la salud de Cuellar empezó a desmejorar. Primero, fue diagnosticado con un aneurisma en el cerebro. Luego le extirparon la próstata. Y entonces vino el peor diagnóstico; tenía cáncer estomacal, lo cual resultó en su ingreso al Regional Medical Center en Orlando, Florida. Uno de sus amigos más cercanos con quién frecuentaba en el golf, el antíguo segunda base Félix Millán, lo visitó durante sus días finales. El 2 de abril, Cuellar falleció, perdiendo su batalla con el cáncer a la edad de 72 años.
En una época se dijo que en promedio la expectativa de vida de un hombre era 72 años. En el caso de Cuellar, muy poco en su vida fue promedio. Desde la época cuando crecía en Cuba, hasta la ruta difícil y convulsa que fue forzado a tomar para llegar a las Grandes Ligas, hasta el despliegue completo de supersticiones y creencias inusuales, Mike Cuellar tuvo una vida que bordeó lo extraordinario.
References & Resources:
· Baltimore Sun
· New York Times
· The Sporting News
· Mike Cuellar’s player file at the National Baseball Hall of Fame Library
Traducción: Alfonso L. Tusa C. Agosto 31, 2015.
Nota del traductor: Actuación de Miguel Cuellar en LVBP con los Industriales del Valencia de la temporada 1961-62: 11 juegos, 7 aperturas, 4 juegos completos, 5 ganados, 5 perdidos, 63.1 innings lanzados, 68 imparables permitidos, 26 carreras limpias, 30 ponches, 22 boletos, 3.69 de efectividad.
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